Capítulo 7:
"Mi amor sin antifaz"
Sherlock
Sentía como si tuviera arena en la boca. La cerveza salía del barril del bar como un manantial de la boca de una roca, y yo no podía cogerla. Oficialmente estaba sin moneda alguna.
La llamada a Mycroft me había arrebatado la última moneda que había podido conseguir, y tenía pesadillas imaginando qué habría pasado si no hubiese podido llamarle. Era gracioso como ciertos personajes en mi vida habían cambiado en los momentos de necesidad. Mycroft era una constante en mi vida, sí, pero nunca pensé que sería alguien vital.
Me toqué el cabello por debajo de la tela del turbante improvisado, y lo noté mojado por el sudor. Me levanté de la silla del bar, tras vaciar el vaso de agua conseguido mediante favores -aún era bueno en ello al parecer- y me dirigí a los baños públicos. Estaba muy sucio, y en el camino recibí las miradas desconfiadas de algunos habitantes.
Estaba en Madaba, la Ciudad de los Mosaicos, y no me había sorprendido el grado de ensimismamiento en el que me había sumergido al encontrar aquellas paredes cubiertas de trozos de piedra pintada. El detalle y los colores eran alucinantes, y sin hablar una sola palabra de árabe, había logrado abrirme paso para conocer el origen de aquellas obras de arte antiguo. Nunca me sentí tan cautivado por piezas de arte desde las tazas cuidadas por Soo Lin Yao, protegidas del paso del tiempo a través del uso. Una especie de ironía. Supongo que lo antiguo me cautivaba, aunque no le encontraba la lógica al porqué. No entendía la funcionalidad de piezas que habían sido hechas siglos atrás, como la unión de dos viejos que sobrevive al tiempo, pero desgastados por la falta de pasión.
Mis padres habían pasado por eso. Era como una etapa intrínseca, innata al paso de los años sobre una relación que había comenzado desde hace décadas. Pero la incongruencia comenzaba cuando yo empezaba a desdeñar esa realidad, como un Peter Pan que rechaza la adultez. Pero lo cierto es que la adultez desdeñada de Peter Pan muy probablemente había sido el auto consuelo frente a una muerte prematura. Nunca Jamás nunca había sido un lugar de sueño, sino un lugar para niños que habían muerto tempranamente. Dudo que Wendy y sus hermanos hayan vuelto alguna vez con sus padres, aunque su salto por la ventana no tiene explicación.
En algún modo yo había saltado por una ventana, persiguiendo el sueño de ver finalmente a John a salvo. Había estado en peligro desde el momento en que puse un dedo sobre él, ese día cuando nos estrechamos manos fuera del 221B de Baker Street. Recuerdo haber estado tan preocupado de agradarle, como un niño que busca la aprobación de sus padres. Pero había dejado de ver a John de un modo inocente desde hace mucho, si bien no identificaba el momento exacto en que había empezado a desearlo.
No sé cómo me las arreglé para escapar de los baños inmune. Luego de bañarme un poco, corrí fuera del recinto lleno de azulejos hacia la calle desbaratada por el tráfico. Había humo en todas partes, calentando aún más si era posible el aire, pero fui a parar hasta una plaza esperando que Mycroft respondiera a mi llamado. Volví al bar de antes a eso de las seis de la tarde, según lo que el sol me anunciaba. El favor por atrapar al ladronzuelo en la mañana me había prometido un favor a cambio. El dueño tenía un cuarto al fondo del local. Me lo ofreció con señas, luego de explicarle yo del mismo modo que no tenía donde dormir. Espero no haber malentendido las señales.
Hay un velo delante de mi ojos, dificultando mi visión. No siento que haya llegado al final de ninguna de mis deducciones, y estas han dejado de ser inconcientes e involuntarias. Me di cuenta de la inconciencia de algunas de ellas, en el sentido de que llegan sin ser llamadas, como cuando finalmente deduje, a partir de todas las señales dejadas como migas en un camino, que Mary estaba embarazada. Dios bendiga ese hijo, a pesar de que no creo en lo absoluto en Él. Hamish ha sido la única cosa que he hallado hermosa desde la primera mirada. Es como si hubiera estado destinado a conocerlo, muy diferente de lo ocurrido con John, por quien el afecto creció, como un pino que al llegar hasta lo alto no muere nunca más. Aunque a veces creía que su altura no había llegado hasta toda su capacidad. Aún le faltaba por madurar, dar fruto, dar belleza, placer y todo lo que una nueva vida conllevaba. El placer de sentir el aire contra tu piel. Labios contra los tuyos...
Dios mío, me había convertido en un cursi. Había pasado de ser alguien lógico a ser freak de la metaforización de todas las cosas, si esa palabra existe. Todo parecía tener un equivalente a las sensaciones recogidas durante esa noche inolvidable. Y es que nunca pensé que el placer de un caso resuelto podría tener un igual. Un igual que no tenía nada que ver con las deducciones, con la mente de hecho, al menos no en su mayor parte. John había revolucionado mis sentidos, y sólo lo había experimentado en plenitud al besarle yo mismo, en el recibidor del 221B. Había sido allí, no antes, que había experimentado esa sensación de entrega absoluta, en que nada más llega a importar. ¿Era en verdad la vida tan simple y yo no lo había descubierto hasta ahora? Continuaría resolviendo casos, crímenes, misterios, incluso aquellos domésticos que por encima parecía triviales, pero John siempre sería el igual, el equivalente a todas esas experiencias, como el otro lado de mi moneda favorita, una moneda japonesa antigua, con el cuadrado en el centro. Pensar en cuadrado... Lo había hecho por años. Pero nunca había pensado al modo de los amantes.
-¿Tienes problemas despertando? -preguntó la voz de una mujer con acento extraño.
Era una joven. La había visto ayer en el bar. Escribía en un rincón de este muy rápidamente en un computador, con un bebé en un kanguro delante suyo. Este la hacía encorvarse hacia adelante, y recuerdo verla escribiendo a toda velocidad a pesar de la incomodidad que le suponía llevar un bebé sobre su torso. Además me pareció arriesgado de su parte sacar un aparato así hasta que comprendí que Madaba después de todo no era un lugar tan alejado de la civilización. Aún tenía prejuicios estúpidos sobre algunos lugares del mundo, y Jordania era uno de ellos.
-¿Disculpa? -pregunté, molesto. Estaba teniendo un sueño estupendo. John descubría un texto encriptado en su blog, dejado por algún hacker. Me gustaban los textos encriptados, aunque me asustaban un poco. No había tenido experiencias perfectas con respecto de ellos...
La joven tenía el cabello corto como un chico, pero sin el bebé colgando de ella, se veía pequeña y delgada, como un hada. Pequeña y de cabello corto... Me recordó a John intensamente, especialmente por sus ojos expresivos. Vaya que me mataba la nostalgia...
-Saladin dice que es hora de despertar. Son las doce de la mañana y necesitaba ocupar este cuarto con mercadería. Dice que lo siente -dijo con una voz suave pero firme.
-OK...
Me levanté, molesto. Ella me dio la espalda tras poner cara de espanto.
-Lo siento -dijo, con voz extraña.
Fruncí el ceño. Me miré a mí mismo: había dormido con una sudadera y calzoncillos, y tenía un calor horrible. La habitación parecía absorber todo el calor del exterior.
-Lo siento. Aún no me acostumbro -dijo- . Saldré. Saladin te espera afuera.
-Está bien. ¿Cuál es tu nombre, disculpa? -le pregunté.
Me puse la camisa de lino.
-¿Por qué?
-Necesito distracción y me vendría bien una visita turística.
La joven se volteó hacia mí, ignorando por completo su aparente necesidad de no verme en calzoncillos.
-¿Cómo supiste que era guía turística?
-Pareces viajar mucho, tienes bronceados los brazos pero no el rostro, ayer te vi y tenías un jockie al lado, bastante informal si eres una turista por ti misma. Parecías muy ocupada en tu computador y no dejabas de recitar lugares para visitar en Madaba, pero no te veías lo bastante... relajada para querer visitarlos por gusto. De hecho parecía hastiada, como un francés que ha pasado muchas veces frente a la Torre Eiffel y su amigo extranjero quiere visitarla porque le parece... fascinante. El otro detalle son las gafas de sol. Las traes contigo pero no pareces usarlas mucho, y tu bebé tenía un sombrero más ancho, señal de que pasas mucho tiempo en el exterior con él. No parece muy difícil de suponer. Y el cabello corto, por supuesto.
-¿Qué tiene mi cabello corto? -preguntó ella.
La miré con atención: parecía a la defensiva, pero también curiosa. Me miraba como si fuera una buena telenovela, y no era en absoluto porque me estuviera colocando los pantalones.
-Lo usas así para andar cómoda y fresca. Es un estereotipo de la mujer ocupada. Las guías turísticas andan muy ocupadas por estas latitudes.
-¿Lo deduciste incluso teniendo un bebé a cuestas?
-No vi que hubiera incompatibilidad entre ambos cargos.
-¿Cargos? -dijo, con expresión de incredulidad. No obstante, sonrió. Cargo de madre y cargo de guía turística. Los habían puesto al mismo nivel y ella no se había enojado en lo absoluto- Y supongo que también fue por el idioma.
-En lo absoluto. No te oí hablar en inglés mientras estabas tecleando tna rápidamente.
-Pero sí hable.
-Lo hiciste en tu lengua materna.
Ella asintió.
-¿Sabes hebreo?
-Algunas palabras -dije- . Me agradan las lenguas semíticas, especialmente porque muchas de ellas están...
-... extintas.
Chasqueó la lengua. Yo terminé de abrocharme los pantalones.
-Valoras más lo antiguo que lo nuevo. Qué esnob eres.
La miré contrariado. ¿Esnob? Se fue del cuartito de un santiamén. Sin embargo, una extraña sonrisa adornada su cara.
Cuando salí de allí con tela del turbante colgando de mi hombro, la vi en una mesa cercana a la ventana. No había nadie en el bar a esa hora. Me mojé la cara con el agua de una botella de la barra, notando extrañado que no había nadie tras ella.
El bebé estaba en la mesa, agarrado con el kanguro del respaldo, y el computador estaba encendido. Era en extremo confiada. Luego noté que las puertas del bar estaban cerradas.
-¿Puedo hacer algo por ti? -me preguntó cuando me acerqué a su mesa.
-No soy un esnob.
-Claro que lo eres -dijo ella, sacando un grano de uva de un cuenco de plástico, mientras tecleaba en el computador- . Brillante pero esnob. ¿Eres de la CIA o algo así?
-Creí que podrías identificar acentos siendo una guía turística.
-Oh... Entonces eres inglés -dijo, haciéndose la sorprendida- . ¿Qué haces por aquí?
-No tengo permitido entrar a mi país.
-Uou, un prófugo de la justicia. ¿Tienes un tatuaje?
-¿No?
No entendí su pregunta tan repentina. Ella no dio explicaciones al respecto.
-¿Me permitirías usar tu computadora? -le pregunté.
-Claro. Si puedes entender las teclas.
Me cedió su computadora, en la cual me encontré con... el blog de John abierto en uno de los últimos casos. ¿Habría dado con él ahora o...?
Esa sorpresa quedó ahogada por la vista de las teclas bajo mis dedos: tenían letras en hebreo. Vaya.
-Ahm... no creí que existieran...
-Por supuesto que existen. ¿En qué computadores crees que escriben los rusos, en unos con letras occidentales? Eres brillante pero ignorante sobre ciertas cosas.
-Ahá.
Miré su rostro, en busca de alguna señal de burla. A su lado el bebé echó una risita. No obstante, la joven, cuyo nombre aún no sabía, daba toda clase de señales excepto la de burla. Más bien actuaba sarcástica en un buen sentido. No intentaba rebajarme, sino enaltecerse. No parecía una joven que se rindiera fácilmente, pero mostraba un humilde interés por mí, no el de una mujer hacia un hombre, sino el de un estudiante a un seminarista. OK, no era un buen ejemplo, muchos seminaristas eran el aburrimiento en persona. Más bien actuaba como un televidente ante un programa de animales increíbles. Sí, esa era la actitud, y no me ofendió como esperaba, y entendí el porqué: así era como actuaba John ante esos casos, aunque al revés: él era el cachorro y yo un ser humano haciendo malabares de fuego.
-¿Cómo llegaste hasta este blog?
-Le dijiste tu nombre a Saladin ayer, ¿lo recuerdas?
-No creí que lo captara.
-Él lo estaba pronunciando mal, pero di con el fonema correcto con un programa que tengo. No sabía que el nombre Sherlock existía, y por un rato creí que era “Shylock”.
Asentí, interesado.
-Debo poder comunicarme con mis clientes -añadió- , así que he tenido que aprender muchos idiomas.
-¿Cuántos idiomas sabes?
-Unos diez. Algunos no cuentan mucho porque... sinceramente se parecen entre ellos. El español y el catalán los aprendí al mismo tiempo, aunque prefiero el catalán, quizá porque es menos hablado. Y el finlandés aún no lo he afinado muy bien.
-Ya veo -dije, sorprendido. Debía tener un cerebro fascinante. Moriarty querría desencriptarla. No obstante, no era una persona observadora, simplemente tenía esa capacidad que tienen los niños de aprender sorprendentemente rápido, o de aprender de hecho, aprender cualquier cosa y llegar hasta el final sin sudar tanto.
-¿Tú hablas muchos idiomas?
-No tantos como quisiera. Francés, árabe, un poco de chino mandarín y... galés.
Siempre olvidaba el galés, quizá por su similitud con el inglés. Ahora, volviendo al blog de John...
-Entonces sabes quien soy -pregunté.
-Más o menos. Sólo sé algunas cosas por lo que cuenta este Doctor John Watson. ¿Es un admirador tuyo?
-No has leído suficiente supongo -le dije, sonriendo con amargura- . Ve a las primeras publicaciones.
Ella dio vuelta el computador hacia sí. Mientras tecleaba, mucho más rápido que John aunque más lentamente que yo, miré a su bebé en la silla. El kanguro se sotenía del respaldo, pero su trasero llegaba a topar la almohadilla. Andaba sólo con calcecites y su cabello era castaño como el de su madre. Recordé a Hamish y su cabello rubio, herencia de ambos de sus padres. No obstante, tenía más al dorado de Mary que al ceniza de John, aunque la textura era casi la misma.
Sentí un nudo en la garganta de inmediato y al recordar la textura del cabello de John, recordé la sensación de sus dedos en mi propio cabello. El recuerdo de la sensación seguía allí, pero Moriarty me había cortado el pelo haciéndome ver muy diferente de cómo había lucido por años, y no me agradaba. Si volvía a ver a John quería lucir como siempre.
El bebé me devolvió la mirada y yo le sonreí tratando de sacarle una sonrisa a él. Este no se hizo esperar, mientras se mordía los dedos con sus encías casi vacías. Debía tener unos nueve meses, pues contaba con dos dientes por lo que podía ver. Parecía fascinado con ellos, mordiendo todo lo que sus manos cogieran, o sus manos de hecho. Recordaba la molestia de Hamish al sentir su primer diente salir. No le había gustado para nada, pero a la salida del segundo parecía haber empezado a ver su utilidad por instinto. Era un proceso graciosísimo el ver a un bebé crecer. Todas sus expresiones parecían estar enmarcadas en una atmósfera de enternecimiento por parte de los adultos sin duda provocada por las hormonas que expelían. Era un medio de manipulación que hacía que todos los amásemos, con la oxitocina que actuaba como un escudo en contra de los malhechores. La naturaleza era sabia en efecto.
-Tu amigo es padre, ¿no? Pero no menciona el nombre de su bebé en su blog -comentó la joven.
-No. Es su segundo nombre y no le agrada -dije con voz queda. El bebé me había mantenido la mirada, y se reía cada tanto.
-¿Por qué le pondría un nombre que no le agrada a su bebé?
-Mary lo decidió.
-Oh. Ya veo. No habla mucho de ella. Eres tú por todos los rincones. Por un momento creí que eran algo más. No es común que un hombre diga que encuentra encantador a otro. Es... lindo.
Por fin me volteé a mirarla. Sonreía radiante, mirándome con curiosidad, como si esperara alguna explicación.
-Las cosas no salieron como debieron, supongo -susurré.
La expresión de la joven se entristeció. Bajé la mirada, avergonzado, y me sentí que mis sentimientos se desnudaban, allí ante una extraña.
-Haneen -dijo de pronto.
Extendió la mano hacia mí. Le sonreí. Sentí que mi expresión estaba muy ablandada. Me había agradado naturalmente, Haneen, a pesar de mis pasadas experiencias con extraños. Quizá la sensación de que se parecía a John no era tan equivocada. Haneen era el tipo de persona que no juzgaba.
-Sherlock -le dije, estrechando su mano.
Ella rió. No entendí porqué.
-Creo que tu John Watson viene en camino, Sherlock -me dijo.
Fruncí el ceño. Haneen volteó la laptop, mostrándome la última de las entradas de John en el blog.
Lo decía allí, y la entrada había colapsado de comentarios, más que ninguna otra. “No te muevas de allí, Sherlock. Voy por ti.”
John
Me cambié de ropa sobre el avión. El calor era impresionante. No había experimentado algo parecido desde los noventas, cuando Londres tuvo uno de sus veranos más insoportables. Por aquel entonces Sherlock debió ser apenas un adolescente. Pensé en ello mientras bajaba del avión tras Lestrade, quien con sus gafas de sol nuevas parecía estar disfrutando de lo lindo. Me di cuenta de que no había visto fotos de Sherlock de joven, y quise darme un puñetazo en la cara.
-Me conmueve que hayas querido venir, dejando a tu hijo con la Agente Donovan -dijo con cierta cizaña.
-Con Anderson -le corregí, molesto. El sol me hacía fruncir el ceño. Era como si mis pupilas no atinaran a empequeñecerse- . No quiero deberle favores a la Agente Donovan. Nunca me ha agradado.
-Por supuesto que no. A ella no le agrada Sherlock.
Lo miré de reojo.
-Es conmovedor, porque la Agente Donovan te respeta profundamente, al contrario de lo que tú sientes hacia ella. Ha sido así desde la muerte falsa de Sherlock. Te admira por soportar a tamaño idiota.
No quise corregirle. Sherlock sí que era un idiota algunas veces, pero no era su culpa. Simplemente era más sincero que los demás. Todos fingían, él no.
-Y yo me sorprendo de mí mismo -dije, mirando hacia la sala de espera del aeropuerto, que se asomaba tras unos libros de vidrio irrompible. Había visto la señal de irrompible en una de las esquinas. Podía ver el símbolo casi universal que lo indicaba, aunque supuse que sólo alguien que ha estado en la guerra lo notaría. O alguien que ha caminado lado a lado con Sherlock, el maestro de la observación.
-¿Dónde dijo Mycroft que estaría? -preguntó Lestrade.
-No dio detalles. Simplemente dijo “Está en Madaba”. No son muchas indicaciones, pero... será fácil encontrarlo si sabemos los lugares a los que Sherlock es asiduo.
-Restaurantes, ¿no? -me preguntó Lestrade.
-Si tú lo dices.
-No, si tú lo dices. Lo conoces mejor que yo.
Sonreí ante esa observación. Probablemente era cierto, aunque no me explicaba cómo es que Lestrade no había aprendido mucho más de Sherlock durante tantos años de afiliación. Según sabía, Sherlock estaba unido a Scotland Yard como detective consultor al menos desde después de salir de la Universidad. Lo malo era que no sabía a qué edad había salido de la Universidad. Sherlock no era alguien que tardase mucho en sacar un título, y menos uno de Químico. No obstante, Sherlock había visto la carrera como un apoyo a su pasatiempo de detective, o “deductor” como solía llamarlo en mi mente algunas veces. No era el típico detective. Sherlock, según sabía, nunca había ejercido en el campo laboral exclusivo para los licenciados en química.
Dios, lo cierto era que no sabía mucho sobre Sherlock. Era patético.
-Él conocía cada restaurante cercano a escenas del crimen cuando te llevó a tu despedida de soltero, ¿no? -dijo Lestrade, sonriendo ante ese recuerdo, mientras caminabamos hacia la salida con nuestras maletas de ruedas detrás.
-Sí, pero Sherlock no come muy a menudo, ¿entonces donde se quedaría? Por otro lado, estuvo dispuesto a quedarse como okupa en una casa abandonada consumiendo cocaina. Creo que eso puede darnos una pista.
-¿Qué pista?
-De que puede quedarse en cualquier rincón oscuro y sucio. Es capaz de eso. “El cuerpo sólo es transporte”, él decía.
-¿”El cuerpo sólo es transporte”? Qué diablos... A todos nos gusta comer. Especialmente si no se tiene un euro. Cualquier oportunidad para comer se aprovecha en tales circunstancias.
Me volteé a mirarlo, pasmado.
-Eso es -dije.
-¿Qué? -preguntó.
No lo veía siendo que lo había dicho. Pude ver cierta ansia en su expresión por creer haber dado con una solución, una solución que ni siquiera veía. Lestrade era un caso. Comencé a sentirme como Sherlock, exasperado ante la incapacidad de otros de deducir.
-Me refiero a que -comencé a decir. Lestrade miró la calle en busca de un taxi- debe haber un sector de Madaba lleno de restaurantes. Hay contenedores de basura y Sherlock podría estar aprovechando lo que tiran para alimentarse.
-Eso es asqueroso. ¿Crees que comería restos en verdad?
-Bueno, no... O quizá hace favores a los dueños, como hizo en el caso de Ángelo -Eso sonaba mucho más verosímil.
-Pero cómo le decimos al chofer del taxi que nos lleve a un lugar lleno de restaurantes. No sabe árabe.
-Quizá está en un sector de restaurantes para turistas -proseguí.
-¿Me has escuchado?
-Espera, estoy tratando de pensar, Greg...
-El taxista nos espera -dijo Lestrade, indicando el auto.
Había parado uno junto a la verda, justo delante de nosotros.
-Oh. OK.
Subimos al auto rápido.
El aeropuerto estaba bastante lejos de la zona habitada, por lo que nos demoramos más de veinte minutos en llegar. Desde la entrada a la ciudad, más o menos determinada por la aparición de tiendas de repartición de productos al por mayor, vimos un avión partir. Sólo entonces me di cuenta de cuan lejos estaba de casa. De Hamish. Una vez más Sherlock me estaba enfrentando a una travesía, y temía no llegar a acabarla nunca.
Estuvimos bastante callados en el taxi, luego de que Lestrade le explicara al taxista donde queríamos ir. La palabra Restaurant era bastante universal y llegaba incluso hasta esos lares, y el hombre entendió cual era nuestro destino en cuanto la oyó pronunciar.
-¿Habrá algún italiano por aquí? -dije.
-¿Crees que haya tenido preferencia por un restaurante italiano? De todos modos, si es pidiendo comida en alguno de ellos, ¿Dónde dormiría? ¿En el restaurante?
-¿En algún albergue?
-Pero no hay albergues por aquí. Esta calle parece ser bastante turística. Los edificios son de piedra, por amor de dios.
-Creo que es así en cada rincón de Madaba, Greg. No deberíamos entrar a discutir eso.
-Supongo -dijo Lestrade, mirándome fijo.
Había estado mirándome de manera sospechosa desde que subiéramos al avión en Londres, como si quisiera preguntarme algo.
-Mycroft no me explicó a qué había venido Sherlock a Jordania. Sólo me dijo que estaba acusado de asesinato múltiple en la antigua Transjordania, en la parte sur que ahora pertenece a Inglaterra, y por eso no le era posible volver a Londres.
-No creo que Sherlock haya...
-Yo tampoco, pero un asesinato múltiple ya es un número mayor y quieren proclamar el crimen como genocidio, lo cual lo convierte en un criminal internacional.
-¿Pero a quienes mató supuestamente? ¿Civiles?
-Forajidos.
Debían ser los secuaces de Moriarty. Moriarty debía buscar a gente comprometida legalmente, para así deshacerse de ellos cuando fuera conveniente. Pero al parecer Lestrade no tenía idea sobre Moriarty dentro de toda aquella historia. Por alguna razón extraña, Mycroft no le había explicado nada de eso.
-Sinceramente, ¿Por qué Sherlock vino a meterse a un lugar así?
-Ya lo sabrás. Probablemente Sherlock mismo se encargue de explicártelo -dije. No dudaba de los intentos próximos de Sherlock de alardear sobre su nuevo contacto con Moriarty. Eran el espejo el uno del otro, eran el gemelo maldito del otro. Uno de ellos el diablo y el otro... “No conviertas a la gente en héroes, John. Los héroes no existen, y si lo hicieran yo no sería uno de ellos”, Sherlock me había dicho una vez, lo recordaba como si fuera el día de ayer, especialmente porque creía sinceramente que tenía razón.
-No creo que lo explique. Y no tiene paciencia para eso, ya ves que le gusta dejar las cosas tras un velo de misterio. No gusta de revelar cómo deduce las cosas.
-Supongo que Sherlock no tiene alma de pedagogo. Pero cuando me explica sus deducciones, hace parecer su trabajo mucho más sencillo y uno se pregunta “¿Cómo es que no lo vi? Estaba frente a mis ojos”.
-Y te deja como un estúpido. Sí, todos nos sentimos como estúpidos alrededor suyo, pero al menos a ti te explica las cosas. Debe ser por tu costumbre de alabarle.
Le miré de reojo, molesto. Pero no lo había dicho en miras de ofenderme, ya que llegó a lucir enternecido por ello.
-Sí, bueno..., estuve en la guerra. Uno allí se convierte en algo muy cercano a un lamebotas.
-No lo creo. Creo que es porque reconoces cuando algo te maravilla, y tú mismo lo dijiste en tu blog: le hayaste cierto encanto a Sherlock.
-Hm, no lo expuse de esa manera.
-Oh, sí lo hiciste. Donovan lo comentó por días. Fue entonces que comenzó a admirar tu paciencia. Sherlock nos trata a todos como estúpidos, incluído a ti en los primeros casos resueltos juntos. Lo recuerdo bien. Pero aún así tú le elogiabas. Yo no lo habría hecho, sinceramente. Nunca entendí tu afán por apuntar sus logros, como... un padre que felicita a un niño por un dibujo.
-Sherlock no necesita estimulantes para deducir. No necesita que alguien esté apuntando sus logros todo el tiempo.
-Oh, no lo creo tan así. Todos necesitamos algunos empujones para continuar haciendo nuestro trabajo, John, y Sherlock nunca fue muy asiduo a permitir que alguien le acompañase en sus casos. Siempre trabajó solo, hasta que tú llegaste.
Tragué. No podía negar que siempre me pareció extraordinario el que me admitiera en su vida como detective. Sherlock era uno de esos hombres que no admitían fácilmente a nadie.
-No es alguien que reconozca que le importan las personas, ¿sabes? -continuó Lestrade. Aún caminábamos junto a los restaurantes, con nuestros bolsos de ruedas. La calle estaba abarrotada y ya nos habíamos topado con franceses y chinos desde nuestra salida del taxi- , al menos no directamente. Tardó mucho en reconocerme el porqué del show que había armado de su suicidio. ¿Cuándo te lo dijo a ti?
Fruncí el ceño, sin entender.
-Ahm... En cuanto nos encontramos, sólo porque yo se lo exigí. Me dijo que lo había dicho para desbaratar la organización de Moriarty. Una cosa es que no lo haya logrado.
(Kanes: http://youtu.be/4eb5A_TCkDs)
Lestrade se detuvo junto a un bar, y yo le imité. Tenía vidrieras y lucía un tanto más occidental que los otros. Un hombre estaba reponiendo un vidrio de la puerta de entrada.
-¿No te lo dijo todo? -preguntó Greg.
-Era todo, ¿o no?
-No. Por supuesto que no -dijo, auténticamente horrorizado.
¿Por qué trataba el tema con tanta gravedad? Ya había quedado en el pasado. Aunque por culpa de su suicidio falso Sherlock había perdido algo de mi confianza para siempre. Era valioso para mí y le quería, pero la confianza seguía afectada, y aún no había podido arreglarlo por mí mismo. No confiaba en Sherlock porque él no confiaba en mí.
-Entonces no lo sabes -dijo Lestrade.
-¿Qué no...?
Entonces vi la expresión de Lestrade cambiar por completo. Yo estaba de espaldas a la puerta que estaban arreglando del bar.
Me volteé a ver. El hombre que estaba reponiendo el vidrio estaba siendo ayudado por otro de pelo corto y negro. El primero no parecía tener mucho oficio en ello, o la razón era que a sus lentes para ver de cerca tenían un vidrio perdido. Hablando de vidrios... El hombre de cabello negro y corto era Sherlock. Le estaba ayudando a poner la pieza de vidrio en su lugar y rápido, antes de que el pegamento se secara.
-Favores -dijo Lestrade. Rió brevemente- . Siempre hace lo que le conviene. Astuto.
No obstante, lucía muy diferente. Llevaba una túnica de lino a la manera de los hombres de Jordania, que lo hacía parecer que estaba en ropas de dormir. Había visto a otro hombres en la calle con esas ropas, pero en Sherlock se veían extrañas.
-¡Sherlock! -lo llamó Greg así sin más.
Yo estaba sumido en el nerviosismo. Me arreglé un poco la camisa, que me había sacado del interior de los pantalones para estar más fresco. Nunca había andado tan incómodo en mi vida con mi propia ropa. Hacía un calor terrible allí.
Sherlock alzó la vista de inmediato, y más que sorpresa lo que vimos en su cara fue consternación. Supe de inmediato que no había sido advertido por Mycroft. Lo maldije en mi mente.
-Lestrade -dijo, levantándose. Pidió el permiso al hombre de la puerta para pasar, y salió a la calle en esa extraña túnica. Vi que de su hombro colgaba una tela del mismo color, y sospeché que era para cubrirse la cabeza- , John.
-Hola -dijo Lestrade- . Vinimos a ayudarte a resolver lo de los asesinatos.
-Estoy lejos del sector donde fui acusado. No me alcanzan las leyes de la vieja Transjordania hasta aquí -dijo. Me miraba irregularmente- . ¿Cómo supieron que...?
-Mycroft nos dijo que estabas aquí -le expliqué- . Fue bastante insistente.
-Eso espero. ¿Con quién dejaste a Hamish?
Eso dolió un poco, y abrí la boca brevemente para hablar, pero noté que si lo hacía, la emitiría temblorosa. Sherlock frunció el ceño.
-Lo dejó a cargo de Anderson, no te preocupes -explicó Lestrade, al verme enmudecido- . Tú conociste a sus hermanos una vez.
-Sí, pero eso fue en la Universidad. Ha pasado un tiempo desde eso.
¿Había conocido a Anderson en la Universidad?
-También lo dejó con la Agente Donovan -añadió Greg.
-No puedo creerlo -dijo Sherlock, indignado- . No les durará siquiera tres días, no debieron venir ninguno de los dos. Es una pérdida de tiempo.
Bajé la cabeza, incómodo.
Creí que podría ser firme en frente suyo al momento de encontrarnos. De hecho, esperaba ser un poco pesado incluso. Estaba en mi derecho. Pero ahí estaba, patéticamente encogido porque Sherlock no mostraba ninguna señal de estar feliz de verme.
-Vinimos a resolver tu problema, Sherlock -dijo Lestrade, mirándole de arriba a abajo- . Debieras agradecernos. No veo que estés llevando su resolución muy bien. ¿Qué son esas ropas?
-Son más frescas -dijo Sherlock, ofuscado- . Vuelvan a ese avión. A Londres. Por favor.
-No volveremos -dije con la mayor firmeza posible. Tragué- . No vamos a perder el viaje porque tú creas que cometimos un error. Porque creas que yo cometí un error con Hamish...
-Por supuesto que cometiste un error -dijo Sherlock, dando un paso hacia mí, enojado- . Debiste... -dudó, mirándome muy fijamente- debiste quedarte al menos tú. Con Lestrade era suficiente.
Mi garganta quedó seca, anudada. Me dolió, pero mirarlo a los ojos por tanto fue como volver a ver el sol.
-Moriarty sigue en Jordania y...
-Espera, ¿Moriarty? -dijo Lestrade.
Sherlock dio un suspiro.
-Mycroft debió explicarles aquello como mínimo si iba a enviarlos aquí.
-Entonces ese asesinato múltiple...
-... sucedió. Lo hicieron sus hombres -explicó Sherlock.
Di un suspiro. Necesitaba beber algo de agua.
-¿Sirven algo que no sea cerveza en este sitio? -pregunté, mirando el bar-restaurante.
-No -dijo Sherlock, interponiéndose entre la puerta y yo.
-Estoy seguro de que tienen al menos una llave de agua en el lugar -dije- . ¿Un baño, tal vez?
-No. No sería un negocio próspero sino.
Lestrade rió por lo bajo. Me volteé a mirarlo.
-Supongo que una cerveza lo arreglará -dije.
Pasé por su lado. Shelock me siguió prácticamente pisando mis talones. Hice mi camino hasta la barra del bar restaurante, en ese momento casi vacío, y esperé a que el hombre que atendía apareciera.
-¿Qué ocurre? ¿Por qué tanto misterio? -preguntó Lestrade.
Me senté en una de las sillas altas, y carrespeé. Al fin empezaba a recuperar algo de confianza.
-Tú eres el Doctor John Watson -dijo una joven de pronto, que había venido de una de las mesas.
No tendría más de veinticinco años. Cargaba con un niño en un kanguro a la espalda. Su rostro infantil se asomaba por encima del hombro de ella.
-Sí, soy yo -dije.
Me había pasado eso muchas veces en Londres, pero tan lejos de allí un hecho así era extraordinario. La miré atentamente, notando lo bella que era. Tenía el cabello corto y un aspecto único, con unos ojos grandes y negros y cara redonda. Te miraba con una mirada penetrante, como si uno fuera lo más interesante en todo aquel sitio, y su voz era extraordinariamente segura y femenina.
-He leído todo su blog. Supe de usted hace poco y la verdad es que lo leí completo. Los casos son muy interesantes.
Asentí. Caí en la cuenta. Miré a Sherlock interrogativamente y le vi extrañamente tenso. Se pasó las manos por el pelo sobre la frente, presionando con sus dedos como en un improvisado masaje.
-También sabe quien eres tú, supongo. Ahm... -me dirigí a la joven- gracias por leer el blog. Lamentablemente no he actualizado desde hace un tiempo.
-Sí. Y espero no haya sido un inconveniente: Sherlock me contó mucho de ti. Sólo porque yo insistí en preguntar -aclaró.
-No hay... problema -dije, aunque me inquietó pensar qué cosas había contado sobre mí. Sin duda había hablado sobre Mary. Casi pude leer la lástima en el rostro de la joven.
-Es un alivio -dijo Lestrade, quien miraba a la joven con una atención que rayaba en lo ridículo. No podía ser más obvio. Y era mucho más joven que él, por dios- . Temimos que Sherlock hubiera estado muy solo aquí.
-Oh, no, Sherlock siempre se las arregla. He llegado a conocerle bastante bien en poco tiempo. Se hace querer -dijo, dándole un puñetazo en el hombro.
-¿De verdad? -dijo Lestrade, con los dientes casi apretados. Por suerte no llegó a captar su sarcasmo.
Eran amigos, él y la joven. Era claro, aunque Sherlock seguía tenso por algo. Pero me había agradado, probablemente porque de pronto ya no me sentía tan solo siendo amigo u otra cosa de Sherlock. U otra cosa, en qué estaba pensando. Sólo habíamos compartido... un par de besos. Di un suspiro de pesar. El caso es que por fin a alguien le agradaba Sherlock de buenas a primeras. A mí me había agradado desde casi el primer momento, y parecía que también era el caso de... ¿Su nombre?
-¿Cuál es tu nombre, disculpa? -le pregunté.
-Oh, Haneen -dijo, extendiendo la mano- . Un gusto conocerte.
Me miraba muy fijamente, y cuando nuestras manos hicieron contacto, la vi pestañear. La electricidad era obvia: le gustaba. Miré a Sherlock de reojo, sin poder creerlo. Se había hecho amiga suya, había dicho que Sherlock era fácil de gustar y aún así le gustaba yo en vez de él. Me sentí algo apabullado.
-¿Hace cuanto que se conocieron? -pregunté, para saber más al detalle.
-Serán... ¿Dos semanas? Nos conocimos aquí, luego de que Sherlock atrapara a un ladrón que intentó robar en el restaurante. Fue bastante heroico, corriendo por casi ocho cuadras hasta atraparlo. Nunca había visto a nadie correr tan rápido -relató, añadiendo una risa al final.
Sherlock sonrió en modo de disculpa.
Reí. Sí, Sherlock corría bastante rápido, incluso en los días en que no comía nada, que solían ser dos o tres seguidos cuando estaba en un caso.
-El problema es que a veces dificulta a otros seguirle el ritmo -comenté.
-Lo imagino. Corriendo por todo Londres los dos resolviendo casos... Nunca debieron tener un día aburrido, me imagino.
-Oh, al contrario -dije, ya tomado completamente por la charla. Ella era fácil de agradar también- . Había semanas seguidas en que Sherlock no aceptaba ningún caso. La bandeja de entrada podía estar incendiándose y él no respondía a ninguna petición porque no le parecían lo suficientemente interesantes.
-Y las peticiones eran recibidas por tu blog, ¿no?
-Sí, la otra opción es el blog de Sherlock, pero nadie lo visita -dijo Lestrade.
Sherlock sonrió forzadamente. Haneen le miró fingiendo un puchero.
-Lo he visitado, pero Sherlock eliminó el análisis sobre las cenizas de tabaco. Me hacía ilusión poder leerlo.
-Oh, créeme. Lo leí y te dormías en media hora. Exagera la cantidad de detalles -añadí.
-Sí -dijo la joven.
Dios, era realmente agradable, como... vaya, me avergüenza incluso pensarlo, pero era como hablar con alguien de nuestro cantante favorito, como si fuésemos ambos fans de lo mismo.
-Pero me gusta algo que pone en la página inicial -continuó Haneen- : “Cuando has eliminado lo imposible, lo que queda...
-... por muy improbable que parezca, tiene que ser la verdad” -terminé la frase.
Nos echamos a reír como adolescentes.
-Oh, dios, son unos cursis -dijo Sherlock- . ¿Ahora fundarán “The Empty Hearse 2” o qué?
-Pero debes reconocer que eres bastante poético -dijo la joven.
Sherlock negó con la cabeza con una sonrisa de resignación. De pronto nuestras miradas se cruzaron, y pareció que la sonrisa de Sherlock había llegado a sus ojos, y cuando me di cuenta, yo también estaba haciendo lo mismo. Carrespeé, apartando la mirada de él.
-¿Cómo se llama tu bebé? -le pregunté a Haneen.
-Adnan. Tiene diez meses ya. Sherlock dedujo su edad exacta por sus dientes. Es impresionante.
-Suele hacer eso -dije.
-Y dedujo a qué me dedicaba. Todo. Aunque hay algunos detalles que aún faltan. Se lo dije a Sherlock y él me dijo que su amigo el Doctor John Watson probablemente podría completar el puzzle. Aún espero por ello.
No podría describir cuanto me gustó escuchar eso. No le quité la mirada de encima, especialmente al notar que los ojos de Sherlock estaban clisados en mí. Entonces Lestrade carraspeó al lado mío, y por el rabillo del ojo vi a Sherlock voltear la cabeza hacia otra parte.
-Eras... hasídica, ¿verdad? -dije- ¿Eso es lo que Sherlock no pudo deducir? Hay cosas que no sabe sobre... religión y...
-... astronomía -añadió Lestrade.
Sherlock dio un suspiro de impaciencia.
-Sí, lo noté -dijo Haneen- . Tuve que explicarle que los presos solían hacerse tatuajes.
Sonreí. Todavía me resistí a voltearme hacia él. Sentía las mariposas en el estómago aún.
-¿Y? ¿Di con ello? -preguntó.
-Totalmente.
-¿Cómo dedujiste que era hasídica? -preguntó Greg.
-El cabello.
-El cabello... -susurró Sherlock a mi lado, exasperado. Por fin me volteé hacia él, a tiempo para ver cómo se revolvía el pelo.
-Es cabello sano, como el de una niña -le dije- , te lo has empezado a dejar crecer hace poco. Y vistes de negro aún.
Ella asintió, con una sonrisa leve en el rostro.
-Imagino que te casaste...
-Ahm... No. Por eso renuncié a todo eso. Tuve a Adnan sin estar casada, así que... -Se encogió de hombros. Parecía afectarle aún.
-¿Y cuándo la Luna de Miel, Haneen? -preguntó un chico que salió a la barra. Tenía un acento árabe muy marcado.
Finalmente, alguien que pudiera aliviarme la sed. Tenía la boca seca.
Sin embargo, la pregunta que le hizo a Haneen me quedó dando vueltas en la cabeza.
-Ahm... N-no habrá, ya te lo dije -dijo Haneen, con expresión afectada. Intercambió una mirada significativa con Sherlock, lo cual me terminó de dejar de una pieza. ¿Qué Luna de Miel?
-OK, creo que es hora de llevarte a un hotel -dijo Lestrade a mi amigo- . Imagino que has estado durmiendo en....
-Aquí. He estado durmiendo aquí -dijo Sherlock, rápidamente- . Ahm, Haneen, debo ir con ellos. Dile al señor Saladin que gracias por todo.
-¿Vendrás aquí de nuevo? -dijo Haneen, con mirada extrañada.
-Sí. Sí -le dijo, con una expresión de inusual amabilidad en su rostro- . Es mi bar favorito, ¿recuerdas?
Ella sonrió. Entonces hizo algo que me maravilló un tanto: le lanzó un pequeño beso.
Sherlock expelía un extraño afecto por Haneen, un afecto estrecho por ella y por su bebé, y empezaba a ponerme nervioso el no saber nada acerca de eso. Un mes no era suficiente para construir tal apego, y menos para Sherlock. Esperaba que esta sensación no fuera de celos, menos estando tan enojado con él. No era el momento para pensar en Sherlock de esa manera. Lo correcto era discutir el porqué no me había admitido por segunda vez dentro de sus planes, porqué me había ocultado cosas nuevamente.
-Un gusto conocerlos -nos dijo Haneen a mí y a Greg. Greg tomó su manos con ambas al despedirse. Había quedado flechado y Haneen no podía lucir más incómoda ante el contacto de otro hombre. Podía haber dejado de ser hasídica, pero las costumbres pesaban.
Cuando salimos Sherlock estaba tenso. No le había visto así desde su encuentro con Magnussen, si bien ahora no había desagrado en su cara, por supuesto.
Tomamos un taxi que Sherlock eligió. Una vez dentro el silencio incómodo se cernió sobre nosotros.
-¿Luna de Miel? -preguntó Greg a Sherlock.
-¿Qué con eso? -preguntó Sherlock, mirando por la ventana. Por supuesto Lestrade se había sentado en medio de los dos.
-Soy un poco negado viendo señales en las escenas de crimen, pero soy bueno en las relaciones...
-¿En serio? Mycroft me dijo que no has podido mantener a una pareja nueva por tres años.
-Voy a matarlo -dijo Lestrade- . El caso es que vi que aquel tipo los miraba a ti y a Haneen cuando preguntó por la Luna de Miel. Y por lo que vi, ustedes dos no tienen una relación de pareja. Tú y John crean más tensión sexual que tú y Haneen, por el amor de dios.
Eso me puso rígido, a pesar del tono de broma. Tragué fuerte, evitando a toda costa intercambiar una mirada con Sherlock.
-¿Vas a explicarte o no? -insistió Greg.
-No. Es algo privado -dijo Sherlock.
-Oh, por dios...
-Te lo diré en otro momento. Conozco las objeciones de John respecto de todo tipo de falsedades.
Pum, otro disparo en mi contra. Primero me dice que habría sido mejor que me quedase en Londres, y luego esto.
-Aquí por favor -dijo Sherlock- . Es un hotel barato pero bueno...
Salí del taxi a zancadas en cuanto se detuvo.
-Hey. John... -me llamó Lestrade.
Apreté el paso hacia el interior del edificio, furioso. Lo hice con la idea de pedir un cuarto para mí solo y desaparecer tras sus puertas, pero la recepción estaba vacía. Me volteé hacia la entrada, y luego de un minuto entero, vi a Lestrade y Sherlock entrar. Se habían quedado conversando algo y Lestrade parecía exasperado, como si hubiera hecho mal en dejarle solo con Sherlock.
-Sherlock, no soy asiduo a ocultar nada a nadie -dijo Greg en cuanto llegaron a recepción. Sherlock se mantuvo alejado, mientras yo fruncía los labios, sin ocultar mi enojo. De hecho, estaba alardeando de él- . Ya has ocultado cosas antes, y cuando lo has hecho, tú y John han parecido dos viejos casados. Sinceramente...
Le miré sin entender. Sherlock dio un suspiro.
-Si no vas a hacerlo tú... -dijo Greg.
-¿Dime otra vez por qué viniste, Lestrade? -dijo Sherlock fulminándole con la mirada. Tocó la campanilla de la recepción. Claramente quería evitar esa situación.
-Porque me ibas a necesitar. Mycroft sabía que tú y John solos iban a estar incómodos.
-No creo que haya sido por eso... -dije por lo bajo. Recordé las sugerencias, con sabor a advertencia, de Mycroft, de guardarme para mí cualquier tipo de sentimiento por Sherlock que fuera más allá de la amistad. Si Irene Adler era una dominatrix, Mycroft era el segundo al mando.
-John -dijo Greg, con aire de estar a punto de decir la mayor revelación del siglo- , Sherlock está legalmente casado con Haneen.
Sentí cómo una sensación de frío me subía desde el estómago. El efecto fue instantáneo, como un helado prematuramente tragado. Miré a Sherlock fijamente, y este apartó su vista a otro lado.
-Oh, por favor, no es una tragedia -dijo Lestrade- . Pero el caso es que debes contarle tus cosas a tus amigos, Sherlock, incluído porqué armaste un suicidio falso hace casi cuatro años. Sinceramente, Sherlock, debiste aclarar todo apenas volviste...
-Le dije porqué -dijo Sherlock. Carraspeé- . Te dije porqué, John, fue...
-Greg dice que te saltaste algunos detalles, y la verdad es que si son detalles desagradables, prefiero quedar en la ignorancia.
-Sherlock saltó del edificio para evitar que los secuaces de James Moriarty nos dispararan a mí, a ti y a la señora Hudson -dijo Lestrade como rayo veloz.
¿Qué? ¿Había escuchado bien? Miré a Lestrade con consternación.
-Greg, qué...
-¡Por el amor de dios! -exclamó Sherlock yendo a tocar la campanilla otra vez, ahora repetidas veces.
-¡Estoy en mi hora de descanso! ¡Vuelvan en un rato más! -gritó una voz desde adentro. Había un bastidor que daba paso a la parte trasera de la recepción- Americanos...
Lo había hecho para salvar a alguien más, para salvar a tres personas, no sólo para detener a Moriarty. Había sido más que un intento por ganar una guerra contra un rival sanguinario.
Siempre lo creí mentir por ambiciones personales, por desear probar que su inteligencia más que ninguna otra cosa. Siempre creí eso. Y no le juzgué, ya conocía esa faceta suya y la había aceptado, aunque me causara rechinar los dientes algunas veces. Por el amor de dios, yo había matado a un hombre a fuerza de proteger a Sherlock de su propia ambición por resolver cada misterio, y lo haría una más y mil veces para mantenerlo vivo. No me importara que fuera un freak del misterio, lo que siempre me molestó acerca de esos dos años de mentiras había sido que no se explicara. Me dejó en la duda por más tiempo del que pude soportar. Fueron dos años inventándome teorías de porqué lo había hecho, mientras otros trataban de deducir el cómo.
Porqué lo había hecho...
-Sherlock, ¿Por qué no me dijiste...? -comencé a decir, pasando junto a Lestrade para acercarme a él.
Sherlock dio un paso atrás, evitando contacto visual.
-Podríamos ir a comer y beber algo hasta que termine la hora de descanso del señor sin rostro -dijo Greg, mirando el bastidor de acceso con ojos asesinos- . Siento que tengo arena en la boca.
Seguí tratando de establecer contacto con él, pero Sherlock de pronto se había cerrado. ¿Por qué le avergonzaba tanto hacer algo desinteresado? Por fin no era solo un detective, sino un héroe también, y él lamentaba que se supiera.
<-- Capítulo 6
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