martes, 29 de abril de 2014

LOVE IS BLINDNESS - Capítulo 4




Capítulo 4:
"Deseo de cosas imposibles"
(x)



John



Hace un par de meses Sherlock había cambiado la chapa de la puerta, por lo que fue la señora Hudson quien me abrió. Me había escaqueado del trabajo y cancelado las citas de la tarde sólo para venir y averiguar qué estaba escondiendo. Temía que fuese algo que pusiese en riesgo la vida de Sherlock, y con las visitas semanales de los abogados fiscales, que cuidaban que Sherlock aún estuviera dentro de Londres, o los paseos de la guardia real camuflada a lo largo de Baker Street ya pasaba suficientes tensiones. Me sentía como en los campamentos de Afganistan cuando tenía que hacer guardias yo mismo por las noches o a veces por las mañanas, temiendo siempre que sobre mi cabeza cayera una bomba, temiéndolo a todas horas. No obstante, mi temor por mí mismo se había trasladado a temer por Sherlock, y después de lo de Magnussen ahora siempre estaba a la espera de la llegada de algún vengador, por mucho que Sherlock dijera que el maniaco sólo había tenido empleados y no aliados.

Busqué en su atiborrado escritorio en busca de pistas, encendí su laptop, pero al ver que estaba encendido y conectado a su celular, lo cerré de inmediato. Y entonces vi el polvo de la lámpara.

El polvo.

Lo seguí por las ventanas. Sherlock había apoyado la mano sobre el vidrio, el cual raras veces limpiaba, excepto cuando pasaba su mano para ver mejor a Lestrade en la acera. Siempre era igual con Scotland Yard, Lestrade venía personalmente si el caso resultaba ser excepcionalmente urgente o extraño, Sherlock saltaba de alegría y entonces iba a por su abrigo y su bufanda. Sin embargo, cualquier persona con suficientes secretos se detenía por un momento a evaluar la situación. ¿Sería seguro dejar la información secreta en una casa vacía? Cuando salía a resolver un caso esos últimos años siempre iba con él, y la señora Hudson no es obstáculo suficiente para un vengador de la noche. No, los aliados de Magnussen podían arreglárselas con un obstáculo de ese tamaño. Pero el caso es que ahora Sherlock salía solo, y no tenía el apoyo de contar con la confianza de alguien. Muchas veces me envió a mí solo, quedándose él en Baker Street a hacer no sé qué. Ahora estaba solo, y el sentido común le decía “Revisa antes de salir”, como un obsesivo compulsivo que revisa que las luces hayan quedado apagadas. Ahora Sherlock siempre chequeaba donde guardaba sus secretos al salir, por lo que yo sólo debía seguir la línea de polvo luego de que se colocara el abrigo y la bufanda para conocer los escondites. ¿Dónde dejaría Sherlock documentos secretos? No iba a guardarlo todo en su cabeza, no sabiendo que alguien puede dispararte los sesos y borrar esa información para siempre, como él mismo había hecho con Magnussen. No. Debía dejar un respaldo, un respaldo que alguien de confianza pudiera encontrar.

El perchero ahora estaba cerca del mueble de biblioteca. Sherlock había apoyado los dedos en el borde de la segunda repisa de arriba a abajo, y la consulta turística de Londres estaba chueca sobre la corrida de libros académicos. Muchos de esos libros eran los que Sherlock había adquirido en la Universidad, muchos de los cuales contendrían secretos. No había revisado nunca ninguno de ellos, y el único libro que Sherlock me había visto consultar de su colección personal había sido uno de anatomía de la cuarta repisa hacia abajo, sin que yo me atreviera a ver los demás-. Pero no, era demasiado fácil. Debía haber otro lugar donde lo hubiera guardado.

La arruga del sillón. Este era de cuero y siempre quedaban arrugas donde Sherlock había pasado las manos y el trasero por última vez, y había una más notoria que otras en el posabrazos derecho. Me agaché junto a la silla y revisé debajo, dando con el tacto de unos documentos de inmediato. Me corté un dedo con lo que parecía una carpeta, y con una expresión de dolor la saqué del escondrijo.

Nunca pensé que tendría que acudir a estas tácticas por Sherlock.

-Has aprendido -dijo su voz desde el umbral de la puerta.

Di un suspiro. Miré la laptop para cambiar de tema.

-Es perjudicial para el ventilador del aparato dejarlo tanto tiempo en suspensión -dije.

-Le cambié el ventilador.

Vino y me quitó la carpeta, que no alcancé siquiera a abrir. Sin embargo, la abrió de par en par ante mí.

-Es tu historial médico.

Vaya.

-¿Por qué tienes...? -le dije, quitándole la carpeta. Sherlock me miró exasperado.

-Es responsabilidad de cada inquilino cuidar del otro, ¿o no?

Fruncí el ceño. Miré dentro del historial médico. Sherlock dio un carraspeo, y lo siguiente que supe fue que una hoja con una impresión del Hombre Vitrubio, con mi cara en lugar de la original, resbalaba hasta el piso. La recogí, mientras Sherlock metía las manos en los bolsillo para ocultar si vergüenza.

-Sherlock, ¿Qué no me estás contando? -pregunté, con la hoja en la mano derecha.

No me sorprendía demasiado la impresión con mi cara. Molly me lo había comentado como quien no quiere la cosa un día que fui al Hospital a preguntarle qué tal estaba Sherlock. Sentí algo de vergüenza al escucharla expresar su extrañeza por no saber cómo estaba Sherlock. Lo dijo como una madre que reprueba a su hijo en un acto travieso.

Sherlock siguió sin responder. En lugar de eso me quitó la carpeta y la hoja con la imagen de las manos, y tras dejar la impresión dentro de la caperta, la volvió a dejar bajo el sillón. Me ahorré el preguntarle porqué guardaba información tan simple en un escondite de la casa. Pudo haberlo tenido en el escritorio de su cuarto.

-¿Está relacionado con Magnussen? ¿Descubriste alguna red de delin...?

-Te dije que que Magnussen no tenía aliados -dijo Sherlock, sentándose en el escritorio.

-Toda persona poderosa llega a donde está mediante aliados, Sherlock.

-O favores. Charles Augustus Magnussen pagaba por favores. No le fue muy difícil encontrar las formas puesto que era una persona de gran astucia, John, no necesariamente inteligente, y cada favor que hacía lo acercaba más... y más... al puesto donde estuvo sus últimos días -dijo Sherlock, con un tinte de fascinación en cara y voz- . Se enteró de muchos secretos y su memoria se encargó de guardarlos a salvo en su cabeza.

-¿Su memoria?

-Esa era su habilidad, John: hipertimesia -abrió su laptop y comenzó a cerrar las páginas y ventanas abiertas- . Recordaba muchas cosas hasta el último detalle. Pero la memoria se almaneca en un pedazo de carne, ¿no?, y el cuerpo humano no es sempiterno. Se pudre y los recuerdos se pierden. Los secretos se pierden.

-Y tú tienes todo escrito en papeles. Lo haces con cada información que quieras salvaguardar. ¿Cuál es esa información, Sherlock?

Este miró hacia su laptop. Hice lo mismo.

-No. No guardarías la información allí -dije- . Incluso los respaldos de los respaldos virtuales pueden perderse.

-Me conoces bien -me dijo, mirándome fijamente.

-A veces creo que no. Antes me confiabas más acerca de tus casos -dije, sentándome del otro lado del escritorio e inclinándome sobre la mesa- . Ahora nada.

-Es peligroso... -dijo este, apartando la mirada nervioso.

-¿Alguna vez me quejé sobre que fuera peligroso?

-Lo hiciste. Mary...

-¡Oh, no saques a Mary ahora!

Me levanté, inquieto. Sherlock puso las manos a ambos lados de su latop, tenso.

-Querías que fuera alguien común y corriente, John -dijo con firmeza- , y dejaste de tratarla como lo hacías normalmente cuando supiste que no era lo que esperabas. Y ahora... me tratas diferente luego de que cometí asesinato. Claramente quieres algo de constancia en tu vida. No quieres llevarte sorpresas.

-Sólo quiero que tú, yo, Hamish... podamos vivir tranquilamente -dije, rendido. Tenía que hacérselo entender. Los días peligrosos habían quedado atrás, especialmente con Hamish en la foto y con Sherlock en un estado tan vulnerable de su vida. Era un prisionero en su propio país, y probablemente lo sería para siempre, y encima de todo una banda de criminales estaba esperando para vengarse, muy probablemente- . Pero si no me dices qué está ocurriendo contigo, no voy a estar tranquilo. Por lo que sé podrías aparecer muerto en Baker Street cualquiera de estos días, y no quiero tener ese pensamiento presente todos los días. ¿Entiendes lo que digo? ¿Es... mucho pedir?

Sherlock negó con la cabeza.

-Nada ocurre, John -susurró.

-Júramelo -le ordené, acercándome a él.

Él asintió. Nos miramos por largos segundos, yo esperando y él... no lo sé... quizá buscando el tono correcto para que la mentira fuese creíble.

-Lo juro.

Yo asentí de vuelta, decepcionado. La mentira estaba calcada en sus ojos.





Sherlock



Puede ver a través de mí. Sabe que no estoy diciendo la verdad. ¿Sería menos grave si John se enterara de por qué Mary había fingido su muerte, con ayuda de Mycroft, para encontrar y acabar con Moriarty? Y es que Mycroft y toda la institución que estaba por detrás suyo, o por delante como él decía, y que él cuidaba como guardaespaldas, eran los más interesados en que Moriarty y los alidos de Magnussen quedasen desmantelados como organización. No, probablemente la mentira no sería menos grave. Aunque en la mentira sobre mi muerte nunca supe si habría sido menos grave. John nunca supo porqué había pretendido mi suicidio. Se quedó con la idea de que la razón había sido para acabar con Moriarty y su organización. Pero la razón principal era otra: para protegerlo a él junto a dos personas que me importaban, pero sobre todo... para salvarle a él.

Él sabía cuánto me importaba, se lo había dicho en el matrimonio, pero no al punto de planear mi suicidio, no al punto de mentirle y arriesgarme a padecer su resentimiento. Quizá si se lo confesaba y él lo aceptaba, sería una prueba de que las cosas entre él y Mary podían salir bien si el que estaba viva salía a la luz. ¿Pero realmente deseaba que estuvieran bien, lo dos? Por el bien de Hamish lo desearía, pero por el bien de mí...

-A propósito, la página que estaba puesta en tu laptop... -dijo John, tras dos horas de silencio. Esta vez me era más obvio cuanto tiempo desaparecía de mi vista. Noté que había traído comida, a pesar de que ese ya no era su hogar. Eran dos bolsas de comida, una para mí y la otra para él y Hamish.

En cuanto a la página... era una sobre las reacciones cerebrales provocadas por los besos. Debí suponer que no la había pasado por alto.

-Es para un caso...

-Es Janine -dijo entonces, asomado a la ventana.

¿Qué? ¿Por Janine?

Ah, Janine en la ventana. Qué alivio, salvado por la campana. Estuve a punto de acercarme a asomarme, pero al ver el poco espacio dejado por el escritorio y el mueble de un lado, no quise por miedo a estar muy cerca de él. Las reacciones químicas de las que mi cuerpo seguía sufriendo alrededor suyo seguían allí.

-Yo me voy -dijo John- . Iré a buscar a Hamish a las siete, ¿OK?

Asentí. Vi cómo evitaba mirarme, preocupado. No confiaba en mis palabras en lo absoluto, y sentí una punzada de dolor por ello.

-Nos vemos -dijo antes de salir.

-Nos vemos.

Le oí saludar a Janine en el piso de abajo. También oí la voz de la señora Hudson, y me sentí abrumado por la presencia de tantas personas. De repente quería estar completamente solo y ahogarme en esos sentimientos dolorosos que le había dicho a Mycroft eran tan agradables. No eran agradables cuando me traían desesperación por no conseguir su confianza. Antes John confiaba en mí ciegamente, pero ahora...

Me asomé a la ventana para verle por esos últimos segundos, antes de que un taxi parase junto a la vereda. Le vi mirar hacia ambos lados de la calle mientras movía los dedos inquieto, y entonces... vi que se había dejado olvidados los guantes.

En mi bata y mi pijama de invierno, corrí con sus guantes. Choqué con Janine en lo alto de las escaleras.

-¿Sherlock?

-Olvidó algo.

-Ah, OK. ¡Traje waltz en CDs!

Salí a la calle, pero en el momento en que lo hice, un taxi se estaba alejando por la calle hacia el norte de Londres. Di un suspiro tembloroso, y noté mi corazón galopante acentuando lo cálido de mi cuerpo en contra del frío de la tarde. Estaba en sandalias y sin calcetines.

-¡Sherlock! ¡Hay diez bajo cero! ¡Cómo puedes...! -dijo la voz de la señora Hudson.

Sentí mis ojos humedecerse.

Quizá la presencia de Janine no era tan mala suerte. No sería tan malo tener una distracción para dejar de sentir lo que estaba sintiendo, que sin la ayuda de la lógica empezaba a ser molesto. No se suponía que la emoción del enamoramiento deba traducirse tan fácilmente en injustificado sufrimiento. ¿Por qué sufría si ya había asimilado con racionalidad el hecho de que nunca tendría a John, si había asimilado que su desconfianza era totalmente lógica dado el hecho de las mentiras tan repetitivas?

Miré hacia la ventana del departamento, con los ojos entrecerrados a causa del sol pálido reflectándose contra las nubes blancas, y vi a Janine mirándome desde allí. Apreté los guantes entre mis manos, avergonzado.

-Ponte calcetines, está frío -me dijo Janine en cuanto entré a la sala de estar.

No dije nada, y fui a sentarme al sillón junto a la chimenea. Tamborileé con los dedos sobre los posabrazos, sintiendo el nudo en mi garganta, y luego me encogí hacia adelante, para suprimir la sensación de sofoco.

-¿Discutieron?

-Sí. Pero terminamos en un punto... exitoso -mentí, con las manos juntas delante de mi nariz.

-Vamooos, arregla esa cara. Pondré algo de música, ¿OK?

Janine puso el CD en mi laptop. La vi abrir la página de navegación por Internet, y di un suspiro de desesperanza. Siempre se abría en la última página que había visitado.

-Uou, ¿La química de los besos? Creí que eras químico titulado.

-No teníamos un ramo sobre... besos.

Me pasé las manos por la cara. Me descubrí queriendo que preguntara.

-¿Alguien te besó, Sherl?

-Nadie.

Miré los libros de la estantería. Había guardado los documentos sobre Mary entre ellos. Sabía que John no buscaría en el sitio más obvio. Había dejado su estupidez atrás hace mucho tiempo.

-¿Entonces?

Janine se sentó en el sillón de John. Dudé, tratando de parecer más divertido con la situación que atribulado. La miré directamente a los ojos.

-Besé a John.

Alzó las cejas elocuentemente.

-Va... vaya.

Parecía genuinamente sorprendida. Fruncí el ceño.

-Creí que...

-No creí que lo que sentías por John fuera... pues...

-¿Qué?

Ella dudó, no obstante, parecía avergonzada.

-Es que estás tan preocupado de la lógica, del trabajo... Y eso me agrada -aclaró rápidamente- . Me has encontrado parejas excelentes. Hombres firmes pero dulces y... extrañamente similares a John -frunció el ceño- , pero...

-Janine, dilo. No me importará.

-No creí que lo desearas.

Eso me dejó en blanco. ¿Desearlo? No lo tenía claro de hecho. Pero sí, claro que lo deseaba. Es sólo que... dar los pasos hacia eso me aterraba. John era intimidante en los asuntos de pareja. Sabía cómo hacer las cosas y yo... no sabía nada de nada.

-¿Lo harás de nuevo? -preguntó Janine.

-¿Qué? ¿Besar a John? No. Al día siguiente fingió no recordarlo. Eso deja las cosas bastante claras, ¿no crees?

-Yo creo que él se sentirá halagado si sabe que te gusta. A propósito de saber, tú hermano Mycroft me llamó para hablar. Él no está haciendo avances conmigo, ¿verdad?

-No eres su tipo. Créeme.

-Me alegra. Me es algo tétrico.

Sonreí a gusto con eso, tratando de olvidar el asunto principal. Aún tenía los guantes de John en los bolsillos.

Bailamos un poco de waltz después de eso. Janine no había insistido en que le enseñase, pero la técnica usada de sólo llegar con la música en su cartera fue una buena táctica. No pude sacármela de encima por las siguientes cuatro horas.

-Siempre quise tener un amigo gay.

-Aburrido... -dije, alejándome de ella.

Ella rió por lo bajo.

-¿Quieres que te enseñe salsa a cambio?

-No. Quisiera que me hablaras de John a cambio.

-Oh, no, nunca le conocí tan bien.

Fui a por una taza de café a la cocina. Le serví una también, y ella me siguió para hacer unas tostadas.

-Creo que nunca le he caído bien.

-John desconfía de la gente demasiado agradable.

-Desconfía de la gente que se ve seducida por ti y que continúa empecinada en ello. No cree que pueda salir nada bueno de alguien al que le agradan los sociópatas.

Alcé las cejas, un poco molesto por eso.

-¿Qué? Tú te has llamado a ti mismo así.

-¿John muestra desagrado ante la gente a la que le agrado? Hm, nunca lo había visto de esa manera, pero supongo que es verdad. Espera, ¿Cómo explicas a Molly? Conociste a Molly en el matrimonio, ¿no?

-Sí. Era encantadora, pero andaba con un tipo de lo más desagradable que intentaba hacerse el inteligente todo el tiempo -Bajé la mirada, incómodo- . Pero si lo piensas bien, Molly no es una excepción a la regla. Molly dejó de verte como un hombre, simplemente. Tal como a mí me ocurrió.

-Definen a la gente demasiado rápido, tú y Molly -dije, molesto.

-Hm, yo conozco a alguien que hace lo mismo.

-No, yo sigo definiendo a la gente a través de los años, y si la definición contínua creciendo, se vuelven todo un mapa del universo. John es un buen ejemplo.

-Es una linda manera de decirlo -dijo Janine- . John es el universo, y sus amigos son las estrellas. OK, eso no funcionaría...

-... habría muy pocas estrellas.

-Pero cada una brillaría como si estuviera a la distancia de nuestro sol. Y tú serías el sol.

La miré admirado. De pronto nuestro curso de pensamiento se había juntado hasta confundirse el uno con el otro. Una cosa era que John fuera mi complemento en la vida, pero era Janine mi alma gemela.

Debía borrar eso de mi cabeza ahora mismo. Y lo del sol también, pues comenzaría a buscar la distancia del sol con la tierra, y esa información no me servía en lo absoluto.





John



Sherlock me dejó un mensaje esa noche avisándome que estaría ocupado con un caso por el resto de la semana. Me hundí en la rutina del hospital como una alternativa a volverme loco de aburrimiento, y así pasaron tres semanas sin que nada sucediera, sin que el rostro de Sherlock se asomara una sola vez a ver a Hamish. ¿Por qué me era tan difícil divertirme ahora? Hamish borraba buenas horas del día en que a pesar de no divertirme, el tiempo se volvía ameno y empático conmigo, pero no podía esperar que la misma situación se replicara en las horas de hospital. ¿Qué estaba mal conmigo?

-Sherlock, ¿Hay algo en que pueda ayudar con el caso? Si hay algo, llámame -le dejé en su contestadora.

Era el cuarto mensaje hasta ahora. Un paciente estaba por entrar. Una adolescente que se había equivocado de especialista. Yo no era ginecólogo.

-Te recomiendo al Doctor Royal. Tiene buena disponibilidad en estas fechas -le dije a la joven.

-¿Disculpe, Doctor Watson? -preguntó.

Tenía ese brillo en los ojos. Una fan. Vaya.

-No ha habido noticias de resolución de casos criminales entre usted y el señor Holmes y quisiera saber cuando...

-Ya no resolvemos casos juntos -dije de sopetón- . Es decir... -di un suspiro, dándome cuenta de lo determinante que sonaba- no tan a menudo al menos. Ahora, estoy algo ocupado y yo...

Comenzó a sonar mi celular. Me quedé callado, algo tenso, mientras la paciente miraba el aparato sobre la mesita de atrás de mi escritorio interrogativamente. Entonces se abrió el buzón de voz.

“-John, temo que el caso toma horas en terreno que tus horarios de hospital no aguantarían, así que no te preocupes. Está yendo bastante bien y creo que lo resolveré a finales de esta semana. Estoy haciendo un muestreo paso a paso de donde podría estar M, y comprobé está acercándose a Inglaterra. Anderson insistió en que hiciera ese ejercicio. Sólo dios sabe porqué...

La joven se paró de la silla rápidamente. La miré sin entender.

-¡Hey!

Se detuvo en la puerta y se volteó hacia mí.

-El señor Moriarty manda saludos. Dice que sabe que Mary no es una doble agente.

Fruncí el ceño. Corrí hacia ella, dejando el celular atrás.

Intenté atajarla, pero la muchacha desapareció como humo, y cuando llegué a la parte exterior del hospital, ni su sombra había dejado atrás. En ese momento comenzó a nevar, y miré al cielo esperando a que Sherlock lo replicara.



Sherlock



Era una feria en espacio cerrado, una especie de museo de payasos y malabaristas. Vi a gitanos, extraño en esta época del año, y supe que de alguna forma Moriarty nos había hecho a John y a mí un regalo. Por suerte él no estaba presente.

Lo había atajado, Moriarty finalmente estaba en Londres, donde sí podía alcanzarlo. No se lo había comunicado a Mycroft, sabiendo que no me permitiría hacerme cargo. Mycroft sabía que la única forma de desmantelar la organización de ese loco definitivamente era desmantelando su cuerpo. Debía deshacerme de él, pero esta veza John no quedaría comprometido como testigo. Había tomado una decisión, y con Hamish presente, esta sólo parecía más urgente: iba a dejarlos fuera de mi vida.

-Sé cómo te gustan las ferias de gitanos y piratas -dijo Moriarty, por detrás de mí. En ese momento miraba un barco pirata de maqueta que se movía mientras las olas de papel se movían de un lado al otro bajo suyo- . Hay un barco bastante famoso aquí -prosiguió con su serpenteante voz- . Está al fondo. El Marie Celeste. Mary Celeste. ¿Conoces la historia?

-Su nombre real era Amazon, y fue bautizado así en Nueva Escocia, Canadá. Iban nueve personas...

-Nueve personas, incluída la mujer y la hija del capitán. Se puede especular bastante sobre lo que pudo haber pasado, pero yo tengo una teoría. Las mujeres siempre traen mala suerte. Dios me libre de relacionarme con ellas, son como sirenas que nos llaman amablemente para matarnos luego.

Se paró junto a mí a mirar el barco. Su bauprés tenía forma de sirena.

-Los hombres se volvieron locos, y se hicieron con la mujer del capitán para divertirse. Cuento viejo, pasa hasta ahora en las mejores instituciones. Pero no había señales de destrozos en el barco que pudieran sugerir una pelea. ¿Entonces cómo fueron las cosas, Sherlock?

-Según las anotaciones del capitán el tiempo estuvo revuelto, pero todas las cosas estaban en su lugar cuando encontraron el barco. Eso sólo nos lleva a la conclusión de que...

-No fue el tiempo lo que los mató. Las tormentas desordenan los barcos. Los tripulantes ordenan, y entonces... ¡Puff! Se esfuman. Mary reveló quien era, pero las cosas se arreglaron gracias a ti, incluso cuando John nunca quiso nada de eso...

-¿Dónde está Mary? -pregunté, empezando a desesperarme.

-... ella misma me lo dijo. Lo último que dijo la mentirosa fue que se largó para darles una oportunidad a los dos, para de paso matarme. Lo encuentro bastante infantil, si me lo preguntas. ¿Por qué no lo hizo cuando volviste a John de la muerte? Ella sabía que estaba demás, Sherlock. Pero no, ella resolvió las cosas, dejó todo en orden y sólo entonces se esfumó. Si me preguntas, de nuevo, es mucho más dramático largarse durante la tormenta, ¿no crees?

-¿Qué has hecho con Mary? -le dije, cogiéndolo de las solapas del abrigo.

-Uuh, uuh, Sherlock, hay gente. Sé un poco más respetuoso, hey...

Sonrió de esa manera horrible y fingida que odiaba. Sólo entonces, cuando trató de recuperar el equilibrio, me di cuenta de que cojeaba.

-Te disparó... -susurré, con placer. Sonreí, aunque la sonrisa no trepó hasta mis ojos- Mary te disparó...

-Bien jugado, ¿no? Pero ¿hasta cuando seguirá con sus disparos de cirugía? A ti te dio uno, pero... -frunció el ceño exageradamente- ella intentó matarme, a ti no, ¿no, Sherlock?

Le miré con desprecio. ¿Cómo podía...?

-Tal vez, no sé -se encogió de hombros- , sí que intentó matarte, Sherlock. Ya sabes, siempre estás ahí en medio y si quedabas vivo le dirías a John y ella correría el riesgo de perderlo. Una mujer posesiva, muy posesiva. Y tú... tan desprendido. Dispuesto a regañar a tu querido John al diablo si así es como él es feliz. Pero no... Estás haciendo las cosas tan mal, Sherlock. Tan mal -posó las manos en mi pecho, junto a las puntas de mi bufanda, la cual me quitó del cuello y se puso alrededor del suyo- . Tienes que aprender a proteger a los que quieres, a pesar de que eso los mate de decepción, ¿no? Tienes tanto miedo de no agradarle, Sherlock. Y quién es John, quien es ese John, qué tiene de especial cuando... cuando me tienes a mí. Somos... somo almas gemelas, ¿eh? Lo sabes.

-No tengo nada que ver contigo, Moriarty -mascullé.

-Claro que lo tienes. Estás... estás metido hasta el cuello conmigo, Sherlock. Siempre te atormentaré. Ya sabes, me aburro fácilmente, y sé que tú también. Oh, pero no -rió desagradablemente, mostrando su lengua bífida- , ya no te aburres, ¿no? Mary me dijo que estás enamorado.

-Ella no te diría nada...

-Por dios, por dios, ¡Por dios, Sherlock! -exclamó, casi gruñendo de repente. Di un saltito- Deja de confiar en ella, por dios...

-La... la torturaste -dije, dándome cuenta. Cerré los párpados con fuerza, haciéndome daño- . Por eso...

-Hm, fácil de suponer. Pero fue una información que dio en vano. Ya no dañaré a John Watson. Al menos no físicamente. No haré lo mismo otra vez, qué aburrido. Dispararle ya no tiene gracia-ehm... Lo que voy a hacer es dañarlo donde más le duele, ¿sí? Tanto estrés por el que ha pasado el pobre John Watson, ahora con un hijo. ¿Pero dañar a los niños?... no, suena tan fácil, tan malvado. No me rebajaré a eso. Lo que a él, a él le duele es que lo engañen. Que le mientan, ¿no, Sherly? Tú lo sabes mejor que yo.

-¿Qué harás?

-Vas a tener que decirle la verdad. Luego, haré lo obvio, ya sabes. Te necesito a mi lado, y yo no voy a quedarme en Londres. No. Qué aburrido...

-¿Qué pretendes?

-Dedúcelo tú mismo, Sherlock -Se paseó alrededor, jugueteando con mi bufanda, pasándosela por la nariz, mientras yo seguía tenso y pegado a ese metro cuadrado- . ¿Qué hará Moriarty?

La gente pasaba sin reconocerlo al principio, pero poco a poco comenzaron a agolparse cuando vieron quien era. La sirena del acuario salió a la superficie y con ayuda de un trabajador se salió con cola falsa y todo. Afuera se la quitaron y corrieron lejos de allí dejando un rastro de agua.

-¡Hola! -saludó Jim- Hey, vaya, los londinenses siguen reaccionando igual.

Comenzaron a correr hacia las puertas. Yo seguí con la vista fija en él. Podía hacer cualquier cosa, dar una señal secreta desde lejos como a él le gustaba hacer...

-Sherlock, no tienes otra opción -prosiguió, al ver que no decía nada.

-No le diré...

-Tendrás que hacerlo. Tarde o temprano tendrías que ser tú quien se encargara.

-No le diré la verdad.

-¿Quieres que lo haga alguien más? Tengo aliados, cientos de aliados que podrían encargarse de hacerlo. Decírselo personalmente. “Mary no murió al nacer el pequeño Hamish -dijo con un tonillo melodramático- , pero murió en manos de Moriarty hace unos días.”

Di un saltito. ¿Muerta? Moriarty se echó a reír.

-No...

-Soy un maníaco con amigos, no como cierto loco que recibió un hachazo en la cabeza -prosiguió Moriarty, mirándome con una expresión de placer. El espasmo en mi cara lo estaba degustando- . Bien hecho con eso, a propósito. Me estaba acarreando muchos problemas. Luego se fue y vi muy oportunidad para salir de la madriguera. Además Sherlock Holmes estaba resolviendo tan pocos casos y consideré correcto de mi parte pasar a darte un empujón. El blog de John ha sido todo sobre matrimonios y vacaciones sexuales, así que... naturalmente ibas a tener la moral baja...

-No está muerta. Estás mintiendo -mascullé.

-¿Por qué te molesta? De todas maneras nunca iba a decirle a John que estaba viva. Pero... oh, sabrá del engaño de todas maneras. Te lo encargo, Sherlock -dijo, alejándose.

-No.

-Sí, díselo. Luego nos iremos a España a visitar el Museo del Prado. Adoro las pinturas del Bosco y quiero una para mi colección...

-No iré a ninguna parte -mascullé, negando con la cabeza. No dejaría a John. Le había hecho una promesa- . No dejaré Londres.

-¿Qué? Pensé que te sentías ahogado aquí, Sherlock. Me sorprende.

Ya no lo soporté. Me tenía los nervios tomados. Fui rápidamente hacia él y lo cogí de las solapas de nuevo. Lo empujé contra el vidrio del acuario.

-Uhh, no tan fuerte. El vidrio no es irrompible...

-Cuando me vaya, ¿Qué pretendes hacer con John?

-Nada.

-¡Mientes!

-Nada, pero el caso es que no lo verás nunca más. Te unirás a mis filas y, bualá, seremos más poderosos que Charles Augustus Magnussen. Un nombre pretencioso, ¿no crees, Sherlock?

Lo volví a empujar violentamente. El vidrio retumbó.

-Ouch, no hagas eso. ¿Por qué no me sueltas, aprovechas el tiempo y vas y te despides de él, Sherlock? Un último atracón...

-No le diré. Va... va a odiarme...

Estaba desesperado.

-Oh, no, no, Sherlock, no... No te pongas melodramático en frente mío -dijo con desagrado- no dejes tus mocos encima mío, Sherlock... No rompas la imagen pulcra que tengo de ti, lindo Sherlock...

-No le diré nada. Simplemente llévame. Ahora. Te ayudaré en lo que sea, pero...

-Uou, ¿y tus principios, Sherlock? ¿Todo por temer al odio de John Watson? Patético, ¿no crees?

Le solté. Respiré agitado. No tenía muchas opciones.

-Además si no vas ahora, ahora, Sherlock -se indicó el reloj- John lo sabrá de otra forma. Ya sabes que se pueden trasladar cuerpos en ataudes de un país al otro. Ya sabes, para repatriar los restos. La pobre Mary se merece este último homenaje.

-No -mascullé- . No...

Saqué mi celular. Tal vez a las finales tendría que hacerlo.

-Eso es. Pero corre, corre, pequeñín, no tengo todo el día...

Me llevé el celular a la oreja, y me alejé de Jim Moriarty caminando de espaldas.

Le avisé a John por un mensaje de voz que iría a Baker Street y que le necesitaba allí. A esas horas estaría con Hamish sin ninguna duda, pero John siempre se las arreglaba.





John



Dejé a Hamish con Amanda, la nueva babysitter. Habían estado rotando demasiado.

Me había llamado con una voz rara y estaba asustado. Él estaba asustado y ahora yo estaba asustado. ¿Qué había ocurrido? Sherlock nunca llamaba, siempre dejaba mensajes de texto...

Baker Street estaba vacío cuando llegué. La señora Hudson había dejado una nota en su negocio en que ponía que llegaría en un par de horas. Golpeé la puerta numerosas veces, pero Sherlock nunca contestó.

Llegó un poco después. Estaba pálido y su rostro casi se confundía con el cielo, pero estaba serio, aunque tenso.

-¿Qué ocurrió, Sherlock? -le pregunté.

-Hay un asunto urgente del que debemos hablar.

-OK.

Lo seguí por el pasillo.

Sherlock miró hacia el fondo, ahora con una elocuente expresión de miedo, hacia la cocina de la señora Hudson, y luego a las escaleras. No había rastro de nadie, pero parecía importarle muchísimo el que estuvieramos solos. Le miré tenso, y vi mis guantes, los guantes que creí que había perdido, entre sus manos.

-Espera, esos son...

-Ah, sí. Los dejaste en el departamento hace unas semanas.

Asentí, y extendí la mano hacia él. Sin embargo, el mantuvo los guantes consigo, y entonces los metió en el bolsillo de su abrigo.

-Déjamelos por un tiempo.

Fruncí el ceño. ¿Por qué querría mis guantes? Tenía manos más grandes que las mías.

-Está bien -dije, no obstante.

Él asintió.

-Gracias.

Le vi mirar hacia la puerta de calle.

-Sherlock, ¿Qué ocurre? Tan sólo dilo, la espera... es mucho peor.

Él asintió. Su expresión poco a poco empezaba a volverse más y más tensa y nerviosa, y temerosa, como si esperase lo peor. Nunca le había visto así. Le había escuchado de ese modo en una ocasión, pero daría mis oídos por no hacerlo de nuevo. Había sido durante esa llamada telefónica, él desde el techo del Hospital y yo... desde la acera viendo de Sherlock apenas una silueta, totalmente incapacitado para impedir lo que estaría a punto de hacer.

-Sherlock, sabes... -le dije. Quería saberlo- esa vez, cuando supe que estabas vivo, me dijiste que habías pretendido estar muerto para desmantelar la organización de Moriarty. En ese momento tenías a Moriarty en el piso, supuestamente muerto, por lo que la amenaza de ser detenido mientras parabas a su organización era... totalmente virtual. ¿Él te amenazó de alguna forma? ¿Te dijo que si no te suicidabas...?

-No. Tan sólo... lo usual. Me amenazó con tomar más rehenes, sacrificar a más gente sin cara. ¿Por qué tendrían que sufrir por una afrenta personal entre Moriarty y yo? No era justo. No obstante, lo principal siempre fue detenerlo.

-Pero ganaste. Es decir, ¿Quién puede asegurar que está vivo, de todos modos?

Sherlock tragó, y entonces sus labios temblaron. Lo entendí de inmediato.

-Le has visto.

-Lo siento, John -dijo, con firmeza. No obstante, su mano trató de coger uno de los pilares de la escalera, y tembló mientras tanteaba. Se sentó en uno de los escalones.

-¿Qué ocurre?

-Mary no me dio opción.

Fruncí el ceño. ¿ A qué se refería? Sherlock se retorció las manos.

-Ella estuvo de doble agente para matar a Moriarty. Yo no podía hacer mucho desde aquí y ella se ofreció para acabar con él. Lo hizo para protegerlos a ti y a Hamish.

-¿A mi y a Hamish...? ¿Cómo...? Sherlock, si no te explicas bien, yo...

-Ella no murió cuando...

-Oh, eso sí lo había entendido. Gracias. Gracias, Sherlock -mascullé. Comencé a pasearme alrededor.



Sherlock



-... Gracias, Sherlock.

Tragué con fuerza, viéndolo venir. Iba a quedarme callado después de esto, pero las palabras comenzaron a salir a borbotones de mí, en un intento por defenderme.

-Tienes que entender que Mary lo hizo por ti y Hamish. Cuando supimos que Moriarty no había muerto, todo se desbarató, y Mycroft y la guardia real han estado buscándolo, y ya que no hemos podido establecer... comunicación con Mary desde hace... cinco meses, tuvimos que encontrar la manera de ubicar a Moriarty para dar con ella...

-Calla, Sherlock.

-Tienes que entenderla.

-No me importa ella ahora, Sherlock. Mi esposa murió hace siete meses y así son las cosas. Pero estás aquí... imbécil, me has estado mintiendo por meses...

Se paseaba sin parar por el recibidor del 221B. La luz empezaba a amainar afuera de la casa, y estábamos prácticamente en penumbras. Pero veía su rostro contorsionado por la ira... y la decepción. ¿Por qué se decepcionaba? Ya no confiaba en mí de todos modos.

-Si te decía la verdad, acabarías con tu matrimonio, John...

-Mi matrimonio había acabado, Sherlock, no seas... -dio un suspiro, y se sobó la cara violentamente- Ya se había acabado, pero... ¿Por qué... tenías que...? Oh, dios...

Se apoyó contra la pared, y yo me levanté a ver cómo estaba, asustado.

-¿Te sientes bien...?

-No me toques.

John apartó mi mano de un manotazo. Recordé su mano en mi rodilla, en aquella despedida de soltero. La intimidad...

-John...

-¿Por qué tenías que acabar con nosotros también?

¿Con... nosotros?

-¿Nosotros...?

-Nosotros... -repitió él, con una sonrisa amarga- Antes de que me mintieras por primera vez, todo estaba perfecto. Todo era perfecto, Sherlock. Ahora me mientes acerca de mi esposa, respaldas... apoyas una mentira...

-Yo habría preferido que supieras, John, pero... Mary nunca podría haber sacado un pie fuera de Inglaterra si tú...

-¿Si yo hubiese sabido? Mary lo habría hecho de todas formas. Ella siempre hizo lo que quiso, era una mujer independiente. No iba a detenerse porque yo no estuviese de acuerdo, Sherlock.

Dio otro suspiro.

-Pero no tenía que meterte a ti -susurró, negando rápidamente con la cabeza, en movimientos cortos- . Tú no tenías nada que ver.

-Siempre tendré que ver con ustedes dos -dije, sintiendo la punzada de dolor al escuchar eso- . Prometí que los mantendría a salvo.

John se volteó hacia mí, su rostro un poco despojado de la ira, ahora reemplazada por la angustia.

-No es tu obligación -dijo, negando con la cabeza- . Nunca ha sido tu obligación.

-Yo decidí que lo fuera.

-¡No! No lo es. Tu única obligación, Sherlock, es mantener la confianza que teníamos antes -susurró- . Eso hacen los amigos. Pero ya no queda nada -volvió a sonreír amargamente, y miró al frente. Le vi tragar- . Moriarty... ¿Dijo algo más? ¿Dijo cómo murió?

Dudé. John preguntaba pero obviamente lo último que quería saber era cómo había muerto su esposa, lejos de él y probablemente sola.

-No. No dijo nada más -dije. Era cierto- . Tenía que decírtelo inmediatamente.

-Pudiste ahorrártelo.

-Te lo habría hecho saber de todas formas.

Él asintió. Movía su pie violentamente, y trataba a toda costa de que sus ojos no se humedecieran. Era transparente. Tan transparente, y sin embargo, aún no había algo que no me hacía sentido.

-Esto es, entonces -susurró- . No creo que tenga sentido que sigas viendo a Hamish o... a ti… después de esto.

Asentí. Por supuesto, esperar otra cosa habría sido ingenuo. Este arreglo me libraba de tener que decirle que me iba de Londres. Era casi un alivio.

Pero porqué dolía tanto...

-Siento que Mary haya...

-También lo siento.

-Por favor, mantente a salvo -dije, alzando la mano para posarla en su hombro.

John asintió. Le apreté el hombro. Esta vez él no rehuyó el tacto, pero debí quitar mi mano pronto, al notar temblor en esta. Me dirigí hacia la puerta de salida.

-Sherlock -me llamó, no obstante- . ¿Qué pasará acerca de Moriarty?

Me volteé hacia él. Estaba preocupado. Traté de esbozar una sutil sonrisa.

-Estaré bien.

John pestañeó varias veces, y su rostro casi cedió un par de veces. Sentí que debía cerrar aquello de algún modo, pero no encontraba el correcto. John simplemente estaba allí y yo...

La luz de la cocina, dejaba por la señora Hudson, matenía el pasillo al borde de la penumbra. Miré hacia allí, y a la silueta de John que era cada vez más constratada contra la luz. Sentí un nudo en mi garganta, y a pesar de que sabía que, aunque yo no podía ver bien el rostro de John, él podía ver perfectamente el mío, dejé a mi rostro ceder por unos segundos. Avergonzado, saqué las llaves de calle. Las dejaría en el buzón para él. No creía que la promesa de Moriarty de llevarme fuera del país tardara mucho. No llevaría nada conmigo, sólo la agonía.

Jugueteé con las llaves, sin embargo. John estaba quietísimo en el mismo lugar.

-John -le dije- . Lo sien...

Pero mi voz se quebró. John dio un paso hacia mí. Eso fue suficientemente para que me corazón se acelerara como un caballo de carrera. Fue como un vaso de agua fría que me aclaró, porque sin ver casi nada de lo que me rodeaba, caminé hacia John.

-Yo... tengo que decirte algo. Algo que debí decirte hace mucho...

-No me vengas con eso.

-Sólo déjame...

-No lo haré. Dijiste que te ibas. Mejor dejar las cosas como están.

No. No puedo.

Miré mis manos, dubitativo. Tragué, imaginándolas en el lugar donde las quería puestas, en las mejillas de John, y cerré los ojos con fuerza, mientras John esperaba impertérrito a que me retirara. Sin embargo, no me fui.

Posé las manos a cada lado de su cara. John se quedó paralizado, y yo miré concentrado su rostro. Pero él no hizo nada para rechazar mi tacto. Estampé mis labios contra los de él.

Lo hice un tanto alterado. Un tanto emocionado. Quebrado por esa agonía que ya me estaba quemando, y dejé mis manos bajar hasta sus hombros, relajadas. El primer contacto había sido casi violento, pero lo suavicé.

Cuando me separé de él, nuestros mis labios hicieron un dulce sonido, y yo pestañeé sin abrir los ojos del todo. John había permanecido estático.

Di un suspiro, y quise llorar, pues no habría segunda o tercera vez de eso.

La sensación era tan maravillosa, como tomar agua después de horas de sed agónica, o más bien como un hombre que ha vivido en oscuridad toda su vida, que no conoce el sol y, en el momento en que lo ve por vez primera, se da cuenta de que no hay nada más hermoso, y ya no quiere volver a la oscuridad. Pero lo gracioso de estas cosas, lo frustrante, es que siempre aparecen al final del tunel, como un viaje paradisiaco que se hace en la vejez, poco antes de morir, pero que constituye el evento más inolvidable de nuestras vidas. ¿Por qué tenía que ser al final?

¿Por qué no fue en el restaurante de Ángelo, cinco años atrás? ¿Por qué no fue como... como en “Joe Black” cuando deciden confesar que se gustan a pesar de sólo recien conocerse? Ellos lo supieron de inmediato. ¿Por qué... ? ¿Por qué no pude saberlo de inmediato? ¿Por qué no había deducido mi corazón en ese instante? ¿O es que en verdad no me había enamorado de John hasta mucho después? Sí, esa era la verdad. No había sido algo repentino. Pero habría dado todo porque lo hubiera sido, y por darme cuenta entonces.

Pero había sido mientras escribía mi discurso del “Mejor Hombre” cuando había comenzado a darme cuenta, lentamente, como la luz de una estrella que tarda años en alcanzar a la Tierra. Luego, en el matrimonio, le dije todas estas cosas a John, me abrazó, y aún nada. La sospecha estaba sembrada en mi inconsciente, pero nada aún. En el brindis supe que no era sólo amistad, y sólo en el baile supe que lo había perdido y que mi sufrimiento significaba mi amor por él.

Cuando supe que Mary estaba embarazada y se los dije en una involuntaria corriente de pensamiento, y cuando ellos rieron felices por la noticia, y John y yo nos miramos... nunca me pareció tan adorable y... tan inalcanzable. Pensé, ¿Por qué tenía que casarse? ¿Por qué las cosas no pudieron seguir como antes, cuando le veía levantado leyendo en el diario, en bata y cabello mojado? ¿Por qué no pudo seguir de esa manera?

-¿Sherlock...? -susurró John, confuso.

Apreté la tela de su chaqueta en los hombros. Debería alejarme, pero aún no podía. Aún no. Mantuve la cabeza gacha, con parte de la luz de la cocina dando contra mi cara.

-Sherlock..., tú...

-Debo irme -susurré, apartando las manos de sus hombros.

Finalmente alcé la vista hacia él, cuando parte de la luz de la cocina llegó a su cara. La mirada de decepción e ira que antes viera en su rostro había quedado reemplazada por sorpresa y temor, con toda su iris hacia mí. No lo entendí, pero John no quitaba la vista de mí. ¿Tanto le sorprendía lo que había hecho? Ya lo había hecho una vez.

Pero entonces su rostro volvió a cambiar al enojo y la confusión. Supe que era el momento de irse. Fui hacia la puerta con la respiración agitada.

-Tú... maldito... -le oí mascullar. Me cogió sorpresivamente del abrigo por detrás, y me tomó de las solapas deteniéndome por completo. Me apoyó violentamente contra la pared- maldito manipulador...

Su voz se quebró. ¿Qué estaba pasando? Volvió a zamarrearme, estampándome contra la pared. Cerré los ojos, dejando que lo hiciera.

-Debiste decirme todo, absolutamente todo si querías que confiara en ti -masculló, con la voz quebrada. Abrí los ojos, pasmado ante su voz temblorosa- . Porqué nunca dejaste que confiase en ti, Sher...

Se quedó callado, apretando las solapas, con el rostro surcado de pena.

-Siempre poniéndome primero, siempre, Sherlock. Ni siquiera me permites enfadarme contigo. Es lo último que necesito. ¡Lo último! -me gritó, moviendo sus manos casi hasta mi cuello- Lo último...

Me cogió el rostro, y luego la nuca. Cerré los ojos, esperanzado, aunque el nudo en mi garganta seguía allí, a pesar de mi cada vez más sereno rostro. Pero John me hizo apoyar mi frente contra la suya, y me acarició pasando sus dedos entre mi cabello, por mi nuca, por mi cuello, como un niño que pasa los dedos por un muñeco de felpa o por el pelaje perfecto de un perro. Cerré los ojos a gusto, y traté de perderme antes de tener que recordar que no le vería nunca más. No era correspondido, pero al menos me estimaba, y eso... eso me conmovió.

Dejé resbalar mi frente hacia abajo, y a pesar de ser más alto que John, sentí sus labios chocar contra su frente. Sentí un dulce escalofrío, y di un larguísimo y poco disimulado suspiro. Mis ojos por completo se llenaron de agua.

No había tenido la intención de atarme tanto. Mycroft tenía razón, no me beneficiaba en nada. De hecho, me perjudicaba incluso al punto de lo físico. Nunca había sentido mis piernas hacerse nada producto de la ansia, y al mismo tiempo producto de la satisfacción de sentir sus manos en mi cabeza. Proferí más suspiros, mientras sentía que me acariciaba el pelo, introduciendo sus dedos entre mis cabello. Fue casi placentero...

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