miércoles, 22 de julio de 2015

"Libertar la Oscuridad": Capítulo 23

Daba un trago tras otro, con los dientes prácticamente enterrados en la carne rosa. Elliott le sostenía la nuca, preparado para avisarle cuando fuera conveniente soltarlo, a la vez que Perry le sostenía a su víctima la muñeca. Podía sentir el pulso vivo a través de ella, pero a Elliott le bastaba mirar la piel del atacado para saber cuándo sería justo el dejar de beberle la vida.
-Ya...
-Hm...
-Suéltalo.
Perry apretó los párpados, incapaz de soltar, mientras sentía la presión de los dedos de la mano de Elliott en su nuca, tirando. Pronto se vio obligado a apretar con más fuerza, deshaciendo el contacto divino que le había significado tomar sangre directo de la fuente. Sangre fresca, cálida, que le recordaba la sensación tan conciente del sol sobre su piel en verano.
-¡Casi lo matas!
Perry se enderezó, presa de la furia, y vio a Elliott tomar a la víctima de las mejillas. Le miró fijamente, desde lo alto, y Perry temió por fin por la vida de ese inocente. Había estado a punto de matarlo, y la presión que hacía Elliott sobre el casco de aquel hombre parecía también capaz de aniquilarlo. Se acercó, temeroso, y tomó a Elliott de los brazos, posando las manos bajo sus hombros. Sin embargo, Elliott siguió mirando con esos ojos tan locos al hombre que yacía bajo suyo. Perry pudo sentir esa fuerza conectándolos, hasta que este pareció caer en la inconciencia, y Elliott le soltó relajando su cuerpo de aquella tensión.
-Suéltame... -dijo Elliott, notando que Perry parecía dispuesto a recibirla exhausto en sus brazos.
Perry se apartó, manteniéndose agachado, y miró con curiosidad a Elliott mientras se recuperaba. Notó lo mucho que había bajado su satisfacción de sangre tras esa sesión de hipnosis. El hacer a las víctimas olvidarlo se llevaba nuena parte de la sed aliviada. Era una ironía. Tomaba algo de ellos, pero luego ellos volvían a quitarle vida de vuelta.
Comenzó a ver injusticia en ello, puesto que Elliott no había elegido esa vida.
-Vámonos. Estoy lleno -dijo.
Sin embargo, estaba mucho menos satisfecho que Perry. Lo ayudó a levantarse.
-¡Te dije que me sueltes! -le masculló, mirando al suelo.
Pasó a su lado trastabillando a causa de las venas llenas, mientras Perry le seguía con la mirada, confuso.
-Debemos seguir buscándoles. ¿Conoces alguna manera de hacerlo? -le preguntó al chico.
-No. No conozco una forma.
Se internaron en los bosques que precedían a Oxford. Esperaban poder pasar por Londres, donde según Elliott Jude había tenido fijado ir. Una vez allí, Perry buscaría a Garrett para explicarle las cosas, cosa que no había discutido consigo mismo. No había manera de que Garrett creyese su historia de que era un vampiro. No había manera, y esto lo angustiaba. Había pensado mentirle en lugar de decirle la verdad, pero aquello también le parecía poco viable. No quería dejarlo engañado por el resto de su vida, y sin embargo, desearía, en vez de despedirse, quedarse con él para siempre.
Esa noche volvió a pasar las horas despierto. Elliott se quedó en lo alto de un árbol, solitario, pero a la medianoche le sintió vigilarlo de nuevo. A veces lo hacía, y no le había preguntado aún el porqué. Tal vez era a causa de una mutua desconfianza.
-Hay una camada de cinco en el río, más al sur -le oyó susurrar cuando faltaban tres horas para el amanecer.
-Nos faltan dos millas para llegar al río -dijo Perry, con la cabeza apoyada contra el árbol.
-Podemos preguntarles si han visto a Jude -dijo Elliott, bajando.
Aterrizó a su lado, haciéndole dar un salto. Perry se levantó, y apesadumbrado, le siguió hacia el sur.
Cuando se asomaron entre los árboles, vieron que la luna había salido, y que cinco cuerpos desnudos se bañaban a la orilla, uno de ellos más al centro. El agua lucía azulada y más cafesosa en los bordes, por el fondo arenoso, pero Perry sólo pudo tener ojos para el vampiro que había a la orilla del río.
A su lado, Elliott se quedó quieto, admirando aquella escena que recordaba a la de tres faunos y dos ninfas divirtiéndose a la luz de la luna. Las pieles resplandecientes de las vampirezas parecían brillar a la luz del astro, y una de ellas tomaba y besaba a su compañero cada tanto, alcanzándolo a través del agua. La mano de ella se perdía por su torso más moreno hacia las profundidades del agua, y Perry sentía su sed satisfecha siendo llamada a ser renovada con ellos. Pero parecían todos perdidos en ellos cinco, poco inconcientes de amenazas, concientes no obstante de la naturaleza casi virgen que los rodeaba, del fango al fondo del río, los árboles que por el agua eran tragados, o las lianas que amenazaban con cazarles los tobillos sumergidos. Sólo cuando Perry se asomó de entre la penumbra, dejando a Elliott atrás, el vampiro de la orilla se volteó a verlo.
-Los vientos del norte traen neófitos -dijo este- . Pero miren el control de este.
Los demás se voltearon a mirar a Perry. Uno de los vampiros que nadaba se detuvo y se echó a reír.
-Ven. La luna no te daña.
Perry frunció el ceño.
-La luna deja ciegos a los vampiros de noche -dijo Elliott a su lado- . A ti no te hará nada.
Perry contempló a esas apariciones, y el hombre que le había hablado fue a darle la bienvenida.
-Sólo los neófitos pueden disfrutar de esta luz nocturna -dijo el vampiro- . Sumérgete en el agua, esta bendita. No va a rechazarte ya que no eres un monstruo.
-Busco a mis compañeros -le dijo, con voz queda.
-Relájate, hoy no buscas nada. Tú ven, también -llamó a Elliott.
Elliott se negó, quedándose sentado junto al árbol, pero a Perry sí lo sumergieron en el agua, tras quitarle las ropas.
Le lavaron a la luz de la luna, y estuvieron allí sumergidos hasta que esta fue tapada por las nubes. Entonces los vampiros salieron, dejando a Perry en soledad, y dejando que el agua quedase contaminada de la sangre que Perry había tenido sobre su piel manchándolo. Sin embargo, también salieron a causa la nula respuesta de él ante las vampirezas que le rodearon.
-Tu castigo está aclarado por tu pecado, hermano -le dijo- . No te sientas avergonzado ahora que has recibido tu sentencia. Pero no peques más.
Y se alejaron, como santos corriendo de la plaga. Perry se quedó sentado a la orilla, con el agua cubriéndolo hasta medio torso, acariciándole con el constante subir y bajar de la marea. Comprendió que jamás pagaría sus culpas, puesto que no se sentía culpable de nada, no si lo que sentía por Garrett era tan puro. Entonces, ¿Por qué seguía sintiéndose descompensado ante aquella situación? Tal vez era el hecho simple de no haber sido satisfecho por el vampiro al que por un momento creyó esperándole en la orilla, con aquella mirada penetrándole?
A su lado, Elliott se desnudó para bañarse, aclarando la duda sobre el porqué de su rechazo a unirse al grupo que ya se había marchado. Era la desconfianza presente.
Perry le vio sumergirse en pocos segundos, tras testear el agua con sólo sus pies sumergidos, como si la temperatura fuese a importunarlo. Lo próximo que vio fue un cuerpo delgado y fibroso perdiéndose bajo la superficie que apenas alcanzó a distinguir.
Le vio volver a la superficie luego de varios minutos, dejando ver la marca en su hombro, una marca que parecía del ganado, pero con la forma de una cruz y círculo sobre esta. No hizo preguntas, y pronto se sumergió en sus propios pensamientos, siguiendo la el movimiento de la corriente sobre el agua, que indicaba el punto exacto donde Elliott se encontraba.
¿No sería posible ser compañeros de tres personas? Debiera ser posible. Además Elliott desdeñaba a Jude, por lo que estaba solo en medio de todos. Solo desde siempre.
Desde el primer momento que lo había visto, había querido protegerlo. Quizá este había sido sensato al advertirles que no le tratasen como el hijo que nunca habían tenido, pero lo cierto era que quizá no pudiera cumplir con esa promesa. Se preocupaba por Elliott casi tanto como por Marion, y eso sólo podía responder a un impulso en una vida tan llena de indiferencias como esa, teniendo Elliott la edad que tenía. Tenía mil ochocientos años, pero se comportaba constantemente como un chico de dieciocho, perdido, furioso, frustrado por sus circunstancias, por siempre condenado a sentirse rechazado por el limbo que significaba no ser o un niño o un adulto.
Le vio salir del agua lentamente, respirando como si no le quedase aliento. Se recostó en la orilla, con medio cuerpo dentro todavía. Perry vio el rastro de ondas que dejó atrás, en ese río que de pronto se había tranquilizado. Le oyó respirar en la noche, como un ser humano, y envidió su furia contra el mundo. Al menos tenía sentimientos fuertes como ese, mientras él se secaba en vida, rendido ante la perspectiva de dejar ir a Garrett.
-Necesito mentirle -dijo. Elliott sabía a qué se refería, ya que se lo había mencionado- . No podré decirle la verdad.
-Miéntele y hazle odiarte -dijo Elliott.
-No va a creerme.
-Te tienes en muy alta estima. Crees que él confía ciegamente en tu estima.
-No le he dado razones...
-Le has dado más que suficientes. Ustedes hombres son tan hipócritas. Acabas de desear a un hombre que no conoces a la orilla de este río, y ahora te lamentas por tu amor perdido...
Otra vez le hablaba de traición.
-Nunca lo entenderás. Si hubieras crecido un poco más...
-Tengo mil ochocientos años, he vivido suficiente.
-No, te quedaste estancado. No lo ves pero sientes de la misma forma que a tus dieciocho.
Elliott no respondió ante eso. Perry se volteó a mirarlo, y lo vio demasiado delgado contra la orilla fangosa. Al respirar para oler los árboles, sus costillas tendían a marcarse, y las cláviculas visibles bajo su largo cuello. Con aquel aspecto de fragilidad se preguntó por su poder de movimiento, por su sed satisfecha a vasos llenos. ¿Dónde guardaría tanta energía robada? No podía entenderlo. Y no podía entender cómo después de mil ochocientos años seguía en pie, viviendo el día a día como un autómata, constantemente enojado con el mundo, pero insistente en no robar una sola vida. ¿Cómo alguien podía odiar su propia existencia y entonces ser benevolente con sus víctimas?
-Pero eres mejor que todos nosotros -le dijo- . A pesar de tu furia con la vida.
Elliott se incorporó. Se abrazó las piernas, con un gesto de incredulidad.
-¿Por cuánto tiempo le has amado? -preguntó, reticente de mirarlo.
Perry sonrió, agradecido. Su delgadez dejó de provocarle escalofríos.
-Le conocí hace cinco años en medio de la vereda. Chocamos y estuvimos a punto de discutir. Luego me invitó a cenar.
-¿Cómo supo que tú...? Es decir, no es algo que salta a la mirada.
Perry sonrió divertido ante esa mención. En ningun hombre con sus gustos saltaba a la mirada. Estaban escondidos.
-Él dijo que lo notó de inmediato. Me ahorró mis pobres y usuales intentos de congeniar con la gente que me interesaba. Garrett fue más directo y ahorró mucho del trabajo que a personas comunes les lleva invitar a alguien a cenar. Diría que a veces es mejor ir lentamente, pero eso no nos hizo falta. La atracción fue inmediata.
-Los hombres siempre van rápido. Carecen de autocontrol.
-¿Cuál es el atractivo del autocontrol, Elliott? La vida es corta.
-No para mí. No para nosotros. Siempre tendremos tiempo para hacer las cosas bien, pero nunca lo hacemos.
-Cuándo Jude te convirtió, ¿dejaste a alguien importante atrás? -dijo Perry, ignorando su negatividad.
Él negó con la cabeza.
-¿No había ninguna chica?
-Eran tiempos diferentes. No podías acercarte a ellas a menos que fueras su familiar o estuvieras casado con ellas. Nunca toqué a ninguna.
Perry tragó, notando su frustración. Parecía recordar lo miserable de su vida como si hubiera pasado ayer. Debía revivir todo lo que no había hecho y pudo haber hecho cada día, torturándose por la eternidad.
-¿Nunca... tocaste a nadie?
-No -dijo negando con la cabeza.
Fue escueto, pero eso no impidió que Perry se lo quedase mirándose, percibiendo el torrente de emociones y recuerdos reflejándose en un rostro tan transparante y delicado como el que Elliott poseía.
-Fueron otros lo que lo hicieron -dijo entonces. Perry frunció el ceño, sin entender- . A cambio de sangre, hice cosas inimaginables como neófito. No estaba en control de mí mismo, pero me supieron controlar como a un perro, sin riesgo de convertirse en víctimas.
Le vio tragar. Su pequeña manzana de Adán se movió levemente, y sus hombros parecieron crisparse, frágiles, rehuyendo la luz de la luna o cualquier caricia de la naturaleza que los rodeaba. Vio esa armadura que constituía toda su personalidad, la desconfianza, la innecesaria y poco util lejanía...
-¿Quién? -preguntó.
-Un romano. Había muchos por allí en esa época.
-¿Dónde? ¿De dónde vienes?
-Israel. ¿Jude no te dijo?
Perry negó con la cabeza. Sin embargo, no fue eso lo que le dejó mudo, sino el hecho de que Elliott parecía estar asegurando haber sido el esclavo de alguien más, alguien que le tocaba cuando quería a cambio de sangre.
-Lo siento.
-Está bien.
-Habría sido más cuidadoso si hubiera sabido. Es sólo que... pareces tan solo y Jude me dejó a cargo de ti.
-¿No deberían ser al revés las cosas? Soy tu guía, ¿lo recuerdas? Y no te preocupes. Tú pareces... una buena persona -Perry asintió, agradecido, no obstante tenso- . Aunque cuando actúas de ese modo frente a personas que te interesan, de pronto recuerdo que... eres un hombre..
-¿De qué modo actúo?
Elliott mantuvo la mirada al frente, pasándola sobre el agua hacia su izquierda, como si quisiera dirigir sus ojos hacia él y no se atreviese por completo. Perry se sintió tremendamente incómodo ante la sola insinuación de ese chico de que lo veía como una amenaza.
No respondió. Pasaron los segundos y el chico siguió callado. Perry decidió levantarse y vestirse, incómodo.
Había errado tantas veces, si consideraba sus palabras. En esas tres semanas de búsqueda y enseñanza en el arte de cazar, Perry había cometido tantos errores con Elliott, ayudándolo a levantarse, tomando su codo cuando necesitaba que se detuvieron o palmeándole la espalda cuando se sentía agradecido. Era el modo en que trataría a un chico en la Universidad, cercano pero lo suficientemente lejano para no levantar barreras. Pero Elliott había sentido la incomodidad por el recuerdo de una vida en lo más bajo de la sociedad. Una vida como cuerpo semivivo recibiendo el azote de un hombre hambriento. No quiso pensar en el dolor, en el conocimiento de que los vampiros podían sentir dolor tanto como los humanos, o la humillación, y el lento revivir de su autocontrol mientras abandonaba su conciencia indiferente de neófito, que le había permitido caer tan bajo sin sentir más que alivio por ver su sed satisfecha.
Por eso le vigilaba por las noches, por eso no dormía. Temía que él llevase a cabo los mismos azotes, las mismas sesiones de dolor.
-Actúas primitivamente, como un depredador -explicó a sus espaldas, mientras se estrujaba el pelo- . Jude mostraba los mismos signos, pero alrededor de mujeres. Eso me dejaba fuera del mapa.
-Te veo sólo como un chico, Elliott -le aseguró, sintiendo nauseas.
-Las cosas pueden cambiar -dijo este- . No voy a dejar de estar alerta sólo porque tú digas con seguridad que no me querrás como otra cosa. No dejaré que nadie me posea de nuevo.
Perry se volteó a verlo. Parecía firme en sus palabras, y de pronto sintió pena.
-¿Qué ocurrirá cuando quieras tocar a alguien?
-No soy un monstruo.
-No serás un monstruo, Elliott.
Se hincó junto al árbol, dejándole ver que estaba vulnerable en comparación. Sólo así podría decirle lo siguiente.
-Elliott, eres asombroso.
-¿Qué...?
-Un vampiro compasivo. No hay nadie como tú y un sentimiento como el que tú sientes por tus víctimas conlleva otros sentimientos más poderosos. Pero si sigues cerrándote vas a volverte más frágil de lo que eres.
Vio su rostro pálido corromperse de esa calma a un determinante rechazo.
-No soy frágil. Podría matarte si lo deseo.
-Lo sé. Y puedes manipularme también, hacerme creer que merezco la muerte, hacerme creer que merezco incluso ser un esclavo, pero sé que tú no harías tal cosa.
-No me idealices -susurró- . Soy un vampiro, una criatura nocturna que roba la vida de otros.
-No, eres una persona que aún está capacitada para amar. Y si amas, si llegas a amar vas a querer tocar a quien amas, ¿me entiendes?
-No lo haría. Eso me haría un monstruo, ya lo dije...
-No. Porque esa persona querrá tocarte de vuelta.
Elliott le miró pasmado, y dio pasos para atrás, lejos de él. Perry se levantó, sin entender, haciéndole retroceder aún más.
-No querrá. No soy bueno, y nunca he querido serlo. Soy un vampiro y lo soy porque fui castigado.
-Nadie merece esto, ni siquiera Jude -dijo Perry.
-Jude cometió traición contra alguien que amaba. ¿Cómo actúa el amor para ti en esos casos, Perry?
Perry tragó. No supo porqué la mención de su nombre en la voz de él le perturbó de ese modo.
-El que ama no traiciona, Elliott.
-Pero Jude no es tan vil como otros.
-Eso no importa. Jude no amaba, y creo que ese fue su pecado.
Elliott negó levemente con la cabeza, confundido.
Desconfiaba de él a tal punto que Perry podía sentirlo transmitiéndole ese rechazo con aquel maldito poder manipulador que la naturaleza vampírica le había otorgado. Podía sentir ese rechazo en cada célula, pero Elliott parecía estar dudando.
Vio sus pies descalzos contra la tierra y el pasto, y comprendió que tendría que llevar a Elliott con Jude ileso, ya que en ninguna medida podría dejarse hacer lo contrario. No sentía compasión hacia los humanos tanto como la sentía hacia aquel chico.
-Debes lavarte -le dijo, acercándose.
-Puedo solo -dijo.
Volvió a la orilla del río, donde se remojó los pies. Sus zapatos colgaban de sus manos, y Perry, viendo la inutilidad de ese acto, se acercó al joven vampiro y se hincó junto a él.
-Te dije que podía matarte si lo deseaba -dijo, rehuyendo su tacto.
Perry no lo escuchó, y tomó uno de sus pies dejándolo en desequilibrio. Elliott no tuvo más opción que apoyarse en el hombro de Perry, quien le lavó cada pie restregando la planta hasta que toda la suciedad se hubo despegado. Luego los secó con el interior de su chaqueta y se los calzó, abrigándolo en esa noche fría de verano, que empezaba a menguar hacia el otoño.

Volvieron a ver a la camada de cinco vampiros las noches siguientes, mientras de día se perdían de vista. Perry evitó el contacto con ellos, a pesar de su deseo de entablar amistad con el vampiro con el que había hablado, en esperanza de cambiar su opinión. También evitó satisfacerse de sangre por completo, dada su tendencia a sentir sus instintos más humanos despertar. No quería incomodar a Elliott.
Sin embargo, al llegar a Londres y verse rodeado de seres humanos incluso por las noches, comenzó a sentir ese instinto tocar su puerta. Su cometido allí era el de visitar a Garrett, haciendo su papel de humano a la perfección para no levantar sospechas, y temía que sediento y satisfecho por igual fuera un riesgo para la vida del hombre que amaba. No quería ponerlo en peligro. Por ello, se preparó con días de anticipación, calculando la dosis perfecta, como también una garantía.
-Debes ir conmgo. Jude me dejó a cargo.
-Dudo que hayan sido esas sus palabras -dijo Elliott, mientras miraban por la ventana del segundo piso de un negocio de trajes de gala.
Habían logrado localizar no a Garrett, pero sí a su prometida. La joven estaba al frente del negocio charlando con una amiga, ambas con sendas sombrillas sobre sus tez delicadas. Un carruaje pasó por delante, tapándoles brevemente la vista de su vestido de cola ancha y corsé apretadísimo. Iba de un morado oscuro, demasiado oscuro para un día que aún se asomaba brillante.
-Te lo ruego -le dijo Perry, con firmeza pero amabilidad- . Si pierdo el control con él...
-No le morderás, acabas de beber...
-No me refiero a eso..
Perry se alejó de él, al ver a un caballero pasar cerca. Elliott se acomodó los lentes redondos.
--Vamos, o la perderé de vista.
Bajaron a la calle y una vez allí la vieron subir al carruaje en cuestión. Perry corrió tras él, alcanzando a pedirle al cochero que se detuviera. Desde el interior sin el techo expandido, la prometida de Garrett les miró con desaprobación. Perry habló con el cochero mientras Elliott contemplaba aturdido su cabello rojo.
-Creí que este carruaje era de un sólo destino -dijo la joven al conductor.
-¿Señora Parrish? ¿No me reconoce? -la llamó Perry.
Agarró a Elliott del codo para que se subiera junto con él.
-Me temo que sí, usted es el amigo de Garrett.
-Pretendía ir a casa de ustedes, pero me di cuenta de que no sabía donde vivían. He estado fuera de Londres. Él es Elliott Dattoli -le presentó al joven- , un alumno mío.
La joven esposa miró a Eliott con cierto desconcierto, y luego a Perry, callada. El carruaje comenzó a moverse, y la joven movió la sombrilla de manera que cubriera su rostro correctamente. Su mirada era penetrante y Perry se sintió de pronto intimidado. No parecía todo lo encantadora que se había comportado la primera y única vez que la había visto, del brazo de Garrett, a quien sonreía toda enamorada.
-Elliott -llamó al chico, que parecía distraído- , ella es... la señora Parrish.
-Ann Diamond, un gusto -le dijo a Elliott.
Él hizo una pequeña inclinación con la cabeza, alucinado con el aspecto de la joven. Perry tuvo el impulso de tronar sus dedos delante suyo, pero el detenerse en el nombre de la joven lo hizo titubear.
-¿Ann Diamond, aún? ¿Retrasaron el matrimonio?
-No habrá matrimonio, señor -dijo ella con firmeza.
Le miró casi sin mover las pupilas.
-Oh, lo siento. No lo sabía. No me he comunicado con Garrett estas últimas semanas, por lo que...
-Imaginé que no lo sabría, dado su buen temple actual, señor Jean-Pierre Whitmore.
Recordaba su nombre a la perfección. Perry sintió un escalofrío. A su lado, Elliott bajó la cabeza.
-¿Qué no sé? ¿Ocurrió algo?
Ann Diamond dio un suspiro, y su expresión pareció ceder por un segundo.
-Garrett falleció hace tres semanas. O más bien, se despojó de su vida. Le habría avisado, pero no sabía su ubicación en Londres, y tampoco sentí la urgencia por hacérselo saber, dado lo que obtuve de tratar de conocer a mi propio prometido. Garrett fingía bien, pero tenía demasiadas pruebas en su contra... en su maletín. Guardaba todas sus cartas, señor Whitmore.
Perry apretó los puños sobre las rodillas, tambaléandose junto con el carruaje.
-Siento que lo sepa de este modo -dijo Ann Diamond, bajando la mirada.
Perry apenas reaccionó, y Elliott notó su aspecto de pronto enfermo.
-¿Él supo que usted sabía sobre sus secretos? -preguntó Elliott, al verle enmudecido.
-No. No alcancé a enfrentarle. Quién sabe qué lo llevó a cometer aquella felonía. Pero supongo que las mentiras solas pueden enloquecer a un hombre.
Elliott asintió. Perry se colocó el sombrero de vuelta.
-Me bajaré aquí -dijo Ann, sorpresivamente- . ¿Quiere acompañarme, señor Whitmore?
Estaban en la esquina del cementerio. Una nuebla intensa se extendía proveniente del río. Perry asintió, y Elliott se bajó detrás de la joven, mientras él se quedaba por un par de segundos, rígido.
La siguieron confundiéndose entre toda esa blancura, que lucía más como el humo del Bhang que pretendiera adormecer a sus visitantes. Una vez atravesaron la cerca, Perry y Elliott se quitaron sus sombreros, y más allá se detuvieron en una tumba que, algo solitaria, se cernía en lo alto de una colina. Estaba rodeaba por rejas de metal negro y unas flores marchitas yacían en un cuenco con agua, el cual tenía la pintura de una flor roja de pequeños y cortos petalos con gruesos gineceos amarillos. El epitafio no era en absoluto la despedida alegre de quien aguarda con resignación su muerte, pero Perry adivinó en ella el puño de Garrett: “Aquí termina el gozo de un pecador”.
-El sacerdote no estaba muy feliz con la elección de Garrett, pero preferí que respetaran sus deseos -dijo Ann, mirando el epitafio- . Quise que al menos dejase el mundo con algo de sentido del humor, aunque sólo a él le haga gracia. Tenga -le dijo a Perry, sacando la flor prendida a su vestido.
Perry la recibió con manos firmes, y Ann se retiró sin conclusión. Se perdió entre el vapor de agua del cementerio.
Se inclinó para dejar la flor. Más atrás, Elliott se había quedado a los pies de la colina, fuera de las rejillas negras, y sólo pudo ver la silueta gris de Perry inclinándose frente a la lapida hasta fundirse con ella. Un llanto quebró el silencio como un cañón furioso y de potencia excesiva, para luego apagarse en la mudez de aquellos a los que no les resta más energía para proferir un homenaje más extendido.
Elliott encogió los hombros, sintiendo la eternidad más eterna que nunca. Podría ser más fácil tener un compañero desalmado y calculador como los que Jude tuviera en su vida más temprana, ya que ellos podrían empujarlo a sobrevivir con más facilidad sin importar la cantidad de pecados sobre sus hombros. Pero Perry haría lo que él considerase más benévolo, a menos que el dolor actual hiciera lo contrario, corrompiéndolo hasta los mismos cimientos de su bondad.




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