Daba
un trago tras otro, con los dientes prácticamente enterrados en la
carne rosa. Elliott le sostenía la nuca, preparado para avisarle
cuando fuera conveniente soltarlo, a la vez que Perry le sostenía a
su víctima la muñeca. Podía sentir el pulso vivo a través de
ella, pero a Elliott le bastaba mirar la piel del atacado para saber
cuándo sería justo el dejar de beberle la vida.
-Ya...
-Hm...
-Suéltalo.
Perry
apretó los párpados, incapaz de soltar, mientras sentía la presión
de los dedos de la mano de Elliott en su nuca, tirando. Pronto se vio
obligado a apretar con más fuerza, deshaciendo el contacto divino
que le había significado tomar sangre directo de la fuente. Sangre
fresca, cálida, que le recordaba la sensación tan conciente del sol
sobre su piel en verano.
-¡Casi
lo matas!
Perry
se enderezó, presa de la furia, y vio a Elliott tomar a la víctima
de las mejillas. Le miró fijamente, desde lo alto, y Perry temió
por fin por la vida de ese inocente. Había estado a punto de
matarlo, y la presión que hacía Elliott sobre el casco de aquel
hombre parecía también capaz de aniquilarlo. Se acercó, temeroso,
y tomó a Elliott de los brazos, posando las manos bajo sus hombros.
Sin embargo, Elliott siguió mirando con esos ojos tan locos al
hombre que yacía bajo suyo. Perry pudo sentir esa fuerza
conectándolos, hasta que este pareció caer en la inconciencia, y
Elliott le soltó relajando su cuerpo de aquella tensión.
-Suéltame...
-dijo Elliott, notando que Perry parecía dispuesto a recibirla
exhausto en sus brazos.
Perry
se apartó, manteniéndose agachado, y miró con curiosidad a Elliott
mientras se recuperaba. Notó lo mucho que había bajado su
satisfacción de sangre tras esa sesión de hipnosis. El hacer a las
víctimas olvidarlo se llevaba nuena parte de la sed aliviada. Era
una ironía. Tomaba algo de ellos, pero luego ellos volvían a
quitarle vida de vuelta.
Comenzó
a ver injusticia en ello, puesto que Elliott no había elegido esa
vida.
-Vámonos.
Estoy lleno -dijo.
Sin
embargo, estaba mucho menos satisfecho que Perry. Lo ayudó a
levantarse.
-¡Te
dije que me sueltes! -le masculló, mirando al suelo.
Pasó
a su lado trastabillando a causa de las venas llenas, mientras Perry
le seguía con la mirada, confuso.
-Debemos
seguir buscándoles. ¿Conoces alguna manera de hacerlo? -le preguntó
al chico.
-No.
No conozco una forma.
Se
internaron en los bosques que precedían a Oxford. Esperaban poder
pasar por Londres, donde según Elliott Jude había tenido fijado ir.
Una vez allí, Perry buscaría a Garrett para explicarle las cosas,
cosa que no había discutido consigo mismo. No había manera de que
Garrett creyese su historia de que era un vampiro. No había manera,
y esto lo angustiaba. Había pensado mentirle en lugar de decirle la
verdad, pero aquello también le parecía poco viable. No quería
dejarlo engañado por el resto de su vida, y sin embargo, desearía,
en vez de despedirse, quedarse con él para siempre.
Esa
noche volvió a pasar las horas despierto. Elliott se quedó en lo
alto de un árbol, solitario, pero a la medianoche le sintió
vigilarlo de nuevo. A veces lo hacía, y no le había preguntado aún
el porqué. Tal vez era a causa de una mutua desconfianza.
-Hay
una camada de cinco en el río, más al sur -le oyó susurrar cuando
faltaban tres horas para el amanecer.
-Nos
faltan dos millas para llegar al río -dijo Perry, con la cabeza
apoyada contra el árbol.
-Podemos
preguntarles si han visto a Jude -dijo Elliott, bajando.
Aterrizó
a su lado, haciéndole dar un salto. Perry se levantó, y
apesadumbrado, le siguió hacia el sur.
Cuando
se asomaron entre los árboles, vieron que la luna había salido, y
que cinco cuerpos desnudos se bañaban a la orilla, uno de ellos más
al centro. El agua lucía azulada y más cafesosa en los bordes, por
el fondo arenoso, pero Perry sólo pudo tener ojos para el vampiro
que había a la orilla del río.
A
su lado, Elliott se quedó quieto, admirando aquella escena que
recordaba a la de tres faunos y dos ninfas divirtiéndose a la luz de
la luna. Las pieles resplandecientes de las vampirezas parecían
brillar a la luz del astro, y una de ellas tomaba y besaba a su
compañero cada tanto, alcanzándolo a través del agua. La mano de
ella se perdía por su torso más moreno hacia las profundidades del
agua, y Perry sentía su sed satisfecha siendo llamada a ser renovada
con ellos. Pero parecían todos perdidos en ellos cinco, poco
inconcientes de amenazas, concientes no obstante de la naturaleza
casi virgen que los rodeaba, del fango al fondo del río, los árboles
que por el agua eran tragados, o las lianas que amenazaban con
cazarles los tobillos sumergidos. Sólo cuando Perry se asomó de
entre la penumbra, dejando a Elliott atrás, el vampiro de la orilla
se volteó a verlo.
-Los
vientos del norte traen neófitos -dijo este- . Pero miren el control
de este.
Los
demás se voltearon a mirar a Perry. Uno de los vampiros que nadaba
se detuvo y se echó a reír.
-Ven.
La luna no te daña.
Perry
frunció el ceño.
-La
luna deja ciegos a los vampiros de noche -dijo Elliott a su lado- . A
ti no te hará nada.
Perry
contempló a esas apariciones, y el hombre que le había hablado fue
a darle la bienvenida.
-Sólo
los neófitos pueden disfrutar de esta luz nocturna -dijo el vampiro-
. Sumérgete en el agua, esta bendita. No va a rechazarte ya que no
eres un monstruo.
-Busco
a mis compañeros -le dijo, con voz queda.
-Relájate,
hoy no buscas nada. Tú ven, también -llamó a Elliott.
Elliott
se negó, quedándose sentado junto al árbol, pero a Perry sí lo
sumergieron en el agua, tras quitarle las ropas.
Le
lavaron a la luz de la luna, y estuvieron allí sumergidos hasta que
esta fue tapada por las nubes. Entonces los vampiros salieron,
dejando a Perry en soledad, y dejando que el agua quedase contaminada
de la sangre que Perry había tenido sobre su piel manchándolo. Sin
embargo, también salieron a causa la nula respuesta de él ante las
vampirezas que le rodearon.
-Tu
castigo está aclarado por tu pecado, hermano -le dijo- . No te
sientas avergonzado ahora que has recibido tu sentencia. Pero no
peques más.
Y
se alejaron, como santos corriendo de la plaga. Perry se quedó
sentado a la orilla, con el agua cubriéndolo hasta medio torso,
acariciándole con el constante subir y bajar de la marea. Comprendió
que jamás pagaría sus culpas, puesto que no se sentía culpable de
nada, no si lo que sentía por Garrett era tan puro. Entonces, ¿Por
qué seguía sintiéndose descompensado ante aquella situación? Tal
vez era el hecho simple de no haber sido satisfecho por el vampiro al
que por un momento creyó esperándole en la orilla, con aquella
mirada penetrándole?
A
su lado, Elliott se desnudó para bañarse, aclarando la duda sobre
el porqué de su rechazo a unirse al grupo que ya se había marchado.
Era la desconfianza presente.
Perry
le vio sumergirse en pocos segundos, tras testear el agua con sólo
sus pies sumergidos, como si la temperatura fuese a importunarlo. Lo
próximo que vio fue un cuerpo delgado y fibroso perdiéndose bajo la
superficie que apenas alcanzó a distinguir.
Le
vio volver a la superficie luego de varios minutos, dejando ver la
marca en su hombro, una marca que parecía del ganado, pero con la
forma de una cruz y círculo sobre esta. No hizo preguntas, y pronto
se sumergió en sus propios pensamientos, siguiendo la el movimiento
de la corriente sobre el agua, que indicaba el punto exacto donde
Elliott se encontraba.
¿No
sería posible ser compañeros de tres personas? Debiera ser posible.
Además Elliott desdeñaba a Jude, por lo que estaba solo en medio de
todos. Solo desde siempre.
Desde
el primer momento que lo había visto, había querido protegerlo.
Quizá este había sido sensato al advertirles que no le tratasen
como el hijo que nunca habían tenido, pero lo cierto era que quizá
no pudiera cumplir con esa promesa. Se preocupaba por Elliott casi
tanto como por Marion, y eso sólo podía responder a un impulso en
una vida tan llena de indiferencias como esa, teniendo Elliott la
edad que tenía. Tenía mil ochocientos años, pero se comportaba
constantemente como un chico de dieciocho, perdido, furioso,
frustrado por sus circunstancias, por siempre condenado a sentirse
rechazado por el limbo que significaba no ser o un niño o un adulto.
Le
vio salir del agua lentamente, respirando como si no le quedase
aliento. Se recostó en la orilla, con medio cuerpo dentro todavía.
Perry vio el rastro de ondas que dejó atrás, en ese río que de
pronto se había tranquilizado. Le oyó respirar en la noche, como un
ser humano, y envidió su furia contra el mundo. Al menos tenía
sentimientos fuertes como ese, mientras él se secaba en vida,
rendido ante la perspectiva de dejar ir a Garrett.
-Necesito
mentirle -dijo. Elliott sabía a qué se refería, ya que se lo había
mencionado- . No podré decirle la verdad.
-Miéntele
y hazle odiarte -dijo Elliott.
-No
va a creerme.
-Te
tienes en muy alta estima. Crees que él confía ciegamente en tu
estima.
-No
le he dado razones...
-Le
has dado más que suficientes. Ustedes hombres son tan hipócritas.
Acabas de desear a un hombre que no conoces a la orilla de este río,
y ahora te lamentas por tu amor perdido...
Otra
vez le hablaba de traición.
-Nunca
lo entenderás. Si hubieras crecido un poco más...
-Tengo
mil ochocientos años, he vivido suficiente.
-No,
te quedaste estancado. No lo ves pero sientes de la misma forma que a
tus dieciocho.
Elliott
no respondió ante eso. Perry se volteó a mirarlo, y lo vio
demasiado delgado contra la orilla fangosa. Al respirar para oler los
árboles, sus costillas tendían a marcarse, y las cláviculas
visibles bajo su largo cuello. Con aquel aspecto de fragilidad se
preguntó por su poder de movimiento, por su sed satisfecha a vasos
llenos. ¿Dónde guardaría tanta energía robada? No podía
entenderlo. Y no podía entender cómo después de mil ochocientos
años seguía en pie, viviendo el día a día como un autómata,
constantemente enojado con el mundo, pero insistente en no robar una
sola vida. ¿Cómo alguien podía odiar su propia existencia y
entonces ser benevolente con sus víctimas?
-Pero
eres mejor que todos nosotros -le dijo- . A pesar de tu furia con la
vida.
Elliott
se incorporó. Se abrazó las piernas, con un gesto de incredulidad.
-¿Por
cuánto tiempo le has amado? -preguntó, reticente de mirarlo.
Perry
sonrió, agradecido. Su delgadez dejó de provocarle escalofríos.
-Le
conocí hace cinco años en medio de la vereda. Chocamos y estuvimos
a punto de discutir. Luego me invitó a cenar.
-¿Cómo
supo que tú...? Es decir, no es algo que salta a la mirada.
Perry
sonrió divertido ante esa mención. En ningun hombre con sus gustos
saltaba a la mirada. Estaban escondidos.
-Él
dijo que lo notó de inmediato. Me ahorró mis pobres y usuales
intentos de congeniar con la gente que me interesaba. Garrett fue más
directo y ahorró mucho del trabajo que a personas comunes les lleva
invitar a alguien a cenar. Diría que a veces es mejor ir lentamente,
pero eso no nos hizo falta. La atracción fue inmediata.
-Los
hombres siempre van rápido. Carecen de autocontrol.
-¿Cuál
es el atractivo del autocontrol, Elliott? La vida es corta.
-No
para mí. No para nosotros. Siempre tendremos tiempo para hacer las
cosas bien, pero nunca lo hacemos.
-Cuándo
Jude te convirtió, ¿dejaste a alguien importante atrás? -dijo
Perry, ignorando su negatividad.
Él
negó con la cabeza.
-¿No
había ninguna chica?
-Eran
tiempos diferentes. No podías acercarte a ellas a menos que fueras
su familiar o estuvieras casado con ellas. Nunca toqué a ninguna.
Perry
tragó, notando su frustración. Parecía recordar lo miserable de su
vida como si hubiera pasado ayer. Debía revivir todo lo que no había
hecho y pudo haber hecho cada día, torturándose por la eternidad.
-¿Nunca...
tocaste a nadie?
-No
-dijo negando con la cabeza.
Fue
escueto, pero eso no impidió que Perry se lo quedase mirándose,
percibiendo el torrente de emociones y recuerdos reflejándose en un
rostro tan transparante y delicado como el que Elliott poseía.
-Fueron
otros lo que lo hicieron -dijo entonces. Perry frunció el ceño, sin
entender- . A cambio de sangre, hice cosas inimaginables como
neófito. No estaba en control de mí mismo, pero me supieron
controlar como a un perro, sin riesgo de convertirse en víctimas.
Le
vio tragar. Su pequeña manzana de Adán se movió levemente, y sus
hombros parecieron crisparse, frágiles, rehuyendo la luz de la luna
o cualquier caricia de la naturaleza que los rodeaba. Vio esa
armadura que constituía toda su personalidad, la desconfianza, la
innecesaria y poco util lejanía...
-¿Quién?
-preguntó.
-Un
romano. Había muchos por allí en esa época.
-¿Dónde?
¿De dónde vienes?
-Israel.
¿Jude no te dijo?
Perry
negó con la cabeza. Sin embargo, no fue eso lo que le dejó mudo,
sino el hecho de que Elliott parecía estar asegurando haber sido el
esclavo de alguien más, alguien que le tocaba cuando quería a
cambio de sangre.
-Lo
siento.
-Está
bien.
-Habría
sido más cuidadoso si hubiera sabido. Es sólo que... pareces tan
solo y Jude me dejó a cargo de ti.
-¿No
deberían ser al revés las cosas? Soy tu guía, ¿lo recuerdas? Y no
te preocupes. Tú pareces... una buena persona -Perry asintió,
agradecido, no obstante tenso- . Aunque cuando actúas de ese modo
frente a personas que te interesan, de pronto recuerdo que... eres un
hombre..
-¿De
qué modo actúo?
Elliott
mantuvo la mirada al frente, pasándola sobre el agua hacia su
izquierda, como si quisiera dirigir sus ojos hacia él y no se
atreviese por completo. Perry se sintió tremendamente incómodo ante
la sola insinuación de ese chico de que lo veía como una amenaza.
No
respondió. Pasaron los segundos y el chico siguió callado. Perry
decidió levantarse y vestirse, incómodo.
Había
errado tantas veces, si consideraba sus palabras. En esas tres
semanas de búsqueda y enseñanza en el arte de cazar, Perry había
cometido tantos errores con Elliott, ayudándolo a levantarse,
tomando su codo cuando necesitaba que se detuvieron o palmeándole la
espalda cuando se sentía agradecido. Era el modo en que trataría a
un chico en la Universidad, cercano pero lo suficientemente lejano
para no levantar barreras. Pero Elliott había sentido la incomodidad
por el recuerdo de una vida en lo más bajo de la sociedad. Una vida
como cuerpo semivivo recibiendo el azote de un hombre hambriento. No
quiso pensar en el dolor, en el conocimiento de que los vampiros
podían sentir dolor tanto como los humanos, o la humillación, y el
lento revivir de su autocontrol mientras abandonaba su conciencia
indiferente de neófito, que le había permitido caer tan bajo sin
sentir más que alivio por ver su sed satisfecha.
Por
eso le vigilaba por las noches, por eso no dormía. Temía que él
llevase a cabo los mismos azotes, las mismas sesiones de dolor.
-Actúas
primitivamente, como un depredador -explicó a sus espaldas, mientras
se estrujaba el pelo- . Jude mostraba los mismos signos, pero
alrededor de mujeres. Eso me dejaba fuera del mapa.
-Te
veo sólo como un chico, Elliott -le aseguró, sintiendo nauseas.
-Las
cosas pueden cambiar -dijo este- . No voy a dejar de estar alerta
sólo porque tú digas con seguridad que no me querrás como otra
cosa. No dejaré que nadie me posea de nuevo.
Perry
se volteó a verlo. Parecía firme en sus palabras, y de pronto
sintió pena.
-¿Qué
ocurrirá cuando tú quieras tocar a alguien?
-No
soy un monstruo.
-No
serás un monstruo, Elliott.
Se
hincó junto al árbol, dejándole ver que estaba vulnerable en
comparación. Sólo así podría decirle lo siguiente.
-Elliott,
eres asombroso.
-¿Qué...?
-Un
vampiro compasivo. No hay nadie como tú y un sentimiento como el que
tú sientes por tus víctimas conlleva otros sentimientos más
poderosos. Pero si sigues cerrándote vas a volverte más frágil de
lo que eres.
Vio
su rostro pálido corromperse de esa calma a un determinante rechazo.
-No
soy frágil. Podría matarte si lo deseo.
-Lo
sé. Y puedes manipularme también, hacerme creer que merezco la
muerte, hacerme creer que merezco incluso ser un esclavo, pero sé
que tú no harías tal cosa.
-No
me idealices -susurró- . Soy un vampiro, una criatura nocturna que
roba la vida de otros.
-No,
eres una persona que aún está capacitada para amar. Y si amas, si
llegas a amar vas a querer tocar a quien amas, ¿me entiendes?
-No
lo haría. Eso me haría un monstruo, ya lo dije...
-No.
Porque esa persona querrá tocarte de vuelta.
Elliott
le miró pasmado, y dio pasos para atrás, lejos de él. Perry se
levantó, sin entender, haciéndole retroceder aún más.
-No
querrá. No soy bueno, y nunca he querido serlo. Soy un vampiro y lo
soy porque fui castigado.
-Nadie
merece esto, ni siquiera Jude -dijo Perry.
-Jude
cometió traición contra alguien que amaba. ¿Cómo actúa el amor
para ti en esos casos, Perry?
Perry
tragó. No supo porqué la mención de su nombre en la voz de él le
perturbó de ese modo.
-El
que ama no traiciona, Elliott.
-Pero
Jude no es tan vil como otros.
-Eso
no importa. Jude no amaba, y creo que ese fue su pecado.
Elliott
negó levemente con la cabeza, confundido.
Desconfiaba
de él a tal punto que Perry podía sentirlo transmitiéndole ese
rechazo con aquel maldito poder manipulador que la naturaleza
vampírica le había otorgado. Podía sentir ese rechazo en cada
célula, pero Elliott parecía estar dudando.
Vio
sus pies descalzos contra la tierra y el pasto, y comprendió que
tendría que llevar a Elliott con Jude ileso, ya que en ninguna
medida podría dejarse hacer lo contrario. No sentía compasión
hacia los humanos tanto como la sentía hacia aquel chico.
-Debes
lavarte -le dijo, acercándose.
-Puedo
solo -dijo.
Volvió
a la orilla del río, donde se remojó los pies. Sus zapatos colgaban
de sus manos, y Perry, viendo la inutilidad de ese acto, se acercó
al joven vampiro y se hincó junto a él.
-Te
dije que podía matarte si lo deseaba -dijo, rehuyendo su tacto.
Perry
no lo escuchó, y tomó uno de sus pies dejándolo en desequilibrio.
Elliott no tuvo más opción que apoyarse en el hombro de Perry,
quien le lavó cada pie restregando la planta hasta que toda la
suciedad se hubo despegado. Luego los secó con el interior de su
chaqueta y se los calzó, abrigándolo en esa noche fría de verano,
que empezaba a menguar hacia el otoño.
Volvieron
a ver a la camada de cinco vampiros las noches siguientes, mientras
de día se perdían de vista. Perry evitó el contacto con ellos, a
pesar de su deseo de entablar amistad con el vampiro con el que había
hablado, en esperanza de cambiar su opinión. También evitó
satisfacerse de sangre por completo, dada su tendencia a sentir sus
instintos más humanos despertar. No quería incomodar a Elliott.
Sin
embargo, al llegar a Londres y verse rodeado de seres humanos incluso
por las noches, comenzó a sentir ese instinto tocar su puerta. Su
cometido allí era el de visitar a Garrett, haciendo su papel de
humano a la perfección para no levantar sospechas, y temía que
sediento y satisfecho por igual fuera un riesgo para la vida del
hombre que amaba. No quería ponerlo en peligro. Por ello, se preparó
con días de anticipación, calculando la dosis perfecta, como
también una garantía.
-Debes
ir conmgo. Jude me dejó a cargo.
-Dudo
que hayan sido esas sus palabras -dijo Elliott, mientras miraban por
la ventana del segundo piso de un negocio de trajes de gala.
Habían
logrado localizar no a Garrett, pero sí a su prometida. La joven
estaba al frente del negocio charlando con una amiga, ambas con
sendas sombrillas sobre sus tez delicadas. Un carruaje pasó por
delante, tapándoles brevemente la vista de su vestido de cola ancha
y corsé apretadísimo. Iba de un morado oscuro, demasiado oscuro
para un día que aún se asomaba brillante.
-Te
lo ruego -le dijo Perry, con firmeza pero amabilidad- . Si pierdo el
control con él...
-No
le morderás, acabas de beber...
-No
me refiero a eso..
Perry
se alejó de él, al ver a un caballero pasar cerca. Elliott se
acomodó los lentes redondos.
--Vamos,
o la perderé de vista.
Bajaron
a la calle y una vez allí la vieron subir al carruaje en cuestión.
Perry corrió tras él, alcanzando a pedirle al cochero que se
detuviera. Desde el interior sin el techo expandido, la prometida de
Garrett les miró con desaprobación. Perry habló con el cochero
mientras Elliott contemplaba aturdido su cabello rojo.
-Creí
que este carruaje era de un sólo destino -dijo la joven al
conductor.
-¿Señora
Parrish? ¿No me reconoce? -la llamó Perry.
Agarró
a Elliott del codo para que se subiera junto con él.
-Me
temo que sí, usted es el amigo de Garrett.
-Pretendía
ir a casa de ustedes, pero me di cuenta de que no sabía donde
vivían. He estado fuera de Londres. Él es Elliott Dattoli -le
presentó al joven- , un alumno mío.
La
joven esposa miró a Eliott con cierto desconcierto, y luego a Perry,
callada. El carruaje comenzó a moverse, y la joven movió la
sombrilla de manera que cubriera su rostro correctamente. Su mirada
era penetrante y Perry se sintió de pronto intimidado. No parecía
todo lo encantadora que se había comportado la primera y única vez
que la había visto, del brazo de Garrett, a quien sonreía toda
enamorada.
-Elliott
-llamó al chico, que parecía distraído- , ella es... la señora
Parrish.
-Ann
Diamond, un gusto -le dijo a Elliott.
Él
hizo una pequeña inclinación con la cabeza, alucinado con el
aspecto de la joven. Perry tuvo el impulso de tronar sus dedos
delante suyo, pero el detenerse en el nombre de la joven lo hizo
titubear.
-¿Ann
Diamond, aún? ¿Retrasaron el matrimonio?
-No
habrá matrimonio, señor -dijo ella con firmeza.
Le
miró casi sin mover las pupilas.
-Oh,
lo siento. No lo sabía. No me he comunicado con Garrett estas
últimas semanas, por lo que...
-Imaginé
que no lo sabría, dado su buen temple actual, señor Jean-Pierre
Whitmore.
Recordaba
su nombre a la perfección. Perry sintió un escalofrío. A su lado,
Elliott bajó la cabeza.
-¿Qué
no sé? ¿Ocurrió algo?
Ann
Diamond dio un suspiro, y su expresión pareció ceder por un
segundo.
-Garrett
falleció hace tres semanas. O más bien, se despojó de su vida. Le
habría avisado, pero no sabía su ubicación en Londres, y tampoco
sentí la urgencia por hacérselo saber, dado lo que obtuve de tratar
de conocer a mi propio prometido. Garrett fingía bien, pero tenía
demasiadas pruebas en su contra... en su maletín. Guardaba todas sus
cartas, señor Whitmore.
Perry
apretó los puños sobre las rodillas, tambaléandose junto con el
carruaje.
-Siento
que lo sepa de este modo -dijo Ann Diamond, bajando la mirada.
Perry
apenas reaccionó, y Elliott notó su aspecto de pronto enfermo.
-¿Él
supo que usted sabía sobre sus secretos? -preguntó Elliott, al
verle enmudecido.
-No.
No alcancé a enfrentarle. Quién sabe qué lo llevó a cometer
aquella felonía. Pero supongo que las mentiras solas pueden
enloquecer a un hombre.
Elliott
asintió. Perry se colocó el sombrero de vuelta.
-Me
bajaré aquí -dijo Ann, sorpresivamente- . ¿Quiere acompañarme,
señor Whitmore?
Estaban
en la esquina del cementerio. Una nuebla intensa se extendía
proveniente del río. Perry asintió, y Elliott se bajó detrás de
la joven, mientras él se quedaba por un par de segundos, rígido.
La
siguieron confundiéndose entre toda esa blancura, que lucía más
como el humo del Bhang que pretendiera adormecer a sus visitantes.
Una vez atravesaron la cerca, Perry y Elliott se quitaron sus
sombreros, y más allá se detuvieron en una tumba que, algo
solitaria, se cernía en lo alto de una colina. Estaba rodeaba por
rejas de metal negro y unas flores marchitas yacían en un cuenco con
agua, el cual tenía la pintura de una flor roja de pequeños y
cortos petalos con gruesos gineceos amarillos. El epitafio no era en
absoluto la despedida alegre de quien aguarda con resignación su
muerte, pero Perry adivinó en ella el puño de Garrett: “Aquí
termina el gozo de un pecador”.
-El
sacerdote no estaba muy feliz con la elección de Garrett, pero
preferí que respetaran sus deseos -dijo Ann, mirando el epitafio- .
Quise que al menos dejase el mundo con algo de sentido del humor,
aunque sólo a él le haga gracia. Tenga -le dijo a Perry, sacando la
flor prendida a su vestido.
Perry
la recibió con manos firmes, y Ann se retiró sin conclusión. Se
perdió entre el vapor de agua del cementerio.
Se
inclinó para dejar la flor. Más atrás, Elliott se había quedado a
los pies de la colina, fuera de las rejillas negras, y sólo pudo ver
la silueta gris de Perry inclinándose frente a la lapida hasta
fundirse con ella. Un llanto quebró el silencio como un cañón
furioso y de potencia excesiva, para luego apagarse en la mudez de
aquellos a los que no les resta más energía para proferir un
homenaje más extendido.
Elliott
encogió los hombros, sintiendo la eternidad más eterna que nunca.
Podría ser más fácil tener un compañero desalmado y calculador
como los que Jude tuviera en su vida más temprana, ya que ellos
podrían empujarlo a sobrevivir con más facilidad sin importar la
cantidad de pecados sobre sus hombros. Pero Perry haría lo que él
considerase más benévolo, a menos que el dolor actual hiciera lo
contrario, corrompiéndolo hasta los mismos cimientos de su bondad.
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