lunes, 5 de octubre de 2015

LOVE IS BLINDNESS - Capítulo 15

Capítulo 15:
"En cuerpo y alma me he entregado a ti"
(x)


Sherlock

-No pensé que me tenías este cariño -dijo la voz de Victor.
Pestañeé rápido, extrañado por oírlo tan de cerca. El avión aún vibraba, pero el sonido indicaba que había comenzado a descender. Me incorporé de aquel hombro, esperando hallar a John, pero me encontré con el rostro de Victor a diez centímetros del mío.
-¿Qué rayos...?
Rió por lo bajo.
Miré hacia el otro puesto y vi a John allí, dormitando, al igual que Lestrade. Tenía la boca abierta. Me levanté del puesto, molesto y me restregué la cara.
-Iré al baño.
-No vas solo.
El avión aterrizó en el aeropuerto de Londres. De inmediato me acerqué a John, avergonzado de verme durmiendo en el hombro de ese canalla. ¿Cómo no lo había notado? Victor tenía el hombro huesudo.
El frío que nos aquejó al salir al aire de la calle, luego de pasar por el aeropuerto, fue como una bofetada en la cara. Me tapé con la bufanda hasta la nariz, sumido en la desesperación de tan terrible clima, y dejé que John me tomara de la muñeca para coger el primer taxi.
-Sherlock, mantén el personaje -me dijo Lestrade, mirando nuestras manos- . ¿Por qué no se adelantan tú y el señor Trevor? Si te ven con John sabrán que eres tú de inmediato.
John me soltó, y me dirigí a Victor. Pero Victor no estaba por ninguna parte.
-¿Qué rayos...? -dijo Lestrade.
-¿No le viste marcharse? -le pregunté a John.
-No. Estaba ocupado buscando un taxi disponible.
Di un bajo gruñido, mirando alrededor.
-John, debes volver solo -dijo el Inspector- . Ya se encontrarán, no sean testarudos.
-OK -dijo John, con los ojos entrecerrados por la ventisca fría- . Ahm, allí hay un taxi, ¿se van ustedes primero?
-Sí. Lo llevaré a tu casa.
-No soy un niño, no me “llevarás” -dije, sin poder ocultar mi mal humor. Victor había dicho que se quedaría unos días- . Hagámoslo rápido. Y tú, John -le dije- , llama a Mycroft. No puedes volver solo.
-Estaré perfectamente por mí mismo -dijo él, sonriendo- . Y cambia esa cara: estamos en Londres.
-¿Qué se supone que significa eso? -le pregunté, mientras Lestrade me arrastraba al taxi.
-En unos días podrás caminar libremente por la ciudad. Te lo aseguro -me dijo Lestrade, empujándome a la parte de atrás- . Necesitamos poner el equipaje en la maletera -le dijo al chofer.
Lestrade cerró la puerta. Miré a John por el vidrio, pero mi mirada se desvió a otra parte, buscando a Victor. Por fin conseguí verlo tras un pilar, y el alivio me arrebató la respiración por un momento, no supe porqué.

Llegué a casa acelerado. Cuidé que Lestrade se quedase en el taxi, y él no puso resistencia. Habíamos hablado durante todo el camino sobre la estrategia que tomaríamos para probar mi inocecia. No obstante, todavía tenía la acusación de asesinato a Magnussen, por lo que no quedaría del todo impune. Tendría que seguir con el plan de encontrar a Moriarty de nuevo. Era mi penitencia a cambio de mi libertad, y las autoridades no serían blandas en ello.
Toqué el timbre, y tras la puerta apareció Victor. Había vuelto a colocarse la túnica, y me sonrió sinceramente por primera vez desde que apareciera después de años.
-¿No te largabas en cuanto llegaras al aeropuerto? -le pregunté, sin poder evitar sonreír un poco.
-Era el plan, pero no podía dejar al doctor John Watson venir solo a casa. James Moriarty tiene ojos en todos lados.
Me dejó entrar y cogió mi equipaje.
-¿La carpeta está aquí?
-Sí.
-Si quieres la voy a dejar a Baker Street.
-No. John sospechará -susurré- . Yo mismo la llevaré cuando vuelva allí.
Victor asintió. Entonces sonrió y dejó la maleta de vuelta en el piso para mi extrañeza. Lo siguiente que supe es que me abrazaba estrechamente. Era la primera vez que estábamos por completo solos, y Victor, deshecho de la actitud arrogante que adoptaba en frente de John, a causa de no sabía qué, mostraba lo que había estado esperando hacer desde que nos viéramos.
-Estás más feo que antes -me dijo, cuando me soltó.
Me permití sonreír un poco, y Victor me dio una palmada en la mejilla, hasta dejarla posada en mi nuca. Yo mantuve mi distancia, un tanto apabullado, pero Victor la acortó dándome un beso en la boca. Los recuerdos vinieron a mi memoria instantáneamente, los de él prometiéndome que me besaría si llegaba a mostrar algún nivel de apego por otra persona, ya que por años me recriminó mi falta de sensibilidad para con las relaciones humanas. Había sido como un desafío, y yo le contesté que en ese caso jamás conseguiría un beso de mí, acusándolo de querer desviarme de mi camino de racionalidad y lógica. “Nadie jamás logrará desviarme de ello.”
-Eres un estúpido -le dije.
-¿No lo son todos? -dijo, pasando una mano por mi espalda y guiándome hacia la sala de estar- John Watson acaba de referirse a ti como “idiota”.
-Lo hizo el día que nos conocimos. Bueno, el segundo día. Por supuesto que lo hizo hoy.
-¿Y no le golpeaste por hacerlo?
-No. Lo invité a cenar -dije, frunciendo el ceño como si la idea me pareciera absurda- . Tiempo después le golpeé. Él respondió con creces.
-Es pequeño pero peligroso, ¿no?
-O tal vez ustedes son demasiado altos -dijo John, sentado junto a la cuna de Hamish, allí en la sala de estar. Se estaba cocinando algo en la cocina, podía sentir el aroma del espagueti.
-No sabía que eras padrino de alguien -me dijo Victor, con tono de burla- . Estás rompiendo tus promesas con creces.
Chasqueé la lengua sin darle importancia, y Victor rió por lo bajo. Me acerqué lentamente a la cuna de Hamish y lo tomé en brazos, dirigiendo mi mirada a la maleta. Victor la había dejado entre la ventana y el sillón de la sala de estar. Entonces me di cuenta de que John seguía mis gestos con la mirada. Alcé la vista hacia él, tratando de ser casual y sólo fuimos yo y él por unos segundos, como solía suceder incluso antes de que supiéramos que nos correspondíamos en nuestros sentimientos.
Dios, estaba hecho un cursi. Y me gustaba. Me gustaba tener a Victor allí sorprendido ante mi nueva vida. Era como alardear de ello. Quería alardear de ello.
-Está dormido. ¿Donovan lo dejó de esta manera?
-Sí. Aún está aquí. Está duchándose.
-¿Qué? -dije, pasmado.
Ante ella sí que quería alardear, pero... me tensé entero, como si hubiera una pantera acechando en casa, y John lo notó.
-No tienes que topártela si así lo deseas.
-¿A quién no quieres toparte, freak? -dijo la voz de la agente Donovan.
Victor se volteó a mirarla, extrañado. Vi cómo sus ojos iban de la cabeza a los pies de esa mujer: no pude creerlo, le gustaba.
-Sostén bien a ese niño, no queremos a un bebé con la nuca rota -dijo, acercándose a mí.
Me puse de frente a ella, desafiante.
-Puedo sostenerlo bien, gracias.
-No me lo creo. Tienes mal ubicado el brazo derecho.
-Oh -dijo John- . Sí, Sherlock, alza más el codo derecho para que la cabecita de Hamish...
Dejé a Hamish de vuelta en la cuna, enrabiado. Pasé al lado de la agente y cuando pasé junto a Victor le mascullé por lo bajo:
-Vete en este instante.
-Oh, no, quiero conocer a esta preciosura -dijo en voz alta.
-¡Vete! ¡Es de la policía, maldita sea! -le grité, sin disimular.
John dio un suspiro. Pude oírle decir “Sherl...” en un susurro.
-¿Quién es este? ¿Otro sicópata? -dijo Donovan, estudiando a Victor.
-Puedo ser lo quieras que sea -dijo él, coqueto.
Fui a la cocina, poco dispuesto a presenciar otra de sus conquistas.
-Lo siento, cariño, pero no me atraen las túnicas turcas. ¿Cómo dijiste que te llamabas?
-Victor Trevor.
-Ese nombre me hace eco.
Revisé el espagueti. Estaba listo para ser filtrado. John llegó junto a mí, mientras Victor y Donovan hablaban en la sala, y sacó el filtro para hacerlo él mismo.
-Apaga la salsa, creo que está lista. ¿No quieres darte una ducha antes de comer?
-Eso planeaba, pero no quiero ausentarme con Donovan en esta casa.
-Es inofensiva -dijo John, riendo- . No le des tantas vueltas.
-Meterá a Victor en la cárcel. Me quería a en la cárcel cuando disparé a Magnussen, John.
-Tonterías. No te quería en la cárcel. Ella está perfectamente conciente de que Inglaterra te necesita. ¿Cómo podría quererte en la cárcel sino?
Revolví la salsa tras apagar el fuego.
-OK, entonces porqué preguntó quien era Victor.
-Déjalo, de seguro sabe cómo escapar de la ley. No le habría dado su nombre sino.
Di un suspiro, aproblemado.
-Al menos su estadía aquí con Anderson le sirvió de algo -dije- . Con suerte se ablandará.
-¿De qué le sirvió? ¿Por qué dices eso?
-Creo que van a comprometerse. Espero Anderson no me invite.
-No sabe que estás en Londres. Sólo lo sabe la Agente Donovan. Y estoy seguro de que ella no dirá nada.
-¿De verdad? -dije, incrédulo.
-Sí.
-Tú pídeselo, por las dudas -le dije, mientras John repartía el espagueti en tres platos. Me acerqué con la sartén llena de salsa.
Nos quedamos en silencio mientras yo ponía la salsa. John se quedó a mi lado. Después de tratar de olvidarme de todo aquello, lentamente esa sensación de calidez volvió a mi pecho.
-Esto es agradable -dijo John en voz baja- . Podríamos turnarnos para cocinar. Tú tienes que aprender de todos modos.
-Ya sé hacer algunos platos.
John me miró sorprendido.
-Mi padre y yo nos quedábamos solos algunas veces en casa, mientras mi madre y Mycroft iban a seminarios de ciencias -expliqué- . Mi padre sabe cocinar sólo tres platos, así que me vi obligado a aprender un poco. Luego, en la Universidad, me la pasaba mucho tiempo solo, no tenía compañeros de cuarto que me soportaran, y la habilidad para hacer experimentos me volvió un buen cocinero. Soy bueno siguiendo recetas.
-No eres de los que experimentan.
-No me interesaba.
Nos volvimos a mirar, y la sensación de calidez se intensificó. John se veía realmente guapo, y sus ojos cansados parecían darle un nuevo atractivo. Tendríamos que acostumbrarnos a este horario de nuevo, pero antes de que John volviera a la rutina de un horario de padre primerizo, quería disfrutar de sus desvelos. Quizá resolver algún caso desde casa juntos.
Me incliné hacia él, y a pesar de su promesa de no reiniciar lo que fuera que habíamos iniciado en Madaba, dejó que lo besara. Cerré los ojos de inmediato, y di una inspiración antes de quebrar levemente el contacto. Alcé las manos hacia él, tras dejar la sartén en el mueble, y lo tomé firmemente de las mejillas, con la ansia empujándome. De nuevo la irracionalidad se apoderaba de mí, y estaba empezando a aceptarla. Le besé de nuevo, esta vez con más firmeza y sentí las manos de John en mis codos, apretando. Pensé que quería que me detuviera, por lo que me forcé a alejarme, pero en vez de eso, John me tomó de la nuca y acarició mis labios con los suyos. Entendí, y mi respiración se calmó lentamente hasta ser pausada y medida. John estaba siendo cuidadoso, especialmente habiendo gente en casa, por lo que dejé que me dirigiera.
Dejé que uniera su boca con la mía, y tal como en Madaba, en el mar, me dejé llevar lentamente, y un beso llevó a otro, nuestras lenguas se rozaron y nuestros labios se cogieron entre ellos, a veces superficialmente y otras veces más profunda y cálidamente. Y mis párpados comenzaron a apretarse, porque a ratos sentía cómo si me estuviera frenando a mi mismo. John me acariciaba el rostro, la oreja y el cabello con el cariño de un amante experimentado, y yo sólo recorría su cuello con mis manos torpes. ¿Alguna vez le igualaría, alguna vez podría darle lo que él me daba? La manera en que me besaba era tan dulce, y yo sólo le seguía, no pudiendo concentrarme a veces, aunque... ¿No consistía en eso todo aquello? ¿Dejarse llevar? ¿Era posible que un beso pudiera desconectarme por completo de mi razonamiento? Aún no podía comprenderlo, por mucho que interviniese la química en todo aquello. Aún no lo entendía y quizá nunca lo haría. O quizá no había que entenderlo.
John me acarició el cuello, bajo la línea de mi mandíbula y quebró el contacto con mis labios. Mantuve los ojos cerrados. Noté que respiraba agitado, y que su otra mano me tomaba la camisa con fuerza. Sentí mi respiración igualarse a la suya, y un calor bajo mi estómago comenzó a alertarme. Y me di cuenta de que apretaba la camisa de John también.
Aflojé el agarre, pasmado, y la conciencia de las voces que venían de la sala de estar volvió a mí. Miré a John a los ojos, y vi que ambos nos habíamos dado cuenta del cambio en nuestras reacciones. Sabía que nunca sería igual, no si repetíamos aquello tantas veces. Tarde o temprano querríamos ir más allá.
-Iré a decirle a la Agente Donovan -dijo, apartando las manos de mí.
Asentí. Me alejé, y le vi salir de la cocina mientras me sostenía del mueble, puesto que mis manos temblaban.
-Hey, ahm... -le oí decir a Donovan- Quisiera pedirte un favor. Sobre Victor. Lestrade ya sabe sobre él, pero cree que ya no tiene contacto con nosotros.
-Ya veo. ¿Que quieres que haga? -preguntó ella, con tono de fastidio.
-Que no alertes a las autoridades. Por favor.
-¿Quieres que no alerte a la policía de que están viviendo con un criminal?
-Exacto. Ayudó a Sherlock a entrar al país. En unos días ya no le necesitaremos...
-Yo pienso quedarme aquí por unos días -dijo Victor- . Sherlock es una maravilla que hay que estudiar ahora mismo.
-OK, pero...
-Lo haré -dijo la Agente Donovan- . No diré nada, pero promete que en unos días será considerado inocente, o el delito de este tipo será peor y ya no podré callarme, ¿OK?
-OK. Por supuesto -dijo John. Carraspeó ruidosamente- . Gracias de nuevo por cuidar de Hamish.
-De nada. Es un bebé tranquilo. Es un poco preocupante, si me preguntas.
-Hm.
Poco después los oí despedirse, y Victor vino a la cocina guiado por el olor del espagueti.
-Esa agente le tiene respeto a John.
-Sí -dije, saliendo de allí- . Tomaré una ducha.
-Luego es mi turno. Comeré de este plato hasta hartarme.
No pudimos estar a solas por el resto del día, por lo que opté por ir a darme una siesta. Mis ojos no podían más. John se quedó cuidando de Hamish, pero tal como supe poco después, fue Victor quien se encargó de él por el resto del día.

John durmió en el sillón del cuarto por la noche, y yo me quedé en su cama de casados. Victor me tapó con otra frazada y para cuando dieron las seis de la mañana, tenía los párpados hinchados hasta lo imposible. Me desperté entre bostezos exagerados y con aliento a salsa de tomates. Me levanté pestañeando con rapidez y me fui a lavar el rostro, preocupado por John, ahí durmiendo en un sillón tan incómodo. Me lavé los dientes, y mientras lo hacía, oí el sonido de una risa de bebé desde la sala de estar.
Me asomé, extrañado, y vi que Victor veía la televisión con Hamish en el regazo. Volví al cuarto, y no encontré a John en el sillón. Las mantas estaban desordenadas y oí ruido en el baño. Cuando salió traía la bata puesta, al igual que yo. Me miró fijamente, y esa fue señal suficiente.
Mis manos empezaron a temblar y caminé a zancadas hacia él.
Le cogí la boca desesperado, y el calor bajo mi estómago ya no fue tan suave como tempranamente. Una nueva sensación se apoderó de mí y acaricié insistente el rostro y cuello de John, y su pelo suave y cortó que se escapaba entre mis dedos. Profundicé el beso y pronto me encontré siendo empujado hacia el sillón. Mi respiración se aceleró y me senté sobre los almohadones y mantas, sin entender las intenciones de John.
Entonces se sentó sobre mis regazo con las piernas abiertas y el calor en mi entrepierna quedó en evidencia. Apreté los párpados, asustado, y John me rodeó el cuello con el brazo, mientras entreabría los labios contra los míos. Introdujo su lengua en mi boca y la sentí en contacto con la mía. Di un pequeño gemido, y le rodeé el torso, mientras él se apegaba estrechamente a mí. Oí su respiración deleitado, y apenas fui alertado cuando pasó sus labios por mi mandíbula. Di un suspiro, totalmente perdido y sus labios se dirigieron a mi cuello, bajo mi oreja. Aquello me voló la mente, y le apreté contra mí, sintiendo su torso cálido contra el mío, y su mano acariciando mi mejilla. Era tan agradable, tan condenadamente agradable, y tan íntimo, me sentía en una burbuja, y mi mente había dejado de funcionar como siempre. Era mi cuerpo el que actuaba mayormente, y sin embargo, John seguía presente. No sus labios o sus caricias, sino él, y sentí miedo. Tanto miedo.
Entonces comenzó a hacer algo que no esperaba, y que me hizo dar un quejido de inmediato. Comenzó a moverse sobre mí, sus caderas contra las mías, y el bulto en su entrepierna chocó contra el mío una vez, dos veces y más. Sentí el calor en ese sector, creciendo, y los estremecimientos se sintieron venir, como llamaradas de fuego que se apoderaban de mi bajo abdomen y se extendían a cada rincón de mi cuerpo, primero en brazadas cortas, luego más largas, hasta alcanzar los dedos de mis manos y pies. Se apoderaron de mi cuerpo, recorriéndome de punta a punta como si quisieran atravesarme. Y me atravesaban.
John empujó más fuerte contra mi entrepierna, y su boca se hundió en la mía cuando gemí más elocuentemente contra la suya. Me sentía tan duro, y él estaba tan duro, estábamos iguales, y no podían captar nada más. Mis ojos se entreabrían y cerraban, poco capaces de mantenerse abiertos para mirarle. Estaba ido, y él empujaba hacia mí insistente. Y en un momento se quedó allí presionando por dos segundos, haciéndome conciente de aquel latido ajeno. Increíble. Y fue más increíble el notar que nuestros latidos se sincronizaban, para luego separarse de nuevo, cuando mis propios latidos empezaron a ir más rápidos que los de él. Yo iba a llegar al final antes, allí sólo mediante roces por encima de la ropa. Y era maravilloso, y lleno de lujuria, e íntimo y nuevo. Y sentí que habíamos avanzado tan rápido, y sin embargo deseaba que siguiésemos avanzando.
-Sherl... -le oí susurrarme al oído. Fue un sonido amortiguado, lejano, que hizo eco, uniéndose con uno de los estremecimientos que me atacaron. Fue como si su susurro hubiese provocado esa reacción en cadena. Y también sus dedos en mi pelo, o en mi nuca.
John comenzó a empujar su cadera contra la mía más lentamente, pero mis latidos siguieron en ascensión, y empecé a desesperarme. Me sentía tan... lleno. Necesitaba aliviarme.
Me sentí derramar rápidamente. Apreté los párpados, y pasé los brazos por las caderas de John, apretándole contra mí. Di un suspiro tras otro, haciendo lo posible para acallarme, pero John empujó nuevamente contra mí, luchando contra la presión de mis manos, que sin embargo no se atrevían a descender hacia otras partes de él. Aún era tímido.
John besó mi mejilla cuando aquel estremecimiento tan potente se hubo ido. Me sentí acalorado, y los labios de John se apretaron contra mi ojo derecho, mientras yo recuperaba el aliento, en una especie de refugio limitado por el orgasmo, que había parecido empequeñecer el mundo de mis percepciones hasta sólo alcanzar la respiración de John y la mía. Fue tan extraño y maravilloso y quise que siempre fuese así.
John había llegado al final también. Sintiendo la frente perlada en sudor, le cogí los labios y él se dejó. Mordí su labio inferior involuntariamente y abrí la boca abarcando más de él, suavemente. Le oí dar un pequeño quejido.
Pronto el letargo comenzó a atacarme y hundí el rostro en su pecho.
Qué maravilloso se sintió, tan unido a él. Tan mío, mío...


John

Era tan dulce cuando le besaba. Tan vulnerable y tan fuerte. Sherlock había sido el hombre que había deseado por años. Me gustaba cómo se sentía más allá de sus ropas. La fuerza con la que me apretaba contra él, la firmeza. Me gustaba sentir cada músculo y cada fibra, y me volvía ansioso pensar en cómo se sentiría tenerlo piel contra piel. Me volvía loco, y no podía creer que él me quisiera.
Y era tan inusualmente guapo. Me atraía y me quemaba mirarlo. Sabía cómo lucir bien, y lo hacía para los demás, como un pavo real. Y en privado era sencillo y práctico, cubierto en sus batas y sus pijamas como si estuviera solo. E incluso así me encantaba. Me encantaba el modo en que sus pijamas se marcaban en su torso, en la curva de sus brazos con sus hombros, sus manos blancas y delicadas en el desayuno, las líneas de sus venas, sus muñecas gruesas y blancas y sus brazos fuertes. Me gustaba el cómo su pecho se asomaba en el cuello en V de su camisa de dormir, dejando escapar un poco de él a la vista. Me gustaba su cuello esbelto y su mandíbula marcada y, dios, me había pasado horas mirándolo, preguntándome si podría encontrar una excusa para rozarle. Y ayer le había besado, y él había gemido en respuesta. Y no podía creer que me quisiera.
Él era perfecto para mí y no soportartaba la felicidad de sentirle tocarme. Era una felicidad incontenible.
Si tan sólo... me dijera toda la verdad.


<--Capítulo 14


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¿Qué es la Unanimidad?

Es esa tendencia del ser humano a desear que todos los que le rodean entren en una cajita con una etiqueta que ellos aprueben. Si uno no entra en ese cajita, uno es rechazado socialmente.
Tenemos que destruir esa cajita, porque el ser humano es complejo por naturaleza. Todos somos diferentes y aceptables, a menos que uno sea un sacoehuéa abusivo con tendencias dictatoriales.

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