No
supo cuanto estuvo ahí metido. Podía notar el aire enrarecido, el
olor a lavanda que había puesto en las ropas que colgaban en ese
armario, y que ahora empezaba a hartarlo. Debió elegir un aroma más
natural, quizá canela o...
¿Cómo
podía Switz haberle hecho eso? Había hecho caso omiso de sus
súplicas y ahora estaba encerrado en ese lugar estrecho sin
provisiones de sangre. Se preguntaba si la joven al menos tendría la
ocurrencia de darle algo de sangre después de que pasaran algunos
días.
Sin
embargo, la idea de desangrarse allí, o más resecarse de sangre, le
fue atractiva. Prefería eso que enfrentar a Perry de nuevo. Después
de salvarlos a ambos de ese ataud, de esa explosión que los dejó
hecho pedazos, después de ver a Perry de nuevo, aunque no se
moviera, no respirara y luciera más pálido que nunca, comprendió
que su plan nunca había sido volver a hablar con él nuevamente. Su
único plan había sido el de devolver a Marion su vista y largarse,
y ahora que estaba dentro de ese armario, el plan no iba tan en
viento en popa. Había grandes probabilidades de que aquello
terminara en tragedia, con Perry agarrando y desgarrando su cuello, o
gritándole de nuevo, u odiándolo con esos ojos que, días antes de
que cometiera aquella felonía contra Marion, le había mirado con
devoción. No quería que su último recuerdo de Perry fuera del odio
en sus ojos. Quería dejar espacio para lo que le había hecho sentir
esa noche a solas, cuando por fin le hizo desviar su atención de
Marion y del hecho de que Persefone le estaba poseyendo todas las
noches, alejándola de él.
No
supo cuánto tiempo exactamente pasó, pero cuando oyó la cama
crujir en el lado izquierdo del armario, que no dejaba tiempo para el
silencio absoluto a pesar del grosor de su manera, se encogió
entero, sabiendo lo que significaba.
-¿Marion?
-le oyó preguntar.
Las
teorías debían ser ciertas. Todos los vampiros que eran enterrados
con otro de su especie desarrollaban gran dependencia. Tal vez en
cuando Perry y Switz se vieran a los ojos de nuevo, se darían cuenta
de que algo había cambiado, o se había afianzado. Se desearían y
ya nadie podría interponerse entre los dos.
Dejó
de respirar, deseando que no se diera cuenta de su presencia dentro
del armario. Oyó sus pasos sobre el suelo polvoriento, y el frufru
de su camisa contra su piel. Irradiaba calidez, podía sentirlo a
través de la puerta, y el aroma que desprendía volvió a despertar
su olfato. Elliott se encontró respirando ese aroma, integrándolo
dentro de su sistema, deleitándose con esa esencia que después de
décadas no había cambiado.
Entonces
oyó la cerradura moverse. Elliott dejó de respirar y volvió a
encogerse, poco dispuesto a que le viera. Con suerte le mataría para
aliviar su aflicción. Sólo esperaba que Perry supiera cómo matara
a uno de sus congéneres. No era tan simple.
-Elliott
-le oyó susurrar.
El
chico se sintió estremecer. Permaneció encogido, con el rostro
escondido entre los brazos, esperando a por sus recriminaciones, que
eran justas por lo demás.
-Elliott,
¿Qué haces allí adentro?
Siguió
quieto, esperando. Sin embargo, su voz fue amable, y eso casi lo
tentó a despejar su rostro.
-Elliott...
Oyó
la madera del armario crujir un poco, cuando la rodillas de Perry se
apoyó allí y posó las manos en sus brazos, cerca de sus manos
desnudas. Finalmente sus dedos rozaron sus muñecas, provocando el
primer contacto que aflojó la decisión firme de Elliott de no
dejarse ver.
Perry
le guió, haciéndolo alzar la cabeza y pudo sentir sus dedos en la
línea de su mandíbula, convirtiendo un gesto inocente en uno
electrizante. Elliott dio un corto suspiro, sintiendo ese contacto
exquisito despertando cada vello de su cuerpo como si estuviera vivo.
-Sal
de aquí. No... no te haré nada, ¿de acuerdo? -le susurró,
despejando su frente de mechones perdidos.
-No
me resistiré si decides... matarme -dijo Elliott, con la voz
temblorosa. Se sentía empequeñecido, aplastado por ese deseo de
tocarle y esa culpa frente a sus crímenes. No podía soportar esa
situación, quería desaparecer- . Te lo debo, yo hice...
-Sé
lo que hiciste -dijo Perry.
Elliott
se tensó.
-Lo
sé, y te odiaba por eso, pero en el momento en que... vi tu vida en
peligro, me di cuenta de que... esto me superaba.
Debió
hacer un gesto, porque sintió el viento removerse entre ellos.
Elliott supo que Perry no se había dado cuenta de que su ceguera.
Tal vez sólo pensaba que estaba evitando su mirada, y eso le partió
el alma. Le rompió, ya que en verdad deseaba haberle.
-¿Qué
ocurre?
Elliott
tanteó delante suyo, dando con el mentón de Perry, su nariz, sus
cejas, su frente amplia... Todo estaba tal como había lucido cuando
podía ver con sus ojos, y Elliott dio un sollozo, ante la
consternación del vampiro.
-Elliott...
No
podía verlo, y eso hizo de su necesidad de sentirlo un deseo más
potente. Elliott se vio arrastrado en su dirección, en un cuerpo
dominado por sus sentires, y le lanzó a abrazarlo, casi botándolo
al piso.
Sintió
cada curva, y el recorrido de la sangre ajena por sus venas,
limpiando y ensuciando al mismo tiempo. Refugió su rostro en su
hombro, conciente de cada movimiento, cada flexión, cada latido
artificial, sin darse cuenta de que Perry le correspondía. Tardó en
darse cuenta de su falta de control.
Se
alejó tan abruptamente como se le acercó, y dio un suspiro largo,
tratando de sacar de su sistema el aroma de aquel hombre. Tenía que
sacarlo de su cabeza, o largarse sería más duro.
-Lo
siento, es que... no puedo ver nada... y tú... Debes buscar a
Marion, ella debe estar explorando el pueblo. ¿Es de noche, verdad?
El aire no es sofocante a estas horas...
-Creo
que sí, aunque las ventanas estan cerradas. ¿Qué le ha pasado a
tus ojos, Elliott?
-Han
pasado muchos años y el sol ha hecho su trabajo, simplemente. Debes
ir a buscarla -Y así podré irme. Por favor sal de mi presencia.
Ya- . Marion debe haber tapiado las ventanas.
Fue
hacia estas, caminando derecho hacia ellas, lo que le valió un golpe
en la rodilla.
-Yo
te ayudaré -dijo Perry, aproximándose.
-No.
No, llevo años de práctica, estoy bien,... Perry...
Palpó
las ventanas, mientras Perry muy probablemente le observaba en su
torpeza. Se sintió sonrojar, malgastando la energía que le quedaba.
Sacó el pestillo de las tapas de madera y las abrió, dejando la luz
de las estrellas entrar. Sin embargo, lo que él sintió fue el aire
renovarse, quitando el aroma de la lavanda de su nariz. Puso los
trozos de madera en la parte inferior, para que no volviesen a
cerrarse y se quedó parado de espaldas a la ventana, con algo de
ansiedad abrumándolo.
-¿Dónde
estamos? -preguntó Perry.
-Al
sur de Francia.
-Eso
no es muy preciso -dijo el vampiro, sentándose en la cama.
Sintió
el crujir de esta, y como si Perry hubiera presionado un punto
sensible, sintió algo empezar a macerarse cálidamente en su
interior. La ansiedad acumulada durante años había despertar ahora,
y no era apropiado.
-Luces
muy sano, a pesar de la ceguera -dijo Perry- . ¿No te has aburrido
por tanto tiempo solo?
-No
he estado solo. Hay aldeanos. Y me encargo de la limpieza de la
Iglesia, por lo que a veces hablo con el sacerdote y con...
¿A
quién engañaba? La incomodidad que sentía ahora mismo se debía en
gran medida a la falta de conversación. Y su voz tartamudeaba un
poco, dificultando su fluidez. Sin embargo, recordaba a la perfección
cómo besar los labios de Perry.
-He
estado bien. No es aburrido aquí.
-Me
alegra.
Oyó
la cama crujir otra vez, y le sintió pasar a su izquierda. Abrió la
puerta de la cabaña y se asomó afuera. Elliott le siguió,
dejándose empujar, y se detuvo a un paso de él, detrás suyo.
-Se
ve algo solitario. Creo que iré en busca de Marion. Podría pasarle
algo.
Elliott
asintió. Le oyó alejarse y sus pasos luego se apagaron por
completo. La oscuridad fue un poco más intensa dentro de sus ojos, y
regresó adentro para cargar sus pocas posesiones.
Elliott
no tardó en hacer lo que había prometido. Perry no dio más de
cinco pasos antes de detenerse para ver qué hacía Elliott, y su
apuro por desaparecer fue tangible.
-Mierda...
-me oyó mascullar mientras echaba a tientas ropa en una maleta de
mano. Luego sacó algo de la mesita de luz, su billetera, la de
Perry, y que a pesar del tiempo pasado, seguía en su posesión. Sacó
la foto de él, dejando la de Garrett donde mismo, y a pesar de que
no podía ver, la echó en el bolsillo de su camisa, mientras su
expresión se descomponía.
-Perry...
-balbuceó.
Fue
un llanto mudo, un tanto perturbador, que dificultó su movimiento
mientras Perry se le aproximaba para no hacerlo esperar mucho más.
El
agarre fue simple. Perry se sentía demasiado calmo y seguro, después
de haber despertado a cuarenta años de siesta conciente. Había
sentido el mundo cambiar a su alrededor, había oído las voces de
cientos de visitantes llegar a la Iglesia de Sainte-Madeleine,
pisando la tierra bajo la cual él descansaba con su esposa. Y había
oído a Elliott tararear mientras les cuidaba a él y a Marion,
inconciente de que él estaba luchando por hacer responder sus
párpados para despertar y verle de nuevo. Pero su cuerpo había
despertado cuando había decidido despertar, sin responder a los
deseos de la conciencia que aún vivía dentro de este.
-Me
gusta oírte tararear -le susurró, oliendo su aroma en su oreja.
Tenía
el cabello tan suave como recordaba, y sus manos tan confiadas.
Elliott reaccionó al instante en que le tocó, posando las manos
sobre las suyas, que le abrazaban del torso, sin resistirse.
Y
lo más perturbador fue que se mantuvo en silencio, sólo
respondiendo con suspiros, y con la caricia de su dorso en su mejilla
derecha. Perry se mantuvo quieto por mucho tiempo, sin desatar nada
del desenfreno que Elliott buscaba desatar en él, o el cuidado del
que había con Garrett mientras dormía. Algunos prefieren que les
traten con suavidad. No te apures cuando le tengas. Sé cariñoso
como pocas veces fuiste conmigo. Siento no haber sido cariñoso
contigo, Garrett. No te disculpes. Me gustaba tu estilo.
Lo
besó detrás de la oreja, y le vio tragar y cerrar la boca
brevemente. Le vio encoger los hombros, empezando a perderse en tan
sutiles toques. Perry pasó su mano extendida por su torso, sobre su
camisa, y se deleitó con el leve estremecimiento que esto le
provocó. Sediento, agachó un poco más la cabeza y lo besó en el
cuello, haciéndole suspirar. Dejándose llevar por un impulso, le
apretó contra sí con los brazos, y ante ese impulso suyo, Elliott
se soltó y se volteó para encararlo y robar el beso que había
estado reservando en sus labios. Aún en la oscuridad a la que estaba
condenado, Elliott supo encontrarle. Se dejó guiar, y pronto se vio
siendo sentado en la cama, y besado pausadamente mientras recorría
su cuello y su cabello, cogiendo mechones en la nuca con suavidad y
pasando sus dedos por sus orejas.
Empezando
a sentirse más ansioso, empujó a Elliott hacia sí, y levantó su
camisa, sacándola del interior de su pantalón. Elliott dio un
suspiro ahogado, y Perry fue a por su tetillas derecha, besando y
lamiendo, mientras rozaba con su pelo con su pecho. Elliott se quitó
la camisa del todo, respirando agitado, y se inclinó para
desaprochar la camisa de Perry, recorriendo su torso con su dedo
estirado, hasta dar con el borde su pantalón. Perry le sintió tocar
el bulto dentro de la tela, luchando por ser liberado, y escondió el
rostro bajo su cuello, un tanto avergonzado.
Sin
embargo, Elliott comenzó a desvestirse de la cintura para abajo,
sorprendiéndole un poco. Perry cerró los ojos, tratando de no
sentirse más excitado, pero pronto el chico lo hizó alzar el mentón
para besarle, mientras se sentaba sobre sus piernas, con las piernas
desnudas abiertas sobre sus pantalones. Perry, con un gemido brotando
entusiasta de su garganta, le sintió ir hasta el fondo en su boca.
Le estaba provocando, podía verlo, pero también le tocaba. Le
tocaba por todas partes, desesperado, y sólo la unión entre los dos
podría convertir en aquella carrera de caricias en algo más
satisfactorio. Pero tenía miedo de ir demasiado rápido, de
malenteder las señales, de arruinarlo todo.
-¿Quieres...?
Elliott...
-Hm.
Sí.
Con
un impulso, Perry le levantó y le apoyó de espaldas sobre la cama.
Elliott le arrastró consigo rodeándolo del cuello con sus brazos, y
como pudo, Perry se quitó lo demás que tapaba su desnudez. Elliott,
en su ceguera, no vio el símbolo de la vergüenza por su ansiedad
mal controlada, pero sí sintió cómo comenzó a humedecerlo, y
Perry pudo verlo parpadear rápido, con sus pestañas doradas, casi
femeninas, volando de arriba a abajo. Ansioso, Perry quitó sus
brazos de sus hombros y en su lugar alzó sus piernas, y se adentró
en él con un gemido, brindándole esa sensación que tanto había
extrañado. Apretó la mano derecha de Elliott contra las sábanas, y
vio su cuello estirado y su rostro poblado por un dolor agudo. Perry
se quedó quieto, sintiéndose rodeado de su carne ahora cálida, y
le acarició en el rostro y el cabello.
-Elliott...
-le susurró cerca de la oreja.
-A-ahh...
Perry
se movió levemente, saliendo levemente de su interior. Elliott dio
un suspiro, y ante su expresión de disfrute, empujó, sintiendo el
roce exquisito. Perry dio un gemido, y soltó las manos del chico
para que le tocase. Le sintió tocar sus muslos, bajo sus piernas
alzadas sobre sus hombros, en su espalda, hasta que le vio sostenerse
de las sábanas para no ser empujado sobre estas, para no caer en el
vacío. Pronto Elliott le empujó sobre las sábanas y dejó sobre la
cama el recuerdo de esa noche a solas, en un cuarto más grande y
glamoroso que ese, y le invitó a apoyarlo sobre el abdomen para
acabar en su interior con su boca y su nariz en su cabello, oliendo y
besando. Sintió a Elliott estremecerse ante el tacto de sus labios
contra su nuca, respirando allí, inmiscuyendo sus dedos y sembrando
besos sobre sus hombros. Y tal entrega le llamó a darle muchos más
placeres que ese, haciéndolo apoyarse sobre su espalda de nuevo para
llenarlo de besos bajo las sábanas blancas. Convirtió sus bocas y
sus lenguas en una, como dos llamas de fuego nacidas separadas hasta
que son mezcladas convirtiendo en una más fuerte y duradera. Besó
los hombros de Elliott, sus codos, sus manos y bajó por su torso
para enterrarse en su entrepierna. El joven tembló mientras Perry se
apropiaba de su sangre y su ponzoña, estremeciéndose de manera
intensa y peligrosa. Le dejó seco, pero luego Perry le dejó tomar
algo de su sangre para satisfacerse.
Tener
sexo entre vampiros era cosa peligrosa. Persefone había desarrollado
los pasos ideales, resguardándolas de una carrera con un final
estrepitoso. Marion nunca sufrió de desbordes dentro de su cama, y
no los sufriría en el futuro, pero Persefone no le advirtió que no
todos pasaban por la misma suerte. La pasión a veces era
traicionera, especialmente para ellos.
Cuando
Perry volvió a caer en un sueño profundo provoncado por su estado
exangüe renovado, Elliott aún quería un poco más para beber. No
tenía reservas extra. Se había alimentado de palomas, de feligreses
extraviados, y los había secado, haciéndole adicto a dosis mucho
más grandes, y la de Perry no era suficiente.
-Debemos
ir a por más -le dijo, allí sentado sobre sus piernas.
Pero
Perry ya había cerrado los ojos, y Elliott creyó por largos minutos
que sólo dormía. Durmió sobre su cuerpo tranquilamente, pero
pronto se hizo muy evidente que la diferencia en sus temperaturas no
era cosa casual. El amor que sentía por Perry, la pasión
satisfecha, le hicieron enderezarse sobre él, empezando a sentir
molestia ante la frialdad de su piel, que sólo indicaba sed
despierta para él.
-Perry,
debes tomar algo -le dijo, tocando su pecho helado.
Le
palmeó la mejilla izquierda, esperando a que diera alguna señal,
pero su quietud permaneció intacta, y al tocar sus párpados, notó
que estos nos se abrían ni siquiera ante el empuje que hizo sobre
ellos con sus pulgares para que los abriera. Perry estaba sumido en
un profundo sueño.
-Perry...
-le susurró, inclinándose sobre él.
Lo
besó en los labios, pero este no reaccionó.
-Marion
-llamó a la joven- ¡Marion!
Afuera
debía ser noche aún, pero la temperatura empezaba a subir en el
aire. La joven volvería tarde o temprano.
-¡Marion!
¡MARION! ¡Ayuda! No, Perry... ¡Marion!
Se
tocó la boca, notando los rastros de sangre, y fue a por la
palangana de agua para limpiarse. Era sangre de segunda mano, pero
hasta no le había hecho nada. Si tan sólo pudiera sacarla de su
interior, quedar exangüe para estar con él de nuevo.
El
valle era un paraíso, y sus túneles le daban el perfecto escondrijo
para emergencias. Recorrió cada rincón en una carrera imposible,
haciendo uso de esa agilidad de la que Elliott había hablado. Ella
sí se daría a la vida que ser vampiro podía proveerle, dejando que
Perry permaneciera en esa quietud que le agradaba. Volvería cada
amanecer sana y salva a la cabaña y estaría con él por unas horas,
antes de que él saliera a hacer su vida como vampiro de día. Sonaba
como un buen plan.
Y
Persefone. Ella volvería en cualquier momento. Le debía cuarenta
años de noches inolvidables, cuarenta paseos por los alrededores,
cuarenta caminatas, cuarenta carreras a la montaña más alta y
cuarenta bailes al son del valz. Le debía todo eso y no la dejaría
escapar de ella jamás.
Al
llegar a casa no tuvo el privilegio de la ceguera anterior, no
obstante, para poder saltarse el grabar esa imagen horrenda y hermosa
a la vez de su cabeza. No había dado la bienvenida al mundo a Perry
como había planeado, pero aún así ahí estaba, inmune al tiempo.
Guapo y con expresión amable de nuevo. Supo que tendría que esperar
unas décadas más, a por él y por Elliott.
Estabas
abrazados sobre las sábanas desnudos. Nadie había perturbado esa
escena en lo que había pasado de noche. Faltaba una hora para el
amanecer, y no pudo evitar odiar al chico que yacía junto a él
nuevamente. Pero la expresión de Perry era de felicidad, y no podría
deshacerse de una imagen así si era tan cierto el placer del que
había sido proveído esa noche. Olía a ponzoña y sangre por toda
la habitación, y el deseo de matar a Elliott fue fuerte, como
también el de agradecerle. Perry había estado un tiempo llorando a
Garrett, mientras ella se alejaba de él con Persefone, incapaz de
darle consuelo, pero ahora ese asunto estaba resuelto.
Fue
una suerte que encontrase esa nota en el bolsillo de su traje,
mientras guardaba todo con un nudo en su garganta.
-”Si
algo pasa, no mates a Elliott. Él es mi vida ahora. Pero tú lo eres
también, y no podrás tocarle sin arriesgarte a la maldición que
recae sobre él desde hace miles de años” -leyó en el mensaje
doblado en cuatro en su bolsillo. Alzó la mirada hacia Perry- . Sí,
escuché eso mientras dormía y me cargabas en tu espalda. Pero no
puedo evitar desear que hubiese un segundo Garrett.
Dobló
la ropa y la guardó en los estantes y en el armario, con la idea de
lavarles primero. Estuvo fuera de la cabaña pronto, tras vestirlos y
acostarlos y cerrar con la llave de Elliott. Se dirigió a la
Iglesia, que no había visitado aún. Una vez allí volvió a sacar
el mensaje que le había dejado Perry, y admiró su letra de
profesor. A la luz más clara de las antorchas de la Iglesia, notó
una inscripción débil, y al darlo vuelta vio que había algo más
escrito.
-”Persefone
dijo que dependemos el uno del otro. Sólo lo sabré cuando te vea de
nuevo. De nuevo, si algo me pasa, es probable que beber de tu sangre
me salve.”
Marion
alzó la vista hacia el sacerdote, único cristiano presente en la
Iglesia. Pobre de él.
La
pasión mata, pero los vampiros no mueren tan fácilmente. Marion le
despertó en el interior de la Iglesia, consagrándolo a rechazar
para siempre su fobia hacia las cruces. Y funcionó.
El
rostro de Marion fue lo primero que vio, pero fueron sus ojos
achocolatados los que lo trajeron del todo a la vida de nuevo. La
joven había leído el mensaje que había dejado para ella en su
bolsillo.
-Ese
mensaje fue escrito hace cuarenta años.
-Fue
un poco arriesgado dejarlo en tu bolsillo. El tiempo podría haberlo
desecho -le susurró Marion, sosteniéndolo sobre su falda, ahí en
el cuartito al que se llegaba por la escalera del piedra desde la
nave principal. A su alrededor, cientos de pergaminos acumulados por
años sólo les habían dejado un espacio muy reducido donde
descansar, y Marion, mareada a causa de la pérdida rápida de
sangre, dio la bienvenida a Perry al mundo, haciéndole sentir un
renovado cariño materal que sólo había sentido por Maude, su
prima. Se preguntó por cómo había sido su vida.
-Tomaré
más precauciones la próxima vez.
Marion
asintió con la cabeza.
-Elliott...
-dijo el vampiro.
-Elliott
está en la cabaña. Está bien, pero él no pudo esperar y...
Perry
se levantó de improviso, y se sostuvo de los estantes con firmeza,
haciendo que los pergaminos cayeran levantando polvo. Marion tragó,
viéndolo tan abrumado por la aflicción.
-Maldición...
-¿Te
encuentras bien? ¿No estás mareado?
-No
-dijo, volteándose hacia ella- . Tendremos que enterrarlo como
hicieron con nosotros.
-Lo
siento, Perry.
Se
sentó en una silla bajo la ventanilla en lo alto de la pared, y que
dejaba entrar algo de luz del exterior. Sus rizos adornaban su
frente, liberados, enmarcando los ojos amables y tristes que Marion
tanto se había acostumbrado a ver en su rostro desde que Garrett se
había ido. Era como si hubiese pasado de nuevo. Ni Garrett ni
Elliott habían sabido esperar por él, mientras Marion seguía allí,
imbatible.
-¿Cómo
supiste que mi sangre te salvaría? -preguntó la joven,
distrayéndolo.
Fue
un alivio.
-Todo
lo que decía Persefone y que sólo compartía conmigo, servía
-dijo- . Entre todo lo que me dijo, hubo un detalle que me permitió
saber que eres, junto con ella, la persona más resistente del mundo.
Le
sonrió, ante la confusión de Marion.
-¿Por
qué? -preguntó.
Sus
ojos se veían tan vivos ahora que lucían como los de una humana.
Cuidaría esos ojos con su vida. Por ello, se levantó de la silla,
tratando de imponerse a sus tribulaciones, y besó su párpado
izquierdo.
-Te
lo explicaré en otra ocasión -le dijo.
-¿No
prefieres ser precavido? Esta información podría salvarme -dijo la
joven, mirándolo atenta.
-Sí,
pero yo puedo salvarte -le susurró. La abrazó contra sí- . Te debo
cuarenta años de sueño, Marion.
-Puedes
pagarme esos cuarenta años en breve, si lo deseas. Tendré que
entretenerte mucho hasta que Elliott despierte nuevamente.
Perry
sonrió amargamente. Su optimismo era enriquecedor.
-Dime
qué deseas que haga por ti y lo haré -le dijo, soltándola. Ella
reaccionó a esto con la inmunidad de siempre, como si un abrazo
fuese cosa común entre ellos. Y lo convertiría en algo común, de
ahora en adelante, ya que necesitaría de sus cariños para apartarse
de los pensamientos negativos.
-Primero,
quiero jugar a las cartas -dijo Marion, sacando de su bolsillo una
baraja francesa. Perry frunció el ceño- . Quedan seis horas de sol
-indicó la ventanilla del cuartito- . Y segundo... quiero que nos
establezcamos aquí, pero en una cabaña más decente.
-Casa,
querrás decir -dijo Perry, poniendo las manos en las caderas.
-Sí.
Si esperaremos a Elliott por cuarenta años, o veinte si nos atenemos
a la regla de la edad, debemos hacerlo decentemente.
-De
acuerdo -dijo Perry, sonriendo. Marion le dio un cariñoso coscorrón
en el hombro.
Luego
se sentaron en el suelo y sacaron la baraja española que Marion
había encontrado entre los pergaminos. Y como si fuese humano otra
vez, Perry sintió algo cálido en su pecho volviendo a florecer.
Quizá
sí que había cambiado algo en esos cuarenta compartiendo ataud con
Marion, y le parecía la experiencia más romántica posible. Sin
embargo, la relación seguía siendo la misma: una de perfecta
amistad con el amor de su vida.
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