Capítulo 9:
"Verdades que saben a cosa buena"
Ya en el cuarto, estuve junto al baño por minutos, mientras le oía bañarse. En la puerta había un letrero en francés advirtiendo a los turistas ser breves con las duchas, pero pasaron veinte minutos y John siguió adentro. Al contrario de otras veces, no estaba tarareando, y me fui de allí a la pieza de Lestrade en poco tiempo.
Le encontré en su pequeño balcón. Todas las piezas del lado norte del edificio tenían balcones, y estos daban hacia la ciudad dormida. Saqué la cajetilla de cigarros y le ofrecí uno.
-Aquí aún puedes fumar -dijo.
-Sólo eso -dije, con frustración.
Si besara a John en público, sería probablemente arrestado. Por supuesto, no lo haría, sería totalmente contraproducente al deseo de John de permanecer enojado.
En eso, allí apoyado contra el umbral del ventanal, en mi túnica árabe, noté que desde la pieza de Lestrade podía oírse la ducha del cuarto mío y de John. Las paredes eran la nada misma. Por el sonido que se traspasaba, calculé que serían cinco centímetros de espesor, aunque nada era seguro. No conocía mucho de la piedra jordana, y ese edificio era antiguo. Si estuviéramos en Sudamérica se desplomaría al más mínimo de los temblores.
-¿John no vio el cartel del baño?
-Lo vio. No lo observó, que es otra cosa -dije, mirando hacia la ciudad semiazul.
Lestrade estaba apoyado de codos sobre el balcón. Intercambiamos miradas significativas.
-¿Por qué no vas y arreglan las cosas? Además, John lo único que quiere es preguntarte sobre lo que... lo que le revelé de tu caída.
-No. Tiene a Haneen grabada en la cabeza. A Haneen y el hecho de que estoy casado con ella.
-¿Cómo pasó? No me dijiste los detalles.
-Ahm... cosas del registro civil. Debía tener un esposo para conservar al niño. El padre se lo quiere quitar. Simple.
Lestrade asintió, poco crédulo.
-¿Por qué aceptaste hacerle el favor? Sólo la conoces desde hace dos semanas.
-No lo sé. Me agrada.
-¿Te agrada? ¿A Sherlock Holmes le agrada una chica simple?
-No es simple -dije, horrorizado- . Tiene una mente brillante y es... lingüista.
-Tiene buena memoria. Como... los doctores.
-Oh, por dios, Lestrade, deja insinuar cosas. John y yo... No soy bueno para él.
Apagué el cigarrillo contra las barandas de piedra y fui hacia la puerta del cuarto.
-Sherlock.
Me detuve, pero me quedé quieto sin mirarle.
-Un día todo sentimiento termina por aflorar por sí solo, y si no lo dejas salir, va a hacerlo irracionalmente. Sé que detestas lo irracional. No dejes que se convierta en sólo pasión, Sherlock, o les pasará lo que les pasa a todos: se terminará y nunca podrán arreglarlo.
Era el balance que había estado buscando. El balance entre el sentimiento y el pensamiento que no había podido conseguir desde que le besara al fin. Había estado aguijoneándome. Antes de ese beso siempre fue un sentimiento construído en la reflexión, en la deducción del mismo. Me había dado cuenta de que ese sentimiento existía por medio de la deducción. Las pistas se juntaron, se amontonaron hasta hacer una ruma que sobrepasó la superficie.
Y me daba miedo necesitarle tanto. Antes de John siempre había sido perfectamente capaz de hacer las cosas solo, pero ahora si no estaba él nada tenía gracia.
Oí a John hacer pis desde el balcón. Todos los sonidos se intensificaban en un silencio como ese, todo se desinhibía en ese silencio extrañamente relajante. Y lo mejor -o peor- era que sabía que meses atrás me habría vuelto loco.
John salió entre un montón de vapor que parecía hervir tras treinta minutos nada más ni nada menos de ducha. Había exagerado esta vez. Pero lo entendía: la necesidad de agua de John había crecido, y alguien tan dependiente como era él del consumo normal de alimentos de un ser humano parecía desesperado en una tierra que a la primera mirada parece no pertenecerle a nadie. Pero tras un tiempo allí, yo había llegado a comprender que me era indeferente la disparidad alimenticia. No comía mucho de todos modos.
-¿Fumando? -preguntó. Su voz sonó más alta de lo usual en medio de ese silencio.
-No recibiré ninguna multa aquí -dije, cuidando fijar mi mirada en el horizonte perdido de una ciudad llena de edificios pequeños, con los codos apoyados en las barandas. Incluso entonces el horizonte se perdía. Las dunas kilómetros allá se perdían, y los habitantes que hacían de aquella una ciudad cosmopolita en esa época tendían a dormir temprano tras una jornada demasiado calurosa de trabajo.
Había visto a muchos británicos y escandinavos, y por su constitución suponía lo obvio: eran los primeros durmientes, y no tenía nada que recriminarles, si bien valía la pena quedarse despierto hasta mucho después de la caída del sol. El cielo era casi azul y era impresionante, aunque tras preguntarle a un hombre que había estado toda su vida allí, o a Haneen de hecho, ya no les parecía impresionante en lo absoluto. Uno nunca valora lo que tiene, y no podía estar más de acuerdo con el dicho: a pesar de la ventaja de fumar cigarros de verdad, no podía extrañar más Londres... o mi abrigo de hecho. Me sentía desnudo sin él en esta época.
Oí a John dar un suspiro en medio de ese silencio improvisado por la incomodidad, y por fin me atreví a voltearme a verle.
Tenía el cabello mojado y el torso desnudo en una noche sin duda demasiado calurosa para su gusto. Me quedé quieto mirándole, su nuca aún un poco mojada, y el aspecto redondeado de sus hombros. Parecía cansado, en lo absoluto a gusto allí, quizá por falta de capacidad para adaptarse. Pero una vez más me daba cuenta de mi equivocación en el camino: aquel lugar le recordaba a sus días de guerra, y aunque le gustaba la sensación del peligro, como había demostrado en muchos de nuestros casos -ya que se aburría tanto como yo en los días de rutinario trabajo en el hospital- a John no le agradaba ver un escenario y sentir el calor de un lugar similar al de la guerra. “Vi a muchos de mis amigos morir...” había dicho un día. O de hecho, también recordaba cuando el primer día de nuestra sociedad juntos, le supliqué que dedujera qué haría si estuviera conciente de que le quedaban pocos segundos de vida, cuando le supliqué que usara su imaginación para averiguarlo. John me respondió “No tengo que hacerlo”. No tengo que usar mi imaginación, Sherlock. Ya lo he vivido. Recuerdo haberme sentido verdaderamente mal por primera vez en mi vida a causa de un error propio, un error por mi falta absoluta de empatía, por mi sociopatía, mi inconciencia, mi estupidez.
“Eres un idiota” pensé. “Nadie podría fingir ser un idiota todo el tiempo” recordé entonces... Nadie me había llamado idiota nunca, al menos no con ese tono de voz cálido y al mismo tiempo sarcástico que tenía John, tan único, que te hacía sentirte halagado y divertido al mismo tiempo. Me ha hecho sonreír muchas veces, y yo le hecho hacer lo mismo tan pocas.
Finalmente John se volteó a verme. Se había puesto una camisa de dormir en el proceso.
-¿Y? ¿Vas a intentar arreglarlo? -preguntó de la nada. Pestañeé, tras darme cuenta de que tenía los ojos secos- No creas que lo que me dijo Lestrade va a arreglarlo, si es que... quieres arreglarlo. Es asunto tuyo si quieres...
Pareció disminuído. Juntó las manos sobre sus rodillas, ahí sentado en la cama casi en un gesto de acurrucamiento.
-De hecho lo hace peor. Esto sólo es una cosa más que me ocultas, algo que tenía que ver directamente conmigo. ¿Por qué le cuentas todo a todos, en primer lugar? -dijo, riendo amargamente- Primero Molly, Mycroft, tus padres, Lestrade... -Su voz pareció temblar un poco- , y yo no...
Tragué. Di un paso hacia el interior de la pieza. El cigarro se estaba consumiendo solo, y las cenizas caían al piso.
-... yo siempre quedo fuera.
Pensé que diría algo más, pero no lo hizo. Me estaba recriminando, y quería que me dijera cosas más hirientes que esa. Me lo merecía.
-No quería... -comencé.
-¿Lastimarme? No, supongo que no es eso. Eso es hacerse ilusiones.
Alzó la vista hacia la puerta del cuarto. La única lámpara encendida del cuarto era la suya, lo demás estaba entintado de un azul intenso.
-Supongo que es porque podría abrir la bocota -dijo.
No podía culparlo por pensar eso. Yo mismo se lo había dicho, aunque en palabras más suaves.
-¿Puedes darme una oportunidad? -le pregunté.
John rió brevemente y con amargura, mirando hacia el piso del cuarto. Tenía los pies descalzos, doblados hacia adentro como si tuviera las piernas en la posición del loto.
-¿Y lo preguntas? -dijo. Agitó la cabeza brevemente, como si esto lo indignara- Sabes perfectamente que te daría mil oportunidades, Sherlock.
Alcé la vista hacia él, pasmado. Las palabras retumbaron en mi cerebro, suavizando a cada eco mental su voz.
-Pregunta -le propuse- . Pregunta lo que quieras.
Me apoyé a un lado de la ventana, y le vi sobarse las manos, visiblemente nervioso, y respirar profundamente con los ojos cerrados. No obstante, dudaba que la intensidad de su emoción se igualara a la mía. Y es que me empezó a poner nervioso a mí también, por lo que, aún sin saber qué tan conveniente sería, fui a sentarme a su lado. No obstante, tras comprender que esperaba otro tipo de respuesta corporal vi decepcionado que seguía de la misma manera.
-Nunca perdoné a Mary -susurró entonces, con los ojos cerrados.
Eso no era una pregunta.
Apretó los párpados con fuerza, y comprendí que era muy difícil para él hablar de ello, y difícil para mí lidiar con ello. ¿Qué hacía la gente en este tipo de situaciones? Sin embargo, lo que más me inquietó es que hablara de Mary tan repentinamente.
-¿No la perdonaste por dispararme? -le pregunté- Creí que todo había quedado bien entre ustedes. Sabes que no lo hizo en miras de...
-Sherlock, ves absolutamente todas las pistas, pero nunca te diste cuenta de que nunca llevé el anillo después de que volvieras de ese exilio que nunca se cumplió. No llevé el anillo siquiera cuando nos despedimos. ¿Por qué no te diste cuenta?
Se tapó los ojos con la mano. Yo retorcí mis manos sin saber qué hacer. Toda la cercanía, la confianza que habíamos compartido ese anochecer en Londres se había esfumado. No obstante, moví mi mano hacia la suya para reconfortarlo.
Sólo logré que me rehuyera. Aún no me perdonaba del todo por haberle dejado otra vez. No insistí.
-Creo que estaba pendiente de otras cosas -dije.
-¿De qué otra cosa podrías haber estado...?
-De ti. Y no eres tus dedos o tus manos o tus brazos, ¿o sí?
(Kanes: https://www.youtube.com/watch?v=VEpMj-tqixs)
John finalmente me miró. Sus ojos estaban brillantes.
-Estaba más preocupado de... -Carraspeé. Había sido demasiado demostrativo- bueno, el que... no volviera nunca más a Londres o... a verte. Tu ropa, tu anillo, qué zapatos estabas usando, si estabas afeitado para una cita... Estaba completamente ciego ante eso -Pero los sentimientos me llevaron de nuevo, y le miré con la fijeza del afecto que me provocaba- . Por una vez en mi vida no fui capaz de deducir nada involuntariamente. De hecho, siempre que te deduje antes fue totalmente involuntario. Las señales seguían saltando como burbujas ante mis ojos, sin que me lo propusiera. Te volviste tan... fascinante de descifrar al primer momento, sobre todo porque no hablabas casi nada de ti mismo. Todos quieren hablar de sí mismos, pero tú no lo haces. Y me guardabas secretos. Ni siquiera quisiste decirme tu segundo nombre.
-Siento no...
-No. Está bien -Miré a otro lado, sonriendo- . Así me dabas algo en qué distraerme cuando no querías hablarme.
Me miré las manos. Ahora mismo le estaba deduciendo sin detenerme, pero era tan rápido que temía no estar haciéndolo bien. Con John a veces confundía las señales, especialmente porque él era un hombre tan emocional bajo tantas capas de discreción. No sabía deducir la emocionalidad si era algo que podía pasar a futuro. Pero estaba practicando.
-Entonces, éramos yo, la señora Hudson y Lestrade.
-Sí -dije, juntando las manos delante de mis labios, atribulado por el tema que finalmente había abordado.
-Moriarty descartó a Molly.
-Incluso él comete errores.
Si tan sólo hubiese cometido el error con John. Pero no. Había sido transparente la segunda vez que nos encontramos. Volví demasiado obvio que me importaba, y Moriarty tomó ese dato a su favor.
-¿Me apuntaban con un arma en el momento en que te despediste?
Asentí.
-Ya veo -Carraspeó- . ¿Me apuntaban la última vez?
Negué con la cabeza.
-Me dijo que no te dañaría, John. Me dijo que no te haría absolutamente nada -reconocí- . Pero no podía confiar en él.
-De todos modos no debiste irte esa noche -susurró- . Debiste quedarte como prometiste. Pero desapareciste tan rápido. Iba a suplicarte si era necesario, pero no me diste la oportunidad.
-¿Por qué no mejor inmovilizarme? Eres un soldado -sugerí, más en broma.
-No. Después de que me besaras me incapacitaste para dañarte. A muchos hombres les sucede al revés -dijo con sarcasmo.
Separé mis labios contra mis dedos. Besos. ¿Se repetirían? Todo parecía tan frío ahora mismo entre los dos. Todo John decía que quería mantener la lejanía, e iba a respetar su deseo.
-Cuando lo hagas otra vez, cuida que tenga una sonrisa en el rostro -susurró. Me volteé levemente a mirar su rostro. La lámpara acentuaba las líneas junto a sus ojos.
Estuve muchos segundos esperando que una sonrisa perdida surgiera de sus labios, pero esta noche no llegó a trepar a su rostro, y no lo hizo en toda la charla que mantuvimos.
Le hablé de cada detalle sobre el salto, nuevamente, sin que él nunca preguntara cómo lo había hecho. Hasta ahora era lo que menos le importaba de todo eso. Me había elogiado múltiples veces al explicar cómo deducía las cosas, y en ocasiones él mismo se había emocionado de sobremanera. Era un hecho inexplicable y halagador de ver, y era por ello que sólo explicaba para él la resolución de los casos en el proceso. Cuando Lestrade me lo pedía, para tener un entendimiento más detallado de las pruebas encontradas, había sentido que estaba revelándole algo privado de nosotros dos, como quien explica de qué manera prefiere ser besado.
Yo prefería la calma. Pero John parecía preferir la calma antes de la tempestad. Había sido capaz de distinguir aquello, a pesar de ser todo menos un experto en aquella ciencia de las ferómonas. Sabía cuantos músculos se usaban en tal acción, pero había tenido que presenciarlo para entender cómo le gustaba. Atajé a John y a Mary besándose en la cocina de Baker Street un día, mientras organizábamos el matrimonio. Mary había comenzado tranquilamente, y John había llevado el estilo con gusto por un rato, pero luego un cambio drástico sucedió cuando John posó la mano en su nuca, y todo pareció volverse una tormenta. En ese punto me alejé, avergonzado por mi intromisión, y sólo alcancé a Mary decir “Hey... No estamos en nuestra casa”. Entonces pensé, con un agujero en el pecho “Claro. Ya no es tu casa, John.” Fue entonces que comenzó ese decaimiento sin rumbo que me llevó a probar la cocaina de nuevo y a remover el sillón de John para llevarlo a mi dormitorio. Nunca sabré cómo se me pasó por la cabeza llevarlo al dormitorio. Eso sólo puso leña al fuego.
También me preguntó por Mycroft, el porqué de que tuviéramos una relación tan lamentable como hermanos. Era algo que no creí que preguntaría, dada la fría relación que él mismo tenía con Mycroft. Pero John tenía una hermana y estaba familiarizado con las peleas fraternales.
-Te prometo contarte algún día -le dije, en vez de mentirle como otras veces había hecho. Quería contárselo, en verdad- . No quiero distraerme del caso.
-¿Vas a resolverlo? -dijo, un poco más calmado. Mi cuerpo estaba totalmente orientado hacia él, pero ya no temía ser tan evidente.
-Claro. Debo volver a Londres, ¿no?
John
Estuve a punto de sonreír muchas veces, aunque no quisiera hacerlo. La acción simplemente no venía a mi rostro. Sherlock no había preguntado más sobre Mary a pesar de mi confesión, tal vez por consideración. Estuve a punto de quebrarme al inicio de nuestra conversación, sólo por sentirme culpable acerca de Mary.
El punto con ella era que siempre estaría atado a su recuerdo. Hamish siempre me la recordaría. Tenían la misma sonrisa y las mismas mejillas, pero sentía un resentimiento hacia Mary que no había podido borrar de mi corazón a pesar de su muerte. Esa muerte que no lo había sido. De hecho, este resentimiento había renacido con mayor firmeza tras saber que me había mentido, como también el recuerdo de las mentiras de Sherlock. Me estaba costando perdonar a los dos, y temía nunca sacarme ese sentimiento del pecho.
Me levanté con el alba. Estaba acostado sobre mi abdomen, cosa que nuca ocurría, y las sábanas estaban completamente corridas. Había terminado por combatir el calor en sueños. Me enderecé, sintiendo cómo mi mejilla arrastraba la tela de la almohada consigo, y vi la cama de Sherlock a mi derecha. No estaba, por supuesto, y ya estaba completamente hecha.
Me sobé la cara, un tanto sofocado, y vi que los ventanales estaban abiertos. Sherlock tomaba un vaso de agua en el balcón.
Se había puesto una camisa de lino más formal, color celeste, y unos pantalones de lino sueltos. Tenía las mangas subidas y lo codos desnudos sobre la piedra rasposa. Estaba en una postura relajada, pero su quietud me indicó que estaba pensando detenidamente en algo.
-John... -le oí decir.
Eso era lo que me había despertado. “John, John, John, John...” una y otra vez salir de la boca de Sherlock. ¿Qué rayos estaba haciendo?
-John, hay algo que... siempre he querido decirte. Ya que probablemente nunca nos volveremos a ver, yo... -carraspeó, casi como si estuviera hablándome. ¿Estaba ensayando o qué?- creo que debería decírtelo ahora. Porque... después no habrá oportunidad...
Entonces recordé a Sherlock en el aeropuerto, diciendo aquella ridiculez. “Sherlock es un nombre de chica”.
-... te lo diré ahora, para no arrepentirme después por... haberlo evitado. Por ser tan cobarde... siempre... contigo... Rayos -Se revolvió el pelo y se pasó las manos por la cara. Seguí callado, con la esperanza de que siguiera- Creo que firmemente que yo... Creo que debieras llamarla Sherlock Watson si es una chica.
Qué rayos...
-¿Es en serio? -le dije, horrorizado.
Sherlock dio un saltito, y se volteó a mirarme, con la estupefacción pintada en la cara. Cogió el vaso de agua que tenía sobre la baranda del balcón.
-No. No es en serio. Sólo estaba tratando de... distraerme. Por el amor de dios...
Me levanté, malhumorado, y fui hacia el balcón con mirada hosca. Le quité el vaso de la mano.
-¡Espera! -dijo, tratando de quitármelo.
-Tengo sed.
Se escuchaban los autos en la calle. Me bastó un sorbo para descomponer mi cara en horror.
-¡¿Por qué tiene sal?!
-Estaba comprobando algo.
-Espera -dije, dándome cuenta- ¿Sherlock Watson? Pudimos llamarlo así de todos modos. Maldición. Mary y su idea de que Hamish es un nombre tradicional.
Sherlock no respondió. Me volvió a quitar el vaso.
Sherlock de pronto tenía una expresión concentrada. Esperé hasta que dijese algo, ya que no muy a menudo se volvía así de serio tan rápido.
-No, creo que Sherlock no era buena idea -dijo, cambiando de opinión.
-Aún puedo colocarle un segundo nombre.
-Hamish Sherlock. Sí, no le matarían en el colegio para nada -dijo sarcástico.
-No puedes negar que es original -dije, sonriendo levemente.
Sherlock se me quedó mirando. Entonces recordé la petición de la noche anterior. “Cuando lo hagas otra vez, cuida que tenga una sonrisa en el rostro”. Volteé la cabeza hacia otro lado, sintiendo una sensación de pánico. Literalmente no sabría como reaccionar si lo hiciera ahora mismo. Ni siquiera nos habíamos tocado casualmente lo que llevaba de mañana. Lo evitábamos. Sentía tanta electricidad cerca suyo.
-Los cuerpos fueron dejados en el Mar Muerto luego de que yo supuestamente los matara -dijo, cambiando drásticamente de tema. Me sentí extrañamente decepcionado- . Flotaban -Dejó caer un cubo de azucar dentro del vaso. Este flotó hundiéndose sólo hasta un tercio de su volumen- . No creo que los hombres de Moriarty no hubieran considerado ese detalle. Los dejaron allí a propósito. Quiere que lo resuelva.
-¿Por qué?
-Si fuera a la carcel de por vida no tendría con quien jugar, ¿o sí?
Di un suspiro, exasperado. Otra vez esa familiaridad con otro asesino. Sentí su antebrazo rozar mi camisa de pijama.
-Ehm... los tiró en el Mar Muerto y... la policía consideró lógico que fuiste tú por que... ¿Por qué, Sherlock?
-Fui encontrado cerca. Moriary me dejó solo, casi ileso, pero después de unos kilómetros en el desierto empiezas a deshidratarte. No me dejó beber agua en todo el tiempo que estuvimos detenidos en el desierto, y la ventaja de este es que no deja huellas. Pero yo era el que más próximo estaba al Mar Muerto en ese momento. Mala suerte o un plan fríamente calculado de Jim Moriarty.
-¿Hay alguna otra pista? Esto no resuelve tu estado en lo absoluto.
-Pero me da una motivación para hacerlo.
Eso dolió un poco. Habría jurado la noche anterior que me había dado a entender que volvía a casa por mí.
-Espera, ¿Dónde están los cuerpos ahora? -pregunté, dándome cuenta.
-En la morgue, ¿Por qué?
-¿Has ido a revisarlos para encontrar pruebas?
-Por supuesto. Tuve que infiltrarme, hacer un poco de ejercicio de sigilo. Tú mismo dijiste que era tan sigiloso como un ladrón.
-No quise decir...
-Está bien. Lo consideré un elogio un elogio -aclaró, mirando hacia la ciudad con una sonrisa.
No sé qué le hacía gracia, estaba acusado de asesinato en los territorios ingleses, y posiblemente en todo el mundo en un futuro próximo, pero sonreía.
-Los cuerpos estaban limpios a excepción de los agujeros de las balas. Todos eran hombres, empresarios españoles: los dueños de ese país, y fueron apuntados todos en la cabeza. Los agujeros indicaron una lejanía de dos metros entre la cabeza de uno y otro, mientras montaban los camellos. Uno de ellos debió mover la cabeza en un momento, pues el ángulo de la bala al entrar en su craneo fue más inclinado, haciendo que esta entrara casi hasta salir por la parte trasera de la cabeza. Debió mirar hacia nosotros...
-Se dio cuenta de que estaba a punto de morir.
-¿Y por qué Moriarty eligió ese lugar para inculparte? -pregunté- ¿Estaba cerca del lugar donde te mantuvieron encerrado?
-No, estoy seguro de haber sido encerrado aquí en Madaba. Viajaron kilómetros para...
En ese instante Sherlock se detuvo.
-¿Qué ocurre? -pregunté, viendo la lucecita brillante en sus ojos. Se había dado cuenta de algo.
-Siempre, ¡siempre haces las preguntas correctas! -dijo.
Hizo el ademán de cogerme de las mejillas, y yo el de cerrar los ojos, pero Sherlock pareció darse cuenta a tiempo , y no llegó a tocarme. Me quedé estático mientras se alejaba de mí para salir del cuarto.
Fuimos a la morgue en compañía de Lestrade. Cuando entramos allí nos encontramos con una joven de cabello corto que cargaba un bebé en un kanguro. ¿Era posible que lo llevase incluso a esos sitios? Nunca se separaba de él.
-Intentaron quitárselo un par de veces antes de que hiciéramos el contrato matrimonial -me explicó Sherlock cuando íbamos hacia ella.
-¿En qué momento la llamaste?
-Luego de darme cuenta de un detalle.
Fruncí el ceño.
-Sherlock -La joven se acercó presurosa a nosotros y le tomó de los codos. Vi sus manos en torno a ellos, marcando el grosor de unos codos más delgados que antes.
Me preocupó que Sherlock estuviera más delgado, pero además supe que Sherlock le había explicado todas sus sospechas a Haneen por teléfono, en vez de explicarme a mí.
-Cuando me describiste la escena que viste de los siete hombres, dijiste que los dos primeros iban en vestimenta de beduinos de ropas oscuras -dijo contando con los dedos- , que el tercero tenía el turbante blanco, el cuarto iba de blanco completo, el quinto con vestimenta oscura pero paño negro, el sexto de blanco y un chal extra de lino color cielo, y el séptimo...
-De color blanco -dijo Sherlock, mirando hacia el pasillo del fondo- . Pero no... no recuerdo cuales eran las diferencias entre los dos vestidos de negro completo. Iban adelante, y el sol estaba al Este. Les daba el sol de frente.
-Pero a todos les daba el sol de frente -dijo Haneen- . Si iban separados por dos metros así debió ser el caso.
-No, porque el sol no estaba del todo alto. Fui encontrado a las una del día. Debió ser apenas el amanecer. El sol no estaba tan alto, y seis de los hombres tenían la ventaja de la sombra en sus rostros. Pero... todos iban inclinados como si el sol estuviera en lo más alto, para evitar los rayos en los ojos. Dos de ellos eran de raza más blanca, cejas escasas, pero nariz español judía. Ninguna posibilidad de hacer uso del ceño como protección natural. ¿Entonces por qué la inclinación?
-Tal vez... ¿iban dormidos? -dije, sin estar seguro del todo que fuera posible. No quería quedarme callado mientras Haneen deducía con Sherlock. Me sentía un poco apartado.
-Sabes, es posible dormir mientras andas en camello -dijo Haneen- . Siempre y cuando alguno de los viajantes vaya despierto. ¿El primero de ellos iba menos inclinado?
-No. Todos iban igual.
Sherlock dio un suspiro de impaciencia.
Comenzó a caminar hacia la morgue.
-¡Hey! Le dije que no puede entrar allí. ¡Usted está acusado de delito contra esos hombres! -gritó el oficial.
-¿Cuánto tiempo han estado sus cuerpos aquí? -pregunté, extrañado- ¿Cómo es que no los han venido a reclamar?
Sherlock se volteó a mirarme mientras caminábamos. Nuestras expresiones se tornaron en espasmo.
-No -dijimos al mismo tiempo.
Detrás de nosotros, Lestrade se echó a reír un poco.
En efecto mis sospechas eran ciertas. No estaban los cuerpos en la morgue.
-Maldición -dijo Sherlock, paseándose frenético. Sin embargo, se detuvo, y con los ojos como platos fue y comenzó a abrir todos los compartimentos de metal donde probablemente habían estado los siete cuerpos cuando él vino la primera vez a visitarlos..
-John... -me llamó.
Fui y le ayudé a abrir los tres restantes. Sherlock los estaba abriendo completos, hasta la altura de los pies, y con la camilla para autopsias en el centro no quedaba espacio. Volvimos a mirarnos el uno al otro, con la emoción plasmada en nuestras caras: aún quedaban manchas de sangre seca. Casi invisibles, eran prácticamente sólo polvillo, pero era suficiente para encontrar pistas.
-Los que iban de negro debieron producir un poco más de sudor y hedor que los otros mientras iban por el desierto -dijo Sherlock, inclinándose a oler el metal.
Hice lo mismo, pero me enderecé lentamente casi de inmediato, mientras Sherlock olía cada compartimento a su alcance y lo repasaba con el dedo.
-Sherlock -le llamé, extrañado.
-¿Qué pasa? -preguntó Lestrade, mirando los comparimentos- Está claro que es el tercero hacia la derecha.
-No depende de la ubicación de las manchas si lo dices porque las manchas del tercero están ligeramente más hacia el centro. Debieran estar en el lado izquierdo del lado de la cabeza del compartimento, pero estas manchas están casi el centro. Pero la posición de la cabeza pudo haber cambiado, así que la probabilidad de que demos con nuestro hombre es poca.
-Sherlock, estos metales huelen a sal -le dije, encontrando mi turno al fin.
Me miró sin entender.
-Dijiste que fueron asesinados cerca del Mar Muerto.
-Sí. Por eso el olor a sal -dijo Lestrade.
-Pues, la sal conserva los cuerpos. Conserva cualquier cosa que sea comestible, de hecho.
Lestrade frunció el ceño, y me miró con horror.
-Lo sabemos, pero no tienes que apuntar a un ser humano como comestible.
Hice un gesto de disculpa.
-Pero se entiende mi punto.
Sherlock me miraba con los ojos como platos.
-Los cuerpos llevan más tiempo muertos de lo que en realidad parece. Por eso se los llevaron. Debieron saber de mi intrusión, aunque dudo que hayan encontrado mis huellas digitales. Debieron dejar vista la posición de las cabezas sobre las camillas de metal y yo debo haberlas dejado en otra posición. Como la manilla de la puerta. Mycroft siempre la dejaba derecha. Maldita pulcritud.
-¿Por qué se los llevaron, Sherlock?
-Podría venir alguien y ver cuanto tiempo llevaban muertos en realidad.
-Con el conservador salínico sería difícil de comprobar -dije, frunciendo el ceño.
-Eso es brillante. Moriarty cuidó cada detalle, pero me dio la pista demasiado pronto.
-Brillante, pero se les escapó quitarles el sabor a sal a los cadáveres.
-El agua de Jordania ya tiene una diferencia de sabor con la de Inglaterra. Si los lavaba, me sería obvio que querían ocultar algo. Me lo dejaron en bandeja para que lo averigüase más rápido, pero ¿Por qué? ¿Por qué querría? ¿Hay una casa de dulces al final del camino de nuevo?
Le miré asustado. Hansel y Gretel. Sherlock había falsificado su muerte la última vez. Junto a Lestrade, Haneen nos escuchaba atenta.
-Debemos averiguar cuando desaparecieron estos hombres -dijo Sherlock- . Creo que tenías razón, Greg. Era el tercero.
Lestrade sonrió con sarcasmo.
-Pero es información innecesaria ahora, ¿no?
-Totalmente innecesaria.
Sonreí satisfecho. Sherlock estaba de vuelta.
-Es emocionante verlo en su salsa, ¿eh? -comentó Haneen.
Sonreí aún más. Dios, qué celoso había estado.
<-- Capítulo 8
Le encontré en su pequeño balcón. Todas las piezas del lado norte del edificio tenían balcones, y estos daban hacia la ciudad dormida. Saqué la cajetilla de cigarros y le ofrecí uno.
-Aquí aún puedes fumar -dijo.
-Sólo eso -dije, con frustración.
Si besara a John en público, sería probablemente arrestado. Por supuesto, no lo haría, sería totalmente contraproducente al deseo de John de permanecer enojado.
En eso, allí apoyado contra el umbral del ventanal, en mi túnica árabe, noté que desde la pieza de Lestrade podía oírse la ducha del cuarto mío y de John. Las paredes eran la nada misma. Por el sonido que se traspasaba, calculé que serían cinco centímetros de espesor, aunque nada era seguro. No conocía mucho de la piedra jordana, y ese edificio era antiguo. Si estuviéramos en Sudamérica se desplomaría al más mínimo de los temblores.
-¿John no vio el cartel del baño?
-Lo vio. No lo observó, que es otra cosa -dije, mirando hacia la ciudad semiazul.
Lestrade estaba apoyado de codos sobre el balcón. Intercambiamos miradas significativas.
-¿Por qué no vas y arreglan las cosas? Además, John lo único que quiere es preguntarte sobre lo que... lo que le revelé de tu caída.
-No. Tiene a Haneen grabada en la cabeza. A Haneen y el hecho de que estoy casado con ella.
-¿Cómo pasó? No me dijiste los detalles.
-Ahm... cosas del registro civil. Debía tener un esposo para conservar al niño. El padre se lo quiere quitar. Simple.
Lestrade asintió, poco crédulo.
-¿Por qué aceptaste hacerle el favor? Sólo la conoces desde hace dos semanas.
-No lo sé. Me agrada.
-¿Te agrada? ¿A Sherlock Holmes le agrada una chica simple?
-No es simple -dije, horrorizado- . Tiene una mente brillante y es... lingüista.
-Tiene buena memoria. Como... los doctores.
-Oh, por dios, Lestrade, deja insinuar cosas. John y yo... No soy bueno para él.
Apagué el cigarrillo contra las barandas de piedra y fui hacia la puerta del cuarto.
-Sherlock.
Me detuve, pero me quedé quieto sin mirarle.
-Un día todo sentimiento termina por aflorar por sí solo, y si no lo dejas salir, va a hacerlo irracionalmente. Sé que detestas lo irracional. No dejes que se convierta en sólo pasión, Sherlock, o les pasará lo que les pasa a todos: se terminará y nunca podrán arreglarlo.
Era el balance que había estado buscando. El balance entre el sentimiento y el pensamiento que no había podido conseguir desde que le besara al fin. Había estado aguijoneándome. Antes de ese beso siempre fue un sentimiento construído en la reflexión, en la deducción del mismo. Me había dado cuenta de que ese sentimiento existía por medio de la deducción. Las pistas se juntaron, se amontonaron hasta hacer una ruma que sobrepasó la superficie.
Y me daba miedo necesitarle tanto. Antes de John siempre había sido perfectamente capaz de hacer las cosas solo, pero ahora si no estaba él nada tenía gracia.
Oí a John hacer pis desde el balcón. Todos los sonidos se intensificaban en un silencio como ese, todo se desinhibía en ese silencio extrañamente relajante. Y lo mejor -o peor- era que sabía que meses atrás me habría vuelto loco.
John salió entre un montón de vapor que parecía hervir tras treinta minutos nada más ni nada menos de ducha. Había exagerado esta vez. Pero lo entendía: la necesidad de agua de John había crecido, y alguien tan dependiente como era él del consumo normal de alimentos de un ser humano parecía desesperado en una tierra que a la primera mirada parece no pertenecerle a nadie. Pero tras un tiempo allí, yo había llegado a comprender que me era indeferente la disparidad alimenticia. No comía mucho de todos modos.
-¿Fumando? -preguntó. Su voz sonó más alta de lo usual en medio de ese silencio.
-No recibiré ninguna multa aquí -dije, cuidando fijar mi mirada en el horizonte perdido de una ciudad llena de edificios pequeños, con los codos apoyados en las barandas. Incluso entonces el horizonte se perdía. Las dunas kilómetros allá se perdían, y los habitantes que hacían de aquella una ciudad cosmopolita en esa época tendían a dormir temprano tras una jornada demasiado calurosa de trabajo.
Había visto a muchos británicos y escandinavos, y por su constitución suponía lo obvio: eran los primeros durmientes, y no tenía nada que recriminarles, si bien valía la pena quedarse despierto hasta mucho después de la caída del sol. El cielo era casi azul y era impresionante, aunque tras preguntarle a un hombre que había estado toda su vida allí, o a Haneen de hecho, ya no les parecía impresionante en lo absoluto. Uno nunca valora lo que tiene, y no podía estar más de acuerdo con el dicho: a pesar de la ventaja de fumar cigarros de verdad, no podía extrañar más Londres... o mi abrigo de hecho. Me sentía desnudo sin él en esta época.
Oí a John dar un suspiro en medio de ese silencio improvisado por la incomodidad, y por fin me atreví a voltearme a verle.
Tenía el cabello mojado y el torso desnudo en una noche sin duda demasiado calurosa para su gusto. Me quedé quieto mirándole, su nuca aún un poco mojada, y el aspecto redondeado de sus hombros. Parecía cansado, en lo absoluto a gusto allí, quizá por falta de capacidad para adaptarse. Pero una vez más me daba cuenta de mi equivocación en el camino: aquel lugar le recordaba a sus días de guerra, y aunque le gustaba la sensación del peligro, como había demostrado en muchos de nuestros casos -ya que se aburría tanto como yo en los días de rutinario trabajo en el hospital- a John no le agradaba ver un escenario y sentir el calor de un lugar similar al de la guerra. “Vi a muchos de mis amigos morir...” había dicho un día. O de hecho, también recordaba cuando el primer día de nuestra sociedad juntos, le supliqué que dedujera qué haría si estuviera conciente de que le quedaban pocos segundos de vida, cuando le supliqué que usara su imaginación para averiguarlo. John me respondió “No tengo que hacerlo”. No tengo que usar mi imaginación, Sherlock. Ya lo he vivido. Recuerdo haberme sentido verdaderamente mal por primera vez en mi vida a causa de un error propio, un error por mi falta absoluta de empatía, por mi sociopatía, mi inconciencia, mi estupidez.
“Eres un idiota” pensé. “Nadie podría fingir ser un idiota todo el tiempo” recordé entonces... Nadie me había llamado idiota nunca, al menos no con ese tono de voz cálido y al mismo tiempo sarcástico que tenía John, tan único, que te hacía sentirte halagado y divertido al mismo tiempo. Me ha hecho sonreír muchas veces, y yo le hecho hacer lo mismo tan pocas.
Finalmente John se volteó a verme. Se había puesto una camisa de dormir en el proceso.
-¿Y? ¿Vas a intentar arreglarlo? -preguntó de la nada. Pestañeé, tras darme cuenta de que tenía los ojos secos- No creas que lo que me dijo Lestrade va a arreglarlo, si es que... quieres arreglarlo. Es asunto tuyo si quieres...
Pareció disminuído. Juntó las manos sobre sus rodillas, ahí sentado en la cama casi en un gesto de acurrucamiento.
-De hecho lo hace peor. Esto sólo es una cosa más que me ocultas, algo que tenía que ver directamente conmigo. ¿Por qué le cuentas todo a todos, en primer lugar? -dijo, riendo amargamente- Primero Molly, Mycroft, tus padres, Lestrade... -Su voz pareció temblar un poco- , y yo no...
Tragué. Di un paso hacia el interior de la pieza. El cigarro se estaba consumiendo solo, y las cenizas caían al piso.
-... yo siempre quedo fuera.
Pensé que diría algo más, pero no lo hizo. Me estaba recriminando, y quería que me dijera cosas más hirientes que esa. Me lo merecía.
-No quería... -comencé.
-¿Lastimarme? No, supongo que no es eso. Eso es hacerse ilusiones.
Alzó la vista hacia la puerta del cuarto. La única lámpara encendida del cuarto era la suya, lo demás estaba entintado de un azul intenso.
-Supongo que es porque podría abrir la bocota -dijo.
No podía culparlo por pensar eso. Yo mismo se lo había dicho, aunque en palabras más suaves.
-¿Puedes darme una oportunidad? -le pregunté.
John rió brevemente y con amargura, mirando hacia el piso del cuarto. Tenía los pies descalzos, doblados hacia adentro como si tuviera las piernas en la posición del loto.
-¿Y lo preguntas? -dijo. Agitó la cabeza brevemente, como si esto lo indignara- Sabes perfectamente que te daría mil oportunidades, Sherlock.
Alcé la vista hacia él, pasmado. Las palabras retumbaron en mi cerebro, suavizando a cada eco mental su voz.
-Pregunta -le propuse- . Pregunta lo que quieras.
Me apoyé a un lado de la ventana, y le vi sobarse las manos, visiblemente nervioso, y respirar profundamente con los ojos cerrados. No obstante, dudaba que la intensidad de su emoción se igualara a la mía. Y es que me empezó a poner nervioso a mí también, por lo que, aún sin saber qué tan conveniente sería, fui a sentarme a su lado. No obstante, tras comprender que esperaba otro tipo de respuesta corporal vi decepcionado que seguía de la misma manera.
-Nunca perdoné a Mary -susurró entonces, con los ojos cerrados.
Eso no era una pregunta.
Apretó los párpados con fuerza, y comprendí que era muy difícil para él hablar de ello, y difícil para mí lidiar con ello. ¿Qué hacía la gente en este tipo de situaciones? Sin embargo, lo que más me inquietó es que hablara de Mary tan repentinamente.
-¿No la perdonaste por dispararme? -le pregunté- Creí que todo había quedado bien entre ustedes. Sabes que no lo hizo en miras de...
-Sherlock, ves absolutamente todas las pistas, pero nunca te diste cuenta de que nunca llevé el anillo después de que volvieras de ese exilio que nunca se cumplió. No llevé el anillo siquiera cuando nos despedimos. ¿Por qué no te diste cuenta?
Se tapó los ojos con la mano. Yo retorcí mis manos sin saber qué hacer. Toda la cercanía, la confianza que habíamos compartido ese anochecer en Londres se había esfumado. No obstante, moví mi mano hacia la suya para reconfortarlo.
Sólo logré que me rehuyera. Aún no me perdonaba del todo por haberle dejado otra vez. No insistí.
-Creo que estaba pendiente de otras cosas -dije.
-¿De qué otra cosa podrías haber estado...?
-De ti. Y no eres tus dedos o tus manos o tus brazos, ¿o sí?
(Kanes: https://www.youtube.com/watch?v=VEpMj-tqixs)
John finalmente me miró. Sus ojos estaban brillantes.
-Estaba más preocupado de... -Carraspeé. Había sido demasiado demostrativo- bueno, el que... no volviera nunca más a Londres o... a verte. Tu ropa, tu anillo, qué zapatos estabas usando, si estabas afeitado para una cita... Estaba completamente ciego ante eso -Pero los sentimientos me llevaron de nuevo, y le miré con la fijeza del afecto que me provocaba- . Por una vez en mi vida no fui capaz de deducir nada involuntariamente. De hecho, siempre que te deduje antes fue totalmente involuntario. Las señales seguían saltando como burbujas ante mis ojos, sin que me lo propusiera. Te volviste tan... fascinante de descifrar al primer momento, sobre todo porque no hablabas casi nada de ti mismo. Todos quieren hablar de sí mismos, pero tú no lo haces. Y me guardabas secretos. Ni siquiera quisiste decirme tu segundo nombre.
-Siento no...
-No. Está bien -Miré a otro lado, sonriendo- . Así me dabas algo en qué distraerme cuando no querías hablarme.
Me miré las manos. Ahora mismo le estaba deduciendo sin detenerme, pero era tan rápido que temía no estar haciéndolo bien. Con John a veces confundía las señales, especialmente porque él era un hombre tan emocional bajo tantas capas de discreción. No sabía deducir la emocionalidad si era algo que podía pasar a futuro. Pero estaba practicando.
-Entonces, éramos yo, la señora Hudson y Lestrade.
-Sí -dije, juntando las manos delante de mis labios, atribulado por el tema que finalmente había abordado.
-Moriarty descartó a Molly.
-Incluso él comete errores.
Si tan sólo hubiese cometido el error con John. Pero no. Había sido transparente la segunda vez que nos encontramos. Volví demasiado obvio que me importaba, y Moriarty tomó ese dato a su favor.
-¿Me apuntaban con un arma en el momento en que te despediste?
Asentí.
-Ya veo -Carraspeó- . ¿Me apuntaban la última vez?
Negué con la cabeza.
-Me dijo que no te dañaría, John. Me dijo que no te haría absolutamente nada -reconocí- . Pero no podía confiar en él.
-De todos modos no debiste irte esa noche -susurró- . Debiste quedarte como prometiste. Pero desapareciste tan rápido. Iba a suplicarte si era necesario, pero no me diste la oportunidad.
-¿Por qué no mejor inmovilizarme? Eres un soldado -sugerí, más en broma.
-No. Después de que me besaras me incapacitaste para dañarte. A muchos hombres les sucede al revés -dijo con sarcasmo.
Separé mis labios contra mis dedos. Besos. ¿Se repetirían? Todo parecía tan frío ahora mismo entre los dos. Todo John decía que quería mantener la lejanía, e iba a respetar su deseo.
-Cuando lo hagas otra vez, cuida que tenga una sonrisa en el rostro -susurró. Me volteé levemente a mirar su rostro. La lámpara acentuaba las líneas junto a sus ojos.
Estuve muchos segundos esperando que una sonrisa perdida surgiera de sus labios, pero esta noche no llegó a trepar a su rostro, y no lo hizo en toda la charla que mantuvimos.
Le hablé de cada detalle sobre el salto, nuevamente, sin que él nunca preguntara cómo lo había hecho. Hasta ahora era lo que menos le importaba de todo eso. Me había elogiado múltiples veces al explicar cómo deducía las cosas, y en ocasiones él mismo se había emocionado de sobremanera. Era un hecho inexplicable y halagador de ver, y era por ello que sólo explicaba para él la resolución de los casos en el proceso. Cuando Lestrade me lo pedía, para tener un entendimiento más detallado de las pruebas encontradas, había sentido que estaba revelándole algo privado de nosotros dos, como quien explica de qué manera prefiere ser besado.
Yo prefería la calma. Pero John parecía preferir la calma antes de la tempestad. Había sido capaz de distinguir aquello, a pesar de ser todo menos un experto en aquella ciencia de las ferómonas. Sabía cuantos músculos se usaban en tal acción, pero había tenido que presenciarlo para entender cómo le gustaba. Atajé a John y a Mary besándose en la cocina de Baker Street un día, mientras organizábamos el matrimonio. Mary había comenzado tranquilamente, y John había llevado el estilo con gusto por un rato, pero luego un cambio drástico sucedió cuando John posó la mano en su nuca, y todo pareció volverse una tormenta. En ese punto me alejé, avergonzado por mi intromisión, y sólo alcancé a Mary decir “Hey... No estamos en nuestra casa”. Entonces pensé, con un agujero en el pecho “Claro. Ya no es tu casa, John.” Fue entonces que comenzó ese decaimiento sin rumbo que me llevó a probar la cocaina de nuevo y a remover el sillón de John para llevarlo a mi dormitorio. Nunca sabré cómo se me pasó por la cabeza llevarlo al dormitorio. Eso sólo puso leña al fuego.
También me preguntó por Mycroft, el porqué de que tuviéramos una relación tan lamentable como hermanos. Era algo que no creí que preguntaría, dada la fría relación que él mismo tenía con Mycroft. Pero John tenía una hermana y estaba familiarizado con las peleas fraternales.
-Te prometo contarte algún día -le dije, en vez de mentirle como otras veces había hecho. Quería contárselo, en verdad- . No quiero distraerme del caso.
-¿Vas a resolverlo? -dijo, un poco más calmado. Mi cuerpo estaba totalmente orientado hacia él, pero ya no temía ser tan evidente.
-Claro. Debo volver a Londres, ¿no?
John
Estuve a punto de sonreír muchas veces, aunque no quisiera hacerlo. La acción simplemente no venía a mi rostro. Sherlock no había preguntado más sobre Mary a pesar de mi confesión, tal vez por consideración. Estuve a punto de quebrarme al inicio de nuestra conversación, sólo por sentirme culpable acerca de Mary.
El punto con ella era que siempre estaría atado a su recuerdo. Hamish siempre me la recordaría. Tenían la misma sonrisa y las mismas mejillas, pero sentía un resentimiento hacia Mary que no había podido borrar de mi corazón a pesar de su muerte. Esa muerte que no lo había sido. De hecho, este resentimiento había renacido con mayor firmeza tras saber que me había mentido, como también el recuerdo de las mentiras de Sherlock. Me estaba costando perdonar a los dos, y temía nunca sacarme ese sentimiento del pecho.
Me levanté con el alba. Estaba acostado sobre mi abdomen, cosa que nuca ocurría, y las sábanas estaban completamente corridas. Había terminado por combatir el calor en sueños. Me enderecé, sintiendo cómo mi mejilla arrastraba la tela de la almohada consigo, y vi la cama de Sherlock a mi derecha. No estaba, por supuesto, y ya estaba completamente hecha.
Me sobé la cara, un tanto sofocado, y vi que los ventanales estaban abiertos. Sherlock tomaba un vaso de agua en el balcón.
Se había puesto una camisa de lino más formal, color celeste, y unos pantalones de lino sueltos. Tenía las mangas subidas y lo codos desnudos sobre la piedra rasposa. Estaba en una postura relajada, pero su quietud me indicó que estaba pensando detenidamente en algo.
-John... -le oí decir.
Eso era lo que me había despertado. “John, John, John, John...” una y otra vez salir de la boca de Sherlock. ¿Qué rayos estaba haciendo?
-John, hay algo que... siempre he querido decirte. Ya que probablemente nunca nos volveremos a ver, yo... -carraspeó, casi como si estuviera hablándome. ¿Estaba ensayando o qué?- creo que debería decírtelo ahora. Porque... después no habrá oportunidad...
Entonces recordé a Sherlock en el aeropuerto, diciendo aquella ridiculez. “Sherlock es un nombre de chica”.
-... te lo diré ahora, para no arrepentirme después por... haberlo evitado. Por ser tan cobarde... siempre... contigo... Rayos -Se revolvió el pelo y se pasó las manos por la cara. Seguí callado, con la esperanza de que siguiera- Creo que firmemente que yo... Creo que debieras llamarla Sherlock Watson si es una chica.
Qué rayos...
-¿Es en serio? -le dije, horrorizado.
Sherlock dio un saltito, y se volteó a mirarme, con la estupefacción pintada en la cara. Cogió el vaso de agua que tenía sobre la baranda del balcón.
-No. No es en serio. Sólo estaba tratando de... distraerme. Por el amor de dios...
Me levanté, malhumorado, y fui hacia el balcón con mirada hosca. Le quité el vaso de la mano.
-¡Espera! -dijo, tratando de quitármelo.
-Tengo sed.
Se escuchaban los autos en la calle. Me bastó un sorbo para descomponer mi cara en horror.
-¡¿Por qué tiene sal?!
-Estaba comprobando algo.
-Espera -dije, dándome cuenta- ¿Sherlock Watson? Pudimos llamarlo así de todos modos. Maldición. Mary y su idea de que Hamish es un nombre tradicional.
Sherlock no respondió. Me volvió a quitar el vaso.
Sherlock de pronto tenía una expresión concentrada. Esperé hasta que dijese algo, ya que no muy a menudo se volvía así de serio tan rápido.
-No, creo que Sherlock no era buena idea -dijo, cambiando de opinión.
-Aún puedo colocarle un segundo nombre.
-Hamish Sherlock. Sí, no le matarían en el colegio para nada -dijo sarcástico.
-No puedes negar que es original -dije, sonriendo levemente.
Sherlock se me quedó mirando. Entonces recordé la petición de la noche anterior. “Cuando lo hagas otra vez, cuida que tenga una sonrisa en el rostro”. Volteé la cabeza hacia otro lado, sintiendo una sensación de pánico. Literalmente no sabría como reaccionar si lo hiciera ahora mismo. Ni siquiera nos habíamos tocado casualmente lo que llevaba de mañana. Lo evitábamos. Sentía tanta electricidad cerca suyo.
-Los cuerpos fueron dejados en el Mar Muerto luego de que yo supuestamente los matara -dijo, cambiando drásticamente de tema. Me sentí extrañamente decepcionado- . Flotaban -Dejó caer un cubo de azucar dentro del vaso. Este flotó hundiéndose sólo hasta un tercio de su volumen- . No creo que los hombres de Moriarty no hubieran considerado ese detalle. Los dejaron allí a propósito. Quiere que lo resuelva.
-¿Por qué?
-Si fuera a la carcel de por vida no tendría con quien jugar, ¿o sí?
Di un suspiro, exasperado. Otra vez esa familiaridad con otro asesino. Sentí su antebrazo rozar mi camisa de pijama.
-Ehm... los tiró en el Mar Muerto y... la policía consideró lógico que fuiste tú por que... ¿Por qué, Sherlock?
-Fui encontrado cerca. Moriary me dejó solo, casi ileso, pero después de unos kilómetros en el desierto empiezas a deshidratarte. No me dejó beber agua en todo el tiempo que estuvimos detenidos en el desierto, y la ventaja de este es que no deja huellas. Pero yo era el que más próximo estaba al Mar Muerto en ese momento. Mala suerte o un plan fríamente calculado de Jim Moriarty.
-¿Hay alguna otra pista? Esto no resuelve tu estado en lo absoluto.
-Pero me da una motivación para hacerlo.
Eso dolió un poco. Habría jurado la noche anterior que me había dado a entender que volvía a casa por mí.
-Espera, ¿Dónde están los cuerpos ahora? -pregunté, dándome cuenta.
-En la morgue, ¿Por qué?
-¿Has ido a revisarlos para encontrar pruebas?
-Por supuesto. Tuve que infiltrarme, hacer un poco de ejercicio de sigilo. Tú mismo dijiste que era tan sigiloso como un ladrón.
-No quise decir...
-Está bien. Lo consideré un elogio un elogio -aclaró, mirando hacia la ciudad con una sonrisa.
No sé qué le hacía gracia, estaba acusado de asesinato en los territorios ingleses, y posiblemente en todo el mundo en un futuro próximo, pero sonreía.
-Los cuerpos estaban limpios a excepción de los agujeros de las balas. Todos eran hombres, empresarios españoles: los dueños de ese país, y fueron apuntados todos en la cabeza. Los agujeros indicaron una lejanía de dos metros entre la cabeza de uno y otro, mientras montaban los camellos. Uno de ellos debió mover la cabeza en un momento, pues el ángulo de la bala al entrar en su craneo fue más inclinado, haciendo que esta entrara casi hasta salir por la parte trasera de la cabeza. Debió mirar hacia nosotros...
-Se dio cuenta de que estaba a punto de morir.
-¿Y por qué Moriarty eligió ese lugar para inculparte? -pregunté- ¿Estaba cerca del lugar donde te mantuvieron encerrado?
-No, estoy seguro de haber sido encerrado aquí en Madaba. Viajaron kilómetros para...
En ese instante Sherlock se detuvo.
-¿Qué ocurre? -pregunté, viendo la lucecita brillante en sus ojos. Se había dado cuenta de algo.
-Siempre, ¡siempre haces las preguntas correctas! -dijo.
Hizo el ademán de cogerme de las mejillas, y yo el de cerrar los ojos, pero Sherlock pareció darse cuenta a tiempo , y no llegó a tocarme. Me quedé estático mientras se alejaba de mí para salir del cuarto.
Fuimos a la morgue en compañía de Lestrade. Cuando entramos allí nos encontramos con una joven de cabello corto que cargaba un bebé en un kanguro. ¿Era posible que lo llevase incluso a esos sitios? Nunca se separaba de él.
-Intentaron quitárselo un par de veces antes de que hiciéramos el contrato matrimonial -me explicó Sherlock cuando íbamos hacia ella.
-¿En qué momento la llamaste?
-Luego de darme cuenta de un detalle.
Fruncí el ceño.
-Sherlock -La joven se acercó presurosa a nosotros y le tomó de los codos. Vi sus manos en torno a ellos, marcando el grosor de unos codos más delgados que antes.
Me preocupó que Sherlock estuviera más delgado, pero además supe que Sherlock le había explicado todas sus sospechas a Haneen por teléfono, en vez de explicarme a mí.
-Cuando me describiste la escena que viste de los siete hombres, dijiste que los dos primeros iban en vestimenta de beduinos de ropas oscuras -dijo contando con los dedos- , que el tercero tenía el turbante blanco, el cuarto iba de blanco completo, el quinto con vestimenta oscura pero paño negro, el sexto de blanco y un chal extra de lino color cielo, y el séptimo...
-De color blanco -dijo Sherlock, mirando hacia el pasillo del fondo- . Pero no... no recuerdo cuales eran las diferencias entre los dos vestidos de negro completo. Iban adelante, y el sol estaba al Este. Les daba el sol de frente.
-Pero a todos les daba el sol de frente -dijo Haneen- . Si iban separados por dos metros así debió ser el caso.
-No, porque el sol no estaba del todo alto. Fui encontrado a las una del día. Debió ser apenas el amanecer. El sol no estaba tan alto, y seis de los hombres tenían la ventaja de la sombra en sus rostros. Pero... todos iban inclinados como si el sol estuviera en lo más alto, para evitar los rayos en los ojos. Dos de ellos eran de raza más blanca, cejas escasas, pero nariz español judía. Ninguna posibilidad de hacer uso del ceño como protección natural. ¿Entonces por qué la inclinación?
-Tal vez... ¿iban dormidos? -dije, sin estar seguro del todo que fuera posible. No quería quedarme callado mientras Haneen deducía con Sherlock. Me sentía un poco apartado.
-Sabes, es posible dormir mientras andas en camello -dijo Haneen- . Siempre y cuando alguno de los viajantes vaya despierto. ¿El primero de ellos iba menos inclinado?
-No. Todos iban igual.
Sherlock dio un suspiro de impaciencia.
Comenzó a caminar hacia la morgue.
-¡Hey! Le dije que no puede entrar allí. ¡Usted está acusado de delito contra esos hombres! -gritó el oficial.
-¿Cuánto tiempo han estado sus cuerpos aquí? -pregunté, extrañado- ¿Cómo es que no los han venido a reclamar?
Sherlock se volteó a mirarme mientras caminábamos. Nuestras expresiones se tornaron en espasmo.
-No -dijimos al mismo tiempo.
Detrás de nosotros, Lestrade se echó a reír un poco.
En efecto mis sospechas eran ciertas. No estaban los cuerpos en la morgue.
-Maldición -dijo Sherlock, paseándose frenético. Sin embargo, se detuvo, y con los ojos como platos fue y comenzó a abrir todos los compartimentos de metal donde probablemente habían estado los siete cuerpos cuando él vino la primera vez a visitarlos..
-John... -me llamó.
Fui y le ayudé a abrir los tres restantes. Sherlock los estaba abriendo completos, hasta la altura de los pies, y con la camilla para autopsias en el centro no quedaba espacio. Volvimos a mirarnos el uno al otro, con la emoción plasmada en nuestras caras: aún quedaban manchas de sangre seca. Casi invisibles, eran prácticamente sólo polvillo, pero era suficiente para encontrar pistas.
-Los que iban de negro debieron producir un poco más de sudor y hedor que los otros mientras iban por el desierto -dijo Sherlock, inclinándose a oler el metal.
Hice lo mismo, pero me enderecé lentamente casi de inmediato, mientras Sherlock olía cada compartimento a su alcance y lo repasaba con el dedo.
-Sherlock -le llamé, extrañado.
-¿Qué pasa? -preguntó Lestrade, mirando los comparimentos- Está claro que es el tercero hacia la derecha.
-No depende de la ubicación de las manchas si lo dices porque las manchas del tercero están ligeramente más hacia el centro. Debieran estar en el lado izquierdo del lado de la cabeza del compartimento, pero estas manchas están casi el centro. Pero la posición de la cabeza pudo haber cambiado, así que la probabilidad de que demos con nuestro hombre es poca.
-Sherlock, estos metales huelen a sal -le dije, encontrando mi turno al fin.
Me miró sin entender.
-Dijiste que fueron asesinados cerca del Mar Muerto.
-Sí. Por eso el olor a sal -dijo Lestrade.
-Pues, la sal conserva los cuerpos. Conserva cualquier cosa que sea comestible, de hecho.
Lestrade frunció el ceño, y me miró con horror.
-Lo sabemos, pero no tienes que apuntar a un ser humano como comestible.
Hice un gesto de disculpa.
-Pero se entiende mi punto.
Sherlock me miraba con los ojos como platos.
-Los cuerpos llevan más tiempo muertos de lo que en realidad parece. Por eso se los llevaron. Debieron saber de mi intrusión, aunque dudo que hayan encontrado mis huellas digitales. Debieron dejar vista la posición de las cabezas sobre las camillas de metal y yo debo haberlas dejado en otra posición. Como la manilla de la puerta. Mycroft siempre la dejaba derecha. Maldita pulcritud.
-¿Por qué se los llevaron, Sherlock?
-Podría venir alguien y ver cuanto tiempo llevaban muertos en realidad.
-Con el conservador salínico sería difícil de comprobar -dije, frunciendo el ceño.
-Eso es brillante. Moriarty cuidó cada detalle, pero me dio la pista demasiado pronto.
-Brillante, pero se les escapó quitarles el sabor a sal a los cadáveres.
-El agua de Jordania ya tiene una diferencia de sabor con la de Inglaterra. Si los lavaba, me sería obvio que querían ocultar algo. Me lo dejaron en bandeja para que lo averigüase más rápido, pero ¿Por qué? ¿Por qué querría? ¿Hay una casa de dulces al final del camino de nuevo?
Le miré asustado. Hansel y Gretel. Sherlock había falsificado su muerte la última vez. Junto a Lestrade, Haneen nos escuchaba atenta.
-Debemos averiguar cuando desaparecieron estos hombres -dijo Sherlock- . Creo que tenías razón, Greg. Era el tercero.
Lestrade sonrió con sarcasmo.
-Pero es información innecesaria ahora, ¿no?
-Totalmente innecesaria.
Sonreí satisfecho. Sherlock estaba de vuelta.
-Es emocionante verlo en su salsa, ¿eh? -comentó Haneen.
Sonreí aún más. Dios, qué celoso había estado.
<-- Capítulo 8
No hay comentarios:
Publicar un comentario