domingo, 30 de agosto de 2015

"Libertar la Oscuridad": Capítulo 28

 Al amanecer, Persefone y Marion regresaron de un exitoso recorrido por el Palacio. Marion no olió las flores que había esperado encontrar, pero su recorrido se calcó como un mapa en su cabeza. Su cabeza aprendía todo fácilmente ahora, lo absorbía como dato de reserva. No sabía si todo ese conocimiento que empezaba a acumularse sin límite le serviría en el futuro, pero por fin se sentía capaz de hacer algo.
El recorrido habría sido perfecto si Persefone no hubiera salido con aquella idea tan loca.
Perry dormía en la cama que compartían cuando entró al cuarto. No respiraba, y sólo se dio cuenta de que estaba acostado allí cuando se lo topó al meterse bajo las sábanas desordenadas. Marion le abrazó por detrás, pero él se había despertado con su llegada, y se volteó a abrazarla de frente, apoyando la frente sobre su hombro. Vio que había tomado más de la dosis al notar su piel cálida. El rozar su frente contra ella no fue algo inintencionado. Le sintió sensibilizarse por completo a su contacto, los cabellos de su piel erizándose, sus piernas enredándose entre las suyas. Llegó a temer que hiciera algo más, pero le sintió oler el perfume de Persefone en ella, y se quedó repentinamente quieto.
-¿Ella es suave contigo? -preguntó.
-No quiero hablar contigo de eso -dijo ella, incómoda.
Le sintió alejarse, y su mano se apoyó en su abdomen. Marion, tensa por esa cercanía, quiso mover sus manos para bajarse el camisón, al notar que se había subido hasta medio muslo al Perry enredar sus piernas con las suyas. Él estaba en calzoncillos largos y camisa ancha de dormir, pero...
-¿Por qué?
-Es privado -dijo Marion, riendo, tratando de quitarles la tensión.
Entonces se inclinó para besarla superficialmente en los labios. Fue tan ligero y cuidadoso que Marion apenas vio intención en ello.
-Pensé que teníamos confianza. No seré malicioso contigo acerca de eso, sólo quiero saber si Persefone es buena para ti.
-Yo sabré si es buena para mí -dijo Marion, molesta.
-Ya lo sé, pero...
Se quedó en silencio. Sintió su pulgar acariciar su abdomen. Siempre hacía eso ahora que el corsé se había ido para siempre. “Es blando. Ningún hombre se siente así contra mis manos. Es reconfortante sentir algo diferente”, le había dicho una vez.
-Es cuidadosa conmigo -le susurró.
Era mentira. Persefone era apasionada y brusca alguna veces, pero a Marion le gustaba que fuera así.
-Creo que tiene más experiencia que yo, así que sabe mis límites.
No conocía límites, especialmente si ella le estaba pidiendo más cada vez. Tal vez debiera empezar a fingir candidez, para que de ese modo Persefone no volviese a sugerirle lo que le había sugerido mientras volvían a casa.
-Pídele a Perry que se nos una un día.
Sólo recordarlo la enojaba. Persefone se había mostrado bastante confusa tras su negativa, como si no hubiera algo seriamente equivocado en ello.
-No le pidas a Perry algo que no te dará -le dijo ella, indignada.
-Puede dármelo. Tiene otros gustos pero sigue estando dotado de algo que yo no.
-¡Perry no es un juguete!
Le acarició a su esposo la cabeza, y le sintió relajarse, con la cabeza apoyada en su hombro de nuevo. Había vuelto a enredar sus piernas en las de ella, tensándola. Estaban tan cerca de cruzar los límites que la asustaba, y Persefone había dicho que la sangre ajena podía hacer locuras contigo, locuras de las que podría arrepentirse.


Jude vigilaba como una araña su presa. Había visto ese comportamiento antes, cuando eligió a su primer Compañero, el cual él mató después, por supuesto. Y el objetivo empezaba a tornarse en Marion además de Perry de repente, lo cual lo confundía. Podía fantasear con ser Compañero de aquel vampiro que se arrepentía de haber convertido, pero no Marion. Si Perry se iba a la rastra de Elliott algún día, manipulado al fin, él recibiría a Marion con los brazos abiertos.
Ver a Persefone besar a Marion había evaporado el último mililitro de sangre consumido antes de la obra. Persefone no solía tocarla tan íntimamente delante de otros, especialmente delante de Perry, a quien seguía deseando como al principio, pero había hecho una excepción en esta ocasión, provocándole aquellos celos irracionales.
Fantaseaba con Marion. La había visto retorcerse en su cama en sueños, sumisa, esperándole, para luego verse a sí mismo con el rostro de aquel vampiro a quien todos en aquella casa parecían esperar, incluso Philip. Todos allí tenían una debilidad por Perry que no entendía, y lo enfermaba.
Su deseo por Marion empezaba a nublar su deseo por tener a Elliott de Compañero, lo cual era todavía más frustrante. Había estado siglos con una meta fija e irreemplazable y, ahora Marion, con su sonrisa suavizada por la ceguera lo estaba haciendo olvidarse de Eloy Dattoli, y eso le era perturbador, ya que serían siglos de existencia desperdiciados. Si pudiera tenerlos a los dos para él, sería ideal.
Por eso debía seguir con el plan. Seguía temiendo ver a Elliott largarse de nuevo, convenciendo a Perry de abandonar a Marion. Pensaba tan mal de aquel Perry que verlo perseguir a un vampiro más joven era perfectamente posible.
Y lo fue definitivamente después de la segunda representación de la obra, esa medianoche.

Las butacas estaban llenas esta vez. Se había corrido la voz sobre las medidas tomadas por los actores en la primera representación, y Perry no tuvo más que estar en júbilo. Iba a dejarlos marcados por el resto de su vida.
Elliott ya había establecido que no le importaba. Si se quejaba después, que se olvidara. Era conciente de haber dicho que la obra era lo que menos le importaba ahora mismo, pero las cosas habían cambiado ante el público tan mojigato del día anterior. Si había algo que le molestaba eran las fachadas.
Sabía cual sería su movimiento. Él estaba en el escenario primero que Puck. Cuando el fauno entrase, él se le aproximaría colgándose de aquella cuerda que hacía de liana y que colgaba de un lado del escenario desde un gancho en el techo, y que Persefone había mandado instalar para esa escena en especial, y para una de Titania. Luego cogería a Puck de la cintura como ayer, y le besaría en los labios empujándole hacia atrás mientras él le sostenía a la perfección. Ya quería oír los reclamos del público. Sería incluso mejor si reclamaban en el instante mismo. Tantos años de esconderse le habían inspirado un deseo por el rechazo. Era su alimento, su inspiración.
-Pareces más animado hoy -le dijo Persefone.
Perry se volteó hacia ella, mientras se maquillaba vello oscuro en el abdomen. Lo había probado ayer, y le había maquillado algo de este a Elliott también. Le daba más aspecto de fauno, a falta de las pezuñas.
-Espero seas más valiente hoy -dijo la vampireza.
-Hey, no soy de dos decepciones seguidas.
-Así me gusta -dijo ella, apretándole la mejilla.
La vampireza salió del camarín más optimista. Marion, frente a un espejo, era maquillada por un asistente. Sin pensarlo mucho, fue y la besó en los labios.
-¡Pe...! Perry -dijo ella, sorprendida- . Acabo de maquillarme.
-Hoy haremos polvo al público -le dijo.
Se revisó en el espejo y se quitó los rastros de color de los labios.
-Persefone, de hecho, quiere que me beses hoy, ya que ayer no lo hiciste -dijo Marion.
-¿Persefone quiere te bese?
-Sí. Es una obra, no significa nada.
-Supongo que el público sí aprueba nuestros besos -comentó, un poco molesto. Pero eso no pudo desanimarlo.
-Sí. Ya sabes cómo es la gente -dijo la joven.
Le habían puesto rosas en el cabello. Se veía preciosa. La venda en sus ojos estaba allí, no obstante. Al principio de la obra sugerían la ceguera de Titania, el personaje de su esposa, por lo que el público no había hecho preguntas.
La obra empezó a la hora esta vez. No quedaba ninguna butaca ocupada, e incluso había gente parada, algunos niños, de hecho. Perry quedó un poco helado ante eso, pero no se echó atrás con la idea. Persefone, de hecho, también vio a los niños, y siguió aprobando el cambio de planes de Perry.

Estaba tenso de la cabeza a los pies. Había tratado de fingir estar bien, incluso había bebido menos sangre en casa para prevenirse de sentir algo real, pero al llegar al teatro, Persefone le había metido una copa entera por la boca. La vampireza tomaba todas las precauciones posibles, especialmente con un público lleno de vampiros bien saciados. Serían sangre de segunda mano para Elliott, pero seguían siendo una tentación. Por ello, ya antes de la obra, su piel estuvo cálida como la de un bebé. Iba a sentir todo lo que temía sentir cuando Perry se acercara y le besara. O tal vez comprobaría que aquel no era más que amor de amigos, que veía a Perry como a un hermano mayor. O uno menor, de hecho.
La gente estuvo quieta mirando el primer acto. Este era bastante plano en su opinión, pero aquella gente que fingía recato estaba feliz con ello. Como Perry había dicho, se sentían rebeldes por venir allí, vampiros de alta sociedad. Nadie les quitaba esa sensación de superioridad, ni siquiera la pobre decoración del escenario.
Cuando acabó la primera escena del Acto II, y Perry pasó por su lado, allí a un lado del escenario, y Elliott sintió escalofríos. Vio su espalda ancha alejándose, y le oyó empezar a decir sus líneas. Elliott dio un suspiro, retorciéndose las manos, y visualizó sus líneas en el libreto hecho jirones.
-”Quisiera saber si ha despertado Titania; y en seguida, sobre qué objeto recayó su primera mirada, como que ha de estar loca por él...”
-Ahora vienes tú, Elliott -le dijo Persefone- . Lo harás bien.
Él asintió, sin embargo, no pudo esconder su nerviosismo mientras salía.
-”Aquí llega mi mensajero -dijo Perry, irradiando entusiasmo y malicia por su travesura hecha a Titania. Tomó la liana que en realidad era una cuerda, y diciendo las siguientes líneas, se colgó de ella- ¡Y bien, travieso espíritu!
Aterrizó frente a él y lo tomó de la cintura. Elliott contuvo la respiración y Perry le besó en los labios entreabiertos, empujándole hacia atrás. Elliott se sostuvo de Perry con un brazo en su hombro izquierdo, el que daba de frente al público, pero el otro brazo lo levantó hacia atrás gracilmente, haciendo que quedase horizontal cuando el empujón terminó del todo. Perry lo sostuvo de la nuca con el antebrazo para que no cayera, y Elliott alzó una de sus piernas.
Le sostuvo con seguridad, y su corazón siempre muerto no tardó en dar la patada que tanto había temido. Una singular patada que hizo a su cuerpo fingir algo de vida por un instante.
Perry fue algo bruscó al aterrizar en sus labios, y el beso fue superficial, si bien sus labios estaban entreabiertos. No obstante, duró lo suficiente para aturdirlo. Sintió su brazo fuerte alrededor de su cuerpo, no como ayer, en que apenas le sintió a causa de su preocupación por decir sus líneas bien. También fue conciente de su torso contra la mitad del suyo, rozando levemente, y su brazo tras su nuca. Elliott descansó la cabeza por completo en ese brazo, a diferencia de ayer, en que se tensó por completo para mantenerse en vilo, cuando en realidad había sido absolutamente innecesario. Perry era suficientemente fuerte para sostenerlo, y él lo suficientemente ligero para no caer producto del impulso.


Los labios de Perry se separaron de los suyos con suavidad, después de dos eternos segundos. Le presionó el torso hacia adelante para ayudarlo a enderezarse, y continuó su diálogo de inmediato.
-”¿Qué nocturna nueva prevalece ahora en este misterioso bosquecillo?”
Le miró con atención, mientras Elliott callaba.
Sólo entonces el sonido que reinara a su alrededor volvió. La impresión dada al público por ese beso aún prevalecía, pero no se armaba ningún escándalo. Elliott, se había dejado ir inconciente de lo que le rodeaba. Ahora, tras tres segundos de espera por parte de Perry, Elliott aún no contestaba con su parte del diálogo.
-”Dime, sirviente mío. ¿Qué noticias traes?” -improvisó al verlo en silencio.
-”Ahm... Mi ama está enamorada de un monstruo -dijo con tono afligido- . Cerca de su recóndito y consagrado retrete, mientras ella pasaba la lánguida hora del sueño, una partida de ganapanes, rudos artesanos que...”
Lo dijo sin mucha gracia, la verdad, pero Perry no reaccionó de ningún modo, y Elliott trató de volver a sí mismo mientras decía su parlamento. Los parlamentos de Puck siempre eran condenadamente largos.
Cuando Oberon volvió a hablar, ya estaba algo recuperado.
-”Mejor ha salido esto que cuanto yo podía imaginar...”
Esto no está nada bien. Porqué me siento de este modo a esta altura de la vida. Perry no es nada extraordinario. Me he topado con hombres más atractivos que él..., se decía a sí mismo mientras Perry hablaba, dando una actuación magistral.
El resto de la obra fue bien, pero tuvo la sensación en todo momento de que estaba haciendo el ridículo. Ayer lo había hecho bien, Perry incluso lo había felicitado, pero Puck era más expresivo que él.
-Mañana no vendrá nadie -dijo Persefone con una emoción que no concordaba para nada con sus palabras.
-Claro que vendrán. La curiosidad mueve montañas -dijo Perry, travieso- . Dios, hace tiempo que no tenía esta sensación. Puedes cambiar las opiniones de la gente con el teatro. Había olvidado eso.
-No creo que cambiemos la opinión de nadie con esto -dijo Jude.
Elliott miró al vampiro con algo miedo. Fulminaba a Perry con la mirada.
Aquel beso había sido una mala idea. ¿Y si Jude volvía con su obsesión por deshacerse de Perry?
-Estuviste muy bien -felicitó Perry a Elliott- . Creo que mañana saldrá aún mejor.
-Fui un desastre -dijo.
-Te quedaste algo en blanco después de aquella ocurrencia de Perry -dijo Jude- . Cualquiera diría que sentiste algo, siendo esta una obra de teatro. Me refiero a que no debemos creernos las emociones que expresarnos en el transcurso de ella.
Elliott bajó la cabeza, sin decir nada.
-Y tú podrías mejorar tu actuación como Bottom. Se supone que la gente debe sentir simpatía ti -dijo Perry.
-Bottom es un perdedor -dijo Jude- . Y Oberon un sinvergüenza.
A Perry esto le resbaló. Estaba demasiado animado para que algo lo desanimara.

Perry vio a Elliott ir hacia el biombo, cogiendo su ropa en el camino. Los demás actores se estaban cambiando en otros biombos, y Marion estaba frente al espejo quitándose el maquillaje con ayuda de Persefone.
-Creo que hay alguien esperando en la puerta -dijo Marion.
Persefone se volteó a ver. Perry, con las emociones hasta el cuello, vio a una mujer mayor que había estado sentada en primera fila. Debía haber visto el beso en todo su esplendor.
-Eso fue maravilloso. La mejor versión que he visto.
-¿Escuchaste eso, Elliott? -le dijo a al chico, volteándose a mirar el biombo.
Este estaba lo suficientemente cerca de uno de los espejos, y cuando vio lo que vio prefirió no haberse volteado hacia allí.
Elliott estaba secando la sangre que estaba saliendo de sus ojos. Su expresión estaba levemente quebrada.
Cuando estuvieron de vuelta en casa, Elliott anunció que se iría de cacería solo. Persefone no dijo nada al respecto, mientras se servía un trago de sangre embotellada. Perry decidió seguirle.
Sin embargo, el vampiro, después de alejarse unas calles más allá, se subió a la techumbre de una casa desocupada. Perry le siguió, esperando ser lo bastante ruidoso para anunciarse a sí mismo y una vez arriba se sentó a su lado.
-Elliott... -le dijo.
-Estaba pensando estar aquí arriba solo un rato -dijo, con una falsa sonrisa- . Además debo esperar a que oscurezca un poco más. A más altas horas, la gente está más vulnerable.
Perry asintió.
-¿Fui muy brusco? Dime si es eso.
-No. Estuvo bien -dijo.
-No te trae malos recuerdos, ¿o sí?
Elliott negó con la cabeza. Perry dio un suspiro, aliviado.
-No. Sólo una persona más me ha besado de hecho -susurró el vampiro en la noche- . Fue Joy, la mujer de la comunidad en los túneles de Northampton.
-Vaya, entonces sí pasó algo con ella -le dijo, riendo.
Elliott rió también. Perry se había quitado un peso de encima, y le revolvió el pelo, ya un poco confiado en esas demostraciones de cariño. Y fue acertivo, pues Elliott no lo apartó como otras veces.
Perry se recostó sobre las tejas, con una sonrisa de oreja a oreja.
-Tuve que contenerme de mirarlos a la cara cuando fue el beso y todos empezaron a murmurar como desquiciados. Hubo un par de insultos de hecho. Marion estuvo muy feliz del resultado.
-No lo creo. Después de casados, ya nadie besa casualmente.
-Debes tener razón. A Marion le parece tan anti natural -mencionó. Elliott se volteó a mirarlo- . No pasa nada entre ella y yo, pero definitivamente nos besamos de vez en cuando. Sirve para reconfortar. Todos necesitamos de cariño. Ahora entiendo porqué algunas mujeres casadas se vuelven tan gruñonas de viejas. Sus maridos no las reconfortan.
Elliott rió por lo bajo.
-Tú y Marion, ¿Lo hicieron alguna vez?
Perry dudó. Quizá a Marion no le gustara que contase esas cosas, pero él y Elliott ya tenían confianza entre ellos.
-Sí. Una vez.
-¿Nunca la has deseado de nuevo?
Perry frunció el ceño. Elliott lo preguntaba seriamente.
-Nunca la deseé de esa forma.
-Ah, pensé que... Pero debiste sentir algo si lograste hacerlo con ella.
Perry se enderezó, pensativo.
-En cierto punto comenzó a funcionar, sí, pero no por ella. En un punto me olvidé de ella por completa, y ella se olvidó de mí. Por eso pudo funcionar.
-Y ahora que comparten lecho, ¿No...?
-No. Nunca.
-Lo siento. Es sólo que...
-... te parece incomprensible que no desee a una mujer. Sí, incluso Jude me lo ha dicho. Es... perturbador.
-Es porque Jude quiere a Marion.
Perry dio un suspiro exasperado.
-No la quiere, sólo la desea. No es lo mismo y eso me desagrada. Si la toca le mataré.
-Yo no te detendré.
Perry rió por lo bajo.
-¿Qué hay de Persefone?
-Oh, ella puede hacerla feliz -dijo sonriendo que cierta picardía- … mientras no la use como una muñeca.
Elliott frunció el seño, sin entender. Perry renunció a hacerlo entender y guardó silencio. Después de todo, era lo que él sentía, y al no poder decírselo a Marion por miedo a lo que pudiera pensar de él, se lo decía a aquel vampiro que lucía de dieciocho años, pero que había visto mucha más vida que él. A Marion no podía decírselo, no después de lo tensa que se había puesto ayer al acostarse con ella. La había besado, y había sido total responsabilidad de la sangre que había bebido. Recordaba haberse sentido algo sensible, tanto que incluso tocar a Marion en el abdomen fue un tanto estimulante. Sin embargo, la sensación no pasó más allá del bienestar tactil. Tal vez, después de todo, sólo fuera lo que sentía normalmente en vida al tocar a Marion, y no el deseo que Elliott y Jude tanto creían que pudiera sentir por su esposa.


Las representaciones de la obra siguieron viento en popa, pero también las salidas de Persefone y Marion al Moulin Rouge. Parecía que había una cara del mundo que Marion nunca había conocido, y estaba a sus pies lista para ser explorada y unirse con ella. Moulin Rouge supuso todo un mundo de nuevas sensaciones.
-Esta es la novena noche que pasas lejos de tu esposo -le dijo Persefone.
-Técnicamente no seríamos esposos ahora mismo.
-Esto me dice otra cosa -le dijo, tocando su cabello, desparramado como una cortina a un lado.
Nunca se enredaba, nunca se cortaba. Era oro sempiterno en la forma de lianas de árbol. Marion pudo sentir el toque de Persefone sobre él, como si fuese piel, y le dio un escalofrío, pues eran miles de uniones con su cuerpo que sentían esa caricia, como dedos.
Se dio cuenta de ese cambio en su cuerpo apenas se convirtió en una vampireza cuerda y dueña de sí misma. Llevaba el pelo atado todo el tiempo al inicio de aquella aventura sin fin, y fue Perry quien evidenció ese cambio sifnificativo, del cual Marion no hizo cómplice. Tanta sensibilidad la hacía desconcentrarse, y cada vez que lo rozaba era una erupción dentro de sí.
-Si no fuera por él lo habrías cortado. ¿No quisieras hacerlo ahora?
Las garras afiladas de Persefone, que parecían crecer en momentos de profunda provocación, rozaron las puntas, cortándolas. Marion cerró los ojos con fuerza.
-¿Duele?
-Sólo un poco.
Persefone apoyó las manos en su abdomen desnudo, allí sentada sobre sus caderas, y pasó esas garras por allí, asustando a la joven de cabellos dorados. Persefone se había vuelto algo controladora, segura en el hecho de que ella y Perry se quedarían. “Eres mi Compañera ahora. No te atrevas a ir a ningún lado”.
-Siento haber sugerido aquello semanas atrás. Invitar a Perry.
-Él no vería atractivo alguno en estar con nosotras. Con ninguna de las dos -dijo Marion.
-Es una pena. Pocos hombres saben tratar a una mujer.
-¿A qué te refieres? Todos los hombres deben...
-No todos. Me contaste lo que hizo contigo cuando yació contigo por primera y única vez. Crees que los maridos dan placer a sus esposas sólo porque nosotras sabemos cómo, algunas de nosotras...
-Todas las mujeres debemos saber, es nuestro cuerpo.
Persefone la miró casi con pena.
-No todas. Vivimos en la ignorancia, Marion, y los hombres sólo están al tanto de sus propios placeres. Pero Perry Whitmore, Marion... ¿Quién le enseñó? ¿No te gustaría saber?
-No. Con que lo supiera me bastó.
-Sí que te bastó -dijo Persefone, sonriendo, y acostándose sobre ella. Marion dio un quejido, pero no necesitaba respirar, por lo que no hizo reclamos- . Debes saber que él me agrada. Se los hice saber a todos cuando nos conocimos en Amiens.
-¿Lo hiciste?
Persefone rió por lo bajo.
-No me mientas. Temiste por mucho tiempo que quisiera quitártelo.
-No temí. Ya te lo dije, confío en Perry, y si él cambiara de Compañera, no se juntaría con una mujer.
-Los hombres son un misterio y él no deja de ser uno. No estés tan seguro de sus preferencias.
-Estoy bastante segura de sus preferencias -dijo Marion.

Se removió de nuevo en la cama, inquieto. Eran ya dos meses desde que todos llegasen a París, y la decimonovena noche desde Marion no durmiese o despertase en esa cama con él. Ella usualmente tomaba más sangre que él, y siempre le brindaba un poco más de ese calor que sólo cuando sentía cerca daba cuenta de su necesidad por él. Ahora estaba en una cama imposible de entibiar con un cuerpo helado como el suyo.
Se volvió a bajar las mangas del camisón hasta las muñecas.
Recordó que Garrett y él siempre tenían que dormir muy apretados en la cama. Tenía una cama de una sola plaza, muy pequeña para un sólo hombre incluso, pero tenía que arreglárselas con ella, un escritorio, una silla y una tina. Nunca tuvo nada más, excepto una repisa llena de libros, cuya tercera parte se componía de algunos nunca devueltos a bibliotecas universitarias.
-Me rebanarían el cuello si supieran -le dijo una vez mientras Perry los revisaba.
Se inventó en su cabeza la continuación, a Garrett quitándole el libro de las manos e inclinándose al lado de su silla para robarle un beso. Sin embargo, la falta de sangre en sus venas literalmente le impidió sentir algo ante lo que vio en su mente relatarse, como un rompecabezas de una fertil primavera con piezas de color gris.
Sin embargo, continuó. Había botellas llenas en el comedor de Persefone, esperando por él, pero continuó encerrado en esa penumbra sólo iluminada por la vela de la mesa de luz. Miró la vela fijamente, imaginando a Garrett besando su cuello mientras él intentaba mantenerse dentro de esa silla. Comenzó a sentir un dejo de cosquilleo en el estómago, y supo que su cuerpo empezaba a no escuchar. Apretó los párpados con fuerza, con renovada esperanza por esa sensación de vida, y siguió construyendo esas fantasías en la cabez. Sólo el imaginar la caricia de la mano de Garrett en su nuca le hizo sentir esa chispa de nuevo, esta vez cerca de su ingle. Y de nuevo un beso trepando por su cuello, hasta su mentón, hasta sus labios.
-Te amo, Perry...
Sintió las lágrimas de sangre acudiendo a sus ojos, y sintió la comezón en la garganta avisándole que la sed empezaba a aquejarlo. Se abrazó a sí mismo, resistiéndose. Sólo iba a tomar al atardecer siguiente, para la obra. Así había sido cada día, y no iba a aumentar la dieta. No quería sentir más que lo necesario sobre el escenario.
Sin embargo, no se dio cuenta y su mano se afirmó del velador para apagar la vela botándola al piso. Se levantó de la cama sintiéndose famélico, y caminó a zancadas por el cuarto con la intención de visitar las estanterías del comedor.
No pudo creer su falta de voluntad. Su cuerpo prácticamente se había mandado solo en pos de la supervivencia, ese instinto traicionero. Vació una copa en pocos minutos.
-No creo que sea buena idea aumentar las cantidades -dijo Elliott- . Volverás a sentir el mismo tipo de sed que sentiste después de esa obra de teatro a la que fuimos, ¿recuerdas?
Perry limpió la copa, avergonzado.
-Debes limpiarte las mejillas también.
-Maldición...
Se tapó el rostro, abrumado. Elliott había aparecido en mal momento.
Volvió a su cuarto para sacar agua de la destinada para el baño del día siguiente. Normalmente Marion iba a aquel cuarto a limpiarse, a pesar de que en el último tiempo el cuarto de Persefone era el suyo.
-Sólo hazlo. Tú eres el actor aquí -recordaba las palabras de Persefone, las únicas que mantenían el respeto que pudiera perder a causa de los celos- . Aquí viene público marginado a verse reflejado en el escenario, ¿Lo entiendes?
Puso agua en la fuente de metal sobre el mueble con espejo, y se limpió las mejillas mientras Elliott observaba. Se había sentado en la cama de Marion, e irradiaba calor. Aún duraba en él la energía de la ración del atardecer. No había gastado todo en el escenario, ya que sabía racionar mejor. Perry se preguntaba si podría alcanzar tal habilidad de autocontrol. Sólo los aplausos al final eran suficientes para llenarlo de una emociones apabullantes, las cuales se llevaban toda la energía que debiera dejar para el día siguiente.
Comenzó a sentir los efectos secundarios de la ración extra de sangre en ese momento. Dejó las manos dentro del agua, y pudo sentir el fluir detallado sobre su piel, las partículas acariciándolo, aquietándose lentamente, pero aún siempre en movimiento, como si todo se estuviera expandiendo a su alrededor. También recordó el recuerdo de Garrett dentro de la tina en su pequeño cuarto de soltero, y él besándolo tan calurosamente que le hizo correrse mientras seguía dentro. Alzó la mirada hacia el espejo, sintiéndose aturdido por aquellas sensaciones que tenía desde hace mucho, y comprendió que la ausencia de Marion era la que lo había hecho caer en la nostalgia. La imposibilidad de poder hablar con alguien antes de dormir, la incapacidad de llenar su mente de otras cosas...
A su espalda, Elliott le miraba atentamente, con las manos unidas sobre sus piernas. El dramatismo que le daba a su expresión el desteñimiento del iris le fue repentinamente adorable.
Bajó la mirada a la fuente con agua. Estaba sucia con manchas de sangre que aún danzaban sin unirse con el agua. Seguían definidas, como cabellos rojos estirándose y dánzando en perfecto espiral.
Aturdido por lo que acababa de ser plantado en su cabeza, fue a sentarse contra la cabecera de su cama, dispuesto a deshacerse de esos pensamientos. Beber sangre cuando deseaba tanto dormir había sido una mala idea.
-¿Jude no te requiere a estas horas? -preguntó a Elliott, al tiempo que sacaba un libro de debajo de la almohada, intentando distraerse.
¿Y si iba afuera en busca de algún hombre con quien satisfacer esas pulsiones? No. Con Garrett en la cabeza no iba a hacerse ningún bien encontrándose con un hombre, muchos menos con uno vivo. No conocía a muchos más vampiros y...
Philip.
Philip le había dado pocas pero claras señales. A menos que exagerara. Qué va, tal vez sólo era francés y educado. Debiera dejar de ver cosas donde no las había.
¿Y si sólo iba a comprobarlo? No perdía nada, quizá el respeto de un hombre que sólo intentaba ser atento con él...
-Perry... -lo llamó Elliott.
Miró el libro, dándose cuenta de que su mente se había ido por la tangente. Se suponía que debiera estar intentando distraerse. Pero mientras pensaba en esto, leyó el nombre “Gareth” en una de las páginas, como si el destino le estuviera dando una mala jugada.
Dio un suspiro, y se pasó la mano por el rostro, tratando de despejarse.
-Estoy bien -le dijo a Elliott.
-No. Perry...
Elliott se levantó de la cama de Marion, y caminó hacia la suya. Perry intentó buscar otra página, en la esperanza de disimular su malestar al menos ante Elliott, quien estaba preocupado.
Elliott se subió a la cama, y ni siquiera esto le dio un aviso. Sólo lo hizo el que se trepara sobre sus piernas, sentándose sobre ellas. Perry quitó el libro de en medio, cogido por sorpresa.
-¿Qué haces...?
Lo empujó tomándolo de los brazos por reflejo, pero Elliott se inclinó hacia él sin que su fuerza hiciera efecto en él.
-Sólo uno...
Elliott pasó el brazo por detrás de su cuello, y lo besó en los labios con algunos titubeos, pero que no disimularon en nada su ansiedad. Vio la ansiedad impresa en su rotro sólo segundos antes de que aquello ocurriera, pero sospechaba que la había mostrado desde el momento en que le había visto en el comedor. Sólo que Perry no había mirado bien. No lo había mirado. Nunca miraba a Elliott, sólo lo hacía durante la obra cuando era otra persona y no él mismo. Sólo entonces estaba del todo permitido. En la obra no eran ellos en realidad, de todos modos.
-¿No te pareció extraño que te invitase a cenar así sin más? -le había preguntado Garrett, en esa primera cita.
-La verdad no. Me gusta la gente espontánea.
-¿Ah, sí?
Sentía el cosquilleo por todo el cuerpo. Lo recordaba bien. La atracción había sido tan inmediata que Perry creyó que sólo duraría unos días, que después de aquel encuentro en su departamento, donde sólo hicieron, no sintieron, no habría más, pero ambos siguieron buscándose con excusas baratas, hasta que finalmente, cuando resolvieron encontrarse en un cementerio, porque según Perry le gustaba ver los hombres de las lápidas a ver si se encontraba con algún nombre extraño, Garrett le besó sin avisar, disparando aquellas sensaciones que había estado sintiendo alrededor suyo por días, sin que nada hiciera mella en ellas para que se desordenaran como lo hicieran en ese momento. Garrett sólo lo había besado una vez antes de eso, al principio de la primera vez que lo hicieron, un día después de que se conocieran. Pero los besos eran para enamorados, pensaba Perry, y se lo dejó claro. No obstante, ese beso en el cementerio lo confirmó para ellos. Estaban ante algo diferente.
-Elliott, no... -le dijo al chico, alejándolo de sí.
Aquella era la vida real, no un recuerdo, y no sintió nada más que confusión.
Elliott había agarrado los dobleces de su camisón, y no los soltó cuando Perry logró alejarlo de sí.
-No -repitió Perry- . Esto no puede pasar, ¿me entiendes?
-Acabas de beber sangre -susurró el chico.
Perry frunció el ceño.
-¿Y qué?
Le empujó todo lo amablemente que pudo, y Elliott se quitó de encima, apoyándose contra la pared junto a la cama. Perry se puso los zapatos, que no se había puesto para ir a la cocina, y se abrochó los cordones notando el nerviosismo que lo abrumaba. Podía sentir la presencia cálida de Elliott tras de sí, y estuvo a punto de reconocerse a sí mismo que habría querido tenerlo abrazado contra sí por detrás si Elliott no se hubiese parado de la cama yéndose sin petición alguna del dormitorio. Perry dejó los zapatos a medio atar, y se quedó mirando el suelo sin atreverse a levantar la vista. Alguien se había asomado a mirar por la puerta dejada abierta: Philip.
Se levantó de la cama con el zapato a medio abrochar, y fue y posó la mano en la puerta.
-Buenas noches, Philip.
-¿Seguirá el mismo horario que la señora Persefone? Yo no sigo el horario: no duermo.
Perry le miró atentamente. Sus señales eran claras, ya no había duda de nada.
-Normalmente voy a la biblioteca para entretenerme. La biblioteca puede ser un lugar adecuado para casi todo, ya que los libros lo dicen todo.
Perry se sintió levemente excitado. Sin embargo, apartó la vista de él, conciente de sus buenos atributos, y le dijo:
-Por la noche intento dormir. Buenas noches.
Philip sonrió, dado por vencido.
-Buenas noches, señor Whitmore.
Cerró la puerta.



Qué son los "orgasmos de piel" y quiénes los sienten


"Era mi tercer año en la universidad y estaba en la habitación de un amigo", recuerda Psyche Loui.
"Pusieron el concierto de piano número 2 de (el compositor ruso Sergei) Rachmaninov en la radio y me cautivó al instante".

Cuenta que un escalofrío le recorrió la columna vertebral, que sintió mariposas en el estómago y se le aceleró el corazón.

Lee también: ¿Qué es ese escalofrío que sientes al escuchar música?

Y a día de hoy escuchar la canción le provoca la misma reacción.

"Los sutiles giros melódicos y armónicos de la segunda mitad (de la canción) me siguen atrapando", se justifica.

Loui es una consumada pianista y violinista, pero no es necesario ser un experto para que una canción te altere los sentidos de esa manera.

Puede ocurrirle a cualquiera y en cualquier momento: en una catedral o en un centro comercial, en una boda o en el metro.

Así que es probable que hayas sentido escalofríos o cosquilleos en el estómago tras escuchar una melodía, pero algunas personas los experimentan con tanta fuerza que los describen como "orgasmos de la piel".

"La experiencia puede ser tan poderosa que no te permite hacer nada más", asegura Loui.

Esa intensa sensación que produce cierta música puede un poco adictiva, como una droga.
Lee también: El efecto liberador de la música en las emociones. Normalmente respondemos de esta manera ante lo que puede garantizar o poner en peligro nuestra supervivencia: la comida, la reproducción, o el aterrador descenso de una montaña rusa.

Así que, ¿cómo puede la música provocar una reacción tan poderosa como el sexo en el cuerpo y en la mente?

Temblores, rumores y más
Años después de su primera experiencia con el concierto de piano de Rachmaninov, Loui se
convirtió en profesora de Psicología, Neurociencia y Comportamiento de la Universidad de Wesleyan, en Connecticut, Estados Unidos.

Y recientemente revisó junto a su alumno Luke Harrison la evidencia y las teorías con las que se ha tratado de explicar el fenómeno. Juntos vieron que, más allá del escalofrío que se suele mencionar, las sensaciones pueden ser extraordinariamente variadas.

Por ejemplo, unos músicos profesionales llevaron a cabo un estudio sobre la cuestión en 1991 y descubrieron que cerca de la mitad de los voluntarios que se sometieron a él experimentaron temblores, rubor y sudoración, incluso excitación sexual, al escuchar su piezafavorita. Tal variedad de reacciones podrían explicar el origen de la expresión "orgasmos de la piel".

De hecho, muchas culturas reconocen abiertamente las similitudes entre esas sensaciones con las del orgasmo con el que suele culminar el acto sexual. Algunos lo llaman "orgasmo de piel".

Los sufíes del norte de India y de Pakistán, por ejemplo, discutieron durante mucho tiempo sobre la dimensión erótica de escuchar música. Aun así, Loui y Harrison prefieren usar el término "escalofrío" y ahorrarles así las connotaciones incómodas a aquellos que les describen sus experiencias musicales.

Algunos de estos, tal como le ocurre a la propia experta con el concierto de Rachmaninov, suelen ser capaces de distinguir qué es exactamente lo que les provoca la reacción. Y basándose en esa información los investigadores han podido identificar las características que desencadenan cada tipo de sensación durante el escalofrío musical.

Los cambios repentinos en la armonía, los saltos dinámicos y las apoyaturas melódicas (notas disonantes que chocan con la melodía principal) son al parecer los que provocan las reacciones más poderosas.

"El escalofrío musical suscita un cambio fisiológico que está unido a un punto particular de la música", explica Loui.

Haciéndoles un escáner a los voluntarios mientras escuchan su canción favorita, los neurocientíficos han sido capaces de dibujar el mapa de las regiones del cerebro que reaccionan y trazar así el mecanismo tras el fenómeno.

Dulce anticipación
Una de los claves del mecanismo parece ser la forma en la que el cerebro monitorea nuestras expectativas, dice Loui.

Desde el momento en el que nacemos empezamos a aprender ciertas reglas sobre la composición.
Si una canción sigue las convenciones al pie de la letra, resulta sosa y no suele captar nuestra atención.

Cantar y bailar puede inducir a las personas a ser más cooperativas. Y si rompe con los patrones del todo nos suena a ruido.

Pero cuando la composición de una melodía está en el límite de lo familiar y lo desconocido, es entonces cuando existen más posibilidades de que se produzca el fenómeno. Es que, al no coincidir con nuestras expectativas, la melodía parece asustar al sistema nervioso central y esto provoca un pulso acelerado, disnea y rubor. Y todo esto puede desencadenar un escalofrío.

Es la misma reacción que pueden generar las drogas o el sexo, lo que podría explicar por qué resultan tan adictivas las canciones que producen tales reacciones, dice Loui. Además, una vez que conoces la canción estas sensaciones pueden volverse incluso más intensas.

Se pierde el inicial componente sorpresa, pero terminas estando condicionado para sentir el escalofrío, de la misma manera que el perro de Pavlov salivaba nada más escuchar la campana que anunciaba la comida.

Luego está la empatía, el intento de entender lo que sintió el compositor al crear la melodía o el cantante al entonarla, y la capacidad que las canciones tienen para evocarnos recuerdos. Así, el resultado es un cóctel emocional embriagador con un sabor personal, dice Loui.

"Nuestras propias experiencias autobiográficas interactúan con la música y es por eso que cada quien encuentra su propia canción que le genera emoción hasta el punto del escalofrío", argumenta.

Tarta de queso auditiva
Algunos expertos, como el científico cognitivo Steven Pinker, han solido argumentar que la música
simplemente lleva a cuestas otra maquinaria cognitiva, como la destinada al reconocimiento de patrones, que evolucionó de funciones más importantes.

La música es deliciosa, pero no muy nutritiva...

Es una "tarta de queso auditiva", dice Loui refiriéndose a esta teoría. Y lo explica: "Responde a la idea de que la música es deliciosa, pero no muy nutritiva". Sin embargo, no subscribe del todo lo que dijo Pinker.

En cambio, prefiere hablar de la música como "un instrumento transformador" que ayuda a desarrollar no solo la mente sino también la sociedad. "Piensa en ella como en parque de arena", dice. "Después de haber realizado todas las tareas para sobrevivir, usamos la música como una zona con arena en la que podemos jugar de forma segura, entrenar nuestra mente y expandir nuestras experiencias", cree la experta. "Y no juegas solo en la arena. Lo haces con otra gente".

Así, la especialista considera que la música nos ayuda a ejercitar nuestra comunicación emocional.
Y en ese sentido el orgasmo musical sería la recompensa al esfuerzo de ejercitar la mente y nuestras sociedades.

No existen evidencias contundentes, pero Loui está intrigada por unos estudios recientes que señalan que, cuanto más densa es la conexión entre el sentido auditivo y las partes sociales y emocionales del cerebro, más orgasmos musicales se sienten.

Esto podría ser la demostración neurológica de la importancia social de la música. Otros investigadores han descubierto que crear música y bailar en grupo genera una cohesión y un altruismo mayor. Tal vez el torrente de endorfinas de un orgasmo musical ayude a promover la buena voluntad comunal. Sea como sea, todas estas investigaciones nos hablan de la evolución como especie, aunque es posible que nunca entendamos por qué surgió la música.

Puede que sea una "tarta de queso auditiva", pero nos define y pone una banda sonora a los momentos más importantes de nuestra vida.

Así que, como diría la misma Loiu, ¿quién necesita el sexo o las drogas cuando se tiene a Rachmaninov?

Lee la nota original en inglés en BBC Future

Fuente: Bbc.com

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lunes, 24 de agosto de 2015

Frases Cínicas

"Siempre hay una solución para cualquier problema humano--ordenado, plausible y equivocado."


"Bajo la democracia, un partido siempre dedica sus principales energías a probar que el otro partido no es adecuado para gobernar, y ambos tienen éxito normalmente, ya que tienen razón."


"Un idealista es alguien que, al notar que una rosa huele mejor que un repollo, concluye que también hará una mejor sopa."


"La democracia es la teoría de que la gente común sabe lo que quiere, y que se merecen conseguirlo bueno y a la fuerza."


"Una sociedad hecha de individuos que fueran todos capaces de pensamientos originales probablemente sería insoportable."


"Inmoralidad: la moralidad de aquellos que la pasan mejor."


"El mundo siempre hace la suposición de que la exposición de un error es idéntica al descubrimiento de la verdad, que el error y la verdad son simplemente opuestos. Pero no es lo absoluto el caso. En lo que el mundo se vuelve cuando es curado de ese error, es usualmente simplemente otro error, y muchas veces peor que el primero de ellos."


"Estamos aquí y ahora. Más allá de eso, cualquier conocimiento humano es luz de luna."


"En Italia por 30 años bajo los Bordias tuvieron guerra, terror, asesinato y matanza, pero producieron a Miguel Ángel, a Leonardo Da Vinci y el Renacimiento. En Suica tuvieron fraternidad, tuvieron 500 de democracia y paz, y ¿Qué producieron? El reloj cucú."


"Un cínico es un hombre que conoce el precio de todo pero el valor de nada."


"A la gente anciana le gusta dar consejos, consolándose a sí mismos de no ser capaces de dar ningún otro mal ejemplo." (La Rochefoucauld)


"Tengo que confiar en la naturaleza humana, es en su mayoría como la mía." (Sacha Guitry)


"La vida es una enfermedad de transmisión sexual." (John Cleese)


"The world is a stage and the play is badly cast.” "El mundo es un escenario y los actores de la obra fueron erróneamente elegidos." (Oscar Wilde)


"Sólo los optimistas cometen suicidio: los optimistas que no han tenido éxito siento optimistas. Los otros, al no tener ninguna razón para vivir, ¿Por qué tendrían que tener alguna para morir?" (Emil Cioran)

martes, 18 de agosto de 2015

"Libertar la Oscuridad": Capítulo 27

(Aaniki: para leer los capítulos anteriores, entra a este LINK)

Vio a Elliott beber una copa sangre entera al desayuno. Lo había visto caminar famélico y pálido por el pasillo de los cuartos de huéspedes hacia la solitaria sala de estar, vacía a esas horas tan tempranas, cuando el sol apenas había salido.
Marion regresó a casa por la noche con el parlamento de Titania calcado en su cerebro. Persefone había lograba darle toda la entretención que necesitaba, esto con una aparición sólo introductoria del Moulin Rouge. Marion le relató, soñadora, tras lanzarse en sus brazos en la cama en la madrugada, cómo Persefone la había besado “como se debe besar a alguien”.
-¿Cómo es eso? -preguntó.
-Como si fueras de cristal. Como si tus labios fueran plumas que pudieran desperdigarse por el mundo hasta desaparecer si los presionas mucho.
Perry sintió otra punzada de dolor en la garganta.
-¿Besa mejor que yo? -preguntó.
-¡Oh, Perry! -dijo ella.
Y lo besó en la mejilla con la fuerza y descuido de quien no desea. Perry, algo celoso, se volteó y la puso boca arriba en la cama, para luego atacarla con cosquillas. Estaba agotado y melancólico, pero le dio algo de gozo, dada la sonrisa tan ancha y descomunal que traía en la cara. Su rostro estaba rosado de vida, y Perry, aprovechando esos deseos por acariciar, descansó sobre su pecho, dejándose acariciar en el cabello. Sin embargo, pronto fue Garrett quien acarició su pelo. Se preguntó cuándo le diría a Marion lo que había encontrado en su visita al cementerio en Londres.
No supo porqué lo había recordado en medio del ataque de motivación por decir todo el texto de Oberon de un santiamén allí encima del techo de la casa. Empezaba a sentir afición por verse escuchado por Elliott, un vampiro con tantas experiencias de vida. Elliott había adquirido la actitud propia de un ermitaño que ha visto tanto y hablado tanto consigo mismo, que ahora prefiere escuchar, olvidado de que los demás también quieren escucharlo a él, ya que uno mismo nunca es suficiente. Él quería escuchar a Elliott. Hacer un voto de silencio y no pensar en Garrett y en el vacío en su estómago.

El tercer día de la semana fueron al teatro clandestino a ensayar sus líneas. Los vistieron con los trajes, encontrándose Perry con que no usaría nada arriba, ni siquiera vello artificial como solían hacer en la Compañía en Bristol. Vio a Elliott intervenir ante uno de los jóvenes que le estaban vistiendo sobre su propia vestimenta.
-Quizá podríamos pintar algo de vello para dotarlo de ferocidad. Puck es un fauno, una criatura del bosque. Los faunos secuestraban a las doncellas y se aprovechaban de ellas como viles demonios...
Perry rió por lo bajo. Elliott alzó la vista.
-Estás pálido. Tendrás que pedir sombras -le dijo, indicando su torso.
-¿Sombras? -dijo el muchacho que vestía a Elliott.
-Sí, sombras -dijo Elliott cortante- . ¿No me oíste? Ese cajón está lleno de ellas, las vi.
-Nunca hemos maquillado a nadie. Es otro quien se encarga de eso.
De pronto veía al Elliott desagradable de nuevo. No pudo más que provocarle risa.
-Déjalo. Yo sé maquillar. ¿Dónde están las sombras? Y recuerda que este es un ensayo.
-Debemos hacerlo lo más realista posible.
-Lo más cercano posible del resultado final. Pero sólo el viernes tendremos el ensayo general.
-Tenemos muy poco tiempo. No lo lograremos -dijo Elliott, pasándole el maquillaje.
Se sentó en una silla frente a un espejo, mientras Perry se ponía frente a otro.
-¿Cómo es que sabes cómo pintar?
-Soy un artista frustrado.
-¿Frustrado?
-No me gusta el color. Prefiero el dibujo en seco, retratos pulcros, a veces de mí mismo, y eso no gustó a mis profesores.
Elliott rió por lo bajo, mientras Perry se pintaba el torso. Se veía extraño de ese modo, frente a un espejo mirándose a sí mismo.
-Dirían que sufres de vanidad compulsiva.
-Que cojan su concepto de vanidad y se vayan lejos. Y si es así, corrompí a Marion. La hice vanidosa y desde entonces no hay mujer que le guste más que sí misma.
Elliott se tornó serio. Quería despejar una duda.
-Entonces ella de verdad... gusta de otras mujeres.
-Sí. Y no puede haber nada más hermoso que eso. Nunca lo creí posible, pero según Marion es posible para ellas llegar hasta el final del camino. Debieran escribirse poesías sobre eso.
-Si pueden llegar hasta el final del camino, las damas, entonces no es poético en lo absoluto. Es carnal.
Perry se volteó a mirarlo reprobatoriamente.
-¿Crees que es sucio?
-Dije que es carnal, no sucio.
El vampiro se lo quedó mirando pensativo, no habiendo esperado una respuesta de esa naturaleza. Había creído que Elliott era una persona más intolerante respecto de las prácticas en la cama. Después de todo reprobaba a los hombres. No tenía ningún sentido.

Ese sábado el teatro no se llenó tanto como hubiesen querido. Esperaron por veinte minutos a que los últimos llegaran, mientras algunos de los actores perdían compostura a causa de aquel alargue. Elliott de por sí estaba nervioso por la reacción de la gente ante sus ojos, a pesar de que serían todos vampiros. Ninguno de sus congéneres tenía un descoloramiento tan radical de sus iris.
-Supongo que esta obra es menos popular aquí -dijo Persefone.
-Quienes vienen a ver el teatro clandestino, ¿tienen conocimiento de lo que ocurre diferentemente de las reproducciones usuales? -preguntó Marion.
Perry estaba junto a ella, viéndola nerviosa con un báculo de lianas y madera en la mano. Lo usaría de guía por el escenario.
-Sí. El Mercader mismo fue presentado de esa manera la temporada anterior.
Perry miró hacia atrás, a la puerta del camarín.
-¿No será tiempo ya?
-Hay ochenta y cuatro personas en los asientos -dijo Marion- . ¿Qué más podríamos esperar?
-Normalmente no están por debajo de las ciento cincuenta.
-Sólo hagámoslo -dijo Perry.
-De acuerdo. Ve a avisar a los actores.
Perry fue hacia el camarín. Comenzó a considerar como realmente correcta la decisión de no besar a Elliott. Es decir, a Puck. Tal vez la gente no venía porque se sentía incómoda ante los cambios hechos. Tal vez los parisinos eran menos liberales de lo que creían.
Minutos después, no obstante, pudo ver la expresión de consternación de Persefone desde la primera fila, cuando la Escena II del Acto II dio su introducción. Sólo estaba iluminado el escenario, pero parte de la luz de las lámparas de aceite camufladas detrás de biombos transparentes y paños de seda, y que daban al escenario un aire misterioso y verdoso, iluminaban la primera fila cuando soltó a Elliott sin haber tocado sus labios.
En cuanto a Elliott, este era significativamente más liviano de lo que había esperado. Le rodeó con un brazo, como habían coreografiado en el ensayo general, y él se dejó caer hacia atrás como las doncellas de los cuentos. En el mismo Romeo y Julieta que hicieron en la pequeña compañía de Bristol, Romeo presionaba a Julieta hacia atrás mientras la besaba. Elliott, en este caso se dejaba ir porque era de mentira, y porque prefería controlar sus movimientos para no caer. No confiaba en Perry lo suficiente. Sin embargo, Perry sí confiaba en sus propios movimientos, más ahora que era un vampiro. Era más ágil y coordinado que cuando era humano, la rapidez de movimientos ya no era tan trabajosa, y se sentía más ligero, aunque no lo fuera. Pero Elliott sí que era ligero, casi tan ligero como Marion, y aunque era delgado, su cuerpo era todo fibra y músculo, huella de la vida como humano, como Jude le había explicado una vez. El tipo era un monstrio, pero tenía una larga vida detrás de él. “Nunca envejecerás, nunca morirás, como tampoco nunca encanecerás. Tu cabello nunca crecerá, tu barba nunca reaparecerá, y nunca engordarás. Lo único que te queda es tonificarlo todo, aprovechar la vida que te da la sangre para fortalecerte. Pero sólo durará mientras te alimentes regularmente, o volverás a lucir del modo en que naciste, del modo en que eras antes de ser convertido. Nunca te embellecerás, será una ilusión que la sangre te brindará por pocos momentos, porque siempre lucirás como un muerto: pálido, una página en blanco que adquiere más color de vez en cuando, pero sobre la cual la tinta resbala.”
Pero Jude había olvidado una cosa. Si bien no embellecían, se volvían más suaves y más medidos, como gatos. Y eso atraía a los seres humanos, eso los convertía en presas. O el vampiro que hubiese tenido pocos privilegios estéticos en vida moriría de sed.
Elliott había tenido muchos privilegios, y quedarse en los dieciocho sólo había permitido que su belleza permaneciera intacta. Todos empeoraban con la edad. Él a sus diecisiete no tenía nada que ver con lo que era ahora. Perry había visto el cambio abrupto después de los veintiuno. Había perdido la finura, la ligereza y la elegancia. La elegancia posterior era un gesto reforzado por la pérdida de la naturalidad de ella. Su espalda y su cuello se habían engrosado, sus brazos se habían vuelto los de un hombre. Había perdido esa androginia que tanto le gustaba de esos tiempos, y que lo volvían atractivo a la primera mirada. Antes de convertirse había estado a medio camino de volverse un viejo de cuarenta. De allí en adelante todo era cuesta abajo. Su estómago se pondría aún más fláccido, sus brazos gruesos y pesados y su cabeza gris. Se habría vuelto lo que su padres, de piel caída y suelta, imposible de devolver a su sitio.
Su padre y su madre. Se preguntaba si Margarett les habría comunicado la mentira. Si lo creían, pensarían que él y Marion se habían ido de viaje para siempre. Esperaba que no intentaran buscarlos, ni ellos ni la madre de ella.
Cuando estuvieron de vuelta en el camarín y él empezó a sacarse el poco maquillaje de la cara, vio la diferencia suya con Elliott, quien extrañamente comenzó a cambiarse de ropa allí mismo, a pesar de sus “vicios”. Sin embargo, estuvo más preocupado de las imperfecciones que su edad había alcanzado a darle. Estuvo por minutos mirándose la tez, de pronto alisada por esa existencia, por la sangre ajena. Cuando estaba sediento, su piel lucía como la de un muerto, y era entonces que se volvía problemático. Siempre había sido vanidoso, y ahora era peor, especialmente con un vampiro joven cuya imagen preferiría fuera la suya.
Envidiaba tanto la juventud de Elliott.
-Lo hiciste bien -le dijo, volteándose a mirarlo.
Ya estaba listo. Se estaba lustrando los zapatos. El chico sonrió en agradecimiento. Sus mejillas se adelantaron, resaltando.
-Persefone no está muy feliz -dijo, alzando las cejas.
-Sí, me di cuenta.
-Pero está enojada sobre todo por el público: la felicitaron al final porque el teatro estuviera regresando a las “buenas costumbres” -dijo con un tinte de sarcasmo.
Perry sintió una punzada de molestia.
-¿Eso dijeron?
-Sí. Son contradictorios: muchos de ellos habían visto El Mercader en la temporada anterior y aunque no les agradó la inclusión de un beso entre Bassanio y Antonio, seguieron viniendo.
-Probablemente por morbo.
Sí. Son bastante hipócritas.
Se colocó el zapato que había estado abrillantando. Su comentario dejó pensando a Perry un tanto descolocado.
-Pensé que estarías feliz de la aprobación del público por estos cambios.
-Sólo me molestó lo de las buenas costumbres. Como dije, son muy contradictorios.
-Tú también eres contradictorio.
Elliott alzó la vista hacia él. Se puso a la defensiva al instante.
-¿Qué?
Perry se encogió de hombros.
-Es lo que has dado a entender. No te agradan los hombres como yo.
-Pero me agradas.
Aquello le molestó aún más, si bien Elliott parecía esperar una reacción marcadamente diferente.
Y es que Perry se había vuelto lo que Garrett en vida: le molestaba la hipocresía. Había estado con Garrett por años mientras seguía creyendo que lo de ellos era un pecado, mientras Garrett ennoblecía sus actividades a escondidas, sus encuentros. Perry era Garrett ahora, y odiaba lo que había sido él en vida.
Cogió su ropa de la silla, malhumorado, y se fue detrás del biombo a desvestirse.
-Hey, dije que no me molestaba ya -dijo Elliott.
-No mientras no hayan dos tipos en frente tuyo haciendo sabe Dios qué.
Se puso la camisa rápidamente, y los pantalones con suspensores. Vio la sombra de Elliott paseándose por delante.
-Todos opinan lo mismo. Hasta Marion...
-No, Marion es muy diferente de todos ustedes -dijo Perry, saliendo de detrás del biombo- . No tiene dos caras. Cuando ve algo, le desagrada o no, y punto. Pero se da el tiempo para entender porqué le desagrada y si es justo seguir opinando lo mismo. Se da el tiempo para cuestionarse, pero tú y Jude están fijos en el tiempo. No cambian nada sobre sí mismos, sobre lo que piensan -Elliott bajó la mirada, visiblemente atribulado. Pensó en detenerse allí, pero el chico parecía dispuesto a escuchar y no iba a perder la oportunidad, no luego de saber que se iría con Jude a Languedoc- ¿Sabes? Yo solía ser como ustedes dos. Garrett y yo nos encontrábamos tres, a veces cuatro veces a la semana, y aunque me creía cometiendo un pecado, pero seguía haciéndolo. No es así como debieran funcionar las cosas, Elliott, y las personas que nos verán todos los días creen que están haciendo algo rebelde, algo prohibido, sólo porque están viniendo a un teatro clandestino. Pero su rebeldía llega hasta una línea y no la cruzan. Nunca. Nunca la cruzan. Marion puede no cruzar una línea un día, pero lo reflexiona después, y piensa “¿Debiera ir más allá? Tal vez estoy siendo una aguafiestas. La cruzaré y luego veré si quiero seguir cruzándola.”
Elliott alzó la vista hacia él.
-Ustedes dos se merecen, ¿sabes? -añadió Perry, mirándolo frustrado- Están fijos en el tiempo. Es una suerte que te vayas a Languedoc con él. No te gustaría quedarte conmigo y Marion. Demasiado liberales para ti.
-¿Si eres tan liberal por qué decidiste no hacer caso del libreto?
-Es diferente.
-No lo es. Estamos actuando, no es real. ¿Entonces por qué no hacer caso del libreto?
-Porque eres muy joven.
Elliott hizo una mueca de indignación.
-Tú te besabas con un hombre quince años mayor en el escenario. Él no hizo consideraciones.
-Oscar nunca hacía consideraciones -dijo Perry. Entonces se dio cuenta- . ¿Quién te dijo que Oscar era mayor que yo?
-Marion.
-Ah -dijo Perry, molesto.
Pasó a su lado.
-La tienes en muy alta estima -dijo Elliott entonces- . No es conveniente: podría decepcionarte.

Perry había olvidado su buen oído. Marion estaba en el escenario repasando líneas cuando se quedó escuchando, mientras Persefone decía el diálogo de Bottom.
La discusión de Perry y Elliott era demasiado intensa para ser casual. Se sintió desanimar, mientras la sangre que había bebido antes de la obra empezaba a largarse. Qué fácil era desperdiciar energía en emociones inútiles. Estaba viendo cosas donde no las había, pero el temor de ver a Perry deshacerse de ella como Compañera seguía abrumándola. Además, estaba lo de Garrett...
Persefone se agachó frente a ella y tomándola de la cintura, le dio un largo y sorpresivo beso en los labios. El actor que había hecho de Bottom ese día las vio desde las butacas delanteras, removiéndose incómodo. Jude se había quedado en espera de Elliott, excusándose con que debía cuidar que tomara una dosis de sangre pronto, puesto que en los últimos días se había descuidado.
-Estabas un poco ida -dijo Persefone.
Marion sonrió levemente. Indicó a Jude con la cabeza, avergonzada.
-Oh, no te preocupes, para un hombre que ha vivido tanto esto es una nimiedad.
-Por supuesto. ¿Por que qué podrían hacer dos señoritas en la cama?
Persefone rió, y su risa se volvió más elocuente, asustando a Marion.
-Mucho más que un hombre y una mujer. Al menos hay una carrera terminada cuando dos mujeres están juntas, Jude. Con un hombre nunca se sabe si llegarás a destino.
Marion se guió con el báculo. Pudo oír los pasos de Elliott acercándose. Se puso tensa, y pronto le escuchó dirigirse hacia Jude.
-Nos vamos -dijo.
-Espera, estoy teniendo un argumento -dijo Jude.
Marion tragó, escuchando a Elliott sentarse. La butaca chirrió, indicando que se había dejado caer con brusquedad. Si estuviera vivo se habría hecho un moretón en la muñeca derecha.
Persefone le había dicho que Elliott y Perry no se habían besado en el escenario como el libreto había indicado. Y si bien habían fingido acercándose lo suficiente para crear la ilusión, al menos cinco filas de espectadores se dieron cuenta de la mentira. “Habrá más público en la próxima representación después de esto”, comentó la vampireza, con tono de quien cree que no es algo bueno. “Nos convertiremos en un teatro 'legal' en poco tiempo.”
Perry llegó poco después. Tomó a Marion de la mano con cierta brusquedad y se fue sin despedirse de los que se supone eran sus compañeros de casa.
-¿Olvidan que tengo la llave? -dijo Persefone, mientras caminaban entre las butacas.
-¡Oh, por favor! -dijo Perry con arrogancia.
Se fueron en carruaje. Seguían pagando ese medio de transporte para ahorrarse copas de sangre, sin embargo, al llegar a casa, sólo ella se tomó la dosis correspondiente a la cena.
-Quiero salir de casa. ¿Quieres? -le preguntó Perry de la nada, mientras yacía sentado en la larga mesa. Había hecho el sonido de la botella para hacerla creer que se estaba tomando su dosis, pero Marion no se engañaba. Sólo fingió hacerlo, un tanto preocupada por él.
-¿A dónde?
Perry rió por lo bajo.
-Quizá... Versailles -dijo Perry con un pobre acento francés.
-EsVersailles -dijo Philip, corrigiéndole en su acento. Había salido de la nada.
-Oh, gracias -dijo Perry, con cierto tono apesadumbrado.
-En lo que necesites.
Philip había venido a servirse una copa.
-Y no creo que nos permitan entrar -dijo Marion.
Le sintió pararse de la silla, conteniendo una encantadora risa. Deseó poder verla en su rostro y un nudo en su garganta se formó. Supuso que era a causa de ese vino vampírico. Le hacía sentir esas extrañas y humanas emociones.
Perry la tomó sorpresivamente de la cintura, mientras ella mantenía el mentón bajo por costumbre de no tener que alzar la vista para mirar a nadie. La besó en la frente dulce y extendidamente, de modo diferente de lo acostumbrado. Le daba un beso de buenas noches en la mejilla a veces, o ella lo hacía, si bien le costaba ubicarlo. Perry era imperceptible como vampiro, mientras que con Persefone, Marion sabía siempre en qué lugar de aquella enorme cada estaba. Empezaba a querer saber las razones para esa diferencia.
Perry la abrazó estrechamente, apoyando los labios a un costado de su cabeza, y ella esperó paciente, aguantándose los deseos de preguntarle acerca de Elliott, de advertirle que algo no andaba bien.
-Creo que seguiré el libreto mañana -le oyó decir entonces.
Marion pestañeó varias veces.
-Ya... ya veo.
-Después de ir al Palacio de Versailles -dijo, pronunciándolo mal de nuevo- , podríamos...
-¿Qué ocurrió con Garrett Parrish?
Perry apartó las manos de ella, tensándose. Marion puso la mano en su codo, para seguir al tanto de donde estaba.
-Fui a despedirme de él a Londres, con Elliott.
-Mentiras. Si te hubieras encontrado con él, no habrías vuelto con nosotros. Habrías sido incapaz de irte.
-Creo que soy más fuerte de lo que creí -dijo, alejándose- . Además nunca te dejaría...
-Perry, espera... -Alcanzó a tomarlo de la mano. Había prácticamente desaparecido frente a sus sentidos por unos segundos. Se sintió en el vacío de repente, como si estuviera rodeada del mar sobre una roca larga y alta donde sus pies apenas cupieran- Cuéntame, ¿qué ocurrió?
Perry se dejó asir hacia ella, y Marion lo rodeó con los brazos.
-Estuve tres días junto a su tumba -susurró.
Se quedó callado, pero comenzó a temblar.
-Debiste contarme -le susurró.
Perry negó con la cabeza.
Marion asintió, un poco nerviosa por escucharle llorar. No sabía cómo exactamente aliviar emociones como esa, menos ahora.
La puerta de la casa sonó a la distancia. Perry se alejó de ella, y desapareció de su alcance en un instante, para sentir la presencia instantánea de Persefone al entrar en la habitación.
-¿Qué ocurrió? Manchaste tus mangas, Perry -dijo la vampireza.
Marion se limpió las manos en el pantalón, confundida. Perry no quería poner celosa a Persefone, al parecer, a pesar de que ella sabía que nada pasaba entre los dos. No pudo sentirse menos que frustrada.
-Perry y yo vamos al Versailles.
-No pueden entrar allí -dijo Persefone.
-Podemos entrar donde queramos -dijo Marion- . ¿Lo olvidas?
-En ese caso ve conmigo. Me lo sé de memoria.
-Perry también. Es historiador de Arte...
-Yo debo... hacer algunas cosas. Ve con Persefone -dijo Perry.
-Pero...
Pero el vampiro ya no la escuchó. Se fue del comedor y sólo sus zancadas indicaron su apuro.