sábado, 31 de enero de 2015

LOVE IS BLINDNESS - Capítulo 8

Capítulo 8:
"Del amor yo me reía"

Sherlock


Lestrade fue quien pidió las piezas, y antes de que pudiera hacer algo al respecto, nos había puesto a mí y a John en el mismo cuarto. Nos dieron llaves a los tres y sólo cuando dirigimos estas a la cerradura, nos dimos cuenta ambos de que tendríamos que lidiar el uno con el otro por una noche entera.

-Me baño primero -anunció John en cuanto entró.

Me quedé plantado frente a la puerta, mientras él entraba a toda velocidad al baño.

-OK, esto no era lo que esperaba -le oí decir cuando abrió la puerta de este.

Probablemente esperaba ver algo más parecido a un baño químico, pero los baños del hotel eran decentes.


Ya era de noche. Nos habíamos pasado la tarde con Lestrade en un restaurante, y John había insistido en interrogarme con la mirada, con esa calidez llenando sus ojos que me hizo querer mirarlo cada vez que pudiera, que eran pocas veces.

En cuanto a Lestrade, siempre había sabido leernos a los dos. Temo haberme delatado ante él durante el matrimonio, pues tal como él había dicho, lo que no tenía de detective lo tenía como ser humano: sabía mirar a través de las relaciones de todos, y se había dado cuenta entonces, o antes de hecho, de que sentía algo por John, y me avergonzaba. Aunque ahora que lo pensaba con detenimiento, sin duda lo había descubierto durante la ayuda que me brindó con el discurso para el mejor hombre. Había estado bastante temperamental esa tarde en Baker Street, mientras yo escuchaba religiosamente sus consejos.

-Por ejemplo, ¿Qué han hecho ahora último? ¿John ha pasado alguna vergüenza? Siempre puedes burlarte un poco del novio -me decía.

No pude creer lo que escuchaba. ¿Y lo preguntaba? John hacía el ridículo todo el tiempo.

-Por supuesto. En cada caso intenta hacer deducciones, y aunque yo soy quien lo empuja hacia ello, nunca saca las conclusiones útiles sobre las pruebas que encontramos. Siempre se fija en las cosas obvias, y por mucha práctica que ha tenido estos seis años viéndome a mí no ha sabido desarrollar una mente observadora y deductiva.

-¿Eso es una vergüenza para ti?

-Sí. Pero el esfuerzo se valora -dije, sonriendo forzadamente.

Lestrade dio un suspiro en ese punto.

-Pero debe haber algo de valor en lo que hace John, ¿no? El blog, Sherlock. El blog sirve, les consigue casos y...

-Hm... sí, pero siempre he criticado el modo en que romanticiza las cosas al describir los casos. Si intento elogiar el blog no va a creer que valoro su existencia. Debo decirle algo que crea, no quiero estar contradiciéndome para congraciarme con sus invitados. John sabe que digo lo que pienso y no quiero dejar de hacerlo durante la cena de bodas. Él hayará mi actitud de considerable valor.

-A veces es necesario fingir para...

-No lo haré. Quiero ser sincero con él. Quiero que crea en cada palabra que diga -le contesté, empezando a perder la paciencia. Le miré fijamente- . Ya le he mentido demasiado. Si ser sincero conlleva ser cruel, seré cruel, Lestrade. Si menciono lo patético que encuentro el sacramento del matrimonio, lo hipócrita y antinatural que es la monogamia...

-¿No apruebas la monogamia? Pero si tú no tienes siquiera una pareja, Sherlock. No la has tenido nunca.

-Hay excepciones, Lestrade.

-¿En verdad vas a ser cruel con John?

Me quedé callado un momento.

-Le diré verdad por verdad, Lestrade -dije con seguridad- . Pero lo que necesito de ti es saber cuales de estas verdades son adecuadas para el matrimonio, en términos de temas.

-¿Temas?

-Anécdotas, cualidades de los casados -dije, levantándome de la silla allí en la sala de estar. Miré hacia la calavera, bajo la cual estaban mis cigarrillos, sin tocar desde hace meses- , defectos, la organización del casamiento, las flores, las damas de honor, etcétera, etcétera, etcétera. Necesito que me aconsejes qué decir y qué no decir. Nada más que eso.

-OK -dijo Lestrade, cogiendo el libro sobre Discursos de Mejor Hombre- . Ahm... podrías...

Hizo una pequeña pausa. Yo me quedé viendo en el espejo, viendo mi expresión crispada por el estrés y la frustración crecientes, y esperé pacientemente a que dijese algo.

Podrías decir qué cualidades valoras de John, cuales te son obvias a ti y cuáles crees que los otros deberían observar. Ya sabes que John es una persona bastante privada y... selectiva con sus amistades.

¿John selectivo con sus amistades? Sí, se podía decir. Pero... si era así, ¿Por qué yo...?

Lestrade estaba equivocado. Y si estaba equivocado, no iba a poder hablar sobre esto como una cualidad de John, porque desde mi punto de vista el no ser selectivo con tus amistades era de lo peor. Significaba que no eras un patán condescendiente como los había muchos.

Pero John no era un patán condescendiente. Oh, no, no lo era. Sólo... elegía mal a veces.

 -No creo que sea... tan selectivo -dije con voz sorpresivamente débil.

Me volteé hacia Lestrade, y me encontré con la mirada más fija de todas las suyas. Era como si estuviera leyendo mis emociones. Eso me dio miedo: ni siquiera yo sabía lo que estaba sintiendo.

Lo es. O habría elegido a una opción más obvia, ¿no crees? Tú no eres muy considerado, Sherlock, y alguien poco considerado es un peligro como orador. Y tú lo sabes mejor que yo; por eso me llamaste.

Te llamé porque también conoces a John.

Tú le conoces mejor. Vamos, Sherlock, no es tan difícil. ¿Qué es lo que más admiras de John? O quizá formulémoslo de otro modo: ¿Por qué le estás más agradecido?

No supe qué responder exactamente. Había muchísimas cosas. Demasiadas, pero eran tan abstractas que no sabía qué nombres ponerle.

-Ahm... estimula mis deducciones, quizá.

-Piensa en otra cosa. Puedes mencionar eso, claro, pero debieras poner como centro otra razón, algo más... conmovedor, quizás.

-¿Conmovedor? ¿Conmovedor para quien?

-La audiencia. Sherlock, todos los conocidos de John están más o menos al tanto de a lo que se dedican ustedes, saben cómo eres de preciso con tus casos, saben que no eres muy sociable..., pero también saben que tu amistad con John ha durado muchos años, y que desde entonces John se ha vuelto mucho más accesible con todos. Mike Stamford lo dice todo el tiempo. Dice que cuando le encontró por primera vez tras muchos años de lejanía, era la persona menos accesible que había conocido. Casi hosco. John está muy lejos de eso ahora.

-Pero no puedo hablar de eso durante el discurso. Sería como autoagradecerme a mí mismo...

-Sólo te estoy señalando un punto. Estoy diciendo que has tenido una gran influencia en la vida de John. Por eso sigue siendo tu amigo, supongo.

Tragué. Eso era lo que me preocupaba: no consideraba que fuera el correcto para hacer ese discurso, porque por lejos no era el más considerado de sus amigos.

-¿Por qué me eligiría? -susurré- Sigo sin entenderlo del... todo.

Miré por la ventana, casi melancólico. No merecía a John. Había otros que lo merecían mucho más, otros que sabrían exactamente qué decir en un discurso como ese. A mí me estaba costando trabajo, y eso no podía ser una buena señal. Quizá era una señal de que John no me importaba lo suficiente. Sin embargo, ahora que estamos en Madaba, sé que no había persona en el mundo que me importara más, por cuya seguridad velara más en la vida. Pero ese día, mientras intentaba averiguar qué le diría a John y a Mary, y a sus invitados, no tengo la menor idea de cómo realmente me sentía acerca de John.

-Podrías hablar de eso -intervino Lestrade luego de casi un minuto de silencio, en que contemplé tanto la ventana y el lugar donde John solía apoyar la mano para revisar si había clientes.

-¿De por qué creo que me eligiría? -le pregunté. Sonaba absurdo.

-De cuan increíble te parece que te eligiera. De cuan privilegiado te sientes de tener su amistad. Al menos eso es lo que pareces estar pensando. No te crees lo suficientemente digno.

Era de hecho una gran idea. Miré a Lestrade perplejo. Le vi sonreír.

-Dios, tú y John tienen unos problemas de baja autoestima horrible.

-Tengo buena autoestima. John no, claro. Siempre se ha sentido algo disminuído conmigo al...

-Eso ni lo menciones -dijo Lestrade, sobándose las cejas alzadas.

Volví a sentarme frente a la computadora y puse los dedos sobre el teclado.

-Hablaré sobre ello. Es una buena idea -dije. Sin embargo, lo otro seguía atribulándome, y apoyé la espalda contra el respaldo dando un gruñido- . Insisto en que debería ser sincero de nuevo. Quizá... quizá es una buena manera de demostrar que... no soy lo suficientemente digno.

-O que eres un maleducado.

-Que soy un maleducado -repetí sin darme cuenta.

Lestrade rió. Entonces comencé a escribir.

-John sabe que no apruebo los matrimonios. Sería un estupidez no mencionarlo. Le encantará. No a los invitados, pero el importante es él, ¿no?

-Él y Ma...

-También mencionaré el blog. Creo que puede servir como una anécdota digna. Y por supuesto alguno que otro dato sobre la despedida de solteros. Tendré que añadir los detalles al discurso tardíamente.

-¿Cuándo será?

-En dos noches más.

-Podría traer a mi novia...

-John me requirió a mí, nada más -dije mientras tecleaba.

Lestrade carraspeó. 

-Usualmente es entre varios amigos. ¿No se lo mencionaste a John?

-Él dijo que podía ser entre dos.

-No. Eso es... otra cosa.

Di un suspiro. No podía concentrarme en el discurso y en las objeciones de Lestrade a la vez. ¿Por qué no se guardaba sus sugerencias?

-Es una cita...

-El término cita es tan universal. Los amigos viven teniendo citas. Hacen cosas que todas las parejas hacen en citas.

-No estoy muy seguro de eso... -dijo él, refutándome por supuesto- Vamos, Sherlock, sabes perfectamente lo que es una cita...

-Claro que lo sé, por eso te digo que... es una despedida de solteros, no una cita. Además, John ha dejado muchas veces en claro que le agradan las mujeres. Es... un rasgo suyo tan importante como el de su forma de caminar. ¿Has notado cómo camina... ? -comenté, inesperadamente animado. No paraba de escribir. Las ideas habían empezado a volar como cohetes.

-Sí, pero ¿Qué tan seguro estás de que sólo le agradan las...?

-El primer caso que resolvimos -comencé a decir, alzando la mirada hacia él con decisión- . John comenzó a hablar sobre archienemigos, no supe en ese entonces porqué. Luego comprendí que había sido por una previa reunión que había tenido con Mycroft. Luego empezó a hablar... Fue extraño... sobre las relaciones que la gente tiene en sus vidas, y una cosa llevó a la otra y me preguntó si tenía novia o novio. Creí que... -reí por lo bajo, acentuando lo ridículo que me parecía- creí que se me estaba insinuando. Le contesté que no tenía intenciones de tener una pareja, y él negó haber estado intentando...

-¿Negó que estaba intentando tener algo contigo?

-Sí.

-¿Por eso crees que no le gustan los tíos?

Le miré fijamente.

-Y porqué nunca ha traído un novio o... porque no luce como... Es decir, John es bastante higiénico, se cuida, pero no al punto de...

-No tiene nada que ver, Sherlock.

Fue entonces que Lestrade me plantó el bichito de la duda, que fue creciendo y creciendo hasta que en el matrimonio lo comprendí. No obstante, para mí eso no cambiaba absolutamente nada de nada. Yo no era de su interés. O eso creí.

Tras escribir el discurso con ayuda de Lestrade, en el matrimonio había lucido como el mejor amigo posible, como los invitados confirmaron en modo de elogio. Pero para Lestrade había sido diferente, y durante nuestra cena en aquel restaurante -Madaba estaba lleno de ellos- aprovechó para sacármelo en cara.

Era débil. Era lo que Lestrade pensaba, pero él parecía ver una extraña madurez en ello.

-Molly quedó algo preocupada cuando te fuiste temprano de la boda, de hecho -me comentó, luego de que John se levantara a pedir más agua- . La entristeció mucho. No ha vuelto a hacer avances desde entonces, ¿no?

-Molly nunca hizo avances, Lestrade -le dije- . Creo que es todo el punto de nuestra relación.

-Ohm, estoy perfectamente seguro de que sí los hizo, es sólo que tú no te diste cuenta. Tú sólo reaccionarías ante el avance de una persona si esta fuera John. Ya lo viste cuando lo hizo en el primer caso que resolvieron. Tú mismo me contaste.

-Pero no era un avance de nada -dije. Aunque ahora pensaba diferente.

-En el matrimonio dejaste muy claro que no te creías merecedor de la amistad de nadie, Sherlock, y vaya que te equivocas. Has hecho mucho por muchas personas.

-Siempre hubo un interés trascendental de por medio, ¿o es que acaso crees que te ayudaba con los casos por hacerte un favor a ti?

-No, en lo absoluto -dijo, sonriendo- . Pero no te lanzaste de ese techo por ayudarte a ti mismo, ¿no es así?

Me quedé callado. Lestrade sonaba y lucía desafiante, y eso me molestaba. Me había ganado. Entonces sonreí.

-Es en parte por mí -dije- .  Siempre va a ser en parte por mí, Lestrade. John habría sido asesinado a sangre fría ese día, a distancia, como en las... misiones de espionaje, ¿no? -dije, con cizaña- Y no puedo resolver casos apropiadamente sin John, Lestrade. Deberías saberlo.

-Oh, lo sé. Pero John no.

-Le he dicho múltiples veces cuán util él es cuando salimos a resolver crímenes. Que él no lo asimile es otro asunto. Siempre se empequeñece a sí mismo, siempre acata órdenes...

-Nunca critica -añadió Lestrade- . Sólo critica a los mentirosos. Y tú le has mentido.

Perdiendo la paciencia, miré hacia John en la barra para entretener la vista en otra parte. La expresión de Lestrade se había vuelto socarrona.

-Podrías confesarte para variar -añadió.

John miró hacia la mesa. El comentario de Lestrade me hizo temblar las piernas, y alargué la mano hacia la mesa de la esquina donde estábamos, y cogí una revista vieja. Estaba en francés.

-Ya viene. Es tu oportunidad. Si quieres me voy.

-No hay nada que confesar. Greg.

-Oh, ya recuerdas su nombre -dijo John, llegando hasta el puesto.

Se había tomado la mitad del vaso camino hacia aquí.

-¿Quieres un poco? -me ofreció.

-Iré por uno entero -le dije, sin mirarle.

Miré su nuca cuando pasé por detrás de su silla, antes de alejarme. Vi a Lestrade rodar los ojos.


Ya en el cuarto, estuve junto al baño por minutos, mientras le oía bañarse. En la puerta había un letrero en francés advirtiendo a los turistas ser breves con las duchas, pero pasaron veinte minutos y John siguió adentro. Al contrario de otras veces, no estaba tarareando, y me fui de allí a la pieza de Lestrade en poco tiempo.

Le encontré en su pequeño balcón. Todas las piezas del lado norte del edificio tenían balcones, y estos daban hacia la ciudad dormida. Saqué la cajetilla de cigarros y le ofrecí uno.

-Aquí aún puedes fumar -dijo.

-Sólo eso -dije, con frustración.

Si besara a John en público, sería probablemente arrestado. Por supuesto, no lo haría, sería totalmente contraproducente al deseo de John de permanecer enojado.

En eso, allí apoyado contra el umbral del ventanal, en mi túnica árabe, noté que desde la pieza de Lestrade podía oírse la ducha del cuarto mío y de John. Las paredes eran la nada misma. Por el sonido que se traspasaba, calculé que serían cinco centímetros de espesor, aunque nada era seguro. No conocía mucho de la piedra jordana, y ese edificio era antiguo. Si estuviéramos en Sudamérica se desplomaría al más mínimo de los temblores.

-¿John no vio el cartel del baño?

-Lo vio. No lo observó, que es otra cosa -dije, mirando hacia la ciudad semiazul.

Lestrade estaba apoyado de codos sobre el balcón. Intercambiamos miradas significativas.

-¿Por qué no vas y arreglan las cosas? Además, John lo único que quiere es preguntarte sobre lo que... lo que le revelé de tu caída.

-No. Tiene a Haneen grabada en la cabeza. A Haneen y el hecho de que estoy casado con ella.

-¿Cómo pasó? No me dijiste los detalles.

-Ahm... cosas del registro civil. Debía tener un esposo para conservar al niño. El padre se lo quiere quitar. Simple.

Lestrade asintió, poco crédulo.

-¿Por qué aceptaste hacerle el favor? Sólo la conoces desde hace dos semanas.

-No lo sé. Me agrada.

-¿Te agrada? ¿A Sherlock Holmes le agrada una chica simple?

-No es simple -dije, horrorizado- . Tiene una mente brillante y es... lingüista.

-Tiene buena memoria. Como... los doctores.

-Oh, por dios, Lestrade, deja insinuar cosas. John y yo... No soy bueno para él.

Apagué el cigarrillo contra las barandas de piedra y fui hacia la puerta del cuarto.

-Sherlock.

Me detuve, pero me quedé quieto sin mirarle.

-Un día todo sentimiento termina por aflorar por sí solo, y si no lo dejas salir, va a hacerlo irracionalmente. Sé que detestas lo irracional. No dejes que se convierta en sólo pasión, Sherlock, o les pasará lo que les pasa a todos: se terminará y nunca podrán arreglarlo.


Era el balance que había estado buscando. El balance entre el sentimiento y el pensamiento que no había podido conseguir desde que le besara al fin. Había estado aguijoneándome. Antes de ese beso siempre fue un sentimiento construído en la reflexión, en la deducción del mismo. Me había dado cuenta de que ese sentimiento existía por medio de la deducción. Las pistas se juntaron, se amontonaron hasta hacer una ruma que sobrepasó la superficie.

Y me daba miedo necesitarle tanto. Antes de John siempre había sido perfectamente capaz de hacer las cosas solo, pero ahora si no estaba él nada tenía gracia.

Oí a John hacer pipí desde el balcón. Todos los sonidos se intensificaban en un silencio como ese, todo se desinhibía en ese silencio extrañamente relajante. Y lo mejor -o peor- era que sabía que meses atrás me habría vuelto loco.

John salió entre un montón de vapor que parecía hervir tras treinta minutos nada más ni nada menos de ducha. Había exagerado esta vez. Pero lo entendía: la necesidad de agua de John había crecido, y alguien tan dependiente como era él del consumo normal de alimentos de un ser humano parecía desesperado en una tierra que a la primera mirada parece no pertenecerle a nadie. Pero tras un tiempo allí, yo había llegado a comprender que me era indeferente la disparidad alimenticia. No comía mucho de todos modos.

-¿Fumando? -preguntó. Su voz sonó más alta de lo usual en medio de ese silencio.

-No recibiré ninguna multa aquí -dije, cuidando fijar mi mirada en el horizonte perdido de una ciudad llena de edificios pequeños, con los codos apoyados en las barandas. Incluso entonces el horizonte se perdía. Las dunas kilómetros allá se perdían, y los habitantes que hacían de aquella una ciudad cosmopolita en esa época tendían a dormir temprano tras una jornada demasiado calurosa de trabajo.

Había visto a muchos británicos y escandinavos, y por su constitución suponía lo obvio: eran los primeros durmientes, y no tenía nada que recriminarles, si bien valía la pena quedarse despierto hasta mucho después de la caída del sol. El cielo era casi azul y era impresionante, aunque tras preguntarle a un hombre que había estado toda su vida allí, o a Haneen de hecho, ya no les parecía impresionante en lo absoluto. Uno nunca valora lo que tiene, y no podía estar más de acuerdo con el dicho: a pesar de la ventaja de fumar cigarros de verdad, no podía extrañar más Londres... o mi abrigo de hecho. Me sentía desnudo sin él en esta época.

Oí a John dar un suspiro en medio de ese silencio improvisado por la incomodidad, y por fin me atreví a voltearme a verle.

Tenía el cabello mojado y el torso desnudo en una noche sin duda demasiado calurosa para su gusto. Me quedé quieto mirándole, su nuca aún un poco mojada, y el aspecto redondeado de sus hombros. Parecía cansado, en lo absoluto a gusto allí, quizá por falta de capacidad para adaptarse. Pero una vez más me daba cuenta de mi equivocación en el camino: aquel lugar le recordaba a sus días de guerra, y aunque le gustaba la sensación del peligro, como había demostrado en muchos de nuestros casos -ya que se aburría tanto como yo en los días de rutinario trabajo en el hospital- a John no le agradaba ver un escenario y sentir el calor de un lugar similar al de la guerra. “Vi a muchos de mis amigos morir...” había dicho un día. O de hecho, también recordaba cuando el primer día de nuestra sociedad juntos, le supliqué que dedujera qué haría si estuviera conciente de que le quedaban pocos segundos de vida, cuando le supliqué que usara su imaginación para averiguarlo. John me respondió “No tengo que hacerlo”. No tengo que usar mi imaginación, Sherlock. Ya lo he vivido. Recuerdo haberme sentido verdaderamente mal por primera vez en mi vida a causa de un error propio, un error por mi falta absoluta de empatía, por mi sociopatía, mi inconciencia, mi estupidez.

“Eres un idiota” pensé. “Nadie podría fingir ser un idiota todo el tiempo” recordé entonces... Nadie me había llamado idiota nunca, al menos no con ese tono de voz cálido y al mismo tiempo sarcástico que tenía John, tan único, que te hacía sentirte halagado y divertido al mismo tiempo. Me ha hecho sonreír muchas veces, y yo le hecho hacer lo mismo tan pocas.

Finalmente John se volteó a verme. Se había puesto una camisa de dormir en el proceso.

-¿Y? ¿Vas a intentar arreglarlo? -preguntó de la nada. Pestañeé, tras darme cuenta de que tenía los ojos secos- No creas que lo que me dijo Lestrade va a arreglarlo, si es que... quieres arreglarlo. Es asunto tuyo si quieres...

Pareció disminuído. Juntó las manos sobre sus rodillas, ahí sentado en la cama casi en un gesto de acurrucamiento.

-De hecho lo hace peor. Esto sólo es una cosa más que me ocultas, algo que tenía que ver directamente conmigo. ¿Por qué le cuentas todo a todos, en primer lugar? -dijo, riendo amargamente- Primero Molly, Mycroft, tus padres, Lestrade... -Su voz pareció temblar un poco- , y yo no...

Tragué. Di un paso hacia el interior de la pieza. El cigarro se estaba consumiendo solo, y las cenizas caían al piso.

-... yo siempre quedo fuera.

Pensé que diría algo más, pero no lo hizo. Me estaba recriminando, y quería que me dijera cosas más hirientes que esa. Me lo merecía.

-No quería... -comencé.

-¿Lastimarme? No, supongo que no es eso. Eso es hacerse ilusiones.

Alzó la vista hacia la puerta del cuarto. La única lámpara encendida del cuarto era la suya, lo demás estaba entintado de un azul intenso.

-Supongo que es porque podría abrir la bocota -dijo.

No podía culparlo por pensar eso. Yo mismo se lo había dicho, aunque en palabras más suaves.

-¿Puedes darme una oportunidad? -le pregunté.

John rió brevemente y con amargura, mirando hacia el piso del cuarto. Tenía los pies descalzos, doblados hacia adentro como si tuviera las piernas en la posición del loto.

-¿Y lo preguntas? -dijo. Agitó la cabeza brevemente, como si esto lo indignara- Sabes perfectamente que te daría mil oportunidades, Sherlock.

Alcé la vista hacia él, pasmado. Las palabras retumbaron en mi cerebro, suavizando a cada eco mental su voz.

-Pregunta -le propuse- . Pregunta lo que quieras.

Me apoyé a un lado de la ventana, y le vi sobarse las manos, visiblemente nervioso, y respirar profundamente con los ojos cerrados. No obstante, dudaba que la intensidad de su emoción se igualara a la mía. Y es que me empezó a poner nervioso a mí también, por lo que, aún sin saber qué tan conveniente sería, fui a sentarme a su lado. No obstante, tras comprender que esperaba otro tipo de respuesta corporal vi decepcionado que seguía de la misma manera.

-Nunca perdoné a Mary -susurró entonces, con los ojos cerrados.

Eso no era una pregunta.

Apretó los párpados con fuerza, y comprendí que era muy difícil para él hablar de ello, y difícil para mí lidiar con ello. ¿Qué hacía la gente en este tipo de situaciones? Sin embargo, lo que más me inquietó es que hablara de Mary tan repentinamente.

-¿No la perdonaste por dispararme? -le pregunté- Creí que todo había quedado bien entre ustedes. Sabes que no lo hizo en miras de...

-Sherlock, ves absolutamente todas las pistas, pero nunca te diste cuenta de que nunca llevé el anillo después de que volvieras de ese exilio que nunca se cumplió. No llevé el anillo siquiera cuando nos despedimos. ¿Por qué no te diste cuenta?

Se tapó los ojos con la mano. Yo retorcí mis manos sin saber qué hacer. Toda la cercanía, la confianza que habíamos compartido ese anochecer en Londres se había esfumado. No obstante, moví mi mano hacia la suya para reconfortarlo.

Sólo logré que me rehuyera. Aún no me perdonaba del todo por haberle dejado otra vez. No insistí.

-Creo que estaba pendiente de otras cosas -dije.

-¿De qué otra cosa podrías haber estado...?

-De ti. Y no eres tus dedos o tus manos o tus brazos, ¿o sí?

John finalmente me miró. Sus ojos estaban brillantes.

-Estaba más preocupado de... -Carraspeé. Había sido demasiado demostrativo- bueno, el que... no volviera nunca más a Londres o... a verte. Tu ropa, tu anillo, qué zapatos estabas usando, si estabas afeitado para una cita... Estaba completamente ciego ante eso -Pero los sentimientos me llevaron de nuevo, y le miré con la fijeza del afecto que me provocaba- . Por una vez en mi vida no fui capaz de deducir nada involuntariamente. De hecho, siempre que te deduje antes fue totalmente involuntario. Las señales seguían saltando como burbujas ante mis ojos, sin que me lo propusiera. Te volviste tan... fascinante de descifrar al primer momento, sobre todo porque no hablabas casi nada de ti mismo. Todos quieren hablar de sí mismos, pero tú no lo haces. Y me guardabas secretos. Ni siquiera quisiste decirme tu segundo nombre.

-Siento no...

-No. Está bien -Miré a otro lado, sonriendo- . Así me dabas algo en qué distraerme cuando no querías hablarme.

Me miré las manos. Ahora mismo le estaba deduciendo sin detenerme, pero era tan rápido que temía no estar haciéndolo bien. Con John a veces confundía las señales, especialmente porque él era un hombre tan emocional bajo tantas capas de discreción. No sabía deducir la emocionalidad si era algo que podía pasar a futuro. Pero estaba practicando.

-Entonces, éramos yo, la señora Hudson y Lestrade.

-Sí -dije, juntando las manos delante de mis labios, atribulado por el tema que finalmente había abordado.

-Moriarty descartó a Molly.

-Incluso él comete errores.

Si tan sólo hubiese cometido el error con John. Pero no. Había sido transparente la segunda vez que nos encontramos. Volví demasiado obvio que me importaba, y Moriarty tomó ese dato a su favor.

-¿Me apuntaban con un arma en el momento en que te despediste?

Asentí.

-Ya veo -Carraspeó- . ¿Me apuntaban la última vez?

Negué con la cabeza.

-Me dijo que no te dañaría, John. Me dijo que no te haría absolutamente nada -reconocí- . Pero no podía confiar en él.

-De todos modos no debiste irte esa noche -susurró- . Debiste quedarte como prometiste. Pero desapareciste tan rápido. Iba a suplicarte si era necesario, pero no me diste la oportunidad.

-¿Por qué no mejor inmovilizarme? Eres un soldado -sugerí, más en broma.

-No. Después de que me besaras me incapacitaste para dañarte. A muchos hombres les sucede al revés -dijo con sarcasmo.

Separé mis labios contra mis dedos. Besos. ¿Se repetirían? Todo parecía tan frío ahora mismo entre los dos. Todo John decía que quería mantener la lejanía, e iba a respetar su deseo.

-Cuando lo hagas otra vez, cuida que tenga una sonrisa en el rostro -susurró. Me volteé levemente a mirar su rostro. La lámpara acentuaba las líneas junto a sus ojos.

Estuve muchos segundos esperando que una sonrisa perdida surgiera de sus labios, pero esta noche no llegó a trepar a su rostro, y no lo hizo en toda la charla que mantuvimos.

Le hablé de cada detalle sobre el salto, nuevamente, sin que él nunca preguntara cómo lo había hecho. Hasta ahora era lo que menos le importaba de todo eso. Me había elogiado múltiples veces al explicar cómo deducía las cosas, y en ocasiones él mismo se había emocionado de sobremanera. Era un hecho inexplicable y halagador de ver, y era por ello que sólo explicaba para él la resolución de los casos en el proceso. Cuando Lestrade me lo pedía, para tener un entendimiento más detallado de las pruebas encontradas, había sentido que estaba revelándole algo privado de nosotros dos, como quien explica de qué manera prefiere ser besado.

Yo prefería la calma. Pero John parecía preferir la calma antes de la tempestad. Había sido capaz de distinguir aquello, a pesar de ser todo menos un experto en aquella ciencia de las ferómonas. Sabía cuantos músculos se usaban en tal acción, pero había tenido que presenciarlo para entender cómo le gustaba. Atajé a John y a Mary besándose en la cocina de Baker Street un día, mientras organizábamos el matrimonio. Mary había comenzado tranquilamente, y John  había llevado el estilo con gusto por un rato, pero luego un cambio drástico sucedió cuando John posó la mano en su nuca, y todo pareció volverse una tormenta. En ese punto me alejé, avergonzado por mi intromisión, y sólo alcancé a Mary decir “Hey... No estamos en nuestra casa”. Entonces pensé, con un agujero en el pecho “Claro. Ya no es tu casa, John.” Fue entonces que comenzó ese decaimiento sin rumbo que me llevó a probar la cocaina de nuevo y a remover el sillón de John para llevarlo a mi dormitorio. Nunca sabré cómo se me pasó por la cabeza llevarlo al dormitorio. Eso sólo puso leña al fuego.

También me preguntó por Mycroft, el porqué de que tuviéramos una relación tan lamentable como hermanos. Era algo que no creí que preguntaría, dada la fría relación que él mismo tenía con Mycroft. Pero John tenía una hermana y estaba familiarizado con las peleas fraternales.

-Te prometo contarte algún día -le dije, en vez de mentirle como otras veces había hecho. Quería contárselo, en verdad- . No quiero distraerme del caso.

-¿Vas a resolverlo? -dijo, un poco más calmado. Mi cuerpo estaba totalmente orientado hacia él, pero ya no temía ser tan evidente.

-Claro. Debo volver a Londres, ¿no?

John asintió, mirándome fijo a los ojos. Algo en él seguía detenido en Mary, por lo que en ese punto, una sonrisa torcida habría sido suficiente para persuadirme a hacerla desaparecer de su mente.


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2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Está genial la historia! Espero que la sigas escribiendo !

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Es esa tendencia del ser humano a desear que todos los que le rodean entren en una cajita con una etiqueta que ellos aprueben. Si uno no entra en ese cajita, uno es rechazado socialmente.
Tenemos que destruir esa cajita, porque el ser humano es complejo por naturaleza. Todos somos diferentes y aceptables, a menos que uno sea un sacoehuéa abusivo con tendencias dictatoriales.

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