lunes, 5 de octubre de 2015

"Libertar la Oscuridad": Capítulo 33

No supo cuanto estuvo ahí metido. Podía notar el aire enrarecido, el olor a lavanda que había puesto en las ropas que colgaban en ese armario, y que ahora empezaba a hartarlo. Debió elegir un aroma más natural, quizá canela o...
¿Cómo podía Switz haberle hecho eso? Había hecho caso omiso de sus súplicas y ahora estaba encerrado en ese lugar estrecho sin provisiones de sangre. Se preguntaba si la joven al menos tendría la ocurrencia de darle algo de sangre después de que pasaran algunos días.
Sin embargo, la idea de desangrarse allí, o más resecarse de sangre, le fue atractiva. Prefería eso que enfrentar a Perry de nuevo. Después de salvarlos a ambos de ese ataud, de esa explosión que los dejó hecho pedazos, después de ver a Perry de nuevo, aunque no se moviera, no respirara y luciera más pálido que nunca, comprendió que su plan nunca había sido volver a hablar con él nuevamente. Su único plan había sido el de devolver a Marion su vista y largarse, y ahora que estaba dentro de ese armario, el plan no iba tan en viento en popa. Había grandes probabilidades de que aquello terminara en tragedia, con Perry agarrando y desgarrando su cuello, o gritándole de nuevo, u odiándolo con esos ojos que, días antes de que cometiera aquella felonía contra Marion, le había mirado con devoción. No quería que su último recuerdo de Perry fuera del odio en sus ojos. Quería dejar espacio para lo que le había hecho sentir esa noche a solas, cuando por fin le hizo desviar su atención de Marion y del hecho de que Persefone le estaba poseyendo todas las noches, alejándola de él.
No supo cuánto tiempo exactamente pasó, pero cuando oyó la cama crujir en el lado izquierdo del armario, que no dejaba tiempo para el silencio absoluto a pesar del grosor de su manera, se encogió entero, sabiendo lo que significaba.
-¿Marion? -le oyó preguntar.
Las teorías debían ser ciertas. Todos los vampiros que eran enterrados con otro de su especie desarrollaban gran dependencia. Tal vez en cuando Perry y Switz se vieran a los ojos de nuevo, se darían cuenta de que algo había cambiado, o se había afianzado. Se desearían y ya nadie podría interponerse entre los dos.
Dejó de respirar, deseando que no se diera cuenta de su presencia dentro del armario. Oyó sus pasos sobre el suelo polvoriento, y el frufru de su camisa contra su piel. Irradiaba calidez, podía sentirlo a través de la puerta, y el aroma que desprendía volvió a despertar su olfato. Elliott se encontró respirando ese aroma, integrándolo dentro de su sistema, deleitándose con esa esencia que después de décadas no había cambiado.
Entonces oyó la cerradura moverse. Elliott dejó de respirar y volvió a encogerse, poco dispuesto a que le viera. Con suerte le mataría para aliviar su aflicción. Sólo esperaba que Perry supiera cómo matara a uno de sus congéneres. No era tan simple.
-Elliott -le oyó susurrar.
El chico se sintió estremecer. Permaneció encogido, con el rostro escondido entre los brazos, esperando a por sus recriminaciones, que eran justas por lo demás.
-Elliott, ¿Qué haces allí adentro?
Siguió quieto, esperando. Sin embargo, su voz fue amable, y eso casi lo tentó a despejar su rostro.
-Elliott...
Oyó la madera del armario crujir un poco, cuando la rodillas de Perry se apoyó allí y posó las manos en sus brazos, cerca de sus manos desnudas. Finalmente sus dedos rozaron sus muñecas, provocando el primer contacto que aflojó la decisión firme de Elliott de no dejarse ver.
Perry le guió, haciéndolo alzar la cabeza y pudo sentir sus dedos en la línea de su mandíbula, convirtiendo un gesto inocente en uno electrizante. Elliott dio un corto suspiro, sintiendo ese contacto exquisito despertando cada vello de su cuerpo como si estuviera vivo.
-Sal de aquí. No... no te haré nada, ¿de acuerdo? -le susurró, despejando su frente de mechones perdidos.
-No me resistiré si decides... matarme -dijo Elliott, con la voz temblorosa. Se sentía empequeñecido, aplastado por ese deseo de tocarle y esa culpa frente a sus crímenes. No podía soportar esa situación, quería desaparecer- . Te lo debo, yo hice...
-Sé lo que hiciste -dijo Perry.
Elliott se tensó.
-Lo sé, y te odiaba por eso, pero en el momento en que... vi tu vida en peligro, me di cuenta de que... esto me superaba.
Debió hacer un gesto, porque sintió el viento removerse entre ellos. Elliott supo que Perry no se había dado cuenta de que su ceguera. Tal vez sólo pensaba que estaba evitando su mirada, y eso le partió el alma. Le rompió, ya que en verdad deseaba haberle.
-¿Qué ocurre?
Elliott tanteó delante suyo, dando con el mentón de Perry, su nariz, sus cejas, su frente amplia... Todo estaba tal como había lucido cuando podía ver con sus ojos, y Elliott dio un sollozo, ante la consternación del vampiro.
-Elliott...
No podía verlo, y eso hizo de su necesidad de sentirlo un deseo más potente. Elliott se vio arrastrado en su dirección, en un cuerpo dominado por sus sentires, y le lanzó a abrazarlo, casi botándolo al piso.
Sintió cada curva, y el recorrido de la sangre ajena por sus venas, limpiando y ensuciando al mismo tiempo. Refugió su rostro en su hombro, conciente de cada movimiento, cada flexión, cada latido artificial, sin darse cuenta de que Perry le correspondía. Tardó en darse cuenta de su falta de control.
Se alejó tan abruptamente como se le acercó, y dio un suspiro largo, tratando de sacar de su sistema el aroma de aquel hombre. Tenía que sacarlo de su cabeza, o largarse sería más duro.
-Lo siento, es que... no puedo ver nada... y tú... Debes buscar a Marion, ella debe estar explorando el pueblo. ¿Es de noche, verdad? El aire no es sofocante a estas horas...
-Creo que sí, aunque las ventanas estan cerradas. ¿Qué le ha pasado a tus ojos, Elliott?
-Han pasado muchos años y el sol ha hecho su trabajo, simplemente. Debes ir a buscarla -Y así podré irme. Por favor sal de mi presencia. Ya- . Marion debe haber tapiado las ventanas.
Fue hacia estas, caminando derecho hacia ellas, lo que le valió un golpe en la rodilla.
-Yo te ayudaré -dijo Perry, aproximándose.
-No. No, llevo años de práctica, estoy bien,... Perry...
Palpó las ventanas, mientras Perry muy probablemente le observaba en su torpeza. Se sintió sonrojar, malgastando la energía que le quedaba. Sacó el pestillo de las tapas de madera y las abrió, dejando la luz de las estrellas entrar. Sin embargo, lo que él sintió fue el aire renovarse, quitando el aroma de la lavanda de su nariz. Puso los trozos de madera en la parte inferior, para que no volviesen a cerrarse y se quedó parado de espaldas a la ventana, con algo de ansiedad abrumándolo.
-¿Dónde estamos? -preguntó Perry.
-Al sur de Francia.
-Eso no es muy preciso -dijo el vampiro, sentándose en la cama.
Sintió el crujir de esta, y como si Perry hubiera presionado un punto sensible, sintió algo empezar a macerarse cálidamente en su interior. La ansiedad acumulada durante años había despertar ahora, y no era apropiado.
-Luces muy sano, a pesar de la ceguera -dijo Perry- . ¿No te has aburrido por tanto tiempo solo?
-No he estado solo. Hay aldeanos. Y me encargo de la limpieza de la Iglesia, por lo que a veces hablo con el sacerdote y con...
¿A quién engañaba? La incomodidad que sentía ahora mismo se debía en gran medida a la falta de conversación. Y su voz tartamudeaba un poco, dificultando su fluidez. Sin embargo, recordaba a la perfección cómo besar los labios de Perry.
-He estado bien. No es aburrido aquí.
-Me alegra.
Oyó la cama crujir otra vez, y le sintió pasar a su izquierda. Abrió la puerta de la cabaña y se asomó afuera. Elliott le siguió, dejándose empujar, y se detuvo a un paso de él, detrás suyo.
-Se ve algo solitario. Creo que iré en busca de Marion. Podría pasarle algo.
Elliott asintió. Le oyó alejarse y sus pasos luego se apagaron por completo. La oscuridad fue un poco más intensa dentro de sus ojos, y regresó adentro para cargar sus pocas posesiones.

Elliott no tardó en hacer lo que había prometido. Perry no dio más de cinco pasos antes de detenerse para ver qué hacía Elliott, y su apuro por desaparecer fue tangible.
-Mierda... -me oyó mascullar mientras echaba a tientas ropa en una maleta de mano. Luego sacó algo de la mesita de luz, su billetera, la de Perry, y que a pesar del tiempo pasado, seguía en su posesión. Sacó la foto de él, dejando la de Garrett donde mismo, y a pesar de que no podía ver, la echó en el bolsillo de su camisa, mientras su expresión se descomponía.
-Perry... -balbuceó.
Fue un llanto mudo, un tanto perturbador, que dificultó su movimiento mientras Perry se le aproximaba para no hacerlo esperar mucho más.
El agarre fue simple. Perry se sentía demasiado calmo y seguro, después de haber despertado a cuarenta años de siesta conciente. Había sentido el mundo cambiar a su alrededor, había oído las voces de cientos de visitantes llegar a la Iglesia de Sainte-Madeleine, pisando la tierra bajo la cual él descansaba con su esposa. Y había oído a Elliott tararear mientras les cuidaba a él y a Marion, inconciente de que él estaba luchando por hacer responder sus párpados para despertar y verle de nuevo. Pero su cuerpo había despertado cuando había decidido despertar, sin responder a los deseos de la conciencia que aún vivía dentro de este.
-Me gusta oírte tararear -le susurró, oliendo su aroma en su oreja.
Tenía el cabello tan suave como recordaba, y sus manos tan confiadas. Elliott reaccionó al instante en que le tocó, posando las manos sobre las suyas, que le abrazaban del torso, sin resistirse.
Y lo más perturbador fue que se mantuvo en silencio, sólo respondiendo con suspiros, y con la caricia de su dorso en su mejilla derecha. Perry se mantuvo quieto por mucho tiempo, sin desatar nada del desenfreno que Elliott buscaba desatar en él, o el cuidado del que había con Garrett mientras dormía. Algunos prefieren que les traten con suavidad. No te apures cuando le tengas. Sé cariñoso como pocas veces fuiste conmigo. Siento no haber sido cariñoso contigo, Garrett. No te disculpes. Me gustaba tu estilo.
Lo besó detrás de la oreja, y le vio tragar y cerrar la boca brevemente. Le vio encoger los hombros, empezando a perderse en tan sutiles toques. Perry pasó su mano extendida por su torso, sobre su camisa, y se deleitó con el leve estremecimiento que esto le provocó. Sediento, agachó un poco más la cabeza y lo besó en el cuello, haciéndole suspirar. Dejándose llevar por un impulso, le apretó contra sí con los brazos, y ante ese impulso suyo, Elliott se soltó y se volteó para encararlo y robar el beso que había estado reservando en sus labios. Aún en la oscuridad a la que estaba condenado, Elliott supo encontrarle. Se dejó guiar, y pronto se vio siendo sentado en la cama, y besado pausadamente mientras recorría su cuello y su cabello, cogiendo mechones en la nuca con suavidad y pasando sus dedos por sus orejas.
Empezando a sentirse más ansioso, empujó a Elliott hacia sí, y levantó su camisa, sacándola del interior de su pantalón. Elliott dio un suspiro ahogado, y Perry fue a por su tetillas derecha, besando y lamiendo, mientras rozaba con su pelo con su pecho. Elliott se quitó la camisa del todo, respirando agitado, y se inclinó para desaprochar la camisa de Perry, recorriendo su torso con su dedo estirado, hasta dar con el borde su pantalón. Perry le sintió tocar el bulto dentro de la tela, luchando por ser liberado, y escondió el rostro bajo su cuello, un tanto avergonzado.
Sin embargo, Elliott comenzó a desvestirse de la cintura para abajo, sorprendiéndole un poco. Perry cerró los ojos, tratando de no sentirse más excitado, pero pronto el chico lo hizó alzar el mentón para besarle, mientras se sentaba sobre sus piernas, con las piernas desnudas abiertas sobre sus pantalones. Perry, con un gemido brotando entusiasta de su garganta, le sintió ir hasta el fondo en su boca. Le estaba provocando, podía verlo, pero también le tocaba. Le tocaba por todas partes, desesperado, y sólo la unión entre los dos podría convertir en aquella carrera de caricias en algo más satisfactorio. Pero tenía miedo de ir demasiado rápido, de malenteder las señales, de arruinarlo todo.
-¿Quieres...? Elliott...
-Hm. Sí.
Con un impulso, Perry le levantó y le apoyó de espaldas sobre la cama. Elliott le arrastró consigo rodeándolo del cuello con sus brazos, y como pudo, Perry se quitó lo demás que tapaba su desnudez. Elliott, en su ceguera, no vio el símbolo de la vergüenza por su ansiedad mal controlada, pero sí sintió cómo comenzó a humedecerlo, y Perry pudo verlo parpadear rápido, con sus pestañas doradas, casi femeninas, volando de arriba a abajo. Ansioso, Perry quitó sus brazos de sus hombros y en su lugar alzó sus piernas, y se adentró en él con un gemido, brindándole esa sensación que tanto había extrañado. Apretó la mano derecha de Elliott contra las sábanas, y vio su cuello estirado y su rostro poblado por un dolor agudo. Perry se quedó quieto, sintiéndose rodeado de su carne ahora cálida, y le acarició en el rostro y el cabello.
-Elliott... -le susurró cerca de la oreja.
-A-ahh...
Perry se movió levemente, saliendo levemente de su interior. Elliott dio un suspiro, y ante su expresión de disfrute, empujó, sintiendo el roce exquisito. Perry dio un gemido, y soltó las manos del chico para que le tocase. Le sintió tocar sus muslos, bajo sus piernas alzadas sobre sus hombros, en su espalda, hasta que le vio sostenerse de las sábanas para no ser empujado sobre estas, para no caer en el vacío. Pronto Elliott le empujó sobre las sábanas y dejó sobre la cama el recuerdo de esa noche a solas, en un cuarto más grande y glamoroso que ese, y le invitó a apoyarlo sobre el abdomen para acabar en su interior con su boca y su nariz en su cabello, oliendo y besando. Sintió a Elliott estremecerse ante el tacto de sus labios contra su nuca, respirando allí, inmiscuyendo sus dedos y sembrando besos sobre sus hombros. Y tal entrega le llamó a darle muchos más placeres que ese, haciéndolo apoyarse sobre su espalda de nuevo para llenarlo de besos bajo las sábanas blancas. Convirtió sus bocas y sus lenguas en una, como dos llamas de fuego nacidas separadas hasta que son mezcladas convirtiendo en una más fuerte y duradera. Besó los hombros de Elliott, sus codos, sus manos y bajó por su torso para enterrarse en su entrepierna. El joven tembló mientras Perry se apropiaba de su sangre y su ponzoña, estremeciéndose de manera intensa y peligrosa. Le dejó seco, pero luego Perry le dejó tomar algo de su sangre para satisfacerse.
Tener sexo entre vampiros era cosa peligrosa. Persefone había desarrollado los pasos ideales, resguardándolas de una carrera con un final estrepitoso. Marion nunca sufrió de desbordes dentro de su cama, y no los sufriría en el futuro, pero Persefone no le advirtió que no todos pasaban por la misma suerte. La pasión a veces era traicionera, especialmente para ellos.
Cuando Perry volvió a caer en un sueño profundo provoncado por su estado exangüe renovado, Elliott aún quería un poco más para beber. No tenía reservas extra. Se había alimentado de palomas, de feligreses extraviados, y los había secado, haciéndole adicto a dosis mucho más grandes, y la de Perry no era suficiente.
-Debemos ir a por más -le dijo, allí sentado sobre sus piernas.
Pero Perry ya había cerrado los ojos, y Elliott creyó por largos minutos que sólo dormía. Durmió sobre su cuerpo tranquilamente, pero pronto se hizo muy evidente que la diferencia en sus temperaturas no era cosa casual. El amor que sentía por Perry, la pasión satisfecha, le hicieron enderezarse sobre él, empezando a sentir molestia ante la frialdad de su piel, que sólo indicaba sed despierta para él.
-Perry, debes tomar algo -le dijo, tocando su pecho helado.
Le palmeó la mejilla izquierda, esperando a que diera alguna señal, pero su quietud permaneció intacta, y al tocar sus párpados, notó que estos nos se abrían ni siquiera ante el empuje que hizo sobre ellos con sus pulgares para que los abriera. Perry estaba sumido en un profundo sueño.
-Perry... -le susurró, inclinándose sobre él.
Lo besó en los labios, pero este no reaccionó.
-Marion -llamó a la joven- ¡Marion!
Afuera debía ser noche aún, pero la temperatura empezaba a subir en el aire. La joven volvería tarde o temprano.
-¡Marion! ¡MARION! ¡Ayuda! No, Perry... ¡Marion!
Se tocó la boca, notando los rastros de sangre, y fue a por la palangana de agua para limpiarse. Era sangre de segunda mano, pero hasta no le había hecho nada. Si tan sólo pudiera sacarla de su interior, quedar exangüe para estar con él de nuevo.


El valle era un paraíso, y sus túneles le daban el perfecto escondrijo para emergencias. Recorrió cada rincón en una carrera imposible, haciendo uso de esa agilidad de la que Elliott había hablado. Ella sí se daría a la vida que ser vampiro podía proveerle, dejando que Perry permaneciera en esa quietud que le agradaba. Volvería cada amanecer sana y salva a la cabaña y estaría con él por unas horas, antes de que él saliera a hacer su vida como vampiro de día. Sonaba como un buen plan.
Y Persefone. Ella volvería en cualquier momento. Le debía cuarenta años de noches inolvidables, cuarenta paseos por los alrededores, cuarenta caminatas, cuarenta carreras a la montaña más alta y cuarenta bailes al son del valz. Le debía todo eso y no la dejaría escapar de ella jamás.
Al llegar a casa no tuvo el privilegio de la ceguera anterior, no obstante, para poder saltarse el grabar esa imagen horrenda y hermosa a la vez de su cabeza. No había dado la bienvenida al mundo a Perry como había planeado, pero aún así ahí estaba, inmune al tiempo. Guapo y con expresión amable de nuevo. Supo que tendría que esperar unas décadas más, a por él y por Elliott.
Estabas abrazados sobre las sábanas desnudos. Nadie había perturbado esa escena en lo que había pasado de noche. Faltaba una hora para el amanecer, y no pudo evitar odiar al chico que yacía junto a él nuevamente. Pero la expresión de Perry era de felicidad, y no podría deshacerse de una imagen así si era tan cierto el placer del que había sido proveído esa noche. Olía a ponzoña y sangre por toda la habitación, y el deseo de matar a Elliott fue fuerte, como también el de agradecerle. Perry había estado un tiempo llorando a Garrett, mientras ella se alejaba de él con Persefone, incapaz de darle consuelo, pero ahora ese asunto estaba resuelto.
Fue una suerte que encontrase esa nota en el bolsillo de su traje, mientras guardaba todo con un nudo en su garganta.
-”Si algo pasa, no mates a Elliott. Él es mi vida ahora. Pero tú lo eres también, y no podrás tocarle sin arriesgarte a la maldición que recae sobre él desde hace miles de años” -leyó en el mensaje doblado en cuatro en su bolsillo. Alzó la mirada hacia Perry- . Sí, escuché eso mientras dormía y me cargabas en tu espalda. Pero no puedo evitar desear que hubiese un segundo Garrett.
Dobló la ropa y la guardó en los estantes y en el armario, con la idea de lavarles primero. Estuvo fuera de la cabaña pronto, tras vestirlos y acostarlos y cerrar con la llave de Elliott. Se dirigió a la Iglesia, que no había visitado aún. Una vez allí volvió a sacar el mensaje que le había dejado Perry, y admiró su letra de profesor. A la luz más clara de las antorchas de la Iglesia, notó una inscripción débil, y al darlo vuelta vio que había algo más escrito.
-”Persefone dijo que dependemos el uno del otro. Sólo lo sabré cuando te vea de nuevo. De nuevo, si algo me pasa, es probable que beber de tu sangre me salve.”
Marion alzó la vista hacia el sacerdote, único cristiano presente en la Iglesia. Pobre de él.

La pasión mata, pero los vampiros no mueren tan fácilmente. Marion le despertó en el interior de la Iglesia, consagrándolo a rechazar para siempre su fobia hacia las cruces. Y funcionó.
El rostro de Marion fue lo primero que vio, pero fueron sus ojos achocolatados los que lo trajeron del todo a la vida de nuevo. La joven había leído el mensaje que había dejado para ella en su bolsillo.
-Ese mensaje fue escrito hace cuarenta años.
-Fue un poco arriesgado dejarlo en tu bolsillo. El tiempo podría haberlo desecho -le susurró Marion, sosteniéndolo sobre su falda, ahí en el cuartito al que se llegaba por la escalera del piedra desde la nave principal. A su alrededor, cientos de pergaminos acumulados por años sólo les habían dejado un espacio muy reducido donde descansar, y Marion, mareada a causa de la pérdida rápida de sangre, dio la bienvenida a Perry al mundo, haciéndole sentir un renovado cariño materal que sólo había sentido por Maude, su prima. Se preguntó por cómo había sido su vida.
-Tomaré más precauciones la próxima vez.
Marion asintió con la cabeza.
-Elliott... -dijo el vampiro.
-Elliott está en la cabaña. Está bien, pero él no pudo esperar y...
Perry se levantó de improviso, y se sostuvo de los estantes con firmeza, haciendo que los pergaminos cayeran levantando polvo. Marion tragó, viéndolo tan abrumado por la aflicción.
-Maldición...
-¿Te encuentras bien? ¿No estás mareado?
-No -dijo, volteándose hacia ella- . Tendremos que enterrarlo como hicieron con nosotros.
-Lo siento, Perry.
Se sentó en una silla bajo la ventanilla en lo alto de la pared, y que dejaba entrar algo de luz del exterior. Sus rizos adornaban su frente, liberados, enmarcando los ojos amables y tristes que Marion tanto se había acostumbrado a ver en su rostro desde que Garrett se había ido. Era como si hubiese pasado de nuevo. Ni Garrett ni Elliott habían sabido esperar por él, mientras Marion seguía allí, imbatible.
-¿Cómo supiste que mi sangre te salvaría? -preguntó la joven, distrayéndolo.
Fue un alivio.
-Todo lo que decía Persefone y que sólo compartía conmigo, servía -dijo- . Entre todo lo que me dijo, hubo un detalle que me permitió saber que eres, junto con ella, la persona más resistente del mundo.
Le sonrió, ante la confusión de Marion.
-¿Por qué? -preguntó.
Sus ojos se veían tan vivos ahora que lucían como los de una humana. Cuidaría esos ojos con su vida. Por ello, se levantó de la silla, tratando de imponerse a sus tribulaciones, y besó su párpado izquierdo.
-Te lo explicaré en otra ocasión -le dijo.
-¿No prefieres ser precavido? Esta información podría salvarme -dijo la joven, mirándolo atenta.
-Sí, pero yo puedo salvarte -le susurró. La abrazó contra sí- . Te debo cuarenta años de sueño, Marion.
-Puedes pagarme esos cuarenta años en breve, si lo deseas. Tendré que entretenerte mucho hasta que Elliott despierte nuevamente.
Perry sonrió amargamente. Su optimismo era enriquecedor.
-Dime qué deseas que haga por ti y lo haré -le dijo, soltándola. Ella reaccionó a esto con la inmunidad de siempre, como si un abrazo fuese cosa común entre ellos. Y lo convertiría en algo común, de ahora en adelante, ya que necesitaría de sus cariños para apartarse de los pensamientos negativos.
-Primero, quiero jugar a las cartas -dijo Marion, sacando de su bolsillo una baraja francesa. Perry frunció el ceño- . Quedan seis horas de sol -indicó la ventanilla del cuartito- . Y segundo... quiero que nos establezcamos aquí, pero en una cabaña más decente.
-Casa, querrás decir -dijo Perry, poniendo las manos en las caderas.
-Sí. Si esperaremos a Elliott por cuarenta años, o veinte si nos atenemos a la regla de la edad, debemos hacerlo decentemente.
-De acuerdo -dijo Perry, sonriendo. Marion le dio un cariñoso coscorrón en el hombro.
Luego se sentaron en el suelo y sacaron la baraja española que Marion había encontrado entre los pergaminos. Y como si fuese humano otra vez, Perry sintió algo cálido en su pecho volviendo a florecer.
Quizá sí que había cambiado algo en esos cuarenta compartiendo ataud con Marion, y le parecía la experiencia más romántica posible. Sin embargo, la relación seguía siendo la misma: una de perfecta amistad con el amor de su vida.








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Es esa tendencia del ser humano a desear que todos los que le rodean entren en una cajita con una etiqueta que ellos aprueben. Si uno no entra en ese cajita, uno es rechazado socialmente.
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