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22. Saciedad
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22. Saciedad
Había
un ligero aroma a ropa limpia. Movió el brazo, liberado sobre una
cama enteramente suya, y se acomodó para quitarse la tensión. Había
dormido toda la noche, incómodo.
Había...
dormido.
Se
sintió descansado y recuperado, pero al intentar moverse, fue
conciente de una pesadez en todos sus miembros. El bostezo usual no
acudió, pero dio una inspiración para no quebrar con la costumbre,
empezando a sentirse extraño por la carencia de reflejos.
Entreabrió
los ojos, encontrándose con la imagen borrosa de una copa de sangre
en las angulosas y atractivas manos de alguien. Miró las uñas
perfectamente limpias, las venas de la parte superior verdosas y las
yemas puntiagudas.
-Bebe
un sorbo -le susurró una voz amable.
Alguien
le tomó la nuca y lo hizo enderezarse un poco. Tomó un trago, pero
la copa se apartó antes de lo que hubiese esperado. No obstante, no
peleó por un poco más, y sintió el sabor en su boca bajando hasta
el inicio de esta, y luego por su esófago. La sensación de
satisfacción no acudió tan intensa como el día interior, y supo a
qué se había referido Elliott al decir que después de un tiempo ya
no sería lo mismo.
Elliott.
Abrió
los ojos un poco más, y le vio junto a su cama con cara de
impaciencia, sosteniendo la copa.
-Chris
está en el negocio, atendiendo. Debemos irnos -dijo.
Se
había hecho algo en el pelo, para lucir mayor, y la amabilidad que
había demostrado en el palco se había esfumado. Sintió una leve
decepción, pero al menos el Elliott real estaba de vuelta.
Se
palpó la cara, notándola fría de nuevo. Supuso que tendría que
ajustar muchas cosas en su propio aspecto antes de poder salir por
esa puerta.
Si
algo no sabía Perry Whitmore de sí mismo es cuan vulnerable se veía
a sus ojos. La edad le había dado cierta sabiduria y la
vulnerabilidad que este demostraba frente a ese nuevo universo, aquel
universo que lo situaba como el protagonista de su propia historia
como vampiro recién nacido, le daba ese cariz sanguinoliento de los
bebés que han acabado de salir del capullo protector. Era un aspecto
sanguinolento expresado en la mirada de perdido, en el miedo
constante por no saber cómo funcionaban las cosas, en un buen
sentido. Y esa misma vulnerabilidad que veía en él le tenía
confundido.
Perry
Whitmore tenía aún el rastro de los rasgos enternecedores de su
juventud. Elliott se había proveído de fotografías después de
encontrarlo en ese callejón deambulando con aquella expresión
desesperada. Esa noche creyó poder hacerle un servicio, como a
tantas almas rendidas había hecho, de darle un susto de muerte que
les devolviera la pasión por la vida. Obviamente ese susto de muerte
se traducía en la gratitud involuntaria de sus víctimas: el medio
litro de sangre que a Elliott le correspondía y que lo dejaba
extasiado y no obstante insatisfecho. En sus tiempos como juez el
exceso lo había terminado por acostumbrar a la abundancia.
El
susto a sus víctimas tenía el carácter de ser renovador. Una vez,
en un cementerio, había encontrado a una víctima en potencia: un
viudo. Había perdido a su esposa hace ya cinco años atrás, y
todavía la lloraba. Le contó su historia, cómo el enamorarse de
nuevo le había sido imposible, el cómo las putas lo hacían sentir
culpable además de no satisfacerlo, y cómo las pasionees usuales
habían muerto en su ser. Elliott sólo dijo un “Lo siento” antes
de darle la mordida violenta.
Algunos
vampiros desnucaban a sus presas para apaciguarlas, pero él no les
hacía daño alguno, si no contaba el que las manipulaba para que
creyeran en él. Sin embargo, nunca hacía demasiados esfuerzos para
que esta manipulación diera efectos. La gente confiaba en él
automáticamente, incluso a gafas puestas. Había muchas veces
fingido ceguera, pero su sola voz parecía apaciguarlos, y eso había
funcionado una vez más con Perry Whitmore. Esta vez, sí, la
sensación de satisfacción no había aparecido. Le había dejado un
gusto amargo en la boca.
Esa
mañana decidió despertarlo, a pesar del alivio que le supondría a
este saber que había por fin dormido.
-Es
más fácil cuando tienes el estómago lleno. Metafóricamente -le
dijo Elliott, mientras Perry se colocaba un traje cedido por Chris.
Perry le dejaría su traje sucio a cambio, el cual en cuanto
estuviera limpio, costaría tres veces lo que el regalado.
El
nuevo era de color gris, y apagaba en alguna medida la palidez
natural como vampiro.
-Debes
volver para ver “Hamlet”. Se presentará la próxima temporada de
reyes -dijo Chris, mientras le arreglaba a Elliott el cuello de la
camisa.
Junto
a la puerta ya, Perry batallaba con su imagen en un espejo.
-No
mejorarás por mucho que te mires -le dijo- . Vamos.
Perry
le seguía ciegamente, como un cachorro. Ayer, no obstante, se había
largado por todo el primer acto de la obra y vuelto con el aroma de
otro ser humano en sus ropas y piel, si bien no sangre. No quiso
preguntar al momento de sentirle llegar, hasta que vio a otro hombre
entrando en un palco cercano al escenario. Un hombre que miró hacia
el palco de ellos con expresión de despecho.
No
pudo concentrarse por el resto de la obra. Se preguntó seriamente si
Jude deseaba matarlo de disgusto. Había evitado a hombres como ese
por lo últimos mil ochocientos años, y Jude le llevaba a uno preso
de sus horribles perversiones. Sin embargo, Perry Whitmore poseía
gentileza, especialmente para con su engañada esposa, Marion
Swerzvelder, o Switz, como solía llamarla en su cabeza.
Era
una joven vampira de lo más carismática, si bien su moral como
vampiro era equivalente a la de Jude. No le importaba matar a
personas inocentes, fundamentando su comportamiento en el hecho de
que todos los animales mataban para comer. Él pensaba del mismo
modo, pero era su conciencia la que lo contenía de mancharse las
manos. Prefería estar en buenas relaciones con su conciencia, y no
tener la imagen de un hombre muriendo en sus recuerdos. Por lo demás,
Marion era una persona inteligente y con el conocimiento justo y
necesario sobre lo que la rodeaba, al contrario de Perry, quien
parecía jactarse de su conocimiento artístico, si bien este en su
opinión, no le servía de nada.
Marion
pasaba los días de quietud tratando de no pensar. Tenía un pasado
como cualquier otro y, si bien Elliott no había podido enterarse de
los detalles, veía en ella un apego sincero por su esposo, que Perry
creía no merecer, y viceversa. Se tenían muy alta estima, pero el
único allí que tenía razones para valorar al otro era Perry,
puesto que Marion desconocía la verdadera naturaleza de este. Pero
entonces había ocasiones en que Perry daba por justificado el cariño
que Marion le profesaba. Era atento con ella constantemente. Quizá
era la culpa, quizá era el deber, pero el saber que había sido ella
quien le había dado la mordida para dejarlo medio exangüe, para su
posterior transformación, sólo ponía en recuperación el respeto
de Elliott hacia él.
Elliott
les analizaba demasiado, y estaba dejando que sentimientos de empatía
dificultaran su compromiso de no ser jamás considerado con nadie,
dado que tras pecar se le había castigado no en propoción al
pecado, sino en demasía. La envidía no era un pecado tan grande, y
los hombres mataban todos los días, sobre todo aquellos de su
progenie.
No
debieran culparlo ya ahora que había recibido un castigo tan
desproporcionado.
Cogieron
un coche al salir de la casa de Chris. Perry se colocó el sombrero y
dio un chiflido para que un coche parase. Elliott le siguió la
corriente.
-A
pesar del malestar, esto valió la pena -comentó Perry, quitándose
las gafas, a pesar de que el techo del coche estaba recogido. Hacía
un sol suave- . Ten, o quedarás ciego -Le puso las gafas, a pesar de
su rebeldía contra ellas.
-¿La
señorita Swerzvelder se ha acostumbrado a su ceguera?
-Sí.
Está trabajando en controlar su olfato. Dice captar demasiadas
variedades de aromas de una sola vez, lo cual la tiene algo enferma.
A
su lado, Perry apoyó el brazo en el respaldo. Le incomodó.
-No
te he dado las gracias por no haberme atacado esa vez en el callejón
-dijo Perry con voz gentil- . Estoy en deuda.
-Sólo
retrasé la mordida. ¿Prefieres esta vida a haber muerto por
desangramiento?
Perry
dudó. Elliott le miró de reojo y recordó el cómo mientras corrían
por las calles y techumbres de noche, él y Switz no se soltaban de
las manos. Esta vida conllevaba un tanto de dependencia, dependencia
que Jude había desarrollado con él, un apego insano a otra persona
que incluía ese amor, ya fuera fraternal, amoroso o lascivo, anormal
y obsesivo. Y lo peor de todo era que solía ser mutuo, como dos
almas que son atadas una a la otra una vez que les llega la condena
de la vida eterna en aquel infierno terrenal de carrozas haciendo
ruido y chimeneas cegando su olfato y su vista. Era una dependencia,
no obstante, que para él y Jude no había sido mutua.
-No
sé qué prefiero -dijo Perry con su voz profunda.
-¿La
habrías dejado a su suerte? ¿A la señorita Swerzwelder? No me
extrañaría, estás lleno de mentiras.
Mentiras
y manipulación. Era esa su carta de presentación.
Perry
bajó el brazo del respaldo y le miró sin comprender. Su cinismo le
pareció a Elliott nauseabundo.
-No
eres fiel. Pude adivinar lo que habías hecho en el teatro. Eres un
sodomita.
Perry
miró al cochero, nervioso.
-¿Qué
más pudiste adivinar?
-Que
tu amor por ella está manchado por la perversión. Todos los hombres
aprenden cómo manchar lo que es bueno y puro. De otro modo creen no
estar viviendo lo suficiente. La pasión mata los buenos
sentimientos.
-Estoy
esperando poder ver al hombre que amo cuando lleguemos a Londres. Y
despedirme apropiadamente -dijo Perry con una calma que no había
esperado.
Esto
lo enmudeció, y sintió su garganta anudarse. Un tonto reflejo
humano, sin duda fruto de su imaginación. Pero sabiendo que había
bebido sangre minutos atrás, temía que ese reflejo fuera real.
-Los
hombres no amamos -replicó Elliott en un tono amargo- . Sólo las
mujeres aman.
-Te
equivocas. Se nos enseña a no hacerlo. Pero yo no aprendí a no
hacerlo.
Elliott
lo miró fijamente, queriendo permanecer incrédulo. Pero Perry
estaba ejerciendo en él su manipulación de vampiro.
-Su
nombre es Garrett. Marion le conoció una vez. La primera vez que me
vio, él y yo nos besábamos bajo su balcón. La razón por la que
siento amor por Marion es porque dice haber visto el beso más
sincero de toda su vida en ese instante. Nunca me olvido de eso, y de
lo feliz que fui con ella mientras tuvimos una vida normal, y de lo
arrepentido que estoy de haber seguido con el plan de tener bebés.
Manchamos nuestra relación una noche y no hemos podido arreglarla
desde entonces.
Sus
ojos se habían enrojecido. Si lloraba, desperdiciaría sangre, y le
vio pestañear luchando contra sus emociones, con expresión firme.
Pero
debía ser mentira. No había vampiros honestos, no había personas
honestas. Sólo Switz era honesta, y quería creer eso ya que en
valorarla no había peligro.
-Pero
lo arreglaremos. Después de todo la necesito. La dependencia de la
que habla Jude no es un cuento de hadas. Ella es lo único que tengo
y lo será después de despedirme de Garrett.
En
ese instante pareció calmarse. Su mirada quedó perdida en sus
recuerdos, y Elliott, que había dejado de intentar manipular su
respuesta hacia él hace muchos minutos, se encontró creyendo cada
palabra que decía. El que Perry Whitmore le estuviera contando todas
esas cosas no era obra suya. Era Perry por sí solo confiándole su
vida, y ni siquiera era una potencial presa.
-Sabes
escuchar -le dijo, volteándose a mirarle.
-No
era mi intención -dijo él, con sarcasmo, aunque sin quitarle la
mirada de encima.
Perry
sonrió levemene.
-Pones
tanto esfuerzo en ser desagradable que no creo en nada de lo que
dices cuando eres desagradable.
-¿Cuántas
veces debo decírtelo? No confío en mi progenie. Y eso significa que
no confío en ti. ¿Quién sabe si has inventado toda esta historia?
¿”Enamorado de un hombre”? ¿Cómo podría un hombre amar a
otro?
El
rostro de Perry se quedó en quietud. Elliott vio en ello el éxito,
pero la seriedad de aquel vampiro le puso nervioso.
-No
podrías entenderlo -dijo en voz baja y profunda- . Te quedaste
estancado en los dieciocho años. Nunca te convertirás en el hombre
que pudiste convertirte.
Elliott
sintió su garganta anudarse de nuevo. El semblante de Perry por fin
había cambiado.
-Pero
algo me dice que crees cada palabra que dije -dijo Perry- . Vi a
demasiados chicos pasar por mi salón de clases fingiendo creer que
lo sabían todo, para luego verlos interesados en lo que yo estaba
diciendo. Nadie tiene la verdad sobre nada, nadie es tan seguro en
sus convicciones a la hora de ser testeado, y tú creíste lo que
dije a pesar de tu compromiso de no confiar en los hombres como yo y
de hacer creer a todos que eres un desgraciado centrado en sí mismo.
-Dijiste
amar a alguien y lo engañaste a la primera oportunidad -susurró
Elliott.
Perry
pareció detenerse en eso. Movió sus ojos por sobre toda su cara,
como si Elliott quisiera decir una cosa por otra.
-Fue
un error. Tienes razón -dijo.
Se
acomodó en el asiento, apoyando las manos en las rodillas. Elliott
separó levemente los labios, sorprendido en tan abrupto corte en la
discusión. Fue extrañamente decepcionante.
No
le agradaba discutir. Incluso con Garrett siempre prefirió no
discutir, especialmente en aquellos momentos cuando su creencia en
que eran unos pecadores les empujaba a discutir. Él simplemente lo
resolvía con un beso, con la promesa a no cumplirse de hablarlo
luego.
Pero
Elliott era sólo un chiquillo, y no discutiría con un chiquillo
sobre moralidad. Los jóvenes tenían una visión más inmadura y
sentimental de las relaciones humanas. Y es que si bien había estado
con otro hombre, con muchos hombres mientras estaba con
Garrett, en un intento por no sentir su relación con él muy
formalizada, eso no quitaba que le amara. De hecho, su amor por él
no se había extinguido incluso siento lo que era ahora. Esos
sentimientos tan dulces e intensos seguían allí. Pero un chico que
no había pasado de los dieciocho, a pesar de tener siglos de vida
más que él, nunca entendería la separación entre un sentimiento y
algo que por sí solo era vano como lo era el sexo. Sí, era
divertido, pero las veces que no lo practicó con Garrett simplemente
no las disfrutó al máximo. Pero de nuevo, Elliott en su inmadurez
no lo entendería.
Entonces
recordaba a Garrett y el dolor que expresó ante su decisión de
casarse con Marion. Su propio dolor al verle comprometerse con otra
mujer. ¿Estaba siendo hipócrita, acaso, y Elliott tenía razón?
¿Era Elliott más honesto que él? Tal vez era sólo que se había
conservado puro de pensamiento, incluso en medio de todo el pecado
que le rodeaba, la muerte, el engaño, el abuso, la manipulación de
sus víctimas, la manipulación de sus pensamientos para hacerlos
olvidarlo, olvidar su cara... Para no matarlos.
Elliott
era un buen chico. No había convertido a nadie en mil ochocientos
años, a pesar de su deseo de tener una compañera, y sin embargo era
sarcástico y cruel en las palabras. Era en realidad un buen chico,
uno que no deseaba ser amado.
Le
pareció que Marion podría ayudarlo a olvidar esa pretensión tan
insana de verse despreciado por todos.
Se
bajaron en medio de una niebla molesta en la calle donde la casona se
encontraba. El cementerio al lado de ellos estaba emborronado a tres
metros de su borde pastoso por el agua vaporizada que todo lo
extinguía a sus ojos, y Perry le pareció que aquella agua, ahora
arenosa, entraba en su sistema. A su lado, Elliott se tapó la nariz,
dando un quejido.
-Qué
clima más extraño -dijo Perry.
Entonces
notó que aquella niebla tenía un aroma diferente. No era el aroma a
humedad de siempre, sino que era el aroma del agua que ha estado
encerrada por mucho tiempo, agua al contacto de piedra.
-Es...
ahhh... -Elliott cayó de rodillas al piso.
Una
campana resonó a lo lejos, y Perry no pudo escucharle. Le ayudó a
levantarse, y entonces notó que su piel se quemaba, como si fuese un
vampiro de noche y el sol le estuviera dañando. Le tocó la cara,
desesperado, y se quitó el saco para cubrirlo con él. Algo en esa
niebla le estaba haciendo daño.
Sin
embargo, antes de que pudiera cubrirlo, vio sus dientes crecer. El
mismo dolor estaba despertando sus instintos más bajos.
-Están
en la casona -dijo, empujándolo lejos.
Le
vio mirar enloquecido hacia la ventana alta, y Perry temió que algo
en él se hubiera trizado.
-¿Elliott?
Saltó
hacia la ventana. No se detuvo a mirar desde lo alto, y en su lugar
bajó inmediatamente al interior. Perry escuchó el grito amenazador
de un vampiro vuelto loco, como aquellos gritos que profería Marion
al inicio de su estado como vampireza, aquellos gritos en el interior
del carruaje camino al cementerio, que suplicaron por un poco de su
sangre.
Entró
a la casa dando un golpe a la puerta lateral. Corrió por el pasillo
central tan rápido como sus piernas le permitieron, y en el salón
central, lleno de porciones restantes del mobiliario, vio la escena
más horrenda.
No
había rastro de Jude o Marion, a pesar de que a través de la niebla
exterior el sol aún brillaba. Tres hombres y una mujer estaban
tirados en el suelo agonizando, y Elliott, con la boca y la camisa
manchadas de sangre, estaba acurrucado contra la pared, temblando.
Había dejado a aquellas personas a medio morir, en su deseo de no
matar, pero estos se estaban ahogando en su propia sangre, y no
tardarían mucho en perecer.
-Hazles
morir... -gruñó Elliott, descontrolado y sin embargo, resistiendo
su propia sed ardiente.
Sólo
tuvo que decir esas palabras para que él, Perry, con el aroma
exquisito de la sangre entrando en su sistema, fuese y los acabara.
Fue
tal cantidad que sólo pudo drenar a dos de ellos. Cuando probó al
tercero de ellos, notó cómo la muerte empezaba a entrar en él,
tornando la sangre del sabor desagradable pero soportable de la
sangre embotellada. No quiso tomar más, sintiendo el cuerpo hinchado
y caliente, y la boca rebosante aún.
Sólo
le quedaba una cosa que hacer, para no ahogarse en vidas ajenas.
Gateó
hacia Elliott, empezando a sentirse mareado, como un hombre vivo que
ha tomado demasiado whisky, y le tomó la nuca con torpeza. Le dio de
beber en la boca la sangre restante que su cuerpo no estaba siendo
capaz de absorber, y Elliott succionó con un quejido de alivio.
Por
un momento creyó que continuaría, pero Elliott le soltó por sí
solo, con la sed aún torturándolo. Perry miró hacia los muertos
sobre el pueblo polvoriento, mientras Elliott respiraba jadeante
contra su cuello, resistiendo el no morderle para proveerse de sangre
de segunda mano. Había experimentado antes los dolores causados por
esta en su organismo, y sin embargo, aún la veía como una
posibilidad. Perry sintió su mano resbalar hasta el piso, ganando la
batalla.
-Estoy
cansado... -susurró Perry.
-Debiste
detenerte antes -susurró Elliott.
Le
vio suspirar, apoyándose contra la pared. Sus ropas habían quedado
manchadas, sobre todo las de Perry.
-¿Dónde
están Marion y Jude? -preguntó.
-Debieron
escapar ante los cazadores.
-¿Son
cazadores?
Elliott
asintió. Se levantó mientras Perry permanecía sentado, afectado
por aquel peso de vida en sus venas. ¿Así de pesada se sentirían
sus arterias y venas llenas en vida? Lo dudaba.
Vio
a Elliott caminar hacia uno de los cazadores, y registrar sus
bolsillos. En el interior encontró dos discos gruesos de fierro que
cabían en la palma de la mano del chico.
-Son
bombas de vapor de agua -explicó, con la cabeza inclinada, como si
le pesara- . No es algo que funcionaría en seres humanos, ya que el
vapor debe ser de agua bendita. Debieron ahuyentar a Jude y a Switz
con esto.
-¿Swi...?
-No
pueden estar muy lejos si quedaron afectados.
Perry
frunció el ceño. ¿Agua bendita? Entonces no era un mito, si bien a
él no le había afectado, lo que convertía a esta en la debilidad
de Elliott. Agua bendita, algo en lo que Marion no creía en lo
absoluto.
Le
vio sacar además cruces de plata, las cuales Perry no pudo mirar por
mucho tiempo, una Colt sin duda con balas de plata y un libro de
oración.
“Cómo
podría algo bendecido por un simple ser humano tener efectos en
quien lo toque” habría dicho, sin duda.
-Debemos
encontrarlos -dijo, levantándose.
Podían
estar heridos. Si habían tenido que salir de la casona, habían sido
dañados por el sol en lo alto, a pesar de la niebla que convertía a
Northampton en una ciudad fantasma.
Luego
de colocarse los trajes algo más limpios de los cazadores, salieron
de la casona en silencio. La alimentación previa empezó a hacer
efecto, y Perry se sintió tan bien como la noche anterior en el
teatro, con la diferencia de que no había en quien entretener la
vista esta vez. Él y Elliott abandonaron la parte poblada de la
ciudad en solitario y a pie, y una vez se alejaron del camino
delimitado en medio de los pastisales, lo único de hechura humana
fueron las casas señoriales que recortaban el paisaje.
Sin
que palabras salieran de sus labios y en medio de la preocupación
que significaba el haber perdido a dos de su grupo, llegó la noche
sin que una sola pista de ellos se entreviera. Las pisadas
encontradas no correspondían a ellos, pero la parte sur de
Northampton era el único lugar al que posiblemente habrían
escapado, ya que las casas alrededor de la abandonada estaban todas
habitadas u ocupadas por los menos privilegiados. Pronto se le vio a
Perry a la cabeza la posibilidad de que se hubiese escondido en algún
sotano.
Para
cuando llegó la madrugada, la sangre aún corría viva por sus
venas. Elliott se había escondido para dormir en el árbol contra el
cual yacía apoyado. La luna había salido libre del asedio de los
nubarrones nocturnos, y el cielo ya lucía como uno de verano. No
pasaría mucho tiempo antes de que el pasto sobre el cual estaba
sentado volviese a estar cubierto de nieve.
-¿Tú
y Switz no tienen vida marital? -preguntó Elliott de la nada.
Perry,
habiendo estado pensando en Marion y su estado de desaparecida, había
adoptado la expresión sufriente de aquellos que no ven ninguna
esperanza, mientras sentía la mirada vigilante de Elliott sobre él.
El vampiro desconfiaba de él todavía y esa pregunta tan personal le
sorprendió. Había pensado que habían quedado en mal puerto en lo
que respectaba a contarse las cosas personales, actividad que había
sido del todo unileral en su intento por establecer una conexión con
su guía en la vida como vampiro. No confiaba en Jude, no le
agradaba, pero la juventud de Elliott era ligeramente reconfortante.
-No
tenemos vida marital.
-Oh.
Mencionaste lo de la noche que pasaron juntos y que arruinó su
relación actual. Lo había olvidado.
Habría
respondido que no le sorprendía, pero sus ojos volvieron a perderse
en el paisaje azulado que lo rodeaba, en las casas que cortaban en
siluetas contra el cielo nocturno y azul de esa noche. Tenía la
esperanza de de repente verla corriendo hacia ellos, a Marion, con
sus ojos marrones brillando. Pero no había ojos marrones, ya no más.
Tragó,
sintiendo el nudo en su garganta. Un reflejo humano. La sangre seguía
igual de viva en su sistema porque no la había gastado excepto en
esa caminata lenta por el prado. Habría pensado que eso sería
suficiente para que volviese a tener sed, pero al parecer tener sexo
como vampiro conllevaba más energía que diez horas seguidas de
caminata pausada. Esa vez en el teatro la había gastado toda de una
vez. Ahora que se detenía a pensarlo, sin sangre un vampiro no
podría llevar a cabo el acto del sexo. Técnicamente no sería
posible.
Ese
pensamiento no logró sacarle una sonrisa, especialmente ante la
perspectiva de querer satisfacerse ahora mismo para volver a la
vaciedad de emociones usual, que expresaba la vaciedad de sus venas.
Empezaba a extrañar el aspecto mortuorio de los días de
insatisfacción, y comprendió la gran resistencia de Jude frente a
no tener sangre en abundancia como él y Elliott habían tenido por
dos días seguidos. Cuando estaba lleno, comenzaba a tener esos
sentimientos humanos, esos sentires que no había llamado y que se
presentaban sin aviso. No quería sentir nada, especialmente si
Marion estaba perdida y su deseo de sexo no podía ser satisfecho.
-No
vuelvas a compartir sangre conmigo de ese modo. Switz puede
compartirla contigo con un beso porque llevan mucho tiempo
conociéndose.
-No
lo haré más. Me estaba ahogando y me pareció lo más sensato. No
podemos desperdiciar una sola gota -se explicó.
Recordó
a Marion dándole de beber en la boca, y el cómo la sed satisfecha a
veces llegaba a hacerle creer que la deseaba. Era una sensación
extrañamente reconfortante, pero ilusoria.
Miró
hacia las ramas más bajas, donde Elliott yacía recostado. Tal vez
la razón por la que no le había quitado la mirada de encima era
porque había estado pensando en ello todo lo que llevaban de noche.
Y posiblemente todo el día. Sintió haberle dado una razón para
estar inquieto.
Y
sin embargo, pensó en la palabra “beso”, dicha por Elliott. No
había sido un beso en lo absoluto. Sus labios no se habían movido
mientras Elliott bebía de ellos.
Sintió
nauseas. Elliott era un chiquillo.
Cerró
los ojos, tratando de no pensar. Sin embargo, la sensación de
bienestar que comenzó a sentir al hacerse conciente del suave viento
lo desconcentró, hasta que se hizo constante y le relajó haciéndolo
uno con la noche.
El
escape desde la casona en Northampton los llevó a un destino más
sureño. Se dejó llevar por la guía de Jude, y se adentraron en los
túneles que poblaban la ciudad bajo tierra, desde donde escucharon
los ecos del mundo subterráneo desde las profundidades sin explorar.
Fueron
tres semanas en las que se preocuparon de curar sus quemaduras. Jude
consiguió más reservas un par de veces al subir a la superficie de
noche, y nunca les faltó la bebida. Marion comenzó a sentirse
segura con él y su precaución.
-Dicen
que bajo nuestros mismos pies está el infierno -dijo Jude, mientras
caminaban por un tunel. Marion podía sentir el calor de la llama de
su antorcha en la cara, y quiso que la apagase- . Pero aquí en el
limbo hay cosas que no imaginaríamos.
Pronto
el fuego fue más intenso. Marion lo sintió en todas partes, así
como el aroma de aceite quemándose. Se oyó un rumor que hizo eco, y
Marion comprendió que habían entrado en una cueva más grande.
-Vaya
escondrijo han hecho en las catacumbas de Oxford -dijo Jude con su
voz atronadoramente susurrante.
-¡Jude!
-exclamó una voz de varón.
Marion
se hizo para atrás, al sentir la presencia repentina de decenas de
personas allí. Oyó el sonido de pies desnudos contra el suelo, y
entonces el sonido de alas y un gorjeo como de paloma que recordaba
al ladrido de perro. Fue confuso, y luego esos sonidos desaparecieron
por completo.
-Teófanes
-dijo Jude- . Veo que has perfeccionado tus habilidades.
Oyó
unas palmadas, sintiendo la espalda desnuda de protección. Si tan
sólo Perry hubiese escapado con ellos.
-Mil
doscientos años son suficientes para ello -dijo el hombre llamado
Anthony- . Teo tiene grandes habilidades.
-¿Entonces
qué hacían aquí durmiendo?
-Hey,
no nos veas en menos -dijo otra voz- . No habíamos dormido los
últimos veinte años, hasta que una noche, meses atrás, este hombre
descubrió la más poderosa de las plantas. Es como el Bhang hindú,
pero... es capaz de confundir hasta los sistemas nerviosos de los
muertos.
-¿Han
estado durmiendo por meses? Deben estar sedientos. ¿Qué tal una
cacería mientras aún restan noches oscuras? Tenemos dos horas antes
del amanecer.
-Tenemos
suficiente aquí. Nos hemos traído nuestras propias presas hacia el
inframundo.
-Creí
que habían abolido esa práctica.
Marion
los oyó reír. ¿Tenían a humanos vivos allí abajo? ¡¿Y Jude lo
abalaba?!
-Veamos
que tal están. Deben estar famélicos.
-Dejaré
uno entero para ti, si lo deseas. Eres mi invitado -dijo Anthony.
Tenía una voz suave y no obstante varonil- . También está invitada
tu amiga. ¿Has encontrado una compañera?
-No.
Ella ya tiene us propio compañero, pero me temo que le hemos perdido
la pista.
No
obstante, tomó a Marion del codo para que lo siguiese. Ella se
soltó, desconfiada al notar que sólo había hombres entre esa
multitud hambrienta. Ya había sabido de vampiros dispuestos a drenar
a sus propios congéneres con tal de calmar su sed, por lo que se
tapó el cuello y las muñecas, con temor de ser atacada.
-No
temas. Estos vampiros llevan años de experiencia. Su poder de
control es inquebrantable.
-Tienen
a sus presas aquí abajo.
-Con
el tiempo entenderás que es necesario tomar medidas drásticas,
especialmente si eres un dormilón empedernido -dijo Jude, riendo al
final.
Anthony
rió junto a él. Marion volvió a oír la misma palmada, y a su
lado, Marion se agitó ante el peso de esa mano.
-Este
hombre duerme cada cien años -explicó Jude- . Es un período de
intervalo corto para alguien de nuestra especie. Yo sólo duermo
siestas cada una semana, aunque ha habido veces que me he pasado y me
he encontrado despierto sin saber qué día del mes es. O qué día
del año.
-Esos
son los mejores días. Casi te sientes humano otra vez -dijo otro
vampiro- . Yo soy Teófanes, señorita...
-Swerzvelder
-dijo Jude- , aunque mi compañero la llama Switz.
-Creí
que Eloy no era tu compañero -apuntó Marion.
-¿Eloy?
El
grupo entero que los seguía, que iba tras la espalda asustads de
Marion, pareció dejar de respirar. Y lo hicieron. No oyó una sola
inspiración por los segundos que ese silencio, mientras caminaban a
su destino por ese tunel, duró.
-¡Has
hayado a Eloy!
-¿Cómo
es que no está contigo?
-No
sería muy conveniente. Casi agradezco el haberlo perdido, ya que sé
cuantas amenazas de muerte ha recibido sólo de esta camada.
-Perry
también está perdido -dijo Marion.
-Eloy
sabrá cómo encontrarnos. Sabía que veníamos a Oxford, y
posteriormente a New Forest.
-Pasaremos
por Bristol primero, por supuesto -dijo Marion.
-No.
¿Quién te puso eso en la cabeza?
Marion
tomó su codo, pero él se soltó de ella, dejándola a su suerte.
Otro vampiro la tomó del codo y la guió, a pesar de ella
resistirse.
-Le
haríamos un juicio, dada la cantidad de nosotros que sabe que es una
pequeña basura manipuladora que merece ser incinerada. Hizo que Joy
se alejara de nosotros, y ella era la madre de todos nosotros.
-¿Cuántos
son ustedes? -preguntó Marion al vampiro que la guiaba, que no
obstante la sostenía gentilmente.
-Cuarenta
y nueve. Hay otro resto durmiendo en otra cueva.
-Ese
es un pequeño número.
-¿Ha
estado rodeada de más vampiros?
-Sí,
en la Ciudad Bajo Tierra, en Northampton. Había cientos de ellos
allí. La mayoría de ellos estaban en prisión.
-Oh,
la prisión de Northampton. Estuve allí una vez, hasta que Joy me
rescató.
-¿Qué
hizo Eloy para alejar a Joy de ustedes?
-La
convenció de ser su compañera -dijo Anthony más adelante- . Joy le
amaba y nunca quiso reconocer que había sido ella quien había
convertido a la mayoría de nosotros. Eloy se cree mejor que
cualquiera sólo por ser un vampiro de día.
-Lo
es. No es un asesino -dijo Marion.
-De
eso no discutiremos con una mujer.
-Joy
era una mujer -dijo Marion, ofendida.
-No.
Ella era la madre de todos. No la veíamos como tal.
-Sigue
siendo...
-Eloy
la llevó por túneles hasta una ciudad del mediterráneo, Pola, tras
dejarnos a nosotros a nuestras suertes aquí, al norte del mundo.
Cómo se las arregló Joy para convencer a Eloy de no salir a la luz
del sol, no lo sabemos, ya que no tiene ningún interés en las
mujeres y Joy no iba a ser la excepción. Eloy sólo desea a alguien
que cuide de él.
-Cuando
llegaron a Pola, se vio obligada a salir, ya que Eloy ya empezaba a
sospechar -explicó Jude- . Joy se hizo llamas y cenizas en lo que
dura un parpadeo. Tenía mil ochocientos años y ella y Eloy no
habían bebido sangre en días bajo los túneles. Su cuerpo era una
hoja reseca a esas alturas, y ya sabemos lo que le hace el fuego a la
madera muerta y desidratada.
-Lo
siento -dijo Marion- . Aún así, no veo la culpa de Eloy. Él no
sabía que Joy no era una vampira de día.
-Pero
se la llevó de nuestro lado. La hizo caer por él y se la llevó sin
importarle lo que sucediera con nosotros.
Marion
prefirió no levantar más argumentos en contra de eso. Sin embargo,
empezó a ver un patrón en ello. Perry y Eloy habían estado
perdidos por semanas, y había sido Eloy quien había arrastrado a
Perry tras él al marcharse a por un poco de diversión, como explicó
Jude cuando le dijo qué significaba el que fuera tras su proveedor
allá en Northampton. Ella y Perry habían estado separados por tres
semanas y comenzó a temer el no verlo nunca más.
-Nada
le habría pasado si hubiera permanecido aquí -dijo Anthony.
-Era
su decisión.
-No,
estaba a cargo de toda una camada. Era nuestra guía.
-O
su madre, querrás decir -dijo Marion.
Todos
se detuvieron. La joven chocó con Anthony, quien se había volteado
a mirarla indignado. Sintió la respiración de Jude cerca,
expectante, y el olor a quemado en su pecho fue más elocuente.
También le enojaba el odio de aquellos hombres hacia Eloy.
-¿Por
qué vinimos aquí, Jude? -le preguntó.
-Necesitamos
un mapa -dijo este a Anthony.
-Dime
qué mapa deseas y Teófanes lo dibujará. Le tomará sólo unas
horas.
Jude
por fin la tomó del codo, y fue él quien la guió de allí en
adelante. Marion cerró ojos tras la venda, y se relajó un poco, si
bien la seguridad que sintió no era la misma que alrededor de Perry.
-Jude,
¿Cómo es eso de que no iremos a Bristol? Debo despedirme...
-No
puedes despedirte de nadie. Podrías morder a alguien.
-No
cometeré ningún error, lo prometo, pero necesito despedirme de mi
familia. Deben saber que estoy bien.
-La
noticia de que estás viva debe haber llegado hasta la puerta de tu
madre, Marion Swerzvelder -dijo Jude con firmeza. Se detuvo cuando el
eco de su voz reveló una cueva más grande y caldeada que las otras-
. Margarett, la señorita que saludaste en el tren de salida de
Londres debió haberse encargado de ello.
Marion
dio un suspiro. Margarett.
-Me
despediré sólo de ella. Prometo no ver a nadie más.
-Esta
cueva lleva a todas las salidas, excepto la que ustedes dejaron
atrás, por supuesto -dijo Anthony- . Pero mientras Teófanes
confecciona el mapa, tengamos una charla para recordar los viejos
tiempos. Algo me dice que tenemos cuatrocientos años de vida que
contar.
-Naturalmente
-dijo Jude.
Se
sentó en el suelo, y Marion le imitó a su lado.
-¿De
qué sector quieres el mapa? -preguntó Teófanes.
-El
suroeste de Europa -dijo Jude, con un dejo de culpabilidad en la voz.
-¿Qué?
¿Todo el suroeste?
-Sí.
Necesito todos los túneles y catacumbas.
-Son
kilómetros de túneles, Jude -dijo Anthony, sorprendido. Marion le
sintió sentarse frente a ellos. Su aliento olía a sangre. Acababa
de beber, y sintió sed- .¿A quién buscas en tierras tan bajas? Tú
sabes que a Francia y a España llega lo peor de nuestra especie.
-Me
agrada ese lado de nuestra especie -dijo Jude.
-Por
supuesto. O no habrías estado a la rastra de Eloy por tanto tiempo.
Jude
calló ante esta referencia. Marion sintió su propio rostro
deshacerse en una mueca de espasmo.
-¿Quién
eres tú para hablar de inmoralidad en este sitio? La garganta que
acabas de despedazar...
-Una
vagabunda. Nadie la recordará.
-Era
un ser humano. ¿Dónde está tu instinto de caza? ¡¿Así es cómo
consigues gargantas, cobarde?! -masculló Marion.
-Oh,
olvidaba que una aristócrata como tú tenía que esforzarse para
tener su plato lleno en vida -Marion se habría sonrojado de no ser
porque empezaba a sentir sus venas en falta de alimento- . ¿Qué
edad tienes? Puedo verlo en tu energía: dos meses. ¿Estoy
equivocado, Jude?
-No.
En efecto es una neófita.
-¿Y
te acompañará hasta Francia?
-No
voy a Francia -dijo Jude.
-Pronto
será el invierno. Entonces podrás estar fuera de los túneles. No
creo que tengas otro destino más que ese, siento no creerte.
-Ni
siquiera sé si Francia es el destino al que me llevará esta
búsqueda. No he salido de Inglaterra en siglos y no sé dónde pueda
estar.
-Sólo
pregunto. Tú sabes que todo este tema es un mito para todos nosotros
y es Francia a donde llevan todos los mitos. Tu misma existencia es
un mito para nosotros, puesto que no tenemos doctrina de ningún
tipo.
-Lo
sé. Yo tampoco tengo doctrina. No estoy en busca de ninguna
divinidad, sólo quiero destapar la verdad sobre cómo me convertí
en un vampiro y descubrir la razón para todo esto.
-Tal
vez sólo somos una especie evolucionada -dijo Anthony- . Eso nos
gusta creer a nosotros.
Marion
oyó el sonido de gritos en lo profundo, que la desconcentraron de
esta charla. Más allá podía oír el trazo del carboncillo sobre el
papel. Teófanes había comenzando con su trabajo. Por lo demás, no
había escuchado nada más esperanzador en ese lugar encerrado,
nisiquiera un aroma diferente. Todo olía a encierro, lo que la hacía
dudar de las supuestas salidas que los guiaban desde esa cueva al
exterior.
-¿Y
qué tiene que ver Eloy en todo esto? ¿O sólo te agrada como
compañero, cuya causa también me pregunto? Aquí en la camada nadie
tiene compañeros.
-Eloy
tiene un gran poder de manipulación, orientación y alcance
territorial. Puede hacer lo mismo que Teófanes, pero a mayor escala.
-¿Sus
pichoncitos son más pequeñitos? -preguntó Anthony- Es decir, no
veo qué tanto pueda caber en un cuerpo como el suyo. Cuando fue
convertido era un desnutrido.
-No
son pichones -dijo Teófanes desde su mesa. Los demás rieron.
-Pero
parecen eso y suenan como eso -dijo otro compañero de la camada- .
Gritan como seres torturados mientras vuelan en bandada a la luz de
las estrellas.
-¿A
qué se refiere? -preguntó Marion.
-A
los pequeños perritos voladores en los que se convierte nuestro
Teófanes cuando necesita buscar algo. Por supuesto, sólo puede
salir a la luz de la luna. Las leyes de transformación siguen
aplicándose en este caso, lamentablemente.
-Murciégalos
-dijo Marion- ¿Puede convertirse en murciégalos? ¿Toda una
bandada? ¿Cómo lo hace?
-Teófanes
es el mayor de nosotros, pero no sabe cómo lo hace.
-La
primera vez que lo logré estaba a punto de morirme de sed. Creo que
eso pudo haber contribuído. No podía moverse y mi último recurso
fue convertirme en una bandada de murciégalos para conseguir
alimento desde varias fuentes. Esa es... mi teoría.
-No
quieras dar tus teorías, Teófanes. Eres buen cartógrafo pero tus
fantasías son inauditas.
-Sólo
digo que pudo no haber sido una coincidencia.
-El
caso es que no sabemos cómo lo hace, porque ahora puede convertirse
teniendo el estómago lleno. Teófanes no me escucha, sigue creyendo
que la causa fue la que ha explicado.
-¿Por
qué no te cortas esa barba de chivo y dejas a Jude hablar? -dijo el
vampiro de voz juvenil.
-Está
bien. ¿Dónde estábamos?
-Dije
que Eloy tiene habilidades que pueden ayudarme a llegar a destino. Él
también está interesado en saber cómo llegamos a ser vampiros.
-Cuando
sepan el porqué, ¿Qué harán?
-Nos
quitaremos una duda de encima. Ese es el propósito.
-¿Y
si la causa de nuestra transformación no es agradable? ¿Y si la
causa no es justa con nosotros, si se nos castigó injustamente, qué
harás?
-Buscaré
una forma de volver a la normalidad.
Marion
volteó la cabeza en dirección a Jude, incrédula. Incluso ella,
siendo una neófita, entendía el que tal cosa fuera imposible, a
pesar de la carencia de pruebas. Estaban técnicamente muertos, y la
sangre sólo los revivía por un tiempo artificialmente. Era
imposible que volvieran a ser lo que eran al nacer.
-A
la normalidad -dijo Anthony- . ¿Qué es... la normalidad? No
entiendo.
-Sí
lo entiendes.
-Esta
es nuestra normalidad, Jude -dijo Anthony, levantándose del puso
bruscamente.
Tomó
a Marion de la muñeca, asiéndola con él bruscamente.
-Ah...
-Esta.
Vampiros inválidos, ciegos... Es nuestro castigo. ¿Por qué? No lo
sé, pero así son las cosas y... adoro esta vida, Jude. Tengo
más libertad y...
Marion
le dio un pisotón en el pie izquierdo, notando sus venas llenas, y
luego un golpe en la nuca. Anthony yació en el piso inconciente.
-Y
más fuerza. Sí, también adoro esta vida. Jude, me voy a buscar a
Perry. No sé qué tanto te importa ya que Eloy está perdido junto
con él, pero debo encontrarlo. No me sirve de nada quedarme aquí
charlando. Ah, y no iré a Francia.
Jude
dio un suspiro, en su estado de calma constante.
-Ya
entiendo -dijo Anthony desde el suelo- . Quieres devolverle lo que le
quitaste a Eloy Dattoli. Siempre ha sido ese tu cometido con todo
esto.
-También
deseo volver a la normalidad, Anthony, por mucho que digas que esta
es mi normalidad ahora. No nací vampiro y nunca voy a abrazar esta
vida como tú lo has hecho, porque mi castigo fue desproporcionado.
Jude
se levantó del suelo. Marion esperó, impaciente, a que accediera a
irse. No podía largarse a ciegas.
-Oh,
no me vengas con el mito del Cristo -dijo Anthony- . Y no encontrarás
nada en Languedoc que no hayas visto ya. Visitaste el mismo sitio un
milenio atrás, Jude, y no encontraste nada. Sólo casas pobladas de
humanos que desangraste en un intento por permanecer dentro de la
colina de Rennes le Chateau hasta excavar cada rincón, en busca de
una explicación que satisfaciera tu creencia de que eres un
inocente.
-No
estoy diciendo que sea... Soy culpable, he pensado en eso cada
día de mi vida, Anthony. Pero han sido mil ochocientos años y no
quiero asesinar a más vidas inocentes.
-Muere,
entonces. Ríndete. Muchos de nosotros lo han hecho, aunque de esta
camada nadie, porque esta camada ha abrazado esta vida como suya. Lo
conocemos todo y no dejamos de conocer, y nunca permanecemos en el
mismo lugar. Y esa insatisfacción de conocimientos es la que nos ha
mantenido satisfechos. En cambio tú, Jude, estás estancado en la
misma fecha desde hace casi dos siglos. Eres el vampiro más viejo de
nosotros y no te enorgulleces de eso.
Marion
tragó. Había pensado como Anthony hasta pocos segundos atrás, pero
nadie debiera enorgullecerse de sus asesinatos, si bien no tenían
más opciones que cometerlos. El orgullo no debiera ser parte de la
matanza, sino la necesidad la madre de esta.
-Creí
que ya comprendías -dijo Jude en un grave susurro.
-Te
amo, mi hermano -dijo Anthony- , pero no quiero ver cómo te
consumes. No te odio, pero desprecio lo que piensas de ti mismo.
Sabes que mis puertas siempre han estado abiertas. No tienes que
sentirte como un pecador por el resto de tu existencia. Aquí nadie
es un pecador.
-Entre
las cuatro paredes que conforman tu camada, no. Pero soy preso de mi
conciencia, Anthony. Y no me dejará tranquilo.
Oyó
su voz flaquear, y Marion tragó, sintiendo algo en el estómago que
como vampira no había sentido.
-¿Te
irás, entonces?
-Sí.
Te daré algo a cambio del mapa.
-No
tienes que. Por favor no cometas el error de insultar a Teófanes.
-Aunque
Teófanes aceptaría a la señorita. Extrañamos el aroma de una
vampireza en nuestras cuevas -dijo otro vampiro.
-Me
temo que la señora está casada, Lemej -dijo Jude- . Esperaré a por
el aviso de Teófanos en el lugar donde los encontramos. Nos veremos
en otra ocasión.
Anthony
asintió. Marion notó su respiración cortada.
-¿Por
qué convertiste a dos humanos en los últimos dos meses, Jude?
Jude
se detuvo, dándole la espalda al que ya parecía ser el líder de la
camada.
-Buscaba
un compañero para Eloy.
-Entonces
no eres su compañero. Pensé que ese era el trato entre ustedes.
-¿Qué
utilidad podría tener saber eso para ti? -preguntó Jude,
acercándose de vuelta a aquel hombre.
-Las
leyes todavía no te tocan, entonces -dijo no obstante Anthony,
evitando la pregunta.
-No.
Las cosas siguen tal como siempre.
-Diste
aviso a los Jueces sobre esto.
-Sí.
Pero en cuanto salga de Inglaterra, su jurisdicción ya no me tocará.
Como dijiste, Francia podría ser la jurisdicción bajo la cual
obedecer.
-Ellos
no tienen jurisdicción ante las conversiones, Jude.
-Lo
sé. Pero eso puede arreglarse -dijo Jude.
Anthony
sonrió.
-Nunca
me decepcionas. Siempre haciendo lo correcto.
-Siempre.
Hermano.
Jude
tomó el codo de Marion, y se fueron de vuelta por donde habían
llegado, hacia la cueva-dormitorio.
-¡Te
recibiré cuando quieras volver, mi hermano!
-Vámonos
rápido o se volverá sentimental -dijo Jude por lo bajo.
-Creo
que ya lo hizo -susurró Marion.
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