Capítulo 14:
"Pedazos de piel que la luz del sol aún no toca"
Victor
Sherlock
A
la mañana siguiente le encontré levantado antes que yo. Estaba
sentado sobre la colcha mirando hacia los ventanales cerrados,
pensativo.
-Sí
he escuchado tu nombre -decía- . Por eso te he dejado entrar.
-Por
la foto -dijo una voz conocida y gastada con un raro acento búlgaro.
-No.
Las fotos pueden alterarse.
Alguien
más estaba en el cuarto. Me enderecé, y miré hacia donde John
dirigía su vista: Victor Trevor yacía sentado sobre la pequeña
mesa junto al ventanal, en posición india.
Había
sido rápido.
Vestía
una túnica con líneas moradas, azules y amarillas, y su pelo estaba
suelto y negro hasta los hombros. Sus sandalias tenían el grosor del
papel y el olor a vagabundo me llegaba hasta las narices, pero
parecía más vivo que nunca, con una piel sana, sin rastros del
vicio que a ambos atrapara durante la Universidad, ese vicio que nos
permitía pensar y que nos unió como mugre y uña en unos años en
que la motivación por los estudios no llegaba, a pesar de nuestras
notas y reseñas suficientes. Éramos autómatas sin una meta en la
vida, sin nadie en quien depositar nuestra devoción. Tarde durante
nuestra amistad me di cuenta de que había depositado parte de esa
devoción que pensaba no sentía por nadie en él. Victor me
desagradaba, ya que le veía como un reflejo de mí mismo. Victor era
el Dorian Gray del cuadro, acabado. Ahora renacía como el joven
Dorian Gray, sin dinero pero limpio e inocente.
Bueno,
no sé si inocente.
-¿Cuánto
tiempo estuviste en Bulgaria? -le pregunté, sin dirigirle una mirada
amigable.
Él
sonrió sutilmente, y pareció ser la primera vez que me dirigía la
mirada tras haber llegado a ese sitio con mi versión dormida.
Unas
arrugas se formaron a cada lado de su boca, revelando el desgaste
provocado en su piel por el desierto, a pesar de estar sólo unos
pocos meses en... Turquía. El tejido de la túnica era turco, robado
de las ferias para turistas que iban a visitar Santa Sofía. El
tejido era rico y detallado, con cualidades algo opacadas por la
mugre, pero sabía que con el estado en que estaba, no podría
haberse permitido una túnica de esa naturaleza.
Me
levanté de la cama y caminé sintiéndome pesado hacia el baño.
-Séis
años. Desde entonces comenzó a hacer eco tu nombre, ¿sabes?
Especialmente cuando pasó lo de tu suicidio -le oí decir.
Me
sequé la cara con la toalla pequeña. En el baño había aroma a
shampoo. John se había lavado el pelo dos días seguidos.
-¿En
qué momento lo llamaste? -preguntó John- Pudiste decirme, lo dejé
entrar por la foto de curso que me mostró.
-No
pensé que le permitirían subir hasta el cuarto -dije, asomándome.
El
cabello de John estaba desordenado pero corto. Miré a Victor,
delgado, alto, ocupando un espacio tan reducido sobre el mueble.
Seguía siendo atlético y flexible, y si se aseara un poco de seguro
seguiría siendo matacorazones. Siempre le desprecié por ello. No
tenía respeto alguno por las mujeres. Y entonces tenía a John,
quien era caballeroso y galante con ellas... buscando que estas
fueran igual con él. Por eso siempre había conseguido mujeres
ingeniosas al hablar, aunque el nivel intelectual de ellas fuera tan
bajo como el de John.
Victor
siempre buscó a personas que fueran menos inteligentes que él,
aunque supongo que yo poseía el mismo vicio. El cínico siempre
buscó a mujeres a las que manipular, mujeres superficiales, que
buscaran un hombre más guapo que amable. Y Victor era el prototipo
de este. Ahora entraba yo a preguntarme porqué yo había sentido un
mínimo de devoción por alguien así. Era una suerte que John
hubiese subido mis estándares. Ahora todos me parecían demasiado
inconcientes para siquiera considerarlos un aporte para la sociedad.
John era un hombre pequeño y difícil, no muy bueno perdonando, pero
su lealtad era inquebrantable.
-Aquí
está el retrato por si quieres quedártelo -dijo Victor, bajándose
de la mesa. Comprobé molesto que seguía siendo ligeramente más
alto que yo.
En
el retrato aparecía la generación de primer año de Licenciatura en
Química. Ambos aparecíamos allí, aunque en ese entonces aún no
éramos amigos. Había sido una Universidad de prestigio, aunque
estatal. Mi madre la había elegido por prestigio y mi padre por ser
estatal, aunque era siempre mi madre quien decidía primero. A veces
sentí lástima por mi padre por ello, siempre agachando la cabeza.
-Estás
igual -dijo Victor, mirándome con atención. Alzó la mano hacia mi
mejilla, y yo le rehuí- , aunque... te has aplicado -dijo, mirándome
de pies a cabeza- . Ya no eres el flacucho de antes. A Lancaster le
gustarías ahora.
-Nunca
me gustó Lancaster. Estaba más preocupada de conseguir buenas notas
que de tener relaciones.
John
alzó la vista hacia mí. Victor rió por lo bajo. Las ojeras bajo
sus ojos se notaron un poco más. No había dormido en horas.
-Verás,
Sherlock se propuso perder la virginidad con una chica de un curso
superior -le explicó a John- . La pobre estaba más sola que una
hoja. Intimidaba a los hombres con su inteligencia, pero tenía una
cara adorable. No de mi gusto la verdad, demasiado voluptuosa y
caderona. Pero a Sherlock le gusta la gente más baja de estatura y
ancha que él.
John
bajó la mirada a su abdomen. Traía la bata puesta aún, y estuve
seguro de que se chequeó la panza.
-Pero
a Sherlock nunca le gustó de esa manera, y nunca fue lo bastante
perseverante para conseguirla. ¿Sabes dónde está Lancaster ahora?
-Es
directora de un Laboratorio en Estocolmo -dije, molesto- . Lo sé
porque salió en el periódico cuando el Laboratorio fue acusado de
fomentar el uso de transgénicos...
-Les
quitaron los cargos. Ahora podemos alardear de la posesión de
transgénicos.
-Por
supuesto -dijo Sherlock.
-Elegiste
el trabajo correcto, Sherlock. Serías un criminal legal sino.
Eso
me sorprendió. Desde cuando el sentido de la ética de Victor era
tan alta.
-OK,
estoy a tu servicio. ¿Qué quieres que haga? -preguntó, finalmente.
Se
sentó a los pies de la cama de John. Él se levantó, incómodo y
sacó una muda de ropa del equipaje armado.
-¿Traes
algo con qué vestirte? No puedes entrar a Londres así -le dije a
Victor.
-Estoy
bien con esto.
-No.
Tienes motas en el cabello. Te asearás y te lo cortarás. Nadie
confía en un hombre en túnica sin ropa interior...
John
se volteó a mirar a Victor escandalizado.
-OK.
¿Tienes algo que me quepa? -dijo, rendido.
-Tengo
un traje...
-No
un traje... -dijo Victor, horrorizado.
Victor
al final accedió a ponerse el traje, el cual reveló su delgadez.
Era pura fibra ahora. Pero no accedió a cortarse el cabello, y se lo
escondió en un jockie. Se arregló un poco el afeitado y pronto
estuvimos listos para irnos. Pegó la foto de mi nueva identidad
robada en un carnet y un pasaporte nuevos, preparados por él mismo
en carrera durante la noche. Victor Trevor era un criminal
internacional, buscado por años, pero tendía a cambiar su
apariencia demasiado. Había sabido de sus movimientos hace dos años
gracias a mi red de vagabundos en Londres. Era famoso entre los
inmigrantes ilegales de toda Gran Bretaña. Era un vagabundo con
currículum ejemplar de estudiante destacado, pero se había lanzado
al negocio del tráfico de identidades. Tomaba identidades de
personas muertas y no reclamadas y las vendía a inmigrantes para
entrar libremente a Londres. Negocio redondo.
Sin
duda sería descubierto tarde o temprano.
Contactamos
a Lestrade en el vestíbulo del hotel. El hombre había estado
encerrado en su cuarto desde ayer, tras enterarse de Haneen y su
identidad. Había enviado las pruebas de mi inocencia a Scotland Yard
durante la noche.
-¿Y
quién es este tipo? -preguntó, cuando Victor apareció desde el
cuarto ya arreglado, gafas de sol incluídas. El pantalón le quedaba
un poco ancho.
-Un
colega.
-Amigo
-corrigió él. Estrechó la mano de Lestrade- . Lo ayudaré a entrar
al país -le susurró.
-¿Qué?
Es un crimi...
-Y
desapareceré en cuanto pisemos tierra inglesa.
Lestrade
lo miró con recelo.
-No
puedo creerlo. Estamos haciendo tratos con un... tipo como este.
Victor
bajó sus gafas y lo miró fijamente.
-Estoy
evitando que Sherlock vaya a una celda. Estoy seguro de que apoya esa
moción.
Lestrade
asintió de mala gana.
-A
cambio deseo inmunidad hasta que vuelva a largarme de ese infierno.
-Ya
no te gusta Londres.
-Adoro
Londres, pero quedarme es una tortura, como quedarse en Hogsmeade
llena de dementores.
John
miró a Victor pasmado. Mary había leído los libros, por supuesto.
-Será
mejor que te sientes lejos de nosotros -me dijo Victor cuando subimos
al avión, minutos más tarde.
-Pero
John...
-Él
está viajando con su pasaporte original, así que... no discutas. Se
sienta con tu amigo Greg Lestrade.
-¿Cómo
supiste mi nombre?
-Sé
quien es el Inspector de New Scotland Yard, señor Lestrade. No crea
que no estoy al tanto.
Miré
a John dubitativo, él hizo lo mismo. Como si nos pusiéramos de
acuerdo, nos separamos para sentarnos en nuestros puestos.
-Aprovecharé
de contarle algunas anécdotas -me dijo Victor antes de seguirlo.
-No
las exageres -le dije, en tono de amenaza.
-No
te preocupes. Te dejaré bien parado.
John
-Apuesto
a que no te ha contado absolutamente nada sobre la Universidad -me
dijo Victor Trevor cuando estuvimos sentados. Sherlock me miraba cada
tanto desde su puesto, en la corrida de la izquierda de las tres que
había en el avión, y yo le respondía con cierta añoranza en el
pecho. Esperé no ser muy obvio.
-No
me ha contado mucho. Supe de Sebastian Wilkes porque trabajamos con
él.
-Oh,
no, a él lo conoció en la Facultad de Medicina. La señora Holmes
quería que estudiara Medicina al principio, ya que le pareció que
le daría un mejor porvenir. No le pareció que una Licenciatura en
Química fuese a servirle.
-¿Cuánto
tiempo estuvo en Medicina? -pregunté, pasmado.
¿Sherlock
podría haber sido un doctor? Eso fue chocante. No tenía la actitud
necesaria para ello. Ya lo imaginaba dando los diagnósticos a los
pacientes y parientes. Los haría llorar a todos, prediciéndoles
cánceres, problemas cardiacos y hemorroides y quizá qué otras
enfermedades.
-Dos
años. Entró de inmediato el muy bastardo -dijo Victor con una
sonrisa- . Tiene un cerebro privilegiado. Y su corazón... bueno,
siempre fue más vulnerable que el de nosotros. Ya sabes que si no
experimentas con las relaciones humanas, tu corazón se vuelve tan
débil que a cualquier golpe se resquebraja, ¿no?
Dio
un suspiro, con una mirada triste fija en el vacío.
-¿Por
qué creías que tenía un corazón más vulnerable?
-Bueno...
Demasiados puntos débiles, como siempre digo.
Fruncí
el ceño. Puntos débiles.
Siempre
me estaba preguntando cómo Magnussen había reunido tanta
información sobre la gente. ¿Eran datos que iba pescando aquí y
allá, hasta construir un gran nube de datos que pronto se procesaba
en un mapa lleno de sentido sobre una persona, que le permitía saber
dónde presionar exactamente para arruinarla? Sí, así era como
siempre imaginaba que era, y es que el tema de la hipertimesia me
parecía totalmente probable. Había gente con Asperger que poseía
una gran memoria visual. Tal vez para Magnussen sólo fue necesaria
la memoria auditiva, que traducía luego a visual, como había visto
cuando nos llevó a su supuesta bóveda de información concreta. Le
vimos sentarse en esa silla de diseñador y comenzar a simular que
pasaba las páginas de un libro. Toda la información que escuchaba
o... leía o veía la traducía a eso, y la guardaba en archivos en
su cabeza. Probablemente al momento de ser asesinado, aquel tipo
estaba loco. Por eso se había vuelto un criminal, porque la
hipertimesia lo había desequilibrado. Era imposible recordarlo todo
sin volverse gradualmente loco.
Tal
vez Magnussen había sabido de los puntos débiles de Sherlock por
medio de otro criminal: Victor Trevor. No obstante, aunque era
arrogante, no parecía una mala persona, y había acudido en ayuda de
Sherlock sin pensarlo dos veces. Prefería pensar que era alguien
bueno, o tal vez sólo era mi deseo por ver a alguien siendo fiel a
Sherlock. O a mí. De pronto estábamos solos en el mundo, tras ser
traicionados cruelmente.
Y
hablando de criminales... Una vez más Sherlock demostraba su
habilidad para toparse sólo con los de su tipo. Y todos tenían algo
en común: su gran inteligencia.
Y
entonces estaba yo, un punto de diferencia en un mar de puntos
iguales. ¿Por qué se involucraría con alguien como yo?
-El
primero de todos fue Scott. Sabes de Scott, por supuesto -dijo
Victor.
-Supe
hace poco.
-Me
contó toda la historia. Cómo se perdió, cuánto tiempo buscaron...
No encontraron su cuerpo, pero lo dieron por muerto y siempre creí
que había sido una conclusión muy apresurada. Quién sabe, puede
estar vivo en alguna parte. Los hermanos Holmes tienen rasgos
distintivos, tal vez si miramos mejor, lo encontremos.
Me
volteé a mirarlo. Victor hizo lo mismo, y entonces frunció el ceño.
-Oh,
no, yo tuve padre y madre. No me perdí -dijo.
-OK
-dije- . Pensé que era lo que estabas insinuando.
-Lo
deduje. Aunque me habría gustado ser hermano de Sherlock. Es un tipo
fascinante.
Se
quedó en silencio por un momento, parecía ensimismarse muy
fácilmente, al igual que Sherlock, y entendí porqué siempre se
habían llevado bien.
-Tú,
por tu parte, has logrado mantenerte a su lado sin mucho esfuerzo.
¿Cómo lo has hecho?
-Con
mucho esfuerzo. Con Sherlock es difícil de lidiar, especialmente
ahora -reconocí.
Pero
nunca podría separarme de él, pensé para mí mismo. Pensé
decírselo, pero me lo guardé, pues pensé en que quizá deduciría
demasiadas cosas a partir de eso.
-¿Por
qué ahora?
-No
ha confiado en mí todo lo que debiera. Siempre... está apartando a
aquellos que... se preocupan por él.
-Tal
vez no quiere que salgas herido. Pero tú sabías eso -dijo,
sonriendo con arrogancia.
-Sí.
-Sherlock
se ata muchísimo... con una persona a la vez. Ese es el problema. Y
está constantemente temiendo que estas personas se vayan. O mascotas
en el caso de RedBeard. Tuve que cavar muy profundo en nuestra
relación para que me hablase de RedBeard, si me entiendes.
-A
mí nunca me contó. Me enteré por otros medios. Al principio
pensé... “Sólo una mascota, todos tuvimos mascotas de pequeños,
incluso alguien como él”, pero... luego pensé en qué medida pudo
haber influenciado su manera de ser el haber perdido a su perro.
Todos maduramos en cierto modo.
-Sí.
Empezamos a entender que todos se irán en algún momento. Pero
Sherlock nunca supo que se había muerto cuando dejó de verlo. Su
madre le dijo que se había ido a otro lugar, y el único que fue
capaz de responderle con la verdad fue el señor Watson. Los padres
siempre hacen eso. Las madres prefieren... evitarles el sufrimiento a
sus hijos. No sé qué es mejor. ¿Tú no le has mentido jamás?
-Estoy
seguro de haberlo hecho, pero no sabría enumerar las ocasiones.
-No
suenas como alguien que le mentiría a Sherlock. Leí tu blog: él te
fascina.
Miré
al frente, sintiendo mi cara caliente.
-Y
él no te ha dado la pasada, ¿no?
Eso
me frustró. No me confiaba lo suficiente para decirle descaradamente
que sí lo había hecho, pero deseaba hacerlo de todos modos.
-Imaginar
a Sherlock en una relación es sinceramente bizarro -prosiguió
Victor- . Imaginarlo siendo todo... cariñoso y sonriente y... Raro.
No, me da escalofríos de sólo pensarlo -una azafata se acercó
portando un vino- . Gracias -Carraspeó.
-¿Cómo
era Sherlock en la Universidad? Igual de... ¿“sociable”?
Victor
me miró de reojo.
-Era
peor -susurró- . El primer día de Química le vi deducir a toda la
clase durante el almuerzo luego de que un compañero se mofara de él
por no haber estado en los primeros diez seleccionados. Había un
sistema de jerarquización muy fuerte entre los hombres del grado.
Competían muchísimo, y por eso Sherlock tendía a amistarse más
con mujeres, hasta que comprendió que sólo le querían de mascota.
Sherlock era guapo, tremendamente pulcro y muy... higiénico -dijo
esto con cierta diversión- . A las chicas les gustan los hombres con
buen aroma, con elegancia, con... inteligencia. Nerds. El problema es
que no quieren acostarse con ellos. Pero Sherlock les pareció un
buen sujeto de pruebas para... practicar besos. Además Sherlock
nunca se les lanzaba y eso las hizo llegar a la conclusión de que...
era del otro bando. No era un peligro para ellas. Y Sherlock aceptó
muy bien, y ahora una de nuestras compañeras es escritora y se
especializa en la química del amor. Tiene incluso una página web,
“la Química de los Besos”. Bastante estúpido aunque acertivo:
gana un montón de dinero.
La
página web se me hizo familiar. La había visto en mi historial de
Internet. Siempre revisaba mi historial de Internet para saber si
Sherlock había estado intruseando, y a Sherlock no le interesaba no
pasar por advertido, por lo que nunca borraba los historiales de
visita en mi laptop.
-Luego
de acabar su amistad con todas esas chicas, al cansarse de ser usado
para tan “vanal actividad”, como la llama él, se quedó solo por
casi un año de Universidad, y yo no mostré interés por él hasta
una fiesta del Departamento de Ciencias que se hizo en la casa de un
compañero adinerado. Sherlock fue sólo con la intención de
rechazar los sentimientos de una chica de Física que le había
dejado una carta de amor en su casillero. Supo quien era por la letra
y el perfume, por lo que básicamente fue una humillación pública.
A Sherlock lo aburría Channel.
Recordé
Clair
de Lune.
Clair de Lune en la mesa junto a mi sillón de Baker Street. Nunca
entendí cómo había reconocido el perfume. Sherlock había dicho
que no había sido por Mary, sino por alguien más. ¿Quién?
-Nunca
se disculpó con ella. Y así y todo decía que yo
era cruel con las mujeres.
-Dijiste
que había sido por usar Channel.
-Sólo
fue un modo de decirlo. Dudo que Sherlock tenga preferencia por un
cierto perfume, a menos que sea de tipo cítrico. No le gustan los
aromas frutales.
-¿Por
qué?
-Porque
los aromas frutales le recuerdan a los elementos en descomposición.
En Química analizamos muchos elementos en descomposición, y estoy
seguro de que en su trabajo como detective se dedica a analizarlos
muy a menudo.
-Creo
que sí, ya que básicamente las pruebas que se dejan en las escenas
de crímenes han estado allí por horas o días.
-Exactamente.
Me
pregunté cómo habíamos llegado a ese tema, pero cuando intenté
dilucidarlo, no pude entenderlo. Quizá sólo era por afán de ese
sujeto de demostrar su nivel de conocimiento acerca de Sherlock.
Miré
hacia su puesto. Sherlock miraba al techo con la mirada fija. Muy
fija, mientras Lestrade leía el periódico jordano. O miraba las
fotos. Los demás pasajeros estaban dormidos o leyendo, por lo que no
había mucho ruido. Sin duda alcanzaba a escucharnos. Quise sacarle
una sonrisa.
-No
obstante, parece fascinarle hayar pruebas de ese tipo. Cuando tiene
excusa, suele ir al hospital a analizar las muestras, y se muestra
especialmente entusiasta cuando no puede encontrar su procedencia en
la escena misma del crimen.
-¿Entusiasmo?
En las clases de Laboratorio 1 y 2 no podía ver en Sherlock más que
una repetitiva frustración por la tarea que estaba realizando.
-Parece
frustrado, pero lo que en realidad está sintiendo es algo muy
opuesto. O quizá esa frustración es parte del sentimiento. Es lo
que ocurre con las tareas que nos proponemos en nuestro campo de
experticia. Nos provocan frustración, estrés, pero un estrés...
-...
orgásmico -susurró Victor.
Algunos
pasajeros sentados cerca se voltearon a mirarlo. Había susurrado,
pero todos escuchaban. Reí por lo bajo, fascinado con esto, puesto
que anteriormente casi todos habían parecido especialmente
desinteresados. Con esto me refiero a que estaban dormidos. Tal vez
Victor en verdad captaba la atención. Si lo miraba bien, bajo toda
esa capa de descuido corporal, que escondía una salud fortalecida
por la vida en el exterior, se escondía un Don Juan de los
auténticos. Victor sólo debía chasquear los dedos para conseguir a
una mujer.
Me
pregunté si su campo de interés sólo habrían sido las mujeres.
Miré a Sherlock, y vi que sonreía. Sonreí para mí mismo, con
sensación de triunfo.
-Conoces
bien a Sherlock -dijo Victor- . Pensé que nadie me superaría.
Aunque su hermano Mycroft según sé tiene todo un listado archivado
de sus necesidades y manías.
-Eso
no significa conocer a una persona en lo absoluto -dije.
-Por
supuesto que no. Sólo conoces a una persona cuando la has aceptado
del todo. Y de hecho, cuando adoras
sus particularidades, por muy bizarras que sean.
Usaba
la palabra “bizarro” muy a menudo.
Supongo
que había aceptado las particularidades de Sherlock. En nuestro
primer día juntos él me había deducido sin dudarlo. Quizá por
costumbre, por hobbie, porque era un pasatiempo en verdad para él,
uno de los que hay pocos en el mundo. La otra opción era que sólo
había sido como prueba.
Es
como lo que yo hago siempre cuando hago amigos. Amigos hombres.
Prefería guardarme mis particularidades con las mujeres,
principalmente porque no quería darles una mala impresión si estaba
la meta de tener sexo de por medio. Cuando tenía la intención de
tener una amistad con otro hombre, siempre ponía de telón mi propia
sexualidad, porque sabía que tarde o temprano sería puesta en duda
si no la aclaraba de antemano. Mike Stamford siempre supo
perfectamente de mi bisexualidad, y así y todo, se mantuvo como mi
amigo. O quizá fue porque le dificultaba tener amigos, como a mí.
Pero
entonces estaba Sherlock, quien sólo lo dedujo, como supe
recientemente. Pero claro está, estaba el hecho de que no lo había
dejado en claro en palabras yo mismo. La razón estaba entre las
obvias: nunca vi a Sherlock como a una persona a la que le
interesaran esos temas.
-Eso
ocurre contigo. Eres sinceramente transparente en tu blog.
-A
veces creo que no debí comenzarlo nunca.
-¿Bromeas?
Sherlock habría vuelto al hábito. Él no estaría contigo si no
fueras un libro de tal grosor, John Watson. Ese es tu nombre, ¿no?
-Sí
-dije entre dientes.
-Sólo
bromeaba, sé perfectamente cómo te llamas. John H. Watson.
-¿No
sabes mi segundo nombre?
-No.
¿Cómo podría averiguarlo?
-Hay
formas.
Me
volteé a mirarlo. El hecho de que fuera más alto incluso que
Sherlock ya no me molestaba. Siempre me las arreglaba para tener a
las personas de igual a igual. Y con Victor Trevor no había fallado.
-¿A
qué refieres a que soy un libro grueso?
-A
que a Sherlock aún le falta mucho por llegar a deducirte por
completo. Nunca podrá llegar a deducirte del todo, gracias a su
falta de sentido común. Siempre falla en ese punto, y en la
estereotipación de las personas. Él, por ejemplo, siempre creyó en
mi superficialidad, pero soy en verdad alguien mucho más profundo de
lo que parezco.
Sonreí
elocuentemente.
-Oh,
tú tampoco lo crees.
-Sí
lo creo, de hecho. Te convertiste al Hinduísmo y al Islamismo, por
amor de dios.
Victor
rió por lo bajo. Sherlock, desde su apartado puesto, se volteó a
mirarnos, con el enojo calcado en su cara.
-Y
yo cometí un error contigo: no eres tan estúpido como pareces -me
dijo Victor- ¡Vas a caerme bien!
-Otra
pregunta -dije, con renovada seriedad.
-Dime
todas las dudas que tengas.
-No
vas a traicionarnos, ¿verdad?
La
sonrisa de Victor cedió a mi seriedad lentamente. Un halo de tensión
se extendió sobre nosotros.
-¿No
crees que es demasiado pronto para deducir si los traicionaré o no?
Sherlock por supuesto, da por hecho que cualquiera de sus amigos
podría llegar a traicionarle, pero tú no me conoces, John Watson.
-¿Entonces
qué sugieres?
-”Dime
y escucharé. Muéstrame y entenderé”. Debieras practicar un poco
más esas palabras.
En
su puesto, Sherlock puso los ojos en blanco. Se levantó, y se acercó
a nosotros en el momento en que menos lo deseaba. Victor Trevor
prácticamente me había ofrecido a contar toda su vida con tal de
demostrar que era de confianza. O es que había entendido mal la
frase. Sería de su invención, me pregunté.
-OK,
basta de hacerte el inteligente. Cambiamos de puestos -dijo Sherlock.
-Pero
estaba a punto de contarle a John lo que catapultaría mi carrera
como amigo fiel -dijo Victor- . Déjame hablar, ¿quieres?
Sherlock
lo fulminó con la mirada.
-Párate.
Si quieres le cuento yo mismo.
-¿Cómo
podrías? No tienes idea.
-Hice
mis propias averiguaciones años después.
Victor
se puso blanco como la cera. Tragó.
-Por
eso te llamé -dijo Sherlock, agachándose en el pasillo- . Porque sé
que eres de confianza. No te creas que soy tan ingenuo. Sé que lo
único de lo que careces es discreción, y por eso... Magnussen supo
tantas cosas por medio tuyo.
-¿Qué?
-dije, pasmado. ¿Cómo podría ser de confianza con tamaño
currículum?
-No
le dije nada -se defendió Victor.
-Pero
le llegaron los rumores. RedBeard, John, todos.
-Debió
escucharlos de pasada.
-Por
supuesto que los escuchó de pasada, pero su memoria a largo plazo es
más poderosa que la nuestra.
Fruncí
el ceño. ¿Eso quería decir que al momento de decir “RedBeard”
a Sherlock, Magnussen no lo tenía en mente hasta ese instante? Si
tenía buena memoria a largo plazo, eso significaba que memorizaba
cosas que escuchaba de manera involuntaria, y luego estas salían a
flote al segundo en que eran finalmente de utilidad. ¿Cómo era
posible para una mente comportarse de esa manera?
-Entonces
siento haber abierto la boca -dijo Victor, sin mirarle.
-Debe
ir a sentarse en su lugar, señor -dijo una azafata que se acercó.
-Lo
siento. Victor -le dijo Sherlock.
Este
accedió a levantarse.
-Te
conseguiste un amigo de lo más interesante, Holmes -dijo Victor,
sonriendo.
-No
me lo recrimines ahora. Tú fuiste quien no explicó sus razones.
Victor
se alejó con una sonrisa en la cara. Ya en su puesto, se quitó el
sombrero que ocultaba su cabello largo y mal cuidado, como una manera
de rebeldía, y Lestrade se volteó a mirarlo escandalizado. Sherlock
dio un suspiro.
-Hay
maneras y maneras de levantar sospechas en la gente, y Victor está
practicando la más recurrente.
-¿En
verdad crees que lo de C.A.M sea hipertimesia? No parece encajar en
esta.
-¿Por
qué no encaja? -preguntó Sherlock, con más fastidio que
curiosidad. Bueno, en realidad nunca tomaba en serio mis deducciones,
y en esos momentos Victor seguía ocupando su cabeza. Sentí un
pinchazo de celos que hace tiempo no sentía.
-Porque
actuaba calmado y... ¿saludable?
-¿En
verdad? -dijo con sarcasmo- Las personas con hipertimesia pueden
recordar eventos específicos, donde sucedieron, cuando, con quien...
Pueden recordar los aromas, los sabores, todo... Pero no
necesariamente actúan como locos. No si llevan años de práctica
sufriendo la condición. Qué útil sería tenerla.
Lo
último lo susurró, como si fuese más para sí.
-No
creo que pudiera ser fascinante en lo absoluto, y tú no pareces
necesitarla.
Sherlock
se volteó a verme. Una sonrisa pareció brincar de sus ojos. Lo
había tomado como un elogio, yo sólo lo había apuntado como un
hecho.
-Pero
creo que yo recuerdo de modo diferente. Magnussen parecía haber
atado toda la información que sabía a un lugar específico.
-¿No
es así en tu caso también? En tu... “Palacio Mental”.
-No.
Es más como un lugar que cambia según las necesidades, como... una
Sala de los Menesteres.
Abrí
la boca, totalmente asombrado por aquella referencia, puesto que Mary
solía leer esos libros. Otro rasgo que habían compartido. Pero
Sherlock continuó demasiado pronto para apuntar esto.
-No
es un lugar fijo, y es así cómo debería funcionar según los
requerimientos de la mente humana. Los recuerdos están atados a
imágenes sueltas, a veces casi abstractas, no a... bodegas llenas de
libros y arhivos -dijo con cierto desprecio por el hombre muerto- .
Pero así es cómo Magnussen se había obligado a usar su mente,
aunque... -Recordó algo específico, y se volteó a mirarme. Me tomó
de la muñeca, apoyada sobre el posabrazos, y la emoción por estar
en la línea de pensamiento de un Sherlock que está deduciendo quedó
mezclada por la emoción del contacto- ¿Recuerdas la primera vez que
visitó Baker Street, tras atraerle mediante mi abuso de drogas? Y es
que sólo vino por esa razón, por pensar que estaba vulnerable. ¿Lo
rercuerdas, John?
-S-sí.
Lo recuerdo. Uno de sus... sirvientes me quitó un pedazo de fierro
que había...
-Sé
porqué recuerdas eso. Pero, ¿recuerdas que dije algo sobre lo que
hizo Magnussen a lo largo de nuestra conversación?
-Creo
que... sí.
-Pensé
que había usado un dispositivo. Me había leído, él mismo lo dijo:
“Estoy leyendo”, y dijo “RedBeard” de la nada. En ese momento
su Palacio Mental estaba funcionando de otra forma, porque miraba
hacia el frente. En cambio, cuando fuimos a esa habitación blanca en
Appledore, él sólo se sentó e hizo mímicas de quien lee un libro.
-Como
si estuviese en una biblioteca. Por eso dices que su palacio mental
allí era como una bodega llena de libros. Pero si no había
visualizado una bodega llena de libros, ¿Qué visualizó cuando supo
de RedBeard? O más, cuando recordó a RedBeard, porque de alguna
manera ese detalle se quedó estancado en su memoria tiempo atrás...
-Estás
aprendiendo -dijo Sherlock, sonriendo- . No sé cómo lo visualizó.
Tal vez como... un archivo digital, como mi memorización del mapa
Londres.
Reí
por lo bajo.
-¿En
verdad memorizaste todo Londres?
-Sí.
Por experiencia práctica, no porque un día me senté a memorizar el
mapa, precisamente.
-No
eres tan inteligente como pareces, entonces.
Se
volteó a mirarme interrogativo, y ofendido como pude comprobar.
-¿A
qué te refieres? -dijo, apartando su mano de mi muñeca.
-Nada
malo -dije, cogiendo su muñeca esta vez, y rozando su dorso
“deliberadamente” con el dedo pulgaer. La vista de Sherlock bajó
fugazmente a su mano- . Sólo digo que aprendes... memorizas
igual que muchos de nosotros.
-¿Cómo?
-Mediante
la experiencia práctica. O al relacionar dos conocimientos. ¿Nunca
has leído sobre pedagogía?
-No.
¿Por qué lo has hecho tú?
-Bueno,
tengo un hijo.
Sherlock
alzó las cejas, viéndole lógica.
-Te
quedarás en mi casa, a propósito -le dije, dándole una palmada a
su muñeca. Otra vez, una excusa para mantener el contacto- . No hay
posibilidad de que te quedes en Baker Street.
-Pensaba
quedarme donde Mycroft. No quería... importunarte. Además Victor
necesita un lugar donde...
-¿Victor?
-dije, pasmado. Claro. No había considerado eso- Pero, ¿él no
tiene montones de dinero? Es traficante de identidades.
-No
lo sé. No parece que esté usando ese dinero. Se ha vuelto alguien
bastante espiritual, no debe de cobrar mucho por los pasaportes y
tarjetas de identidad.
-Supongo
-dijo John- . ¿Espiritual? ¿Es en serio?
-Sí.
Míralo.
-No
es muy... silencioso.
-Ser
espiritual no tiene nada que ver con ser silencioso.
-OK
-dije, cediendo.
Nos
quedamos en silencio por unos momentos. No tenía deseos de dormir en
lo absoluto, por lo que dije:
-¿Y
de qué depende el cómo luzca su Palacio Mental?
-De
aquello a lo que lo relaciono. Cuando he tenido que... trasladarme
por Londres cuando no he conocido las calles y distancias, he tenido
que consultar mi iPhone, y... Bueno, los mapas de recorrido son
aquellos que he consultado en este previamente. En otras ocasiones mi
palacio mental ha lucido como... los tribunales de justicia de... -En
ese punto se detuvo, y tragó. Casi pude verle sonrojarse.
-¿Tribunales
de dónde?
-Una
vez visualicé los tribunales de justicia al... resolver un caso.
Usar los chats no parecía ayudar mucho, así que visualicé mi
conversación con las mujeres que se habían citado con el Hombre
Efímero en un tribunal. Todas estaban sentadas en órden y de ese
modo pude... descartarlas más fácilmente.
-Cómo
un “Adivina Quien”.
-¿Quién?
-Es
un juego, Sherl... -Me callé. Nadie debía saber quien era, o la
farsa se rompería.
-No
lo conozco.
-Te
gustaría. Te compraré uno. A propósito, ¿Por qué te da vergüenza
ese evento en particular?
-Ahm...
Sherlock
miró hacia Victor. ¿Se estaría arrepintiendo de cambiar de
puestos?
-Creo
que fue la primera vez que... fui conciente de la facilidad con la
que accedías a mis Palacios Mentales. Normalmente estos sólo... se
desvanecían cuando tú... cuando cualquier
persona
entraba en ellos.
-Lo
recuerdo. Me echaste muchas veces del 221B sólo porque necesitabas
entrar en tu Palacio Mental.
-Pero
esa vez entraste en la habitación y aunque me di cuenta de tu
presencia, el tribunal siguió allí, erigido en mi imaginación.
Sólo tiempo después consideré esta particularidad.
No
puedo describir cuanto gusto me dio escuchar eso. Si lo hubiera
pensado por mí mismo, probablemente no le habría dado tanta
importancia, pero Sherlock lo veía como un hecho extraordinario,
fuera de serie. Como si hubiese quebrado una de sus máximas leyes,
si bien no parecía molesto acerca de eso.
-No
resolviste ese misterio de inmediato, ¿no? No supiste quien era
-dije, como un modo de hacerle considerar alguna desventaja.
-Pero
me hiciste ver que era un hombre. A veces sólo... me salto lo obvio.
Es un gran problema a veces. Se refirieron al Hombre Efímero, como
un “él”, e incluso yo
me referí a él como un hombre. El Hombre
Efímero, y aún así no consideré ese detalle.
-¿Ayudó
en algo? Tal vez... inmiscuirme en tus Palacios Mentales no sea una
ventaja.
-No
lo es, pero no es una desventaja tampoco. Sólo es. Sigue funcionando
al mismo ritmo.
-Entonces
no es malo.
-No
-dijo Sherlock, frunciendo el ceño. La idea de que lo fuera le
parecía extraña.
-¿Hace
cuánto que desarrollaste los Palacios Mentales?
-Supe
de la idea en las clases de Filosofía. Lo crearon los griegos, o al
menos se dieron cuenta ellos. Pero todos tenemos Palacios Mentales de
una u otra manera, sólo que no todos le sacan el máximo provecho.
-Hm.
Yo
era una de esas personas, sin duda.
-Victor
supo de Scott. ¿Cuando se perdió intentaste buscarle?
Sherlock
miró alrededor. Los pasajeros que estaban despiertos estaban viendo
películas.
-Sí
-dijo, mirando al frente- . Pero no sabía cómo. No sabía nada de
muchas cosas en ese entonces.
-Sólo
eras un niño -dije, sin despegar la vista de él.
Sherlock
me miró a los ojos.
-Pero
estaba con él el momento antes de...
-Sólo
eras un niño.
Él
asintió. Tragó, y miró su mano de nuevo.
-Lo
era.
-Y
Mycroft...
-Mycroft
estuvo demasiado preocupado de lo innecesario en todo ese asunto.
-De
ti, ¿no?
La
mano de Sherlock se empuñó.
-Debió
entrever donde estaba -susurró- . Usaba bastante bien su cabeza para
ese entonces. Sabía hacer deducciones. Lo sé porque siempre
descubría cuando había hecho alguna travesura. Nunca podía
esconderme.
-Tal
vez se preocupaba por ti.
-Tienes
hermana, John. Sabes perfectamente que nunca es por nobles razones.
-Me
gusta romantizar las cosas.
-Hm.
-No
fue tu culpa.
Sherlock
dio un suspiro.
-No
lo fue. Sé que es menos frustrante que lo sea, al menos para ti,
porque tu cabeza funciona de esa manera...
-Si
es culpa de alguien más, siempre tengo en mente que está fuera de
mi alcance el solucionarlo. Cuando es mi culpa, entonces ya no hay
vuelta atrás, porque si no pude solucionarlo en el momento, si no
pude prevenirlo en el momento, entonces no hay nada que hacer.
Fruncí
el ceño. Sus ojos fueron realmente tristes al decir eso.
-¿Entonces
por qué le sigues dando vueltas?
-Porque
Moriarty dijo saber dónde se encontraba. Dijo que no estaba muerto.
Miré
su mano, y la mía sobre la manga de la camisa. Le recordé ayer,
llorando contra mi regazo. Tomé su mano con fuerza para evitar
cualquier caída, y Sherlock se mantuvo firme. Bajó su mirada a mi
mano en torno a la suya, y movió sus dedos para entrelazarlos con
los míos. Sentí un escalofrío exquisito, y a pesar de sentirme
algo cohibido, no quité la mirada de él.
-¿Crees
en verdad lo que ha dicho? Tal vez sólo lo insinuó para hacerte
perder el control. Ya ha mentido antes.
-Acerca
de su identidad.
-Lo
sé, pero cuenta como tal.
Sherlock
dio un suspiro.
-Quiero
creer que está vivo, John.
-Está
haciéndote sufrir.
-No.
Estoy tratando de encontrar algún modo de comprobar si está vivo.
Algún contacto, un método.
Me
estaba apretando la mano. Aflojé mis dedos para avisarle.
-Disculpa.
Sacudí
la cabeza para mostrar que no me importaba. Le sonreí.
-Te
ayudaré.
-Victor
me ayudará, tú cuida a Hamish.
Alcé
las cejas, incrédulo.
-No
puedo creer que aún pienses que te haré caso -dije, sin dejar de
sonreír levemente.
Sherlock
sonrió. Aquel gesto se trasladó a mis labios como un reflejo, y
miré por la ventana del avión. Sentí cómo me acariciaba la
palma de la mano con el pulgar. Luego cogió mi mano y la alzó para
rozarla con sus labios. Seguí mirando por la ventana, a gusto, y nos
recordé a ambos corriendo por todo Londres con nuestras manos
juntas. Recordé a Sherlock hablándome desde tan cerca, ignorando
por completo mi tendencia a mantener distancia. Le había permitido
una y otra vez violar mi espacio personal, hasta que se hizo usual y
natural entre nosotros, captando las miradas de otros. Siempre había
notado cómo la gente, entre ellos Lestrade y la Agente Donovan, nos
miraban extrañados ante la cercanía corporal que compartíamos, sin
nunca... llegar a tocarnos. ¿Acaso la ansia por tener contacto se
había visto expresada a través de esa cercanía, demasiado extrema
incluso para dos amigos?
Luego
de esto, Sherlock se durmió y yo me mantuve despierto un poco más,
bajo la mirada preocupada de Victor. Cuando se acercó una azafata,
opté por quebrar el contacto con Sherlock, y Victor y yo cambiamos
puestos. No podíamos levantar sospechas.