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-Te dije que no usaras eso, es una atrocidad.
-Te dije que no usaras eso, es una atrocidad.
-Yo
creo que me veo estupenda -dijo Marion, modelando frente al espejo, y
fingiendo que se miraba.
Movió
los pies al ritmo de la música del local, frente a la mujer
encargada de ayudar a las señoritas a elegir vestidos.
La
tienda contaba con una sección tanto para mujeres como para hombres,
pero en aquel momento los dueños se enfrentaban a la mayor confusión
de sus carreras, con la convicción de que irían al infierno por
estar haciendo aquello. Marion vestía un traje de caballero, con el
pelo trenzado y enrollado en la cabeza para verse más varonil.
Incluso su nuca lucía más atractica despejada.
-Si
piensas que así podrás conquistar a Perry, te equivocas.
-No
quiero conquistar a Perry, quiero conquistar a Margarett. No puedo
creer que hayas cedido -dijo Marion, volteándose a abrazarlo
efusivamente.
-Hey,
suéltame...
La
apartó de sí, mirándola con asco.
-Debo
decir que los vestidos me gustan -dijo Marion- , pero esto es mucho
más cómodo. Usar corsé era del todo inútil, y ya va siendo tiempo
de que Perry deje de sentirse incómodo al tocarme sin él puesto.
-Te
dije que no lo conquistarás, como tampoco convencerás a una
chiquilla de que eres un hombre.
-Margarett
no es una chiquilla, es una mujer -dijo Marion, acomodándose el
sombrero, y jugueteando con el bastón- . Podría hasta ser madre, ya
la viste. Está prometida con un hombre, pero ya la haré cambiar de
opinión.
-No
saldrás de aquí luciendo de ese modo.
-Tranquilo.
Nadie notará que soy una señoriña, mio caro amico. Los
hombres no tienen dos dedos de frente para notar estas cosas.
Fue
de vuelta a la parte delantera de la tienda, mientras la encargada se
persignaba.
-Cuánto
-preguntó.
Jude
dio un suspiro.
Se
les fue todo lo que tenían en eso, al menos por parte de Marion.
Ahora la vampireza llevaba consigo un bolso donde guardaba su
vestido. Jude la siguió sin equipaje alguno en las manos, más
abrigado que nunca con la llegada del otoño.
-Creí
que andábamos en busca de Perry.
-Perry
sin duda vino a Londres. Quería despedirse de Garrett Parrish.
-¿Y
por qué tengo que yo lidiar contigo? ¿Por qué no esperamos
a que él aparezca y así podemos ir por caminos separados mientras
yo me llevo a Eloy conmigo a Francia?
-Tendrás
que lidiar conmigo por la eternidad, Jude.
-¿Seré
tu lazarillo por la eternidad, Marion?
-No.
Este es mi lazarillo -y lo golpeó con el bastón. Jude lanzó una
maldición.
Afuera
Jude se guió a la luz de los faroles. Había gran movimiento en la
calle a pesar del frío, pero Jude, dueño de una vista aceptable, se
lamentaba por lo lúgubre de las calles.
-Vamos
a un restaurante, necesito algo más caldeado.
-Pero
el frío no te molesta.
-Sí
cuando tengo las venas llenas. Vamos.
-Ve
tú. Yo iré a por Margarett. Pero ni se te ocurra dejarme a mi
suerte. Eloy no lo aprobaría.
-¿Podrás
llegar tú sola al hogar de esa chiquilla?
-Me
las arreglaré.
Jude
fio un bufido y la tomó del codo para guiarla.
-Ya
me parecía que no podías ser tan desconsiderado.
La
calle del sector hacia donde se dirigieron tenía más privacidad que
las otras. Sólo pudieron ver a un par de transeuntes arrivando a sus
hogares apurados, como si se los llevara el diablo.
-Hace
cuantas horas que bebimos, ¿dices?
-Sólo
un par. No sentirás sed, a menos que seas secretamente una glotona.
Se
detuvieron en la esquina de la calle del señor Arnold. No había
nadie fuera de la ancha casona residencial, pero Marion oyó pasos en
la cocina, y casi pudo imaginar a la joven allí esperando a por una
visita deseada.
-¿Tendrás
por casualidad un cigarrillo? Creo que eso me ayudará.
-Te
esperaré en el bar. No quiero ver la cara de espanto de esa humana
cuando vea tus ojos.
-No
tiene porqué ver mis ojos.
Caminó
en dirección a la entrada, por la vereda, y Jude quedó atrás. La
respiración estaba agitada en su pecho, y cuando tocó el timbre,
pensó que todo estaba absolutamente planeado y controlado en ese
momento.
-¡Señora...!
Señora Whitmore.
Marion
sonrió de contento, al ver que Margarett la había reconocido de
inmediato. Se acercó a ella y le tomó las manos, tanteando.
-Vine
de sorpresa. Por suerte aún estabas aquí...
-¿Por
qué luce de esta forma?
-Porque
he cambiado mi vida -le dijo, irrumpiendo en la casa.
Chocó
contra el perchero del hall, golpeándose en la frente.
-Ouch,
qué torpeza... Perry y yo nos fuimos al norte, y hemos tenido todo
tipo de experiencias, pero no podía dejarte atrás. ¿Qué tal si
vienes conmigo?
-No
puedo. Tengo trabajo aquí.
Marion
siguió forzando su sonrisa, en la esperanza de oírla cambiar de
opinión.
-¿Por
qué no se ha quitado los lentes, señora Whitmore?
-Porque
no deseo que me reconozcan, aunque tú lo hiciste de inmediato. Por
favor, ven conmigo. Cuidaré de ti.
-No
puedo, no puedo irme con usted. ¿A dónde iríamos? No tenemos nada
con lo que valernos por nosotras mismas.
-No
lo necesitaremos. Seremos libres, no tendremos que trabajar, no
tendremos que siquiera tener una casa. Viajaremos siempre, tú, yo y
Perry...
-¿Con
el señor Whitmore...?
-Sí,
con él. ¿Qué esperabas?
Margarett
se soltó de sus manos, dejándolas resbalar. En la sala de estar se
oían voces.
-Margie...
-No
puedo dejar a mi prometido para unirme a ustedes, señora Whitmore.
Ustedes ya se tienen al uno al otro. ¿A quién tendría yo?
Marion
oyó atentamente las voces de la sala de estar, notándolas
distraídas en sus propios asuntos, por lo que tomó a esa joven tan
exquisita de las mejillas y le dio el beso que había esperado darle
nada más llegar.
-Hm...
La
empujó en dirección a la cocina, mientras Margarett, nerviosa,
tanteaba sin saber donde poner sus manos. Marion cerró la cocina
tras de sí, sintiendo aquella pulsión empujándola como esa vez,
cuando intentó escapar de Perry y Jude para ir en busca de Agnes.
Pero ahora esa pulsión era puramente sensitiva, una urgencia por
tocar y besar de la que no se había encargado antes, enterrándola
bajo tierra en la esperanza de que desapareciera, puesto que sólo
creyó poderla sentir con Agnes.
Recordó
a Gia en aquel parque, en la oscuridad. El modo en que su mano voló
hasta debajo de su vestido. La imitó, y tras asegurarse que no había
moros en la costa, introdujó su mano entre las ropas de aquella
joven, alcanzando finalmente aquel rincón suave y húmedo entre sus
dedos.
-Ahh...
La
calló con un beso, mordiendo levemente su labio inferior, y
sintiéndola responder entre suspiros y gemidos. La sintió
humedecerse contra sus dedos, y frotó más fuerte, sobre ese punto
que sólo conocía bien en sí misma. Pronto arrastró a Margarett
hacia el fregadero, y la sentó sobre él, alzando su pierna para que
la abriese más, apoyando su pie sobre una silla a un costado.
Margarett dio un gemido vivo, y Marion guió su mano tímida hacia
sus pechos, y la joven pronto entendió, cuando introdujo su mano
bajo su ropa. Con un suspiro, la tocó más rápidamente, sintiendo
el apretar de los dedos de su enamorada en torno a su pecho derecho,
para luego bajar por su torso hacia su entrepierna.
-Ahm...
Marg...
Besó
su cuello, dejándola gemir a sus anchas, y tiró del cuello de su
vestido para acariciar con sus labios su clavícula. Sintió su mano
humedecida bajo su vestido, sintiéndola en llamas contra sus dedos,
y la sintió mover las caderas hacia adelante y hacia atrás,
dejándose llevar por el impulso.
-Ven
conmigo...
Volvió
a morder, esta vez su cuello, tanteando. Llevó la mano a su nuca,
mientras Margarett confundió su sed por deseo. Marion empezaba a
notar la urgencia por conventirla en una con ella, en lo mismo que
ella, y sintió su garganta empezar a quemar.
Volvió
a coger sus labios, desesperada, e intentó calmarse, calmar sus
besos, mientras acababa a Margarett a cinco centímetros del final
del corpiño. Sacó su mano más cálida de debajo de la falda y el
miriñaque, y se afirmó del fregadero mientras Margarett seguía
frotando.
-Marg...
Empujó
con su cadera, ayudándola en el movimiento y enterró la frente en
su cuello, sintiéndola enterrar sus dedos profundamente, mientras
con el pulgar la estimulaba en el frente. Llegó cuando en la sala
aún se oían conversaciones, y gimió contra el vestido de la joven,
con el cuerpo caliente tras muchos días de frialdad.
Entonces
vio que sus gafas se habían caído. Se afirmó con más fuerza del
fregadero, con la mano de Margarett trepando hasta su abdomen, y
luego por detrás, en su espalda, para atraerla hacia sí.
-Eres
tan bella -dijo la joven- … tan bella.
Se
inclinó para apoyar el rostro en sus senos. Le desabrochó la blusa,
dispuesta a seguir, y Marion mantuvo los ojos cerrados, temerosa de
que de pronto alzara la vista y le viera en su putrefacto aspecto.
Pero Margarett estaba totalmente ida, y pronto la vio desabrochando
su pantalón, tras desatar su cabello dorado. Pero Marion ya no
sentía nada. Toda la sangre que había tomado se había ido, y fue
incapaz de ver su cuerpo mantener aquella gloriosa temperatura.
-Vente
conmigo -le dijo, tratando de hacerla levantarse. Pero Margarett no
escuchaba.
-Pronto.
Déjeme hacer esto...
-Margie,
necesito...
Se
mordió los labios, sintiendo la sed brincando desde sus pies hasta
su garganta, brincando, clavando, quemando en frío. Y siguió
mientras aquella humana le tocaba, tentándola sin siquiera saberlo.
O sabiéndolo, de hecho.
-Margie...
La
levantó tomándola de la muñeca. La sangre corría muy viva por sus
venas, como era de esperar. Demasiado viva...
-Debo
irme...
-Dijo
que me llevaría con usted. Míreme, por favor...
-No
puedo, debo irme...
-¿Por
qué no quiere mirarme? ¿Será así si me voy con ustedes dos?
¿Permanecerá con él como esposa y a mí me dejará para sus
juegos...? Los oí cuando lo hicieron...
-No,
es sólo...
-¡Eso
es lo que hará! Richard hizo lo mismo, prometiéndome que me daría
un lugar en su vida, pero sólo me quería para jugar mientras le
daba a su esposa el puesto de primera dama...
-Margarett,
no haré tal cosa contigo...
Y
sus ojos se abrieron sin que ella lo quisiera. La cocina siguió
oscurísima para ella, pero Margarett ya los había visto, y la
prueba era su mudez.
-¿Qué
le han pasado a sus...? Oh, por Dios santísimo...
Se
alejó de ella hasta chocar contra la mesa. Margarett se abrochó sus
ropas y volvió a cerrar los ojos, aterrorizada.
-Necesito
mis gafas... -dijo Marion.
-¿Qué
es usted? Sus ojos...
-Soy
Marion...
-No,
usted es algún demonio... ¿O cómo explica lo que le ha pasado a
sus ojos? Es cómo si el mismo abismo pudiese vislumbrarse por
ellos...
Se
abrochó el vestido en la parte superior, horrorizada de pronto de lo
previamente compartido, y cuando Marion percibió lo helado de su
estado, comprendió que aquella visita estaba perdida. Se agachó en
busca de sus gafas, con los ojos empezando a cubrirse de lágrimas
sangrientas.
-¡Margie!
-llamó la cocinera desde afuera.
Marion
se acomodó la levita, escondido el cabello lo mejor que pudo dentro
del sombrero y se arregló la corbata de moño. Fue hacia la puerta
de la cocina con las gafas puestas. Podía sentir los sollozos
aventándose contra su garganta.
-¡Estoy
aquí! La visita... ya se va...
Marion
abrió la puerta, encontrándose con todos los empleados de la
cocina. Tomó el bolso que había dejado en la entrada, y tras
cristales oscuros pestañeó rápidamente, tratando de deshacerse de
sus lamentos.
-Venía
a pagar un favor, mi señora. Gracias -dijo con voz más profunda.
La
cocinera le dio el paso y ella salió de la casa inmune.
Fue
en dirección al bar que había señalado Jude. Tenía la esperanza
de encontrarlo con una botella entera de dosis para ellos solos, pero
cuando entró allí y preguntó por él, le indicaron que estaba en
una mesa de esquina con tan solo un vaso de agua en frente de sí.
Era esa la bebida elegida por el pecador para ahogar sus misiones
atrasadas por los caprichos de una discípula.
-¿Qué
le ocurrió a tu corbata de moño?
-Una
pelea -improvisó, con voz débil.
Carraspeó,
temerosa de ver descubiertas sus tribulaciones. Se sentó en la mesa.
-Oh,
eres tan mala para las conquistas. Debí adivinarlo.
Buscó
su mano por la mesa, enojada, y le agarró la muñeca con fuerza.
-Vio
mis ojos -aclaró.
Jude
tiró, adolorido. Mientras Marion hacía esto, notó el olor leve de
la sangre a la derecha de Jude.
-¿Has
traído una dosis? Aunque esta huele como de segunda mano.
-Sí,
es de segunda mano, pero te aseguro que no querrás morder al que la
contiene. Eloy ha llegado bien tonificado por muchos días de
excesos.
Marion
alzó bruscamente el mentón, mirando en la dirección en la que
pensó él estaría. Pero ante la sopresa de Jude, erró. Marion sólo
pudo encontrarle cuando empezó a guiarse por su olor, dándose
cuenta de que había equivocado la dirección tal como siempre hacía
con Perry. Sólo era capaz de hallar a Perry cuando le oía hablar
con su voz tranquilizadora, casi somnífera, o cuando él mismo la
encontraba.
Elliott
había adoptado la misma esencia imposible, como si no existiera,
como si fuera un punto inexistente en el espacio, un fantasma, y
comprendió que sus días con Perry debieron ser más fructíferos de
lo que habría supuesto. Algo en Elliott le había dado el aviso
desde el principi, y un temor horripilante de perder a su esposo, su
mejor amigo, se apoderó de ella.
Se
levantó de golpe, echando la silla hacia atrás.
-¿Dónde
está Perry?
-Afuera
-dijo Elliott- . Vomitando.
Marion
frunció el ceño.
-Se
tomó una jarra entera de... whisky -explicó Jude- , en esperanza de
poder emborracharse. ¿Por qué no le detuviste?
Eloy
no dijo nada. Marion salió del bar sin oír más.
Perry
estaba afuera del bar, sentado en el borde de la vereda. Al contrario
de Eloy, no lucía satisfecho con la dosis del día. En su lugar,
estaba tomando agua, arenosa al paladar.
-¿Estás
más recuperado?
Asintió
con la cabeza.
-¿Viste
a Jude?
-Sí.
No quise presionarlo para que fuera en tu busca -dijo, con sequedad.
Marion
se quedó donde estaba, notando lo extraño de su tono. Como siempre,
no sintió venir su mano hacia la suya, y se dejó guiar por él
ciegamente, hasta tenerla sentada en la vereda al igual que él.
Enredó
las manos con las suyas, y la apretó contra sí firmemente,
rodeándole con el brazo. Marion se dejó, reconfortada, y descansó
sus párpados cuando Perry posó la mano cariñosamente sobre su
cabello desordenado.
-¿Cómo
te has alimentado?
-Elliott
me enseñó a cazar sin matarlos. Maté a un par al principio, pero
las cosas salieron bien después de varios intentos.
Perry
y Elliott. Ya podía verlos marcharse juntos y amistosos, como
compañeros de por vida. Con quién se quedaría ella, no lo sabía,
pero empezaba a rendirse de encontrar a alguien adecuado.
-Tengo
sed. Vamos a cazar unas presas para nosotros. De paso me enseñas a
no vaciarlos.
Elliott
los observó cuidadosamente desde el interior del bar, mientras Jude
pedía su tercer vaso de agua, ante lo cual el hombre de la barra se
mostró elocuentemente curioso. Nadie intentaba escapar del
alcoholismo esos días, especialmente si se vivía por esos lares de
gente trabajadora.
Había
visto a Perry recibir a Marion con la naturalidad de los matrimonios
que llevan casados veinte años. La asió de la mano y la hizo
sentarse con él, y ella se dejó, deshaciéndose de la máscara
rebelde que siempre traía encima.
-Se
han ido -avisó a Jude cuando los vio desaparecer calle abajo- ¿Los
seguiremos?
-Nunca
has sido de los que preguntan si pueden hacer algo o no -dijo Jude.
-Lo
digo porque tú pareces el más interesado en mantenerlos con
nosotros.
-Volverán.
Están perdidos sin nosotros. ¿Qué ocurrió con Perry? ¿Estuvo
experimentado con sangre de segunda mano? Nunca vi a ningún vampiro
intoxicarse tan feo con licor.
-Es
un neófito -dijo Elliott.
Elliott
comprendió que Jude veía a Perry en menos, como el dueño de un
feudo especialmente grande que ve en menos a uno al que se le han
cedido tierras recientemente. Perry no tenía experiencia en la vida,
pero lo veía mucho más medido de lo que cualquiera de ellos había
estado nunca. Tenía un don, un don para resignarse y fingir
bienestar, y comprendió que ese era su talento restante para su vida
de vampiro. El suyo era el de poder manipular a quien quisiera, pero
el de Perry era ese, el de quien despierta de la locura y la libertad
de la niñez para convertirse en un adulto apático. Ese era el
camino más lógico.
Y
sin embargo, no le gustaba el resultado de aquellas tres noches de
lamentaciones junto a la tumba de Garrett Parrish. Perry no había
bebido sangre por tres días y no se había separado de esa losa de
piedra, adquiriendo el aspecto inconfundible de aquellos vampiros que
se dejan morir. Pero a Elliott le había bastado decir el nombre de
su esposa para traerlo de vuelta, lo que había dado como resultado
esa apatía y tacirtunidad insoportables de los días posteriores. Ya
ni siquiera discutían.
Por
eso, cuando le vio abrazarla cariñosamente bajo la luz de la farola,
temió estar teniendo alucinaciones.
-¿Switz
ha vuelto a perder el control? -preguntó a Jude.
-No.
Se ha mantenido en equilibrio. Es una excelente cazadora. Nunca se
detiene a considerar otras opciones.
-¿Dónde
iremos ahora? Espero que no estés insistiendo con Francia. No me
gustan los hábitos de los vampiros de esas latitudes.
-Lo
sé, pero tenemos mucho que hacer allá. Mucho que averiguar.
-¿Para
qué? Sabes todas las razones muy bien de porqué fuiste convertido
en esto. Todos nosotros somos pecadores.
-El
pecado fue la excusa, pero debe haber algún fin para todo esto, debe
haber una razón por la que esto ha durado tanto. No se gastan vidas
por el bien del castigo de dichas vidas, Eloy.
Elliott
volvió a sentarse a la mesa, y tomó lo que le quedaba a Jude de
agua.
-¿Por
qué no continuaste tu búsqueda en ochocientos sesenta y ocho?
-Tenía
que resolver otros asuntos relacionados con... vampirezas convertidas
sin permiso. En ese entonces debía pedirse permiso a los Jueces o a
mí para convertir a nuevos vampiros, pero por supuesto, esa regla
comenzó a ignorarse gracias al quebrantamiento de la misma.
-No
puedes esperar que tantos obedezcan tus inútiles reglas. Somos como
los humanos: tenemos libre albedrío -dijo Eloy, mirando por la
ventana.
-¿Cómo
convenciste a Teófanes de que convirtiera a Teodora?
Elliott
sonrió.
-Debes
imaginar su parentesco -dijo- . Teófanes odió lo que le hizo el Rey
Teófilo. Encerrarla en un convento para no sentirse como una
marioneta. ¿Cómo pudo pensar que su madre obstaculizaría su
reinado? Ella se limitó a ser regente mientras el odioso chico
crecía en una cuna de oro. Y la santificación sólo fue una
disculpa para justificar su comportamiento, como si la iconoclasia
fuese un gran aporte.
-Jean-Pierre
no estaría de acuerdo contigo. El ve el arte como un fin en sí
mismo, y si provee de recursos o placer estético a quienes lo hagan
y lo contemplen, que se haga, aunque sea social y políticamente
inútil.
-O
religiosamente inútil, en este caso -dijo Elliott. Debió
imaginar que Perry pensaría de ese modo. Era un romántico.
-Religión,
política... Son lo mismo. En fin, ¿La santificaron por haber traído
el culto a las imágenes de vuelta?
Elliott
asintió con la cabeza.
-Esa
es una gran excusa. ¿Pero no crees que ella tuvo buenas intenciones?
-Las
tuvo, pero la santificación no deja de ser una excusa. Teodora se
merecía mucho más respeto que el que le dieron después de morir.
-Bueno,
tú te encargaste de que no muriese.
-Y
tú de que no fuese una vampireza eterna. Aún no entiendo porqué lo
hiciste.
-Estaba
celoso. Habías conseguido a una compañera y después de aquella vez
seguiste intentándolo. Me habría molestado menos si hubieras
conseguido a un compañero varón.
-¿Si
hago a Perry mi compañero le perdonarás la vida?
Jude
endureció el gesto. Elliott rió por lo bajo, y limpió el vaho del
vidrio.
-Ciertamente
no. Él no será la excepción. Sabes que yo te convertí, eres mi
responsabilidad.
-O
de tu propiedad. Has intentado hacer esto con cada vampiro que has
convertido, Jude, y aún no entiendes que nadie puede permanecer a tu
lado por mucho tiempo. Le quitas los excesos a la vida, y qué es la
vida sin excesos.
-¿Le
quitarás Perry a la señorita Swerzvelder? Lo dudo.
-No
lo haré. Perry ha estado descompensado los últimos días. No tomaré
a un compañero medio muerto.
Jude
sonrió, y Elliott miró por la ventana, con el rostro sumido en la
seriedad.
Jude
sospechó de todos modos. Siempre había desconfiado de la aparente
indiferencia del vampiro frente a sus asesinatos de congéneres. Jude
había matado no sólo a Teodora después de que esta renaciera a la
vida vampírica, sino también a Joy. Joy, la guía de la camada de
Anthony, había sido manipulada para dejar la vida nocturna en pos de
Elliott. Sin embargo, sus esfuerzos para manipularla para hacerla
cometer tal error de cálculo no fueron tantos: las peticiones de
Elliott para que le siguiera a la luz cálida del sol habían hecho
parte del trabajo, ya que el chico era fácilmente venerado. Tenía
enemigos pero nadie le atacaba a matar. Algo en él impedía que se
acriminaran con su existencia.
Poco
después, cuando llegó Perry de vuelta de la cacería con Marion,
empezó a notarlo.
Elliott
le observaba desde la distancia, y esa distancia pareció
acrecentarse con la reunión de los dos tortolitos Marion y Perry.
Esa noche volvieron a los túneles, y ambos durmieron abrazados el
uno del otro, como si temieran volver a perderse. El observador, por
su parte, permaneció, como siempre, en lo más alto de las cuevas,
como un vigilante nocturno. No durmió en toda la noche, ni él ni
Jude.
Durante
el día no hablaban, y mientras se alejaban de Londres hacia los
túneles que los ayudarían a cruzar hacia el Reino de Francia, Perry
fue el lazarillo de Marion, un lazarillo no obstante más taciturno e
inabordable que antes.
-¿Reconsideraste
tu vida como vampiro mientras estaban lejos? -le preguntó Jude
cuando Elliott se detuvo a revisar el mapa hecho por Teófanes, que
indicaba el comienzo de los túneles que llevaban a París, los
cuales los llevarían hacia el sur, a Languedoc.
Perry
buscó a Elliott con la mirada, con una expresión de extrañeza.
Jude supuso que Perry pensaba que Elliott había hablado demás. ¿Qué
sabía Elliott de Perry? Sin embargo, no encontró al susodicho.
-No.
Pero acepté esta vida como vampiro, ¿no es eso lo que deseabas?
-En
efecto, pero con los neófitos nunca se sabe.
Perry
le fulminó con la mirada, la cual se había vuelto más y más
felina, en un renovado rechazo hacia el mundo.
-Hey...
-lo detuvo Jude- Ve a ayudar a Elliott a revisar el mapa.
-No
sé de mapas.
-Eres
historiador, sabrás encontrar lo que estoy buscando.
-No,
porque lo que tú estás buscando son patrañas.
-¿Dices
que me he imaginado cosas? Porque yo las viví.
Perry
dio un suspiro, y volvió a buscar a Elliott con la mirada.
-Allí
-dijo Jude, volteándolo en la dirección correcta- . Ya aprenderás
a escapar a su manipulación y a encontrarlo cuando pretendas
hacerlo.
Le
dio unas palmadas en la espalda, y Perry bajó el mentón,
completamente humillado.
Perry
había estado días tratando de escapar a esa manipulación, pero
Elliott era hábil. Jude vio divertido cómo Perry, tras acercarse a
ver el mapa, se inclinaba sobre este y Elliott se alejaba con el
desagrado calcado en la cara. Eso contradijo cualquiera de las
sospechas que hubiera armado hasta ese momento, y no evitar sentir
alivio.
Miró
en dirección a Marion, quien se quitaba el sombrero y los
suspensores para andar con mayor comodidad. También se soltó el
cabello, dejándolo caer sobre su hombro izquierdo, en contra de lo
que Perry siempre le recomendaba hacer cuando estaban tan rodeados de
polvo suelto: mantenerlo amarrado para que su brillo se conservara.
Entonces
la vio dirigir su cabeza en dirección a ambos cartógrafos, y ceder
su expresión de ensimismamiento a la de tensión. Siguió atenta a
ellos, y Jude supuso que estaría escuchando cada palabra que decían.
¿Qué
estaba viendo Jude allí? ¿Celos? Celos de vampiro, los celos más
comunes en toda su comunidad, en toda esa pandemia en la que él y
sus congéneres se habían convertido. Había una razón por la que
se hacían remates de Compañeros en la Ciudad Bajo Tierra en
Northampton. Se perdían compañeros tan fácil como una hormiga
pierde la vida en medio de las calles de Londres, pero el trabajo más
duro era coseguir otro, y Marion estaba aterrorizada ante la
posibilidad de que Perry prefiriera a otro compañero por sobre ella,
a pesar de todos los días durmiendo pegaditos como tontuelos niños
enamorados, o las noches caminando por las calles tomados de la mano.
Eran patéticos, y ni siquiera se deseaban el uno al otro, y aún así
tenían un miedo extremo a perderse el uno al otro.
Cuando
volvió a vigilar a Perry y a Elliott, comenzó a entrever aquello
que le estaba sirviento a Marion de aviso: esa complicidad, si bien
Elliott no le demostraba a Perry más que desprecio, y que era todo
menos recíproco, ya que Perry trataba a Elliott como a un niño. Un
niño. Marion tenía miedo de perder a Perry a causa de un
niño que podría hacer las de hijo.
-¿Planeaban
tener hijos? -le preguntó a Marion mientras esperaban a que los
cartógrafos del cuarteto definieran un curso fijo hacia Languedoc.
-Sí.
Estábamos intentándolo cuando tú... Bueno.
La
vio tomar dos piedras a tientas, mientras mantenía el rostro en
dirección a su esposo. La vio tragar, nerviosa, casi desesperada por
la conversación que Jude no alcanzaba a oír. Encendió la fogata
con unos cuentos roces.
-Tengo
curiosidad, ¿De qué hablan Perry y Eloy?
-Eloy
sabe que Perry deseaba tener hijos, y ahora se está burlando de él
por tratarlo como un reemplazo de eso. Perry no suena contento.
-¿Alcanzas
a escuchar todo lo que dicen? -le preguntó Jude- ¿No sientes
la influencia de Eloy para que no lo hagas?
-¿Influencia?
¿Qué influencia?
Jude
se echó a reír. Perry se volteó a mirarlos, por fin, y se acercó
a ellos.
-Eloy
no puede manipular a Marion. Creo que serías una excelente
compañera.
-Sí
puede. Manipuló mi humor al principio -dijo Marion.
-Yo
lo hago -dijo Perry, al ver que Marion seguía intentando encender
más leños con las piedras.
-Puedo
hacerlo.
-Te
quemarás las manos.
-Tú
también, y tienes más sed que yo. Déjame hacerlo sola -dijo
Marion.
Perry
se encogió de hombros.
-Parece
que iremos a París de todos modos -le dijo a Jude.
-Ya
conozco París -dijo Marion- . ¿Qué gracia tendrá si voy de esta
manera?
Perry
se sentó sobre el piso, mirándola con una sonrisa.
-Te
llevaré al Moulin Rouge.
-Es
un sitio misógino, Perry.
-No
a la sección que te llevaré. No necesitarás tu vista para pasarla
bien.
Jude
sonrió. Miró hacia Eloy, y vio que trazaba el curso de viaje él
mismo, sin todos los titubeos presentados mientras Perry estaba
próximo.
-¿De
verdad me llevarás? -preguntó Marion, abriendo los ojos como
platos. Los globos oculares lucieron desgastados, y Jude miró a otra
parte con una sensación de escalofrío.
-Podrías
ir sola, pero... soy tu lazarillo -dijo Perry.
-No
eres mi lazarillo. No estoy ciega, tengo mis demás sentidos
perfectos.
-Ya
sabes a qué me refiero -le dijo Perry, haciéndole un cariño en la
mejilla.
Jude
se alejó de ellos, empezando a sentir asco de todas esas muestras de
devoción, como también un poco de celos. Marion no elegiría a
ningún otro compañero.
A
la llegada del anochecer, sin embargo, se pusieron aún más melosos.
Tenían planeado visitar la Catedral de Amiens, pero Perry tenía
rechazo hacia las cruces.
-¿Así
que Eloy no logra manipularte? -le preguntó a Marion, admirado.
-No
creo que sea inmune a su influencia.
-De
todos modos, lo que él hace le es tan natural que es involuntario,
debes entender que...
-No
es involuntario -dijo Marion, riendo- . Creo que comienzas a
idealizarlo.
Perry
frunció el ceño, y se quedó callado. Marion no notó su
nerviosismo.
-Pero
si es que sí soy inmune, debe tener que ver con mi vista. Y si soy
inmune por mi vista, tú debieras ser capaz de entrar a una
Iglesia con los ojos vendados.
-¿Pero
cuál sería la gracia en ello? Me conformaré con ver el exterior,
mientras ustedes entran, ya que no hay cruces cristianas en el
exterior.
-No,
debes entrar conmigo. Debes conocerla de memoria, ¿o no? Dijiste que
habías venido a Francia mientras estudiabas Historia del Arte. Vas a
enseñarme la Iglesia con los ojos vendados.
Perry
rió por lo bajo.
-Creo
que de hecho suena como una buena idea.
-Será
divertido. Así describirás para mí de lo que recuerdes de ella.
Dentro
de la Iglesia, sin embargo, Jude no pudo ver cómo se desvivían en
sus intentos por llevarse la misma imagen de la Iglesia en sus
memorias. Pudo notar la presencia de otros vampiros en cuanto
cruzaron el umbral de sus puertas.
A
ninguno le hacía efecto la sacralidad de las imágenes cristianas,
en lo cual Jude no vio ninguna lógica. Si todos ellos eran
descendientes suyos, entonces debieran haber heredado algunas de sus
fobias. Los vigiló mientras se paseaban entre los feligreses. La
vampirezas iba a cabello descubierto, como una burla. Un sacerdote no
tardó en acercársele ante la vista de ese pelo negrísimo como la
noche.
-Por
favor, cúbrase, mi señora -le dijo.
-¿Por
qué?
Marion,
junto a Perry en el otro lado de la Iglesia, se percató de la
amonestación, y arrastró a Perry con ella.
-Porque
es pecado mostrarse ante el señor.
-Él
trae el cabello descubierto -dijo, indicando al vampiro de cuyo brazo
iba tomada- . Philip, diles.
Philip
dio un suspiro de fastidio.
-No
se puede acudir a ti, Philip. ¿Para qué quiero un esposo si no me
defiendes? ¿No es eso para lo que sirven si son más fuertes que
nosotras?
Marion
sonrió fascinada por lo que estaba escuchando.
-Es
judía -susurró Perry, quien se había quitado la venda para
mirarla. Jude se volteó a mirarlo, curioso por su acertividad. En
efecto, la mujer vampira, de cabellos negros y piel morena pálida,
tenía todos los rasgos de una de la raza de Abraham, y él, Jude, no
podía gritar a más que los cuatro vientos con los atuendos que
llevaba que venía de la mismo tribu que ella.
-Yo
me encargo, su Excelencia -dijo Jude, acercándose al sacerdote.
Luego se dirigió a Perry:- . Ve a cuidarlo.
Indicó
a Eloy, quien se hallaba parado al centro de la nave principal,
interesado en mirar las decoraciones que había sobre su misma
cabeza. Perry besó a Marion en la sien antes de irse, a pesar de ir
esta vestida de hombre. Jude le vio acercarse al sector del laberinto
blanco y negro que adornaba el suelo justo en el centro de la cruz
que formaba la Iglesia, en cuyo centro se encontraba Elliott, pisando
la placa octagonal que daba homenaje a los arquitectos. Perry se
encontraba fuera del laberinto octagonal, y mientras evitaba mirar
las cruces que plagaban la Iglesia, se miró los pies y comenzó a
trazar el camino hacia el octágono del centro.
-Debe
colocarse algo sobre el cabello -le dijo a la mujer, apartando la
vista de ellos.
El
hombre que acompañaba a la vampireza pareció molestarse ante su
intervención.
-¿Por
qué? No creo en ninguna de estas imágenes.
-Somos
dos. ¡Tres! -Indicó a Marion, quien sin embargo llevaba el velo
puesto.
Esta
miró a la joven en cuestión, y esbozó una expresión de confusión
al ver el atuendo de hombre que llevaba.
-No
tengo uno, lo siento. Pero podrías prestarme el tuyo.
-Me
protege de los rayos de luna, y tiene más antigüedad que yo, por lo
que no me es posible cederlo -dijo, indicando el manto que llevaba en
los hombros, y que según Perry volvía sus movimientos más tiesos y
mecánicos incluso que los de un vampiro sediento.
-Es
lana de oveja. No sirve mucho en las latitudes en las que estás,
Judas.
Jude
alzó las cejas, sorprendido por su conocimiento de su identidad.
-¿Cómo
me conoces?
-He
visto unas cuantas ilustraciones tuyas en la Ciudad Bajo Tierra.
Exageran un poco la realidad, debo decir. Eres menos esbelto en
persona.
-Estas
ropas son pesadas. ¿Dices La Ciudad Bajo Tierra?
-Sí.
Paratiroume. Nuestra Ciudad Bajo Tierra. No es tan amplia como la de
Northampton, pero no necesitamos tanto espacio. No tenemos
prisioneros.
-Por
supuesto que no.
-¿Han
fundado una ciudad aquí también? -preguntó Marion.
-Sí.
Era necesario para sobrevivir, aunque aún no sucumbimos a las
reglas.
Jude
sonrió ante la visión de aquella mujer. No era sólo bello lo que
lucía en la superficie, sino lo que salía de entre sus labios. Era
el equivalente de Marion, y sintió una guerra comenzando a llevarse
a cabo bajo su piel.
Sin
embargo, en ese instante Marion fue todo menos su equivalente. Estaba
temblando de interés por aquella mujer.
-¿Cuál
es su nombre? -preguntó Jude, haciéndole a la joven de cabello
dorado el favor.
-Persefone
-dijo, ofreciendo su mano a Jude.
Visto
esto, Marion no tenía posibilidades. Cuando besó la mano de la
vampireza, que lucía más lisa que la suya, pudo ver su rostro más
de cerca. Sus mejillas pronunciadas y redondeadas le daban un aspecto
juvenil, pero la madurez de la que estaba ataviada no sólo por sus
años vampíricos le daban un inigualable aire de respeto. Cuando
fuera convertida, debió alcanzar los treinta y cinco años, y lo
esbelta de su figura, añadido a que iba derecha y voluptuosa, bien
vestida y sensual, le avisaron de no presentarla ante Perry si quería
tener algún encuentro exitoso con ella. Empezaba a ver la desventaja
en tener a alguien como Perry en la camada: atraía todas las
miradas.
-¿De
dónde proviene? -preguntó Marion, inoportuna- ¿Es Persefone su
nombre real? ¿Cuántos años...?
-¿Eres
neófita? -preguntó la tal Persefone. Jude sonrió levemente- No
pareces muy familiarizada con los ritos de educación.
-Ahm...
Marion
miró a Jude en busca de ayuda. Entonces dijo, tomándolo por
sorpresa:
-Creí
que no le gustaban las reglas.
-A
ti te agradan. Puedo ver el color de tu cabello, pero aún así está
cubierto. ¿Estás casada o algo parecido?
-Lo
estoy.
Persefone
miró a Jude. Él se limitó a negar con la cabeza.
-¿Tienen
más compañeros? -preguntó, extrañada.
Marion
indicó el banco donde Perry y Eloy se encontraban ahora, al otro
lado de la nave principal, ansiosa por complacerla, y Jude vio con
fastidio, cómo en ese justo momento Perrry miraba hacia ellos. Vio
la expresión de Persefone cambiar al instante, y su brazo deshacerse
del de su compañero.
-¿Son
sólo cuatro?
-Sólo
cuatro -dijo Marion.
-Son
menos de los que creí. Juraría que había sentido a más vampiros
por aquí.
-Eloy
y yo tenemos bastante edad, pero Marion y su esposo son neófitos.
Tal vez eso te provocó confusión.
-Sí
eres una neófita, entonces -dijo Persefone a Marion, burlesca, no
obstante sin quitarle a Perry la mirada de encima- . ¿Cómo se llama
tu esposo?
-¿Qué?
-¿Que
cómo se llama tu esposo, no me has oído?
Jude
no pudo evitar sonreír de nuevo. Le agradaba la insolencia de esa
mujer, especialmente después de semanas soportando a la sabelotodo
de Marion. No entendía cómo Perry podía encontrarla encantadora, a
no ser que fuera por esos lapsos de ternura en que veía a Marion
sonreír ante los cariños de Perry como si fuera su padre quien la
mimase, o su gato viejo. Perry tenía poder sobre ella, de eso no
había duda, y empezó a odiar al hombre en serio. Ni siquiera lucía
tan joven.
-Su
nombre es Jean-Pierre, pero él prefiere que lo llamen Perry -dijo
Marion.
Jude
la miró sin entender. Se lo estaba ofreciendo en bandeja, o eso
parecería si no estuviera al tanto de que Marion conocía las
preferencias de su esposo.
-¿Perry?
Parece un nombre de mascota. ¿A qué se dedica?
-Es
profesor de Historia del Arte...
-Perfecto.
-Pero...
Persefone
pasó por el lado de Marion sin escucharla, y fue en dirección al
banco al otro lado de la Iglesia. En ese momento, Jude no podía
encontrar atractivo alguno en Perry, si bien algunos días acertaba
en qué sombrero llevar.
Vio
a la espectacular Persefone cruzar la nave principal de la Iglesia de
Nuestra Señora de Amiens hacia los bancos del costado, en el extremo
izquierdo de la cruz latina que formaba toda la construcción,
convirtiendo a Perry en una ironía del destino con su fobia por las
cruces. Cuando la vampireza llegó donde él, para ese entonces el
sacerdote había huído de sus intentos de hacerla usar el velo y, a
la poca presencia de más público a esas horas pasado el crepúsculo,
nadie se levantó en protesta.
El
vampiro que la acompañaba fue tras ella casualmente, aparentemente
acostumbrado a tales actitudes tan directas de parte de su compañera,
y se quedó junto a uno de los pilares con arcos ojivales.
-Tengo
una duda técnica -dijo Persefone tras llegar al banco donde Perry y
Elliott estaban sentados tranquilamente. Se paró detrás de ellos.
-¿Disculpe?
-dijo Perry, volteándose.
-¿Puedo
sentarme? -preguntó.
Él
asintió.
Marion
se acercó a escuchar, sin poder creer lo que estaba ocurriendo.
Aquella vampireza deseaba cambiar de compañero. Jude mismo le había
explicado los patrones de comportamiento de los vampiros cuando era
eso lo que pretendían, y esa mujer era más obvia que los demás.
La
señorita Persefone se sentó a centímetros de Perry, con su cabello
acomodado tras el respaldo.
-¿Cuánto
tuvieron que cavar para hacer los cimientos de esta Iglesia?
-Casi
diez metros -dijo Perry, escueto.
Elliott
permaneció allí, ante la exasperación de la mujer.
-¿Y
cuánto te llevó salir de tu estado de descontrol neófito? La
verdad es que estoy impresionada.
Perry
se volteó a mirarla, y frunció el ceño, al darse cuenta.
-Pensé
que eras humana.
-Tuve
una cena bastante satisfactoria hace nada más... -Se miró el reloj
de bolsillo, un reloj que sólo hombres llevaban normalmente- una
hora.
-Y
luego vino a la Iglesia.
-Sí.
Con mi compañero, Josué.
Perry
miró a donde ella indicaba, buscando a Josué. Entonces vio a Jude y
a Marion esperando en otro lugar de la Iglesia. Persefone esperó,
impaciente, para luego verlo volver la vista al frente, con la vista
baja. Evitaba mirar las cruces, como los vampiros que había visto en
Israel, y eso le provocó aún más curiosidad.
-¿Su
esposa es su compañera también?
-Sí.
Es lógico -dijo Perry, extrañado- . ¿Habló con Jude?
-Sí.
Lo reconocí por ilustraciones. Es bastante famoso en el
mediterráneo.
-O
entre los vampiros de Francia, pero a mí me es común y corriente
-Elliott se volteó a mirar al guapo Jean-Pierre Whitmore con
curiosidad, y más que nunca, Persefone deseó que se largara de sus
presencias- . Él nos advirtió que nos encontraríamos a más de
nuestra especie, pero no creí que sería tan pronto.
-En
Amiens hay muchos de nosotros, pero no se compara a París. Es el
centro de la civilización. ¿Ha ido a París?
-Sólo
una vez. No tuve mucho tiempo para verlo todo.
-Eso
puede cambiar.
-Viajamos
los cuatro solos, y si desea invitarnos, hable con Jude sobre ello.
Persefone
le miró extrañada. No era un hombre autoritario. Eso le agradó.
-Lo
haré. De hecho, tengo pensado invitarlos a mi casa. Yo y Philip, mi
compañero, tenemos una residencia en París. Podemos llevarlos si
quieres.
-Me
temo que París sólo será un lugar de paso. Nuestro destino es
otro.
-¿Van
a Orleans?
-No
tengo permitido dar esa información.
-Dios,
está totalmente a merced de su creador. Porque supongo que fue Jude
su creador.
-Lo
fue.
Persefone
asintió.
-Tiene
suerte. Yo soy de tercera generación, pero mi creador fue convertido
por Jude.
-Prefiero
no llamarlo creador -dijo Perry- . No es algo que me guste recordar.
El
sacerdote de antes se acercó a hablar con ellos.
-Las
puertas de la Iglesia están por cerrar.
-Pero
deseamos rezar un poco más -Persefone protestó.
Elliott
ya se había levantado, y Perry le siguió atento.
-Y
tú, ¿eres un discípulo de Jude? -preguntó Persefone al joven.
-No
-dijo él, mirándola con más atención mientras se dirigían a la
entrada. Marion, Jude y Philip se les unieron, y Marion fue de
inmediato en busca de la mano de su esposo. No obstante, por
equivocación tomó la de Elliott, dejándolo un tanto sobresaltado.
-Lo
siento.
Perry
sonrió enternecido ante esto, y Persefone por fin enmudeció.