Capítulo 15:
"En cuerpo y alma me he entregado a ti"
(x)
Sherlock
-No
pensé que me tenías este cariño -dijo la voz de Victor.
Pestañeé
rápido, extrañado por oírlo tan de cerca. El avión aún vibraba,
pero el sonido indicaba que había comenzado a descender. Me
incorporé de aquel hombro, esperando hallar a John, pero me encontré
con el rostro de Victor a diez centímetros del mío.
-¿Qué
rayos...?
Rió
por lo bajo.
Miré
hacia el otro puesto y vi a John allí, dormitando, al igual que
Lestrade. Tenía la boca abierta. Me levanté del puesto, molesto y
me restregué la cara.
-Iré
al baño.
-No
vas solo.
El
avión aterrizó en el aeropuerto de Londres. De inmediato me acerqué
a John, avergonzado de verme durmiendo en el hombro de ese canalla.
¿Cómo no lo había notado? Victor tenía el hombro huesudo.
El
frío que nos aquejó al salir al aire de la calle, luego de pasar
por el aeropuerto, fue como una bofetada en la cara. Me tapé con la
bufanda hasta la nariz, sumido en la desesperación de tan terrible
clima, y dejé que John me tomara de la muñeca para coger el primer
taxi.
-Sherlock,
mantén el personaje -me dijo Lestrade, mirando nuestras manos- .
¿Por qué no se adelantan tú y el señor Trevor? Si te ven con John
sabrán que eres tú de inmediato.
John
me soltó, y me dirigí a Victor. Pero Victor no estaba por ninguna
parte.
-¿Qué
rayos...? -dijo Lestrade.
-¿No
le viste marcharse? -le pregunté a John.
-No.
Estaba ocupado buscando un taxi disponible.
Di
un bajo gruñido, mirando alrededor.
-John,
debes volver solo -dijo el Inspector- . Ya se encontrarán, no sean
testarudos.
-OK
-dijo John, con los ojos entrecerrados por la ventisca fría- . Ahm,
allí hay un taxi, ¿se van ustedes primero?
-Sí.
Lo llevaré a tu casa.
-No
soy un niño, no me “llevarás” -dije, sin poder ocultar mi mal
humor. Victor había dicho que se quedaría unos días- . Hagámoslo
rápido. Y tú, John -le dije- , llama a Mycroft. No puedes volver
solo.
-Estaré
perfectamente por mí mismo -dijo él, sonriendo- . Y cambia esa
cara: estamos en Londres.
-¿Qué
se supone que significa eso? -le pregunté, mientras Lestrade me
arrastraba al taxi.
-En
unos días podrás caminar libremente por la ciudad. Te lo aseguro
-me dijo Lestrade, empujándome a la parte de atrás- . Necesitamos
poner el equipaje en la maletera -le dijo al chofer.
Lestrade
cerró la puerta. Miré a John por el vidrio, pero mi mirada se
desvió a otra parte, buscando a Victor. Por fin conseguí verlo tras
un pilar, y el alivio me arrebató la respiración por un momento, no
supe porqué.
Llegué
a casa acelerado. Cuidé que Lestrade se quedase en el taxi, y él no
puso resistencia. Habíamos hablado durante todo el camino sobre la
estrategia que tomaríamos para probar mi inocecia. No obstante,
todavía tenía la acusación de asesinato a Magnussen, por lo que no
quedaría del todo impune. Tendría que seguir con el plan de
encontrar a Moriarty de nuevo. Era mi penitencia a cambio de mi
libertad, y las autoridades no serían blandas en ello.
Toqué
el timbre, y tras la puerta apareció Victor. Había vuelto a
colocarse la túnica, y me sonrió sinceramente por primera vez desde
que apareciera después de años.
-¿No
te largabas en cuanto llegaras al aeropuerto? -le pregunté, sin
poder evitar sonreír un poco.
-Era
el plan, pero no podía dejar al doctor John Watson venir solo a
casa. James Moriarty tiene ojos en todos lados.
Me
dejó entrar y cogió mi equipaje.
-¿La
carpeta está aquí?
-Sí.
-Si
quieres la voy a dejar a Baker Street.
-No.
John sospechará -susurré- . Yo mismo la llevaré cuando vuelva
allí.
Victor
asintió. Entonces sonrió y dejó la maleta de vuelta en el piso
para mi extrañeza. Lo siguiente que supe es que me abrazaba
estrechamente. Era la primera vez que estábamos por completo solos,
y Victor, deshecho de la actitud arrogante que adoptaba en frente de
John, a causa de no sabía qué, mostraba lo que había estado
esperando hacer desde que nos viéramos.
-Estás
más feo que antes -me dijo, cuando me soltó.
Me
permití sonreír un poco, y Victor me dio una palmada en la mejilla,
hasta dejarla posada en mi nuca. Yo mantuve mi distancia, un tanto
apabullado, pero Victor la acortó dándome un beso en la boca. Los
recuerdos vinieron a mi memoria instantáneamente, los de él
prometiéndome que me besaría si llegaba a mostrar algún nivel de
apego por otra persona, ya que por años me recriminó mi falta de
sensibilidad para con las relaciones humanas. Había sido como un
desafío, y yo le contesté que en ese caso jamás conseguiría un
beso de mí, acusándolo de querer desviarme de mi camino de
racionalidad y lógica. “Nadie jamás logrará desviarme de ello.”
-Eres
un estúpido -le dije.
-¿No
lo son todos? -dijo, pasando una mano por mi espalda y guiándome
hacia la sala de estar- John Watson acaba de referirse a ti como
“idiota”.
-Lo
hizo el día que nos conocimos. Bueno, el segundo día.
Por supuesto que lo hizo hoy.
-¿Y
no le golpeaste por hacerlo?
-No.
Lo invité a cenar -dije, frunciendo el ceño como si la idea me
pareciera absurda- . Tiempo después le golpeé. Él respondió
con creces.
-Es
pequeño pero peligroso, ¿no?
-O
tal vez ustedes son demasiado altos -dijo John, sentado junto a la
cuna de Hamish, allí en la sala de estar. Se estaba cocinando algo
en la cocina, podía sentir el aroma del espagueti.
-No
sabía que eras padrino de alguien -me dijo Victor, con tono de
burla- . Estás rompiendo tus promesas con creces.
Chasqueé
la lengua sin darle importancia, y Victor rió por lo bajo. Me
acerqué lentamente a la cuna de Hamish y lo tomé en brazos,
dirigiendo mi mirada a la maleta. Victor la había dejado entre la
ventana y el sillón de la sala de estar. Entonces me di cuenta de
que John seguía mis gestos con la mirada. Alcé la vista hacia él,
tratando de ser casual y sólo fuimos yo y él por unos segundos,
como solía suceder incluso antes de que supiéramos que nos
correspondíamos en nuestros sentimientos.
Dios,
estaba hecho un cursi. Y me gustaba. Me gustaba tener a Victor allí
sorprendido ante mi nueva vida. Era como alardear de ello. Quería
alardear
de ello.
-Está
dormido. ¿Donovan lo dejó de esta manera?
-Sí.
Aún está aquí. Está duchándose.
-¿Qué?
-dije, pasmado.
Ante
ella sí que quería alardear, pero... me tensé entero, como si
hubiera una pantera acechando en casa, y John lo notó.
-No
tienes que topártela si así lo deseas.
-¿A
quién no quieres toparte, freak? -dijo la voz de la agente Donovan.
Victor
se volteó a mirarla, extrañado. Vi cómo sus ojos iban de la cabeza
a los pies de esa mujer: no pude creerlo, le gustaba.
-Sostén
bien a ese niño, no queremos a un bebé con la nuca rota -dijo,
acercándose a mí.
Me
puse de frente a ella, desafiante.
-Puedo
sostenerlo bien, gracias.
-No
me lo creo. Tienes mal ubicado el brazo derecho.
-Oh
-dijo John- . Sí, Sherlock, alza más el codo derecho para que la
cabecita de Hamish...
Dejé
a Hamish de vuelta en la cuna, enrabiado. Pasé al lado de la agente
y cuando pasé junto a Victor le mascullé por lo bajo:
-Vete
en este instante.
-Oh,
no, quiero conocer a esta preciosura -dijo en voz alta.
-¡Vete!
¡Es de la policía, maldita sea! -le grité, sin disimular.
John
dio un suspiro. Pude oírle decir “Sherl...” en un susurro.
-¿Quién
es este? ¿Otro sicópata? -dijo Donovan, estudiando a Victor.
-Puedo
ser lo quieras que sea -dijo él, coqueto.
Fui
a la cocina, poco dispuesto a presenciar otra de sus conquistas.
-Lo
siento, cariño, pero no me atraen las túnicas turcas. ¿Cómo
dijiste que te llamabas?
-Victor
Trevor.
-Ese
nombre me hace eco.
Revisé
el espagueti. Estaba listo para ser filtrado. John llegó junto a mí,
mientras Victor y Donovan hablaban en la sala, y sacó el filtro para
hacerlo él mismo.
-Apaga
la salsa, creo que está lista. ¿No quieres darte una ducha antes de
comer?
-Eso
planeaba, pero no quiero ausentarme con Donovan en esta casa.
-Es
inofensiva -dijo John, riendo- . No le des tantas vueltas.
-Meterá
a Victor en la cárcel. Me quería a mí
en la cárcel cuando disparé a Magnussen, John.
-Tonterías.
No te quería en la cárcel. Ella está perfectamente conciente de
que Inglaterra te necesita. ¿Cómo podría quererte en la cárcel
sino?
Revolví
la salsa tras apagar el fuego.
-OK,
entonces porqué preguntó quien era Victor.
-Déjalo,
de seguro sabe cómo escapar de la ley. No le habría dado su nombre
sino.
Di
un suspiro, aproblemado.
-Al
menos su estadía aquí con Anderson le sirvió de algo -dije- . Con
suerte se ablandará.
-¿De
qué le sirvió? ¿Por qué dices eso?
-Creo
que van a comprometerse. Espero Anderson no me invite.
-No
sabe que estás en Londres. Sólo lo sabe la Agente Donovan. Y estoy
seguro de que ella no dirá nada.
-¿De
verdad? -dije, incrédulo.
-Sí.
-Tú
pídeselo, por las dudas -le dije, mientras John repartía el
espagueti en tres platos. Me acerqué con la sartén llena de salsa.
Nos
quedamos en silencio mientras yo ponía la salsa. John se quedó a mi
lado. Después de tratar de olvidarme de todo aquello, lentamente esa
sensación de calidez volvió a mi pecho.
-Esto
es agradable -dijo John en voz baja- . Podríamos turnarnos para
cocinar. Tú tienes que aprender de todos modos.
-Ya
sé hacer algunos platos.
John
me miró sorprendido.
-Mi
padre y yo nos quedábamos solos algunas veces en casa, mientras mi
madre y Mycroft iban a seminarios de ciencias -expliqué- . Mi padre
sabe cocinar sólo tres platos, así que me vi obligado a aprender un
poco. Luego, en la Universidad, me la pasaba mucho tiempo solo, no
tenía compañeros de cuarto que me soportaran, y la habilidad para
hacer experimentos me volvió un buen cocinero. Soy bueno siguiendo
recetas.
-No
eres de los que experimentan.
-No
me interesaba.
Nos
volvimos a mirar, y la sensación de calidez se intensificó. John se
veía realmente guapo, y sus ojos cansados parecían darle un nuevo
atractivo. Tendríamos que acostumbrarnos a este horario de nuevo,
pero antes de que John volviera a la rutina de un horario de padre
primerizo, quería disfrutar de sus desvelos. Quizá resolver algún
caso desde casa juntos.
Me
incliné hacia él, y a pesar de su promesa de no reiniciar lo que
fuera que habíamos iniciado en Madaba, dejó que lo besara. Cerré
los ojos de inmediato, y di una inspiración antes de quebrar
levemente el contacto. Alcé las manos hacia él, tras dejar la
sartén en el mueble, y lo tomé firmemente de las mejillas, con la
ansia empujándome. De nuevo la irracionalidad se apoderaba de mí, y
estaba empezando a aceptarla. Le besé de nuevo, esta vez con más
firmeza y sentí las manos de John en mis codos, apretando. Pensé
que quería que me detuviera, por lo que me forcé a alejarme, pero
en vez de eso, John me tomó de la nuca y acarició mis labios con
los suyos. Entendí, y mi respiración se calmó lentamente hasta ser
pausada y medida. John estaba siendo cuidadoso, especialmente
habiendo gente en casa, por lo que dejé que me dirigiera.
Dejé
que uniera su boca con la mía, y tal como en Madaba, en el mar, me
dejé llevar lentamente, y un beso llevó a otro, nuestras lenguas se
rozaron y nuestros labios se cogieron entre ellos, a veces
superficialmente y otras veces más profunda y cálidamente. Y mis
párpados comenzaron a apretarse, porque a ratos sentía cómo si me
estuviera frenando a mi mismo. John me acariciaba el rostro, la oreja
y el cabello con el cariño de un amante experimentado, y yo sólo
recorría su cuello con mis manos torpes. ¿Alguna vez le igualaría,
alguna vez podría darle lo que él me daba? La manera en que me
besaba era tan dulce, y yo sólo le seguía, no pudiendo concentrarme
a veces, aunque... ¿No consistía en eso todo aquello? ¿Dejarse
llevar? ¿Era posible que un beso pudiera desconectarme por completo
de mi razonamiento? Aún no podía comprenderlo, por mucho que
interviniese la química en todo aquello. Aún no lo entendía y
quizá nunca lo haría. O quizá no había que entenderlo.
John
me acarició el cuello, bajo la línea de mi mandíbula y quebró el
contacto con mis labios. Mantuve los ojos cerrados. Noté que
respiraba agitado, y que su otra mano me tomaba la camisa con fuerza.
Sentí mi respiración igualarse a la suya, y un calor bajo mi
estómago comenzó a alertarme. Y me di cuenta de que apretaba la
camisa de John también.
Aflojé
el agarre, pasmado, y la conciencia de las voces que venían de la
sala de estar volvió a mí. Miré a John a los ojos, y vi que ambos
nos habíamos dado cuenta del cambio en nuestras reacciones. Sabía
que nunca sería igual, no si repetíamos aquello tantas veces. Tarde
o temprano querríamos ir más allá.
-Iré
a decirle a la Agente Donovan -dijo, apartando las manos de mí.
Asentí.
Me alejé, y le vi salir de la cocina mientras me sostenía del
mueble, puesto que mis manos temblaban.
-Hey,
ahm... -le oí decir a Donovan- Quisiera pedirte un favor. Sobre
Victor. Lestrade ya sabe sobre él, pero cree que ya no tiene
contacto con nosotros.
-Ya
veo. ¿Que quieres que haga? -preguntó ella, con tono de fastidio.
-Que
no alertes a las autoridades. Por favor.
-¿Quieres
que no alerte a la policía de que están viviendo con un criminal?
-Exacto.
Ayudó a Sherlock a entrar al país. En unos días ya no le
necesitaremos...
-Yo
pienso quedarme aquí por unos días -dijo Victor- . Sherlock es una
maravilla que hay que estudiar ahora mismo.
-OK,
pero...
-Lo
haré -dijo la Agente Donovan- . No diré nada, pero promete que en
unos días será considerado inocente, o el delito de este tipo será
peor y ya no podré callarme, ¿OK?
-OK.
Por supuesto -dijo John. Carraspeó ruidosamente- . Gracias de nuevo
por cuidar de Hamish.
-De
nada. Es un bebé tranquilo. Es un poco preocupante, si me preguntas.
-Hm.
Poco
después los oí despedirse, y Victor vino a la cocina guiado por el
olor del espagueti.
-Esa
agente le tiene respeto a John.
-Sí
-dije, saliendo de allí- . Tomaré una ducha.
-Luego
es mi turno. Comeré de este plato hasta hartarme.
No
pudimos estar a solas por el resto del día, por lo que opté por ir
a darme una siesta. Mis ojos no podían más. John se quedó cuidando
de Hamish, pero tal como supe poco después, fue Victor quien se
encargó de él por el resto del día.
John
durmió en el sillón del cuarto por la noche, y yo me quedé en su
cama de casados. Victor me tapó con otra frazada y para cuando
dieron las seis de la mañana, tenía los párpados hinchados hasta
lo imposible. Me desperté entre bostezos exagerados y con aliento a
salsa de tomates. Me levanté pestañeando con rapidez y me fui a
lavar el rostro, preocupado por John, ahí durmiendo en un sillón
tan incómodo. Me lavé los dientes, y mientras lo hacía, oí el
sonido de una risa de bebé desde la sala de estar.
Me
asomé, extrañado, y vi que Victor veía la televisión con Hamish
en el regazo. Volví al cuarto, y no encontré a John en el sillón.
Las mantas estaban desordenadas y oí ruido en el baño. Cuando salió
traía la bata puesta, al igual que yo. Me miró fijamente, y esa fue
señal suficiente.
Mis
manos empezaron a temblar y caminé a zancadas hacia él.
Le
cogí la boca desesperado, y el calor bajo mi estómago ya no fue tan
suave como tempranamente. Una nueva sensación se apoderó de mí y
acaricié insistente el rostro y cuello de John, y su pelo suave y
cortó que se escapaba entre mis dedos. Profundicé el beso y pronto
me encontré siendo empujado hacia el sillón. Mi respiración se
aceleró y me senté sobre los almohadones y mantas, sin entender las
intenciones de John.
Entonces
se sentó sobre mis regazo con las piernas abiertas y el calor en mi
entrepierna quedó en evidencia. Apreté los párpados, asustado, y
John me rodeó el cuello con el brazo, mientras entreabría los
labios contra los míos. Introdujo su lengua en mi boca y la sentí
en contacto con la mía. Di un pequeño gemido, y le rodeé el torso,
mientras él se apegaba estrechamente a mí. Oí su respiración
deleitado, y apenas fui alertado cuando pasó sus labios por mi
mandíbula. Di un suspiro, totalmente perdido y sus labios se
dirigieron a mi cuello, bajo mi oreja. Aquello me voló la mente, y
le apreté contra mí, sintiendo su torso cálido contra el mío, y
su mano acariciando mi mejilla. Era tan agradable, tan condenadamente
agradable, y tan íntimo, me sentía en una burbuja, y mi mente había
dejado de funcionar como siempre. Era mi cuerpo el que actuaba
mayormente, y sin embargo, John seguía presente. No sus labios o sus
caricias, sino él, y sentí miedo. Tanto miedo.
Entonces
comenzó a hacer algo que no esperaba, y que me hizo dar un quejido
de inmediato. Comenzó a moverse sobre mí, sus caderas contra las
mías, y el bulto en su entrepierna chocó contra el mío una vez,
dos veces y más. Sentí el calor en ese sector, creciendo, y los
estremecimientos se sintieron venir, como llamaradas de fuego que se
apoderaban de mi bajo abdomen y se extendían a cada rincón de mi
cuerpo, primero en brazadas cortas, luego más largas, hasta alcanzar
los dedos de mis manos y pies. Se apoderaron de mi cuerpo,
recorriéndome de punta a punta como si quisieran atravesarme. Y me
atravesaban.
John
empujó más fuerte contra mi entrepierna, y su boca se hundió en la
mía cuando gemí más elocuentemente contra la suya. Me sentía tan
duro, y él estaba tan duro, estábamos iguales, y no podían captar
nada más. Mis ojos se entreabrían y cerraban, poco capaces de
mantenerse abiertos para mirarle. Estaba ido, y él empujaba hacia mí
insistente. Y en un momento se quedó allí presionando por dos
segundos, haciéndome conciente de aquel latido ajeno. Increíble. Y
fue más increíble el notar que nuestros latidos se sincronizaban,
para luego separarse de nuevo, cuando mis propios latidos empezaron a
ir más rápidos que los de él. Yo iba a llegar al final antes, allí
sólo mediante roces por encima de la ropa. Y era maravilloso, y
lleno de lujuria, e íntimo y nuevo. Y sentí que habíamos avanzado
tan rápido, y sin embargo deseaba que siguiésemos avanzando.
-Sherl...
-le oí susurrarme al oído. Fue un sonido amortiguado, lejano, que
hizo eco, uniéndose con uno de los estremecimientos que me atacaron.
Fue como si su susurro hubiese provocado esa reacción en cadena. Y
también sus dedos en mi pelo, o en mi nuca.
John
comenzó a empujar su cadera contra la mía más lentamente, pero mis
latidos siguieron en ascensión, y empecé a desesperarme. Me sentía
tan... lleno. Necesitaba aliviarme.
Me
sentí derramar rápidamente. Apreté los párpados, y pasé los
brazos por las caderas de John, apretándole contra mí. Di un
suspiro tras otro, haciendo lo posible para acallarme, pero John
empujó nuevamente contra mí, luchando contra la presión de mis
manos, que sin embargo no se atrevían a descender hacia otras partes
de él. Aún era tímido.
John
besó mi mejilla cuando aquel estremecimiento tan potente se hubo
ido. Me sentí acalorado, y los labios de John se apretaron contra mi
ojo derecho, mientras yo recuperaba el aliento, en una especie de
refugio limitado por el orgasmo, que había parecido empequeñecer el
mundo de mis percepciones hasta sólo alcanzar la respiración de
John y la mía. Fue tan extraño y maravilloso y quise que siempre
fuese así.
John
había llegado al final también. Sintiendo la frente perlada en
sudor, le cogí los labios y él se dejó. Mordí su labio inferior
involuntariamente y abrí la boca abarcando más de él, suavemente.
Le oí dar un pequeño quejido.
Pronto
el letargo comenzó a atacarme y hundí el rostro en su pecho.
Qué
maravilloso se sintió, tan unido a él. Tan mío, mío...
John
Era
tan dulce cuando le besaba. Tan vulnerable y tan fuerte. Sherlock
había sido el hombre que había deseado por años. Me gustaba cómo
se sentía más allá de sus ropas. La fuerza con la que me apretaba
contra él, la firmeza. Me gustaba sentir cada músculo y cada fibra,
y me volvía ansioso pensar en cómo se sentiría tenerlo piel contra
piel. Me volvía loco, y no podía creer que él me quisiera.
Y
era tan inusualmente guapo. Me atraía y me quemaba mirarlo. Sabía
cómo lucir bien, y lo hacía para los demás, como un pavo real. Y
en privado era sencillo y práctico, cubierto en sus batas y sus
pijamas como si estuviera solo. E incluso así me encantaba. Me
encantaba el modo en que sus pijamas se marcaban en su torso, en la
curva de sus brazos con sus hombros, sus manos blancas y delicadas en
el desayuno, las líneas de sus venas, sus muñecas gruesas y blancas
y sus brazos fuertes. Me gustaba el cómo su pecho se asomaba en el
cuello en V de su camisa de dormir, dejando escapar un poco de él a
la vista. Me gustaba su cuello esbelto y su mandíbula marcada y,
dios, me había pasado horas mirándolo, preguntándome si podría
encontrar una excusa para rozarle. Y ayer le había besado, y él
había gemido en respuesta. Y no podía creer que me quisiera.
Él
era perfecto para mí y no soportartaba la felicidad de sentirle
tocarme. Era una felicidad incontenible.
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