lunes, 28 de septiembre de 2015

"Libertar la Oscuridad": Capítulo 32

Llegó hasta Languedoc tarde. Ya alguien se estaba encargando de la Iglesia donde Jude siempre insistió estarían los restos de personas de su pasado.
Consiguió convencer al cura que estaba cuidando el lugar para que le permitiese ser quien limpiara y lustrara el interior de la Iglesia. Sospechaba que había aceptado a causa de su ceguera. Supo que había reconstruido todo y cuando Elliott tocó la mesa del altar, las sillas, supo que el resultado era atractivo. Podía recordar cómo estaba antes, y ahora que había sido arreglada, la gente venía mucho más. Venían a todas horas desde la villa e incluso llegaba gente de otros pueblos. Tan sólo le gustaría que se fijasen en la imagen del diablo que había sido puesta como soporte para el agua bendita. Se preguntaba qué pensarían de la presencia de una imagen como esa.
Había venido hasta allí desde París porque tenía la certeza de que Perry y Marion habían sido enterrados allí, pero la ausencia de Persefone y Philip en los alrededores dificultaron su tarea de encontrar la ubicación de sus ataudes. Pasó meses haciendo de limpiador, y pronto comprendió que su ceguera había sido una de las razones por la cual el cura Sauniere le había permitido llevar a cabo esa tarea a cambio de dos raciones de comida al día que Elliott no comía. Aquel hombre guardaba muchos secretos y a Elliott, en la vulnerabilidad que le suponía su nuevo estado como ciego, le daba algo de temor. Luchó por quedarse en el anonimato biográfico mientras el cura recibía visitas de dudosa procedencia.
-¿Naciste aquí, chico? -le preguntó un día- No eres muy hablador.
-¿Hay que abrillantar los cálices y el acetre, señor?
-Has aprendido bien los nombres de los objetos litúrgicos. No eres tan tonto como pensada. Esto, ¿cómo se llama? -le preguntó, alcanzándole el hisopo.
-¿In... censario?
-No, es el hisopo. El incensario es una fuente. Lo dice su nombre, contiene algo. Tal vez sí eres un ignorante. Pero la ignorancia hace a la gente buena y tú eres un buen chico. ¿Dónde están tus padres?
-Muertos.
-Lástima.
-No lo lamento tanto como lo merecen, señor.
A partir de entonces, el sacerdote se alejó, como si fuese una especie de demonio.
Dormía en una pieza por la que se bajaba desde la mitad de la nave central, por lo que técnicamente dormía dentro de la Iglesia, inmune a las cruces que tanto aterrorizaron a Jude en vida y que aterrorizaban a Perry. Comprendió que, si Perry y Marion habían sido enterrados en lo alto de esa villa, debían estar fuera de los límites de la construcción, fuera de la planta que, si bien su forma no era estrictamente la de una cruz, como Perry le había dicho sobre la Iglesia que habían visitado en Amiens, contenía cruces por todas partes.
Encontró la entrada a los túneles inferiores desde los pies de la montaña meses después de llegar allí. Los accesos desde lo alto habían sido recientemente tapiados, y comprendió que Persefone y Philip habían tomado precauciones. También comprendió que si los accesos desde los pies de la villa edificada sobre la montaña estaban abiertos para quienes los encontraran, que de todos modos no solían ser seres humanos, el acceso a donde estuvieran las tumbas en los túneles estaría también cuidadosamente camuflado. No pudo encontrar nada cuando entró a ciegas, sólo las paredes irregulares de los túneles y las huellas de capas y capas de años acumulados de vida en esa Tierra tan desolada.
Se vería insistiendo en buscar huellas de remoción de tierra a través de los años, sin encontrar nada.
El cuartito en el que dormía comenzó a ser ocupado por cachivaches acumulados por el sacerdote. Habían cajitas, espejos, pinturas y pergaminos que fueron ordenados en estantes instalados junto a su cama. Elliott era creído por el sacerdote alguien demasiado tonto para averiguar lo que estos objetos significaban, pero la acumulación de tanta porquería sin razón aparente le avisó que sería echado de ese lugar en breve. No obstante, el día de mudarse de allí era de esperarse, ya que después de diez años de servicio su rostro no había cambiado, y los comentarios del cura Sauniere eran cada vez más desagradables al respecto.
-¿Hiciste algún tipo de pacto? Sabía que tenías algo de brujo, chico. Tu voluntariado debiera acabar aquí, pero sólo escucharé la renuncia de tu boca. Nadie rechaza los voluntariados, y sólo es indigno quien deja de ayudar a quien lo necesita, y esta Iglesia lo necesita.
-Renuncio, señor.
-Lo sospechaba. Espero cambies en el futuro. El jardín del señor sólo está reservados para los dignos, pequeño.
Vio la llegada del nuevo siglo desde una casita en la villa de Rennes le Chateau. Compró la casa con dinero robado al viejo sacerdote, quien de todas manera tenía riquezas que crecían cada día más. Desde entonces, con su independencia conseguida a través de la deshonestidad, volvió a su vida más metódica, bebiendo sangre más regularmente. Salía a menudo, de noche y de día, y esa exposición frente a los habitantes del pueblo le obligó a una vida de discreción, vistiendo ropas que cubrieran su rostro más al completo.
La guerra no llegó a ese rincón del país mientras se llevaba a cabo. El sacerdote Sauniere murió y Elliott vio llegar el siglo veinte en un rincón del mundo donde el tiempo no parecía pasar, y la espera a por Perry se hizo más insoportable. Los heridos de la guerra llegaban allí, a pesar de la buena fortuna llevada por el pueblo, y ver la invalidez de jóvenes le hizo a Elliott recordar su propia invalidez frente al mundo: su soledad.
Había estado siglos esperando en soledad a por algo que no sabía qué era, y el no saber qué era le había dado algo de ventajas para que su alma no se resquebrajara. Pero ahora conocía aquello que estaba esperando. Lo había tocado, lo había besado, lo había amado, y había sido tocado y besado de vuelta. Rememorar una y otra vez las mismas experiencias con aquel por quien esperaba, sólo hizo la espera algo insoportable, volviendo esos treinta años los treinta que eran, y no una abstracción de tiempo como había experimentado en el pasado, donde cien años podían sentirse igual que diez.
El sacerdote de la Iglesia de Sainte-Madeleine fue reemplazado varias veces, y eso le dio a Elliott la posibilidad de presentarse como voluntario para su limpieza en numerosas ocasiones, sin embargo, en cada ocasión su atuendo fue diferente. Seguía siendo ciego, pálido y de cabello extrañamente despierto, pero los años pasaban y las modas cambiaban, e incluso el atuendo de los pastores se volvían más sofisticados. Vio su quinta década de espera llegar y unos pantalones anchos en el traje que llevaba, sencillo pero aceptable. Cuando se presentó así en la Iglesia y con su bastón de ciego, el pastor dudó por un momento, puesto que esos puestos de trabajo eran generalmente reclamados por hombres más pobres, y él era joven y de buena presencia. Sólo comprendió el porqué al ver su ceguera. Se quedó como barrendero y supervisor de los objetos sagrados al inicio y al final de las misas. Volvió a estar más rodeado de gente, después de años sin hablar con nadie allí en la villa.
Sin embargo, un año después el sacerdote comentó la llegada de hombres tratando de averiguar sobre los túneles que había bajo las regiones cercanas.
Elliott decidió refugiarse en la entrada a los pies de la montaña.

Llegaron preguntando por las cuevas bajo la Iglesia y horas después encontraron la entrada a los pies de la montaña. Lo confundieron con un vagabundo.
-Sal del camino. Esto no es lugar para malolientes -dijeron en un muy mal francés.
Eran alemanes. Elliott sonrió levemente y decidió actuar de tonto de nuevo, recurriendo al idioma que más había hablado en su vida.
-El paso está cerrado. Este es un lugar horrible, señores -dijo en hebreo.
-¿Qué dice? -preguntó uno de ellos.
-Algún idioma del Medio Oriente. Sigamos.
-En ese caso le valdría escapar de aquí pronto -dijo el otro, juguetonamente amenazante.
Comenzaron a caminar en su dirección. Elliott retrocedió, sintiendo el fuego flameante en las antorchas de aquellos hombres irradiando calor en su cara.
-No pueden pasar -dijo Elliott, insistente, en alemán.
-Ah, nuestro curioso amiguito puede hablar de verdad, ¿eh? Y no veo nada reflejado en esos ojos muertos.
-No pueden pasar. El camino está cerrado.
-Qué pueden esos ojitos muertos hacer contra nosotros si no puedes vernos.
-Puedo olerlos -dijo Elliott.
Ambos hombres se echaron a reír. Oyó el sonido de una pala chocar contra la tierra dura, y el olor de la pólvora.
Sacó sus dientes afilados afuera.
Lo siguiente fueron solo gritos, y lo que para ellos era la experiencia más aterradora de sus vidas, era para Elliott una mera rutina. Había hecho eso múltiples veces, aunque no lo hacía en cada ocasión. Reservaba el show para tipejos arrogantes como esos, tipejos incapaces de oler el peligro cuando lo tenían a un metro de distancia.
Ese tipo de personas era la que más detestaba.
Los arrastró hacia el interior de la cueva, a pesar de ellos intentar escaparse, y decidió jugar con ellos un rato, hasta que se cansaran y se largaran. Sólo haría falta algo de manipulación de su parte y saldrían de esa cueva gritando de miedo sin saber de lo que escapaban. Le encantaba ese tipo de sustos, porque dejaba a las víctimas totalmente confundidas.
-¡Corre!
-¡Es un maldito demonio!
El camino iba en subida, por su puesto, pero en los últimos metros el camino se puso especialmente abrupto, y Elliott comenzó a arañar sus botines de militar para alcanzarlos. Desgarró sus pantalones, que hayó, para su disgusto, húmedos, y los hizo botar las antorchas. Estas rodaron tunel abajo y los iluminaron desde allí hasta lo alto del tunel, que tomó un camino más aplanado en los últimos dos metros. Era el camino al que se accedería desde lo alto de la montaña, justo al frente de Sainte-Madeleine, pero cuya entrada había sido cuidadosamente tapiada. Había llegado hasta allí a ciegas muchas veces, escalando el camino hasta allí a oscuras, pero nunca había tenido a dos presas a las que de hecho quisiera meter frente a sus dos narices y su garganta hambrienta. Se preguntó si su padre estaría orgulloso.
-Tengo una granada. ¿Sabes lo que es una granada? Te lo advierto -dijo uno de los hombres, militares. No se había topado con muchos de ellos.
Rió por lo bajo, acorralándolos ahí al final del tunel.
-Me será de utilidad. Hay algo aquí que estoy buscando hace años.
-Las granadas matan, amigo.
-¡No soy tu amigo! -gruñó Elliott.
El polvo se desprendió de lo alto de la cueva. Los notó temblequear. Comprendió que se estaban iluminando de otra forma, quizá con las linternas sobre las cuales había comentado el cura una vez. Suerte que él no las necesitaba. Oler sus gargantas llenas le era suficiente.
-Les advierto que lo mejor es que seas sumisos conmigo -les dijo con voz susurrante. Uno de ellos gimió de miedo- . No he bebido en tres días y empiezo a necesitarlo.
-¡La lanzaré! -dijo el otro con voz temblorosa- ¡Lo haré!
Elliott comenzó a reír por lo bajo, hasta hacerlo a carcajadas.
-Sólo hazlo -dijo el que había gemido.
-Podría volarnos a nosotros.
-Estamos lejos de él.
-No lo suficiente.
Elliott rió un poco más. Dio dos pasos atrás, arrogante, y esperó a por esa granada. Les daría tiempo para correr, pero no era sangre lo que más deseaba en ese momento.
Entonces la lanzó.
La explosión fue más fuerte de lo que previó. Removió algo de tierra sobre sus cabezas y esta comenzó a caer sobre ellos luego de temblequear titubeante por unos segundos. Oyó los gritos amortiguados de los militares, y pronto ya no los oyó más. Y él... no pudo sentir sus piernas, por lo que se quedó quieto, esperando a por la reconstitución, que lamentablemente era siempre lenta.
Sus miembros se empezaron a unir el uno con el otro, buscándose entre la tierra removida. Su nariz comenzó a oler la presencia de otros dos vampiros, y mientras su mano aún buscaba su muñeca derecha, supo a ciencia cierta que los había encontrado. La granada le había facilitado el trabajo, aunque no el escape de esos pobres diablos. Se levantó luego de agitarse levemente para comprobar que todo estuviera en su lugar.
Removió la tierra desde donde el aroma procedía, ignorante del hecho de que estaba amaneciendo. Sólo pudo oler la sangre que detalaba la reconstitución de los miembros, sin duda ayudada por la sangre desperdigada por los dos hombres que habían intentado llegar hasta allí inmunes, sin lograrlo.
Cuando la reconstitución dejó de olerse en el aire, supo que estaba todo en calma ahora. No hubo movimientos, sólo el llamado de la sed de sangre, que había estado inmovilizada por cuarenta años. Perry y Marion tenían que beber para empezar a moverse de nuevo.
Elliott lo lamentó por el primero de los feligreses que se asomó primero con la intención de tocar el agua bendita contenida por el diablo Asmodeus.


La oscuridad nunca fue tan brillante. Sospechó que era así como se sentían los gatos en la oscuridad, capaces de verlo todo. Sin embargo, el verlo todo de nuevo con sus propios ojos no se comparó a la sensación de sentirse llena.
Alguien la había proveído de sangre hasta el cansancio, y ese alguien había dejado marcas en sus labios. Quien la estuviera cuidando, había...
Sus pensamientos se pararon en seco al ser conciente de la presencia a su lado, que como una extensión de su propio cuerpo, estaba pegada al suyo, pero dormida. Perry la abrazaba sin respirar, y sus ojos estaban cerrados, sin rastros de vejestud. Alguien había lavado su cara con bálsamos, al igual que la suya. Podía oler el bálsamo por todas partes, como también el aroma de la ropa nueva. Sin embargo, tenía la sensación de que la mano de Perry había estado sobre su cintura por siglos, y de que su rostro lucía más hermoso e imperecedero que antes.
Su rostro. Podía verlo de nuevo.
Se levantó bruscamente, quedando medio acostada sobre las mantas, y palpó la camisa de algodón que Perry llevaba encima, y vio el rastro de sangre fresca en sus labios. A él también lo habían alimentado recientemente.
El conocimiento de cosas como esa le hizo ver que sus ojos funcionaban bien de nuevo, pero con una mejoría notable desde su vida como humana. Podía ver cada detalle, cada imperfección, y todo se veía más hermoso
-Perry... -le susurró- Despierta. Puedo...
Dio un suspiro, maravillada, y le zamarreó el hombro.
-Él necesitará un poco más de tiempo -dijo una voz desde la izquierda.
Cuando oyó esa voz, recién se fijó en lo que la rodeaba, en la cama, las paredes, las imágenes religiosas colgando de los clavos, y las imágenes paganas. Y luego a un chico en la entrada, y la noche estrellada por las ventanas de aquella pequeña cabaña.
-¿Quién eres? -le preguntó, soltando a Perry- ¿Por qué puedo ver de nuevo?
Sintió un vacío en el estómago al momento de hacerlo, por lo que volvió a sentarse, esta vez a los pies de la cama, tocando los pies de aquel vampiro.
-Puedo curar ciertas dolencias cuando tengo suficiente sangre en mi cuerpo -dijo el desconocido, cuya voz le parecía extrañamente conocida. Marion sacudió la cabeza una vez, tratando de recordar- , pero no habría funcionado de no ser por el período de descanso que han tenido. En efecto, la quietud puede dar grandes dones.
Marion se miró a sí misma, la camisa, los pantalones hasta la cintura, la corbata. Aquel chico, que era un vampiro como ellos, la había vestido con aquellas ropas de hombres. A Perry le había puesto el mismo tipo de ropa, pero la tela, tan lisa y tiesa, le pareció extraña.
-Es algodón sintético -dijo el vampiro- . Es más barato que...
-¿Quién eres? -preguntó Marion de nuevo, levantándose.
Se aproximó a él, experimentado el movimiento de nuevo. Fue como torcer un pedazo de fierro con la facilidad con qu se tuerce un alambre, y casi pudo oír sus extremidades estirándose bajo su piel.
-Elliott -respondió.
Aquello pareció encajar, pero para verlo mejor, Marion se movió para ponerse de espaldas a la luz de las estrellas, que entraban por la ventana con la potencia de unas antorchas.
Frente a ella vio a un chico menudo, con cara de bebé y con los ojos en exceso abiertos y... blancos. Algo le había pasado a sus ojos, y no acertaban a mirar en la dirección correcta, como si estuviera...
-Estás... ciego. ¿Qué te ha ocurrido?
El Elliott del que había escuchado no estaba ciego, sólo... “Sus ojos me asustan, es como si me penetraran y me maldijeran”, había dicho Perry cuando recién le venían conociendo. Recordaba la frustración de Perry respecto de él. Quizá ya en ese entonces le deseara.
Pero ese vampiro... ese vampiro la había arruinado, ella había hecho que se desangrara, para luego... devolverle la vista.
Elliott Dattoli le había devuelto la vista, y la visión era maravillosa.
Le abrazó de improviso, asustándolo de sobremanera. Sin embargo, a pesar de su intento de hacerse para atrás, Elliott no pudo escapar de sus brazos. Marion rió por lo bajo, emocionada y agradecida como nunca.
-Gracias -le dijo, tomándolo de la cara y estrujándole las mejillas. Era como un bebé, muy mono, pensó Marion. Volvió a abrazarlo, esta vez más estrechamente, y entonces fue hacia Perry.
-¿Cuándo despertará? -le preguntó desde el lado de la cama, hincada en el suelo polvoriento. Podía ver las motas de polvo levantándose en el aire como pelusas, si bien eran de un porte diminuto.
-No lo sé -susurró el chico, alcanzando con una mano la silla que había junto a la ventana. El aire del verano entraba por esta agradablemente y Marion lo sentía en cada vello de la cara- . Creí que despertarían al mismo tiempo, pero... Perry fue dormido después de ti, así que...
-¿Fue dormido?
-No vi cuando pasó. Creo que fueron Philip y Persefone quienes supervisaron su desangramiento. Él quería... -el chico tragó, y Marion lo vio retorcerse las manos. Dio una inspiración- quería estar contigo, no quería esperar en solitario a que mejoraras.
-Ya veo -dijo Marion, mirando a Perry.
La joven acarició a Perry en la cabeza, mientras la mirada ciega de Elliott se fijaba en el vacío. El vampiro sólo reaccionó cuando Marion se inclinó a besar a Perry en la frente. Marin le vio encogerse levemente, bajando el mentón como si no quisiera ver, aunque no veía nada de lo le rodeaba.
-¿Dónde estamos, a propósito? El aire es más caliente de lo que he sentido -indicó, levantando las rodillas del piso polvoriento.
-En Languedoc, en Rennes le Chateau. Me pareció el escondite indicado, aunque cuando llegué no los encontré de inmediato. Me tomó años comprobar de verdad la ubicación de su ataud y el haberlos encontrado fue pura suerte.
Marion fue a asomarse a la puerta entreabierta, y la abrió hasta atrás.
Afuera los árboles y las otras casas estaban teñidas del azul del cielo, y a la izquierda podía verse el camino que bajaba por la montaña en la que se encontraban. Sin embargo, el espectáculo de luces que vio a los pies de la montaña fue lo que la sobrecogió más. No eran luces escasas y titilantes, eran luces amarillas y blancas, y eran como luciérnagas sobre el valle del cual no veía más que negrura y las siluetas perdidas de las cabañas. Era un paisaje nocturno maravilloso.
-¿Es luz... de carbón?
-Luz eléctrica -dijo Elliott, acompañándola afuera.
-¿Luz eléctrica? ¿Qué es? Creo que he estado dormida por mucho, pero me siento como nueva.
-Ambos están como nuevos. Los lavé y los perfumé. Espero les agrade, ya que han cambiado ligeramente. Tal vez ahora puedan probar la vida agil que sólo algunos vampiros toman para sí, y a la que muchos renuncian o nunca prueban por miedo a sentir sed más menudo. La sed puede hacernos hacer cosas horribles.
-Perry es más hogareño -dijo Marion- . Creo que permaneceremos muy tradicionales. Este parece un lindo lugar para vivir, además.
Elliott sonrió.
-Yo me iré. Pueden vivir en la cabaña y...
-¿No te quedarás con nosotros?
Elliott pareció contrariado.
-No sé si Perry lo aprobará.
-Yo lo apruebo. Yo soy quien debía perdonarte y ya lo he hecho -le dijo Marion, posando la mano en su hombro y palmeándole brevemente- . Perry tendrá que atenerse a mis decisiones.
-Lo siento -dijo Elliott- , pero prefiero irme sin recibir su resentimiento. No quiero estar en un lugar donde no soy deseado.
Elliott se devolvió a la casa, ante la confusión de Marion, quien dio un suspiro aproblemada.
-¡Al menos quédate hasta que él despierte!
-Gracias, pero no -dijo él, amablemente, y mirando al suelo a falta de un objetivo visualizable.
Marion se tomó los suspensores, algo preocupada. Perry no iba a estar contento si Elliott se largaba sin haberlo visto. Tendría que hacer algo al respecto.
Caminó hacia la casa. Había notado, en su ansiedad por registrarlo todo con sus ojos nuevos, el armario con cerradura, y el tintineante sonido de unas llaves en el bolsillo del pantalón de Elliott. Fue hacia la casa a paso ligero y metió la mano en el bolsillo en cuestión, ante lo cual el chico dio un saltito.
-¡¿Qué haces?!
Con la fuerza que tenía, la cual era bastante gracias a la gran cantidad de sangre que corría por cada recodo de su cuerpo de No Muerto, cogió a Elliott del abdomen y lo cargó sobre su espada.
-¡No! ¡¿Q-qué haces?! Switz...
-Dejarás que Perry te vea. No permitiré que arruines la felicidad de mi esposo. Él merece verte y juzgarte por sí mismo.
-No, estará furioso conmigo...
Lo metió en el armario, entre los pocos colgadores con ropa.
-No le viste cuando supo lo que te había hecho. No me perdonará. Me matará, Switz...
-No lo hará -le dijo Marion, tapándole la boca.
-Por favor... -suplicó el chico, desesperado- No quiero darle el disgusto de verme de nuevo.
Pero Marion no lo escuchó, a pesar de que su expresión lastímera le partía el alma. Décadas antes habría pensado que era actuación, pero las cosas eran diferentes ahora.


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