Capítulo 3:
"Quisiera ser ese por quien te desvelas"
Al menos esta vez no habíamos terminado en la cárcel por causa de daño de propiedad privada. Aquello había sido todo un evento. Sin embargo, ver a Janine de nuevo en mi departamento fue inesperado.
Había estado yendo a Baker Street luego de la pérdida que todos sufrimos de Mary. Lo sentía por ella, pues era conciente de lo sola que se sentía, pero mis sentimientos egoístas aún me recordaban que ella había osado intentar estar en la vida de Sherlock, y que a pesar del egoísmo de la que fue víctima, siguió intentando permanecer cerca. Janine tenía gran cantidad de amigos, era una persona afable y fácil de trato, pero por alguna razón hacer amistades con Sherlock le parecía conveniente. O quizá realmente le agradaba.
-Creo que no le agrado a Hamish -la oí comentar, luego de que yo saliera del baño.
Sherlock ya estaba levantado. Le vi en la cocina preparando su té de la mañana, que usualmente le dejaba la señora Hudson en Baker Street. Era inusualmente bueno en ello, pero no pude acercarme más de un metro hacia él, pues el espasmo de la tensión pasada la noche anterior me hizo volver al recuerdo de ello.
Había creído por años que Sherlock era incapaz de demostrar cualquier tipo de afección por otros. “Preocuparse por alguien no es una ventaja” decía. La naturaleza de las interacciones de Sherlock con otras personas siempre habían ido de la mano de la lógica. La lógica que para él todo lo mueve. Las emociones nos ralentizan, nos hacen tontos en frente del enemigo, y en parte creo que que es verdad, pero siempre quise a Sherlock fuera de eso al menos por unos instantes, para poder ver a través de él, para poder descifrarle, para poder creer que sí puede sentir, que sí puede expresar afecto. Por eso el beso de anoche, ahora por la mañana y en lucidez, me parecía tan chocante.
Esa mañana Sherlock llevaba su camisa púrpura y tenía claros rastros de resaca en su cara. No parecía muy sano, y cuando Janine fue y le tocó el rostro como si nada, yo di un saltito.
-Deberías comer algo. Es la mejor manera de quitarse el mareo de la noche anterior.
-Por supuesto. Debo sacar el alcohol de mi sistema.
-¿Sientes tu cerebro hinchado?
-Esa es la sensación general.
-No sabes cuales son las consecuencias de tomar alcohol, ¿no?
-Las sé perfectamente -dijo Sherlock, volviéndose hacia ella, ofendido.
Intercambiaron una mirada de desafío, que me recordó a muchas de las que compartidas entre Sherlock y Irene. ¡Por dios, yo estaba presente! ¿No podían ser un poco menos intensos en su relación? Sabía que eran amigos, pero eso no parecía una amistad en lo absoluto.
-Sherlock, saldré un momento a dejar a Hamish a la sala cuna -anuncié.
-Creí que hoy se quedaba -dijo él, apartando su atención de Janine al fin. Me sentí extrañamente pagado de mí mismo- . Ya sabes que puedo cuidarlo yo.
-N0, tú tienes casos que resolver. La bandeja de entrada está llena.
Sherlock hizo un gesto de resignación, pero le vi cabizbajo mientras llevaba su té a la mesa. Janine se sirvió uno, con expresión de estar preocupada.
-Sherlock tenía planes con Hamish hoy -me explicó, al notar que la miraba con expresión interrogativa.
¿Por qué no me lo había comentado él mismo?
-Iré a dejarlo yo, no te preocupes -me dijo Sherlock.
-Puedo hacerlo yo, no hay problema -insistí.
-Quieres estar un poco más con el pequeñín -dijo Janine a Sherlock, apoyando las manos en sus hombros- . Lo tendrás durante toda la semana de Navidad, Sherl. Pero tienes que dejar algo de tiempo para mí. Mis amigas están locas por conocerte, y ya que te negaste a darme esas clases...
Vi a Sherlock echarle una rápida mirada a las pantorrillas desnudas de Janine. Llevaba un vestido hasta las rodillas y unas pantis con... diseños.
-No creí que te tomarías tan en serio las clases de waltz.
-Lo hago, pero ya que el único profesor gratis no estaba disponible...
-¿Profesor? Sherlock, no me digas que te negaste a enseñarle -dije, sintiendo punzadas de placer ante esa información.
Janine me miró de reojo.
-Sólo presta su paciencia para contadas personas. Puedes sentirte afortunado, John -dijo. Sabía que no lo decía sin dobles intenciones, pero allí estuvo la sombra de los celos, que no me dejaban tranquilos. Las cosas serían mucho más fáciles si Janine tan sólo saliera de nuestras vidas, pero seguía presente, recordándome a mí que tenía cosas sin resolver con Sherlock, y recordándome a Mary. Había una razón por la que Janine había sido la dama de honor de Mary, y esa razón era que tenía muchas similitudes con ella. Ambas eran mujeres transparentes y espontáneas- . ¿Y? ¿Qué tal la vida laboral? -preguntó de pronto, tras un momento de silencio- ¿John?
Me había quedado mirando la mano de Janine sobre el hombro de Sherlock. La cercanía entre los dos parecía tan natural ahora, como el toque de una mujer a otra. Pero Sherlock no era una mujer, ¿o sí? Además, aún no tenía claro cómo se sentía Janine respecto de Sherlock. Habían muchos puntos de su relación sin definir, como por ejemplo el que Sherlock desconfiara de los intentos de Janine de levantar a Hamish de su sillita cada vez que visitaba Baker Street y mi hijo estaba allí, o el cómo Sherlock seguía sin ser activo en el asunto de tocar a Janien casualmente, como en los hombros o en los brazos, como Janine hacía con él. Sí, había muchas cosas sin resolver sobre su relación, y no parecía que tuvieran muchos deseos de hacerlo. O tal vez no había nada que resolver y estaba preocupándome demás.
-¿Mi vida laboral? -le pregunté. Sabía a qué se refería- Nada aún. Creo que esperaré por... otros seis meses.
-¿Qué crees tú, Sherlock? -preguntó Janine.
Fruncí el ceño, sin entender, y miré a Sherlock otra vez. Me había estado resistiendo, al notar que había abierto su laptop sobre la mesa. Sherlock últimamente no obedecía mucho al acuerdo de no poner las computadoras sobre la mesa de mi cocina, ya que esta se la pasaba atiborrada de más químicos que de comida. Sherlock tenía artículos de química tanto en Baker Street como aquí, y traía a Janine tanto aquí como en Baker Street. No debería molestarme, en realidad.
-Sherlock, ayúdame -le dijjo Janine.
-Prefiero no analizar la vida sentimental de John. No parece que vaya a estar muy activa en el... próximo año.
No lo dijo con ánimos de reírse de mí, era totalmente sincero. Incluso el semblante de Janine se tornó serio. No obstante, aparté la vista igual de molesto que si lo hubiera dicho con cizaña.
-Iré a dejar a Hamish -dijo Sherlock, levantándose de la mesa.
Pasó junto a mí, y otra vez ese estremecimiento me atacó.
-Pensé que argumentarías en contra -dijo, deteniéndose en el umbral, donde se colocó la bufanda.
Quedamos muy cerca el uno del otro, aunque era bastante normal, incluídas las miradas largas de las que había comentado Janine una vez. A raíz de eso había comenzado a acortarlas, forzándome a apartar la vista de los cristales que eran los ojos de Sherlock cuando me escuchaba atentamente. Eran pocos momentos, y los esperaba y mantenía como tesoros. Eran los pocos momentos en que no sentía que Sherlock me consideraba un estúpido. No obstante, cuando nos miramos esta vez fue diferente. Estaba tensísimo desde que despertara esta mañana, creyendo que Sherlock querría hablar sobre lo que había ocurrido ayer. Pero Sherlock parecía no recordar, y yo, con la vista viajando de sus ojos a sus labios cada vez, no podía evitar sacarme ese beso de la cabeza.
-Es mejor que tú vayas. Mycroft llamó temprano -le dije, recordándolo- . Quizá te lo encuentres.
Sherlock frunció el ceño.
-¿Myc? -dijo.
Janine rió, y una pequeña sonrisa apareció en la comisura de los labios de Sherlock. No quise ser partícipe de esa poco graciosa broma que seguía en pie hasta ahora. Mycroft siempre había preferido que lidiaran con su nombre, como un cojo que comenta con orgullo su defecto. O como Sherlock comentando con orgullo su sociopatía, aunque yo sinceramente pensaba en la psicopatía como una más probable respuesta a su comportamiento. Es decir, ni siquiera le había pedido disculpas a Janine por lo de la propuesta falsa.
¿Qué tan lejos podía llegar Sherlock por resolver un caso? A ese punto, y al punto de fingir su muerte. Y aunque en algunas ocasiones había creído esas decisiones como medios para beneficio ajeno, otras las pensaba como medios para probar su inteligencia. No había podido vencer a CAM, y allí habíamos tenido las consecuencias. Sherlock no podía salir más allá de Londres, estaba literalmente atrapado allí, y lo estaba bajo el mandato de la Reina, metafóricamente por supuesto. El número de casos relacionados con la Corona que Sherlock había resuelto en el último año era desorbitante. Y en cuanto a Moriarty... seguía atento a él, y con ello había venido el inevitable miedo a que Sherlock cometiera otra locura. Parecía que últimamente muchas cosas Sherlock las resolvía más con impulsos suicidas que con su intelecto, y eso era algo de lo que me había dado cuenta sólo tras el asesinato de CAM. Sherlock era legalmente un asesino.
-¿Hay algo de lo que debes discutir con Mycroft? -le pregunté. Me preocupaba. Mycroft no solicitaba a Sherlock por nimiedades.
-Ni idea -respondió él- . Algún caso inesperado, quizá. Debo mantener la ilusión de ello.
-Creí que encontrabas a Hamish mucho más interesante.
Janine carraspeó, allí sentada tomando su té.
-Ahm, no... es... -Sherlock dudó, y otra vez nuestras miradas conectaron- Es que me preocupo por Hamish.
Pestañeé un par de veces. Estaba escondiendo algo, lo había estado haciendo por meses, y empezaba a asustarme. No obstante le dije, sin apartar la vista de sus ojos, con la esperanza de que como toda persona, respondiera a eso y me dijera la verdad:
-Es muy amable de tu parte.
-No es amabilidad. Me agrada Hamish.
Asentí.
-Por supuesto.
Sherlock no recordaba absolutamente nada de anoche. Absolutamente nada. Me dolió más de lo que había esperado, y sentí un nudo en mi garganta. Me volteé hacia la cocina.
-Nos vemos en la tarde -le oí decir.
No le respondí. Tenía la garganta agarrotada y tensa. Oí la risita de Hamish en la distancia, y luego el sonido de la puerta al cerrarse.
-Janine , ¿Qué está escondiendo Sherlock?
-Nada -dijo ella, respondiendo sospechosamente rápido.
Miré mi taza de café. Eché un poco de leche encima, y un remolino de blancos contra cálidos borró la planicidad del espacio.
Sherlock
Entré al recinto con cierta tensión en el cuerpo. Siempre aparecía uno que otro fotógrafo a ver si sucedía algo inusual. Luego de lo ocurrido con Magnussen, aquel tiburón con mirada mortuoria, los medios no hacían más que perseguirme, como si me tratara de algún loco con un hacha que iba recorriendo vecindarios haciendo de justiciero. Mucha gente estaba feliz tras deshacerme de Magnussen, ya que había salido a la luz el papel de aquel maníaco en la constitución de países y reinados. Era el perfecto titiritero del perfecto plan histórico, una plaga negra de nuestra época que se extendía sin discriminar en las venas de toda la existencia. Y es que había alcanzado a alguien tan aparentemente insignificante como Mary, a una huérfana. ¿Por qué entonces no podría alcanzar a un doctor jubilado del Ejército, que no había ejercido su primera profesión por años, y que aún tenía el sempiterno trauma de la desconfianza fluyendo por sus arterias, afectando incluso... su relación conmigo? Porque John aún no confiaba en mí, y eso empezaba a volarme los sesos.
¡Ni siquiera los casos estaban saliendo bien! O quizá la causa de mi fracaso era la ausencia de John en ellos, o el que fueran mandados directamente de los perros falderos de la reina y no por elección mía. ¿Acaso había estado yo, por años, eligiendo casos por ética? No, sólo elegía aquellos que eran más divertidos para John y para mí. Pero John estaba tan enfocado en Hamish ahora... Y no me dejaba hacer la mitad del trabajo como siempre le decía que hiciera. No me permitía siquiera mudarlo. Si lo hiciera, nos quedaría tiempo para resolver casos juntos. Pero estábamos tan apartados, y anoche la lejanía había cobrado su venganza conmigo.
Dejé a Hamish en la cuna, sonriéndole a esos ojos azules oscuro. Hace cuatro meses eran celestes, y al nacer eran verde agua, como un azul acercándose al color de las arenas.
Dios, me permitía ser poético en mis pensamientos y no en mis habladurías. Sí, habladurías. Ahora nunca comentaba el proceso de mis deducciones con nadie. Ya no estaba John allí para preguntarme, al menos no la mayoría de las veces. El trabajo, en consecuencia, se había tornado aburrido. En constraste, ahora era mucho más divertido hablar con John, incluso discutir con John. Y por supuesto, estaba por detrás el elemento de querer distraerlo. John no parecía estar haciendo mucho esfuerzo por distraerse y eso me preocupaba. Con suerte el beso de noche había servido de distracción, pero el darlo no había sido para beneficiarlo a él. No lo había sido en lo absoluto. Había sido para beneficiarme directamente a mí. Había sido tan superficial y sin embargo había desencadenado una tormenta que prácticamente había devuelto mi cerebro a la sobriedad por unos segundos. Las endorfinas no habían parado de pulular incluso después de dejarme caer dormido en el sillón de la sala de estar.
Después de eso sólo fue consciente de una cosa: de que John continuó sentado en el sillón por más tiempo del que habría supuesto. No se movió de allí, y cada tanto pude sentir su mano en mo tobillo, un toque tan superficial y casual que sin embargo me provocó cientos de cosquilleos.
-Nos vemos más tarde, ¿OK? Papá tiene que ir a resolver crímenes -le susurré a Hamish.
Le acaricié la diminuta mejilla izquierda, antes de pararme de nuevo ante la visión de una silueta en el vidrio de la sala cuna. Una enfermera estaba afuera caminando. No quería que nadie me viera haciendo eso. Ya había sido suficientemente perturbador ser pescado por John en el mismo acto. Además, no quería que pensara que me sentía como un padre para Hamish. Eso sólo transparentaba más las cosas.
No obstante, pasó otra enfermera y esta sí entró a la sala cuna. Me mantuve junto a la cuna, rígido, y la vi mirar hacia mí con la desconfiaba grabada en sus ojos. El ciudadano común actuaba más o menos parecido, mirándome con ojos de juez, juzgándome por lo que había hecho, pero aliviados de que alguien se hubiera encargado de ese hombre. Qué doble discurso.
-¿Ahora estás de niñera, hermano? -dijo Mycroft desde la entrada de la sala cuna.
La enfermera apretó el paso de vuelta a la entrada. Mycroft no se inmutó.
-¿Es en serio? -le dije. Me había preguntado si aparecería o no- ¿Te atreviste a entrar hasta aquí, a un salón lleno de infantes?
-Son inofensivos. Me he dado cuenta ahora que les has tomado tanto cariño.
-No les he tomado cariño, sólo a Hamish Watson.
-¿Cuál dijiste que era su segundo nombre?
Me quedé callado ante eso. Me avergonzaba, y sólo acentuaba la idea estúpida que Mycroft tenía sobre mi deseo de pasar el resto de mi vida con el padre de la criatura, en la rutina de la crianza. Había hallado cierta paz en la rutina de criar a alguien, mis pensamientos se aclaraban ante la compañía de Hamish, para resolver las pistas que los problemas de Scotland Yard postulaban como entretención para la aburrida vida de todos los días. No obstante, seguía extrañando la estimulante compañía de John. Seguía siendo extrañamente vigorizante.
-Su segundo nombre es William. Mary insistió en ello, le parecía un nombre poderoso.
-Una idea equivocada, porque es un nombre bastante común.
-Creí que te agradaba ya que tienes tantos roces con Williams.
Mycroft alzó las cejas. Tal mención no le agradaba.
-Necesito discutir contigo un asunto -dijo.
-Vamos a...
-No, aquí está bien. Probablemente las enfermeras no entenderán de qué estamos hablando aunque nos escuchen.
-Menosprecias sus habilidades. Saben perfectamente quién soy, además.
-Todos en Londres saben quien eres -dijo Mycroft, con cizaña- . Me sorprende que te permitan entrar aquí con tantos infantes vulnerables en cunas y otros más en las salas de juego.
-Pues al parecer las enfermeras no generalizan. Sólo no me quieren fuera de Londres, todo lo demás lo tengo permitido. Tú lo sabes mejor que yo.
-También te querían lejos de cada uno de los presentes en el asesinato. Testigos, ya sabes. Aún no te he oído agradecerme por impedirlo.
Me quedé en silencio, dudando. De hecho había pensado en agradecerle, pero ahora que me lo recordaba, no quería hacerlo. Así funcionaban las cosas con Mycroft.
-Has dormido con él bajo el mismo techo en ocasiones, según he oído.
-La prensa es entrometida -susurré, mirando a Hamish en su cuna. Le sonreí desde donde estaba, y el pequeño pestañeó flojamente desde las mantitas blancas.
-Intenté acallarlos.
-No es necesario. Ya se aburrirán.
Noté su mirada fija en mi cara, y me volteé hacia él. Mycroft veía a través de mí. Lo había leído en su cara en el aeropuerto. Ese día.
Recuerdo felicitarme a mí mismo por no quebrarme antes de subir al avión. Me quebré cuando hube estado sobre la máquina, y aunque fue de manera sutil, el auxiliar de vuelo se dio cuenta de que mis ojos habían empezado a quemarme. Sin embargo, fue asombroso cómo apenas me importó. Pensé en las lágrimas como la reacción lógica a esa situación, y lo cierto es que después del matrimonio de John, me había abierto un poco más a dejar de desdeñar aquellas reacciones. Ahora las atesoraba, como si el sufrimiento por querer a John sólo para mí fuera una especie de trofeo. Pero a quién engañaba, el sufrimiento no me agradaba. Lo dejaba venir y llenarme como el agua fría en la mañana sólo para no tener que enfrentarlo luchando contra él. Ya era bastante cansador sufrir. No iba a gastar más energía tratando de no sentir nada.
-Mycroft... -susurré a mi hermano.
Dudé por un momento.
-¿No irás a...?
-Gracias -le dije- . Y no intentes arruinar el agradecimiento de nuevo.
Mycroft bajó la vista hacia Hamish.
-Quería ahorrarte la humillación.
-No es humillación.
Mycroft sonrió.
-Por supuesto. Estás atesorando tu sufrimiento. ¿En qué clase de melodramático te estás convirtiendo, Sherlock? ¿Cuándo darás el primer paso?
-Lo he dado, pero creo que lo he dado mal -susurré.
Di un suspiro. La tensión me estaba ganando.
-Vamos a la casa del árbol -dije, revisando mi bolsillo en busca de la cajetilla- . En esta época los niños no están afuera tanto tiempo, y necesito fumar un cigarro.
-¿Sabías que podrías agravar tus crímenes si haces tal cosa en un recinto de infantes?
-Lo sé. Pero aquí les agrado a todos -mentí.
Mycroft frunció el ceño. Besé a Hamish en la frente, ya deshecho de la vergüenza que antes pudiera provocarme hacer eso en frente suyo, y caminamos fuera de la sala cuna.
-OK, creo que necesito una explicación para ello.
-¿Para las enfermeras?
-Sí.
-Las derrite que traiga a Hamish tan a menudo.
-Es una suerte que no hayas venido con el padre.
-Creo que no resistirían -dije con cierto orgullo. Las reacciones de Mycroft a esto ya no me preocupaban, especialmente porque retrasaban el asunto del que había venido a hablar oficialmente.
El tema de Mary no me maravillaba especialmente. Habría dado mi corazón por no tener relación con este, pero entonces en mi corazón estaban John y Hamish, y por muy desprendido que fuera respecto de ellos, no podía soportar la idea de no amarlos. Eso me hacía extra masoquista, y temía que ese fuera mi patrón de comportamiento por el resto de mi vida.
-¿Debería esperar un... anuncio al final de este año? -preguntó Mycroft.
-No lo creo. Ya sabes que la institución del matrimonio me desagrada profundamente. Y no sabría con qué clase de vestido envolver a John. No le gustan los colores planos. Ya viste su chaleco la pasada Navidad.
-Son similares a los de papá.
No pude evitar sonreír.
-Idealizaste a papá por años, y has trasladado eso a John Hamish Watson -dijo, pronunciando el nombre con cierta sonoridad- . Supe que era algo duradero desde el momento en que le conocí. Y te hizo peor de lo que eras.
-En efecto -dije.
Salimos al pasto escarchado del patio, y nos dirigimos a la casita del árbol, bajo la cual había algo más de resguardo para fumar sin que las cuidadores lo notaran. Saqué un cigarro y le ofrecí uno a Mycroft.
-Sabes que te odiará si sabes que estás ocultando que Mary está viva, ¿no, Sherlock? Es por eso que debes cuidar seguir guardando para ti tus sentimientos. Ya bastante tuvo con tantos ocultamientos, y tú estas replicándolos.
-Eso me temo.
-Me dijiste que harías cualquier cosa que estuviera en tu mano para evitar eso.
-Sí.
-¿Por qué? ¿Por qué John Watson? Es una persona tan común y corriente. Sé la lógica de la búsqueda de similitudes entre uno de los padres y la pareja ideal, pero nuestro padre es alguien tan...
-¿... ordinario? Precisamente por eso. Sabes que no soporto a la gente presumida, Mycroft.
-No soportas a la gente como tú.
-Oh, yo sólo soy natural -dije.
Mycroft cerró los ojos por un momento, con esa expresión que tienes los hombres cuando desean golpearme.
-Pero te divierte la gente inteligente. Moriarty está ocupando tu cerebro de nuevo, Sherlock. Has estado tratando de averiguar de donde vino la señal de televisión por meses, y estarías siendo cínico si dijeras que no te estás divirtiendo.
-No tanto como antes, la verdad -reconocí- . Temo que he perdido parte de la pasión que antes tenía en ser detective consultor. Antes toda mi motivación por la vida se volcaba a eso, y ahora... son Hamish y John. John y Hamish. No me divierto con nada más.
-Ellos no son pasatiempos, Sherlock. Son... personas -susurró Mycroft, con expresión de desagrado al pronunciar la palabra “personas”.
-Sinceramente, Mycroft, ¿realmente piensas que no puedes encontrar a nadie interesante?
-No alardees de tu vida social. No ha sobrepasado a la mía, Sherlock.
-Por supuesto que la ha sobrepasado -mascullé, empezando a enojarme- . Y en creces.
-No lo ha hecho, y debiéramos dejar de competir sobre ello.
-¡Estoy enamorado, Mycroft!
El silencio del patio pareció más elocuente ahora. La frase dolió como una braza ardiente en mi garganta.
-Por supuesto que te he sobrepasado.
-No lo has hecho, porque odias estarlo, Sherlock.
Negué con la cabeza.
-No. No odio estarlo. Es doloroso, pero... -reí brevemente, dándome cuenta- Gracias a eso... ahora me es imposible aburrirme.
Miré hacia la pared que dividía al patio del exterior, y sentí ese dolor en el pecho, mientras la sonrisa seguía en mi cara. Nunca me aburría ahora, esa era la verdad, y por muy enfermo que sonase, lo amaba. Amaba estar enamorado porque nunca, en un sólo minuto del día, me sentía aburrido. Incluso mientras resolvía los casos pensaba en qué habría dicho o hecho John, cómo habría reaccionado... Y es que adoraba sus expresiones faciales a veces, le convertían en un libro abierto, y eso me era tan... fascinante. La facilidad con que le leía me era fascinante, porque siempre sentía que seguía habiendo algo más debajo de toda esa capa de transparencia, por más que el escarvar fuera sencillo. Siempre sentía que existía algo que constituía lo único no accesible de su personalidad, y que no podía alcanzar.
-John Watson es fácil de deducir -dijo Mycroft, sin dejar de refutarme.
-Lo sé, pero sigue habiendo algo que no consigo... comprender...
-Más grave aún: cuando lo comprendas dejará de ser interesante. Y el enamoramiento que sientes por John Watson se esfumará. Sería una bendición de hecho, pues nunca te vi tan fuera de ti. Es perturbador en cierto modo, y está preocupando a mamá.
-La tienes al tanto.
-Por supuesto. Nuestro padre no pregunta, por supuesto.
-No lo necesita -dije con desdén.
Mycroft me miró con atención. Sentí que estaba siendo acusado.
-Siempre confundiste su concesión de privacidad con sentido común, Sherlock, pero lo cierto es que sólo fue pereza. Papá nunca te dedujo, Sherlock, sólo te aceptó tal como eras para no tener mucho trabajo que hacer, al igual que John Watson. Así que no quieras pensar que John puede deducir lo que sientes. Tendrás que decírselo tú mismo.
Di un suspiro.
-Sólo dime donde está.
Mycroft asintió, rendido. Nunca me podría convencer de intentar dejar de querer a John. Tal vez el sentido común estaba equivocado y era posible dejar de hacerlo por decisión propia, pero me era tremendamente amargo pensar en mí mismo no enamorado de John. ¿Qué tal si mi pasión por la deducción no volvía, y me quedaba vacío, sin mi afecto por él ni mi pasión por el trabajo?
-Jericó, Sherlock. Allí donde no puedes alcanzarla.
-¿Ha dicho si volverá?
-No te preocupes, hermano, si es posible, John Watson jamás sabrá que su esposa le ha mentido. Por el momento, tú intenta distraerle, y no levantes sospechas.
-Siento que tiene sospechas.
Mycroft dio un suspiro.
-Tu encaprichamiento por él te esta volviendo transparente.
-No es eso. Es que... le han mentido tantas veces...
-Deja de lamentarte por John y su mala suerte en el amor, Sherlock -dijo Mycroft con firmeza- . Tal vez es su culpa que le mientan tanto. Es un hombre común en medio de sujetos sicopáticos y espera demasiada bondad de ellos. Aunque... tal vez se conformaría con tu nivel de bondad si le confesaras las verdaderas razones y más directas de tu suicidio fraudulento...
-No le diré nada, y harías bien en no hacerlo tampoco, Mycroft. Es mejor para John que no espere demasiado de mí.
-Entonces para de querer alivianar su trabajo con Hamish Watson. Sólo harás que John te ame más, hermano.
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