Capítulo 5:
"Pero te adoro en silemcio"
Sherlock
Dando una inspiración, rodeé el torso de John y le abracé con todas mis fuerzas. Finalmente respondía al abrazo que me había dado junto a su esposa vestida blanco, en aquella mesa y ese salón lleno de flores y felicidad. Esa vez había estado tan tenso que no pude responder. Sólo pude pensar en las tarjetas que tenía en la mano, en la necesidad de hacer el discurso bien, de hacer bien las cosas para que él viera que me importaba. Para que me perdonara por mentirle.
Por eso le apreté contra mí, y quise hacerlo hasta que él diera alguna señal de querer ser soltado. Pero John no hizo movimiento alguno por un minuto entero, y cuando me separé voluntariamente de él fue casi lógico coger sus mejillas de nuevo y besarlo de nuevo.
Fue superficial de nuevo, apenas un gesto de adelantar mis labios y toparlos con los suyos. Mucho más me habría desarmado, y... nunca había experimentado la pasión física en mi vida. ¿Qué tal si en cuanto la viviera no podía verle final? Pero John se encargó de desbaratar cualquier plan que tuviera de abandonar Baker Street a la brevedad. Mantuve los ojos cerrados y aparté las manos de sus mejillas para largarme, pero él se adelantó y me besó de vuelta. Di un suspiro en cuanto se separó.
Le busqué de nuevo, en la penumbra del pasillo, como si estuviéramos lejos a pesar de estar al borde de otro abrazo, y separé mis labios cuando le sentí separar los suyos. Sentí la calidez y sentí su lengua rozar la mía. Mis pulmones reclamaron desesperados por aire y di una larga inspiración, antes de ladear instintivamente mi cabeza y recibir otro beso de John, más húmedo y más dulce. Nunca pensé que se sentiría tan bien. Nunca había sentido agrado al besar a nadie, a nadie jamás, y aunque había sentido la necesidad de besar a John muchas veces, fue una total sorpresa.
Lo cogí de las mejillas, a la vez que él cogía las mías y continuamos, olvidados, como si el tiempo se hubiera detenido. Respiré como un loco, cogiendo los labios de John para mí, y siendo más y más insistinte a cada beso, que parecía ir escalando dejando la barrera de la superficialidad cada vez más atrás. Le acaricié las mejillas, dando un suspiro cuando por casualidad nos separábamos, y le tomé el lóbulo de la oreja derecha y entrepuse los dedos entre su cabello, sintiéndolo suave, imposiblemente suave. Y él recorrió mi mandíbula con sus dedos, delineándola, y me tocó el cabello, y pestañeó cada tanto contra mis mejillas. Sentía el roce de sus pestañas bajo mis ojos, a veces junto a mi nariz, y oí el sonido húmedo de nuestros labios al separarse. Y le abracé más cerca de mí, y él me abrazó más cerca suyo, y le oí suspirar cuando simplemente rozamos nuestros labios, sintiéndolos entibiados. Dios, era tan agradable. Podría... podría besarlo por horas y no hacer absolutamente nada más. No dar un paso más.
Y ya no podría irme. No así. Oh, no, ¿Qué había hecho? ¿Cómo podría irme ahora de allí? Me era imposible siquiera apartar las manos de él, y John tampoco parecía querer soltarme todavía. Me besó de nuevo, y yo, con los párpados apretadísimos, traté de alejarme un poco para que no se tornara tan imposiblemente íntimo de nuevo. Pero lo hizo, se tornó tan íntimo, y tan calmado... Déjame ir, John. Se suponía que... no te vería nunca más, John...
Sentí una lágrima resbalar por mi mejilla, y sentí a John dudar un momento. Mi expresión se descompuso, pero le besé igual.
-Sher...
Di un suspiro contra sus labios, y pasé mi mano por su frente, despejándosela tiernamente. John abrió sus ojos, pero yo cerré los míos, mientras retenía dolorosamente otro suspiro en mi garganta. Finalmente salió de mí cuando John recorrió mi brazo con su mano. Apoyé la frente contra la suya, y le rocé con ella, queriendo sentirle.
-Debo irme -dije, con la voz temblorosa. Ni siquiera había decidido que esas palabras saliesen de mi boca. No quería, no quería, no quería... La lógica me estaba gritando tantas cosas, pero no podía. Tenía que encontrar una forma, o me hundiría por siempre en la prisión de las emociones. Las había mantenido apartadas de mí por tanto tiempo, había intentado por tanto tiempo convertirme en un auténtico sociópata, pero lo único que había logrado había sido aprisionar esas emociones en vez de hacerlas desaparecer.
-Ya no importa, Sherlock -susurró John. Negué con la cabeza, quería que se callara. Calla antes de que sea demasiado tarde- . Podemos seguir viéndonos. Tan sólo... no me protejas más...
Me dio otro beso, dulce y sutil. Sentí mi garganta... dolía tanto...
-Prefiero saber la verdad -dijo John.
-Debo irme... Es la condición... -dije, tratando de apartarme.
-No -dijo, cogiéndome de las solapas del abrigo con fuerza- . No me importa la condición.
Me abrazó. Lo hizo con renovada fuerza. Negué con la cabeza de nuevo. Detente, John...
-Es la condición... -dije, bajando la cabeza y sintiendo el roce de su pelo contra mi mejilla. ¿Así era el amor? Tan ilógico que un sólo roce podía hacerme quedarme y arruinar todo? No, no iba a caer en eso, no si podía poner a John en peligro. Tenía que pensar racionalmente.
-No. No te dejaré ir -dijo con seguridad, pero en voz baja- . Vas a quedarte aquí y cuidaremos a Hamish.
Su voz nunca sonaría cursi en lo absoluto. No diría palabras bellas. Nunca. Pero me gustaba eso de él. No disfrazaba nada con bellas palabras. No le hacía falta. Sus acciones lo decían todo.
-Sherlock...
Sí. Porqué no decía sí y ya. Era lo que deseaba. Debería hacer por una vez lo que deseo, pero me es tan difícil. Me requerían en otro lugar.
John rompió el abrazo para ver mi cara. Le miré a los ojos con temor. Me suplicaban. John me estaba suplicando...
-Por favor... Sherlock. No más.
Me tomaba una mano entre las suyas. Temblaba.
-John... -susurré.
-Por mí.
Por él. Sí. Por supuesto que podía hacerlo por él.
Asentí. John sonrió radiante. Pero seguía estando en peligro, y mi cuerpo se tensó en la conciencia de ello. Por supuesto que no podía quedarme.
En el momento en que dije que sí, supe que me había equivocado. Me quedaría una sola noche. Sí. Así no tendría... no tendría que despedirme.
John
Estaba temblando, la ansia me tenía de esa manera, como también un alivio abrasador. Había estado tantos años en estado de espera. Esperando y esperando, y ansiando, ansiándole a él... Y en unos segundos Sherlock había cambiado eso. ¿Cómo diliaba uno con sentimientos tan poderosos? No podía, y temía morir de alegría.
Moriría de alegría. Oh, sí lo haría.
Caminamos por la calle camino a mi departamento en silencio. Era un silencio compartido, el mismo silencio de siempre que compartíamos cuando milagrosamente no teníamos prisa ante nada. El silencio acordado que debería sentirse igual ahora, pero que nunca más podría sentirse igual. Ni siquiera el caminar con las manos en los bolsillos se sentiría igual. Quería tomarle la mano. Quería caminar por la calle y tomarle la mano y nunca más soltarlo. Estaba tan feliz. Años queriéndole sin decir nada, y ahora... de repente todo estaba demasiado bien para ser verdad.
Excepto por Mary. Sabía que en algún momento volvería a recordarla. Lo haría en el momento en que viera a Hamish, pero es que los sentimientos eran tan recientes. Estaba todavía palpitando dentro de mí.
-Ahm... Amanda debía quedarse con Hamish hasta las ocho -le dije en la puerta de la casa.
Él asintió. Todavía parecía tenso. ¿Y si estaba dudando? Tamborileé con mis dedos en mis muslos, nervioso.
-Pero puedo pedirle que se quede un poco más y... podemos salir a algún lado.
Sonreía demasiado, era conciente de que un poco más y podría estar saltando. Y Sherlock... Bueno, era Sherlock. Solía no demostrar mucho.
El sol ya se había escondido. Miré hacia el Oeste, pensando en algún bar, o quizá un restaurante donde cenar y tomar un buen vino. Dios, qué rápido iba. Pero al fin y al cabo era lo que hacíamos siempre, sólo que... hoy quería que fuera un lugar especial. Más íntimo.
-Está bien -accedió Sherlock.
-OK. Subiré a avisarle. Tú... ven conmigo...
-Esperaré aquí -dijo.
Le miré dubitativo. Sherlock se mantuvo impertérrito, aunque me miraba con cierto brillo en los ojos que sólo le había visto unas pocas veces.
-OK, espera aquí -dije.
Miré a la vereda. Pasaba mucha gente a pesar del frío, pero mis labios seguían tibios.
Y seguí allí, mirándole inseguro. ¿Y si cuando volvía no estaba allí? No... no lo soportaría.
-John, te esperaré aquí.
Di un paso atrás, dubitativo. Estaba un escalón sobre el pequeño pórtico. Las puertas y ventanas eran bastante privadas y no podría vigilarlo desde adentro.
-OK -susurré.
Unas adolescentes pasaron ralentizando el paso. Ya toda la prensa sabía donde vivía yo, así que todos sabían quieres éramos. Me sentí algo cohibido.
-Confiaré en ti -le dije.
Sherlock asintió. Sus ojos parecieron aclararse, como si se abrieran un poco más, ablandando incluso más su expresión. Me miró con seguridad, y entonces dio un paso hacia mí y me besó nuevamente. Cerré los ojos, sintiéndome soñar, y contuve la respiración. Unos grititos agudos se oyeron desde la izquierda. Sherlock me soltó, cohibido.
-OK. Vuelvo de inmediato -le dije, con una sonrisa que de seguro pareció tonta. Pero ni siquiera me dio vergüenza. Besarlo en público equivalía a alardear.
Abrí la puerta calmado, pero en cuanto estuve adentro comencé a correr piso arriba.
-Amanda -Me la encontré en la sala de estar viendo televisión. Hamish ya debía estar dormido- . Hola. ¿Puedes quedarte hasta las... hm... doce?
-Claro -dijo con una sonrisa forzada. No le agradaba la idea exactamente.
-Te pago el doble, Amanda. Sólo por hoy.
-Sí, señor Watson.
-Gracias.
Sonreí de contento y corrí hacia la habitación de Hamish. Me despedí rápidamente de él y fui de vuelta al piso de abajo.
Sherlock no estaba frente al edificio. Se me cayó el alma a los pies. Miré alrededor asustado.
-No...
Me abracé a mí mismo, sintiendo un frío atroz de repente, y miré desesperado en todas direcciones.
-Sherlock.
-¡John! -llamó desde un lado.
Había salido de un negocio de confites de al lado. Di un suspiro aliviado.
-¿Qué estás haciendo allí? Vamos -me dijo.
-Creí que te habías esfumado.
Caminamos con las manos en nuestros bolsillos en dirección hacia un restaurante cercano. Pero en vez de eso, Sherlock siguió caminando, y yo le seguí preguntándome cual era el destino.
Me llevó hacia una terraza envidriada. Estaba en un parque y daba a una laguna congelada, pero el lugar era frío.
-No quiero que... sigas evitando el tema de Mary -dijo Sherlock, entonces.
No íbamos a tener un momento de felicidad. Por supuesto que no.
-Quiero que las cosas queden claras.
Le miré al rostro. No se debatía nada, tenía planeado todo ya. Planeada largarse.
-¿Para qué? -pregunté con firmeza- ¿Para que puedas irte sin culpas? Porque aún vas a irte -dije, dolido. Caminé de cara al vidrio de la terraza- . Siempre ibas a irte.
-No, para que tú no sientas culpas. Por favor, John. Han pasado sólo siete meses y tú...
-¿Ya quiero estar con alguien más? No es lo mismo, Sherlock -dije tratando de ser más amable. Me volteé a mirarlo- . Hace cinco que quiero estar contigo así. No es lo mismo que... No es como fue con Mary. Ella me ocultó muchas cosas, y la odié, pero a ti... nunca podría odiarte.
-No te crees ni a ti mismo. No cinco años. Te traicioné al segundo año de conocerte. Me golpeaste por mentirte.
-Pero así es. Así y todo nunca te odie. No es tan duro de creer. Sólo inténtalo.
Sherlock dudó, inmensamente incrédulo. Nunca había sido conciente de lo que provocaba en mí. No sé porqué me fue decepcionante.
-Si vas a irte -dije, con dolor al decir cada palabra- al menos dame estas horas antes de volver a casa.
La expresión de Sherlock se ablandó. Esperé, ilusionado. Sólo unas horas, Sherlock. Para mí.
-Ya son tuyas -dijo.
Sonreí. Se me humedecieron los ojos. Estaba muy sensible esa noche, espero se pase.
-Tan sólo no te pongas cursi -añadió.
-No es lo mío.
Nos miramos por un momento.
-Y vamos a un lugar más brillante.
Fuimos a un restaurante cercano. Creí que eso nunca pasaría, y Sherlock incluso pidió algo de comida.
-¿Vas a fingir comértelo o comerás de verdad? -le preguntó cuando servían nuestro platos. Eran enormes.
Se limitó a sonreírme.
-OK -dije, algo cohibido. Me había sonreído antes, pero esta vez era diferente.
Y no. No comió absolutamente nada. Sólo bebió un vaso del vino que pedimos, y apagó diez veces las velas de en medio de la mesa sólo por diversión.
-No hagas eso... Vas a terminar con los dedos quemados. Déjame ver...
-Oh, eso es tan típico -dijo Sherlock- . Como esto... “Hm... tienes comida en el dedo”.
Me tomó la mano a través de la mesa. Tenía wasabi, y cuando fue y lamió mi dedo, me quedé en blanco. Lo que debió ser algo provocativo me llenó de escalofríos.
-Ahm... ¿Qué es esto? -preguntó, horrorizado.
-Es... wasabi. Lo siento.
-Cuál es la lógica de comer algo tan desagradable... -Sherlock cerró los ojos con fuerza, mientras las otras parejas de otras mesas lo miraban escandalizados. No era un restaurante cualquiera.
-¿Lo ves? ¿Si supieras un poco más de cultura general...?
-La cultura general es inutil.
-... no pasarías por estos problemas. Toma algo de agua.
Sherlock se tomó toda el agua, pero su ojo izquierdo siguió cerrado, como si el ardor hubiera llegado hasta sus párpados.
-Dios... Es muy desagradable.
-No vas a provocarme lamiendo mi dedo -le dije.
Entonces se echó a reír. Al menos el vino ya había hecho algo de efecto. La situación en sí era bastante cursi, típica a rabiar, y Sherlock no estaría comportándose así si no tuviera licor en el cuerpo. O quizá sí lo haría.
-¿Qué más quieres comer? -preguntó Sherlock.
-Quiero que tú comas algo. Mira, nos dejaron los menús -le dije, preocupado por su salud digestiva. Hasta ahora me preocupaba.
Sherlock esperó. La forma fija en que me miraba me tenía con los pelos de punta. Me daba miedo responderle y encontrarme con sus ojos ablandados por completo por los sentimientos. Le había visto esa clase de ojos en el casamiento, cuando nos dijo a mí y a Mary que seríamos padres. La forma en que su sonrisa se desvaneció de su rostro, aunque no de sus ojos, me lleno de calidez. Nunca me sentí tan querido, y sólo ahora entendía que sus palabras del discurso no habían sido de amistad en lo absoluto.
-De hecho, me gustaría... un postre, quizá -dije, sin levantar la vista.
-Con la edad uno va perdiendo la percepción de lo dulce en las cosas. Supongo que lo natural es que pidas algo en extremo dulce.
-¿Supiste esa información por que era necesaria para un caso? -le pregunté, tratando de burlarme de él.
-No. Fue para un trabajo de la universidad. Nunca me han gustado mucho las cosas dulces y quería averiguar porqué.
-Hm -sonreí.
-Habías comido papilla de cereales. Muy dulce, cuando llegaste a Baker Street -me dijo.
-¿Hm?
Noté que me miraba los labios. El nivel de sonrojamiento al que llegué fue sobrenatural. Sherlock no hizo más que fruncir el ceño. Supliqué que ahora en adelante no hiciera ese análisis cada vez que nos besáramos. Si es que lo hacíamos por un largo tiempo.
Si se iba mañana, mi vida... sin duda... volvería al vacío que había sentido antes siquiera de tener una terapista. Hamish me hacía feliz, pero...
-¿Qué ocurre? -me preguntó.
Me había puesto serio ante ese terrible pensamiento.
-Vas a irte.
-Deja de pensar en ello.
-Por favor, no te vayas -susurré. Tragué, nervioso. Las palabras se juntaban como borbotones en mi cabeza. Cosas cursis que normalmente no diría. Entonces lo dije:- . Te a...
-¿Qué postre quiere, señor? -preguntó el mozo, quien llegó y me vio con el menú abierto en la página de postres.
-¿Eh? -pregunté.
Vi la expresión de Sherlock. Estaba en blanco. Noté su respiración acelerándose sutilmente.
-Sí, ahm... -Carraspeé. Revisé el menú de nuevo- Una tarta de manzana.
-De inmediato, señor.
Esta vez se llevó los menús. Yo volví a mi comida, tenso ante lo que... el mozo había interrumpido. Tal vez era mejor así.
-John... -susurró Sherlock- John...
Una pareja se acercó a nuestra mesa.
-Disculpen. ¿Ustedes son el Doctor Watson y el señor Holmes? -preguntó la mujer.
-Juraría que son ustedes. Leo su blog todo el tiempo -dijo el hombre.
Eran un matrimonio distinguido. Me sentí un poco ridículo en mi chaleco con figuras geométricas.
-¿Querrían unirse a nuestra celebración? Sería una bendición que ustedes participaran. Un honor, de hecho.
-Ahm, sería fabuloso -dije sin dudarlo.
Sherlock me siguió donde ellos, aún un poco cabizbajo. Estaba en shock, al parecer. Le tomé la muñeca, poco valiente todavía para tomarle de lleno la mano.
-John, ¿Qué ibas a decir? -me preguntó por lo bajo.
-Te lo diré luego -le dije.
-¿Por qué?
-Hay muchas distracciones.
Eran un grupo grande de personas. Tal vez había sido un error unirnos a ellos, pero no había querido ser rudo. Quería estar solo con Sherlock. Aprovechar cada minuto.
-Creo que sé lo que es -me dijo, con el rostro dirigido hacia mí. Yo miraba a los demás, sonriendo y respondiendo a sus saludos- . Quiero que sepas que... me siento igual.
Me volteé a mirarlo. Sentí las mariposas en mi estómago, si no era muy infantil decirlo. Tragó con dureza y volví a mirar al frente.
-¿Y ustedes? ¿Cuando volverán a resolver casos juntos? Son los tesoros de Inglaterra -dijo uno de los presentes.
-No lo sé. Quién sabe. Tenemos muchas ocupaciones -me excusé. Sentí la mano de Sherlock en mi espalda, pasando el pulgar por mi nuca.
-¿Qué dice usted, señor Holmes?
-Los crimenes no se acaban, por lo que mi trabajo tampoco. Aunque... es infinitamente más enroquecedor cuando el, aquí presente, Doctor Watson me ayuda.
Noté a las mujeres sonreír. Antes de casarme con Mary los rumores estaban bastante calientes, pero luego se habían apagado un poco. Ahora Sherlock acariciaba mi espalda y no quería su mano en ninguna otra parte. No me sorprendería que los rumores reiniciaran.
-Ahora, los dejamos si nos disculpan -les dije.
Sherlock sonrió, satisfecho. Ninguno de los dos era de estar alrededor de mucha gente, y parecía que nunca cambiaríamos.
-Eran agradables, pero... -dije, con el café helado en la mano. Había pedido un vaso de plástico.
-Sonreían demasiado.
-Hm.
Nos paramos junto a la entrada, dentro aún. Era un restaurante elegante en verdad, y los clientes de las mesas cercanas a la ventana iban en vestimentas distinguidas, y por muy neutrales que fuéramos con nuestros abrigos, no encajábamos allí dentro. Además, a Sherlock se le asomaba la camisa desabotanada en la parte superior, dejando ver su cuello al frío del invierno.
-¿Dónde está tu bufanda? -le pregunté.
-Alguien la tomó prestada.
Quería evitar el tema. Bajé la vista a mi café helado. Sherlock se acercó un poco más a mí, con un dejo de misterio fingido que me hizo sonreír.
-¿Qué?
-Creo que ha pasado suficiente tiempo -susurró.
Fruncí el ceño.
-¿A qué te refieres?
Sherlock miró a los clientes de las mesas más cercanas y luego a mi rostro de nuevo. Oh, a eso se refería. ¿Le molestaría que nos vieran aquí? Lo dudaba.
-¿No te importa que haya comido algo en extremo dulce?
-No me hagas contestar eso -dijo, neutral como siempre.
Me miró fijamente, avisándome, y se inclinó hacia mí mientras yo trataba de sostener el vaso sin que la crema se cayese. Lo bajé un poco a la altura de mi estómago, y los labios de Sherlock se apretaron contra los míos. Aún no podía acostumbrarme.
OK, no quedaba tanto café helado. Suponía que podía dejarlo en alguna mesa.
Cuando se separó de mí, fui rápidamente a dejarlo en una mesa cercana. Un hombre nos estaba mirando desde una mesa.
-No te lo has terminado -me dijo Sherlock.
-No importa. Vamos.
Lo tomé de la muñeca, mientras algunas miradas nos seguían. No me importaban, pero tampoco quería que alguien me viera besándole.
Fuimos hasta una parada de buses, a esas horas bastante vacías, allí cerca del parque, y Sherlock, aparentemente aficionado a tan universal actividad, volvió a cogerme de la nuca y a besarme cuando yo aún no tenía tiempo para cerrar los ojos.
-Hm... Sherlock, ¿y si esperamos a llegar a casa?
Él negó con la cabeza, y puso ambas manos en mis mejillas, algunas dedos bajo mi oreja. Me costó un poco más dejame llevar, producto de la poca privacidad. Sin embargo, fue más suave que la primera vez y Sherlock me apoyó contra uno de los pilares de la parada de autobus, la cual seguía vacía, y demostró lo rápido que aprendía. Cerré los ojos por completo, y di suspiros irregulares, mientras mis manos subían hasta el torso de Sherlock, poco dueñas de sí mismas. No podía concentrarme en moverme yo mismo. Estaba gastando demasiado energía en un beso tan calmo.
Y me daba miedo cuan calmo. Cada segundo sentía que era una despedida.
Un bus se detuvo junto a la parada. Sherlock rompió lentamente el beso, pero mantuvo su frente apoyada contra la mía. Verle con los ojos cerrados, aún dado al momento, me hizo pensar en el Sherlock inexperto. ¿Había descubierto algo nuevo hoy? ¿Algo totalmente nuevo a pesar de haber besado a otras personas antes? Parecía tan dado, incluso más que yo.
Bajaron personas del bus, y me dio un poco de vergüenza al principio. Gritaron algunas cosas, pero cerré los ojos tal como Sherlock estaba haciendo, y cuando la luz del bus se hubo ido y sólo quedó la de la farola ubicada a veinte metros, noté que habíamos empezado a movernos como en un baile. Sherlock se estaba meciendo conmigo, sin despegar los pies del suelo. Aunque en cierto modo teníamos los pies muy alto.
Era una noche de ensueño, y no quería que nunca acabara.
Sherlock
Era tan curioso. Aún no podía encontrar el punto de acuerdo entre mi mente y mis emociones. Seguía resbalándome contínuamente hacia el mundo de las sensaciones. Por más que besase a John Watson, no encontraría un punto medio, un punto que hiciera la separación menos dolorosa. Seguiría ansiando algo tan mundano como lo que estábamos haciendo ahora mismo, junto a una parada de bus en la noche.
Y si lo hacía más intenso, me hundiría en el lado de las emociones para siempre. Aunque por muy suave que fuera, seguía habiendo lapsos en que me olvidaba de todo.
-Creo que ya no tengo frío -susurró John.
-Yo tampoco.
Tenía que... tenía que ponerme de acuerdo con mi corazón. Era ahora o nunca. Así me iría sin el corazón destrozado.
¿Y si estaba haciendo todo mal? ¿Y si el punto de la lujuria era el punto correcto? No quería llegar allí todavía. Era agradable y cálido donde estábamos. Tan medido y calmo. Seguro. Como tres parches de nicotina en mi brazo. Pero ¿Y si probaba mi punto? ¿y si me dejaba resbalar hacia allí? Pero no había una medida de tiempo en que pudiera incluirse el “muy pronto”. Me iría al final de esa noche. Tenía que. No habría un momento posterior para avanzar. Esa noche debía ser un resumen, por mucho que quisiera ralentizar el conocimiento de cada una de las reacciones que estaba experimentando, como si quisiera abusar del beneficio de la espera. Nunca había vivido nada como eso. Nunca había estado tan conciente de mi cuerpo en vez de mi mente.
-¿Estamos bailando? -preguntó John.
Había empezado a mecerlo conmigo, aunque levemente, junto a la acera. ¿Y si sólo... probaba?
Entonces pensé en John. Si iba demasiado rápido para no largarme con el corazón destrozado, me estaría olvidando de tomarlo en consideración. Si era verdad que me quería, él sí quedaría destrozado. No quería que la separación fuera peor para uno o para uno. No quería sacrificarlo a él por querer quedar bien yo. Al fin y al cabo era yo quien había empezado con ese dulce infierno.
-¿Sabes que bailar en medio de la calle podría considerarse cursi? -preguntó John, con la risa contenida.
Sentí un calor irresistible en el corazón cuando le oí reír.
-No -le dije- . No lo es hoy al menos.
Abrí los ojos finalmente. Había estado anestesiado. Le miré en la penumbra, su rostro radiante. Sus labios sonrosados y sus ojos... nunca me habían mirado tan fijo y sin huella de sarcasmo, incredulidad o admiración. Era una mirada transparente, a través de la cual dejaba todo claro. ¿Por qué había tenido que ser siempre tan transparente con todo? No había huella de deshonestidad en él, no como yo. Y ahora se desvestía emocionalmente frente a mis ojos, deshecho de toda defensa contra mi interminable sarcasmo.
-Sherlock -me dijo, frunciendo el ceño- , ¿Estás seguro de que todo esto es real?
-No podemos asegurarlo, pero todas las señales dicen que sí -dije, haciéndome el enigmático. John sonrió, atento- . Esta parte de Londres está normalmente vacía a estas horas, tiene casas de clase alta, pero llegan habitantes de la parte sur a estas horas, más ruidosos y expresivos que el inglés común...
-Fueron los que nos gritaron.
-No obstante, no fueron groseros. Otro detalle es que el café ha dilatado tus pupilas, de la forma que normalmente lo hace cuando... -Lo siguiente me dio escalofríos- cuando ven algo que les gusta. Tus pupilas nunca se dilataban por el café -me di cuenta.
-Te veía recién levantado en la mañana, y tomaba café a la misma hora -explicó John- . Siempre tienes los párpados hinchados por la mañana, pero... te benefician. Se me dilataban las pupilas por esa causa.
Sonreí, y casi reí por su observación. No me gustaba yo mismo por la mañana, tendía a encorvarme por el uso de la bata, luego de toda la noche durmiendo desnudo, pero a John le gustaba como lucía.
Siempre había cuidado que John no lo supiera, hasta que en nuestro segundo año juntos, me levanté para hablar con él por la laptop. La pereza me había impedido ponerme el pijama y la bata, y la rebeldía finalmente me había llevado a Buckingham vistiendo nada más que una sábana.
Habíamos juntado tantos recuerdos. No recordaba asuntos triviales de cultura general, pero recordaba muchas mañanas rutinarias despertando en Baker Street con el sonido de la ducha. John siempre fue un madrugador, haciendo todas las compras de la casa y trabajando sagradamente todos los días. Era el tradicional, atado a rituales sociales, pero era el único que me había hecho sentir bien por lo que hacía como detective. Él único que siempre había creído ciegamente en mí. Pero llegó el momento en que rompí con eso, y John dejó de confiar en mi capacidad de decir la verdad por costumbre. Siempre había sido sincero, antes de conocer a John lo era sin razón alguna. Simplemente decía la verdad. No tenía a nadie a quien proteger de ella. Pero John apareció, me apegué a él y comencé a temer por la vida de alguien... finalmente. Había perdido a RedBeard, había perdido a un hermano, por lo que la perspectiva de perderle a él me fue insoportable.
Pero ahora las cosas eran distintas. Moriarty había prometido no tocarlo y podía creer en él en esto, pero dejaría de ver a John para que así fuera su cometido cumplido, y el dolor, aunque sin duda podía ser menor que el de verlo muerto, era igualmente excesivo.
-Caminemos a casa -le dije.
John asintió.
Hizo el ademán de meter sus manos en sus bolsillos, mientras una pareja iba saliendo del restaurante que antes habíamos dejado. Había un estacionamiento en frente. Tomé la mano de John a tiempo, y él, nervioso, miró a la pareja que se subía al auto. Teníamos las manos desnudas, algo frías, pero entrelacé los dedos con los de John mientras sentía su mirada en la cara. Este solo gesto me produjo tal fascinación, por las reacciones corporales de las que fui víctima, y de las que no dejaba de ser víctima. ¿Cuánto duraría ese nivel de sensibilidad? ¿Y cuándo me aburriría de estos rituales amorosos, que paso a paso estábamos cumpliendo? Ir a un parque, ir a cenar, besarse en la noche, cogerse de las manos... Era el colmo del romanticismo, ese romanticismo que tan falso me parecía, tan repetitivo, cursi y fingido. Lo único que nos salvaba era el no tener esa absurda necesidad de decirnos poesía en voz alta. Los hombres eran buenos con las palabras románticas, esa seducción vanal y armada, basada en la estrategia interesada que siempre he despreciado. Pero John no había cumplido con este paso. Me había conquistado con actos. Actos nada más, con su confianza, su seguridad, su afecto, y esa ingenuidad que entre caso a caso se había manifestado a raíz de su mundana ignorancia, de la cual si bien presenté muchas quejas, muchas veces me hizo enternecer. John era conciente de su ignorancia en ciertos asuntos, su incapacidad para observar y deducir, pero nunca fingía saber las cosas. Si no sabía, preguntaba y despejaba sus dudas. ¿Por qué no todos lo hacían?
-Pareces ensimismado -comentó cuando llegamos a la calle donde él vivía. No nos habíamos alejado mucho.
Miré mi reloj. Eran las once y cuarenta. Me quedaban veinte minutos. Moví los dedos atrás de la mano de John, retorciéndolos para rozarlo, ante lo cual él por un momento creyó que quería soltarse, hasta que volví a afirmar el agarre. Me detuve y volteé a mirarlo, y le vi con la vista fija en nuestras manos. Era un gesto tan infantil, dos niños tomados de la mano, sin malicia, sin lujuria. El cómo estábamos era perfecto. Tan... perfecto.
-Tardé tanto en aprender todo esto -dije en un susurro- . O sólo no quise aprender. No lo necesitaba. Siempre evité el querer. Y a veces desearía que hubiese seguido de esa manera. Te he causado sólo problemas.
-No -dijo, con un tono que sugería que era absurdo- . No sigas con eso. Tú también me has salvado, Sherlock, y... entraremos a esa casa -indicó su hogar con la mano libre, donde Hamish le esperaba- y seremos padres para Hamish. Será maravilloso.
-¿Pasaremos la Navidad juntos? -pregunté, tratando de mostrarme entusiasmado.
-Sí -dijo casi riendo. John tenía los ojos brillosos. Le vi tragar: me veía irme. No tenía duda alguna, pero estaba allí fingiendo creer que me quedaría- . Compraremos pavo, muérdago artificial...
-Muérdago artificial... -repetí riendo. Qué cursilería.
-... y lo pondremos en cada rincón de la casa.
-¿En todos?
-En todos. No importa -John me miraba con tanta intensidad. Quería convencerse. Se estaba dejando llevar- . Y comerás conmigo. Tendremos una cena apropiada y comerás pavo conmigo, y tocarás una canción en violín y... y quizá invitemos a todos, a Molly, a Lestrade, al novio de Molly si tiene uno para entonces... -reí por lo bajo- , o... si quieres no invitamos a nadie. Pasamos la Navidad solos.
-Eso suena mejor -dije, sinceramente. No más rituales sociales.
-Y dormirás conmigo. Y dormirás conmigo y... Hamish... -su voz se quebró- Sólo quiero que sea todo perfecto. Contigo, conmigo. Me estás dando unas pocas horas y siento que no es suficiente -Su rostro se quebró totalmente, y las lágrimas rodaron por sus mejillas. John se las enjugó rápidamente y respiró profundamente, evitándolas- . ¿Vas a hacerlo, Sherlock?
-¿Dormiremos juntos?
-Cuando tú quieras, y si prefieres nunca, está bien. No me importa. Pero... -Eso me dejó helado. Qué estaba diciendo, y porqué su llanto aumentaba a pesar de su intento de autocontrol- pero quédate.
<-- Capítulo 4