lunes, 13 de julio de 2015

"Libertar la Oscuridad": Capítulo 22

(Kanes: Para leer los anteriores 20 capítulos de "Libertar la Oscuridad", ir a este LINK.
El link de YouTube que se presenta más adelante en el capítulo sirve de ambientación musical. Por supuesto, es opción de cada uno utilizarlo.

Pueden visitar la entrad en que presenté esta novela en este LINK.

Gracias por leer "Libertar la Oscuridad")


22. Saciedad

Había un ligero aroma a ropa limpia. Movió el brazo, liberado sobre una cama enteramente suya, y se acomodó para quitarse la tensión. Había dormido toda la noche, incómodo.
Había... dormido.
Se sintió descansado y recuperado, pero al intentar moverse, fue conciente de una pesadez en todos sus miembros. El bostezo usual no acudió, pero dio una inspiración para no quebrar con la costumbre, empezando a sentirse extraño por la carencia de reflejos.
Entreabrió los ojos, encontrándose con la imagen borrosa de una copa de sangre en las angulosas y atractivas manos de alguien. Miró las uñas perfectamente limpias, las venas de la parte superior verdosas y las yemas puntiagudas.
-Bebe un sorbo -le susurró una voz amable.
Alguien le tomó la nuca y lo hizo enderezarse un poco. Tomó un trago, pero la copa se apartó antes de lo que hubiese esperado. No obstante, no peleó por un poco más, y sintió el sabor en su boca bajando hasta el inicio de esta, y luego por su esófago. La sensación de satisfacción no acudió tan intensa como el día interior, y supo a qué se había referido Elliott al decir que después de un tiempo ya no sería lo mismo.
Elliott.
Abrió los ojos un poco más, y le vio junto a su cama con cara de impaciencia, sosteniendo la copa.
-Chris está en el negocio, atendiendo. Debemos irnos -dijo.
Se había hecho algo en el pelo, para lucir mayor, y la amabilidad que había demostrado en el palco se había esfumado. Sintió una leve decepción, pero al menos el Elliott real estaba de vuelta.
Se palpó la cara, notándola fría de nuevo. Supuso que tendría que ajustar muchas cosas en su propio aspecto antes de poder salir por esa puerta.


Si algo no sabía Perry Whitmore de sí mismo es cuan vulnerable se veía a sus ojos. La edad le había dado cierta sabiduria y la vulnerabilidad que este demostraba frente a ese nuevo universo, aquel universo que lo situaba como el protagonista de su propia historia como vampiro recién nacido, le daba ese cariz sanguinoliento de los bebés que han acabado de salir del capullo protector. Era un aspecto sanguinolento expresado en la mirada de perdido, en el miedo constante por no saber cómo funcionaban las cosas, en un buen sentido. Y esa misma vulnerabilidad que veía en él le tenía confundido.
Perry Whitmore tenía aún el rastro de los rasgos enternecedores de su juventud. Elliott se había proveído de fotografías después de encontrarlo en ese callejón deambulando con aquella expresión desesperada. Esa noche creyó poder hacerle un servicio, como a tantas almas rendidas había hecho, de darle un susto de muerte que les devolviera la pasión por la vida. Obviamente ese susto de muerte se traducía en la gratitud involuntaria de sus víctimas: el medio litro de sangre que a Elliott le correspondía y que lo dejaba extasiado y no obstante insatisfecho. En sus tiempos como juez el exceso lo había terminado por acostumbrar a la abundancia.
El susto a sus víctimas tenía el carácter de ser renovador. Una vez, en un cementerio, había encontrado a una víctima en potencia: un viudo. Había perdido a su esposa hace ya cinco años atrás, y todavía la lloraba. Le contó su historia, cómo el enamorarse de nuevo le había sido imposible, el cómo las putas lo hacían sentir culpable además de no satisfacerlo, y cómo las pasionees usuales habían muerto en su ser. Elliott sólo dijo un “Lo siento” antes de darle la mordida violenta.
Algunos vampiros desnucaban a sus presas para apaciguarlas, pero él no les hacía daño alguno, si no contaba el que las manipulaba para que creyeran en él. Sin embargo, nunca hacía demasiados esfuerzos para que esta manipulación diera efectos. La gente confiaba en él automáticamente, incluso a gafas puestas. Había muchas veces fingido ceguera, pero su sola voz parecía apaciguarlos, y eso había funcionado una vez más con Perry Whitmore. Esta vez, sí, la sensación de satisfacción no había aparecido. Le había dejado un gusto amargo en la boca.
Esa mañana decidió despertarlo, a pesar del alivio que le supondría a este saber que había por fin dormido.
-Es más fácil cuando tienes el estómago lleno. Metafóricamente -le dijo Elliott, mientras Perry se colocaba un traje cedido por Chris. Perry le dejaría su traje sucio a cambio, el cual en cuanto estuviera limpio, costaría tres veces lo que el regalado.
El nuevo era de color gris, y apagaba en alguna medida la palidez natural como vampiro.
-Debes volver para ver “Hamlet”. Se presentará la próxima temporada de reyes -dijo Chris, mientras le arreglaba a Elliott el cuello de la camisa.
Junto a la puerta ya, Perry batallaba con su imagen en un espejo.
-No mejorarás por mucho que te mires -le dijo- . Vamos.
Perry le seguía ciegamente, como un cachorro. Ayer, no obstante, se había largado por todo el primer acto de la obra y vuelto con el aroma de otro ser humano en sus ropas y piel, si bien no sangre. No quiso preguntar al momento de sentirle llegar, hasta que vio a otro hombre entrando en un palco cercano al escenario. Un hombre que miró hacia el palco de ellos con expresión de despecho.
No pudo concentrarse por el resto de la obra. Se preguntó seriamente si Jude deseaba matarlo de disgusto. Había evitado a hombres como ese por lo últimos mil ochocientos años, y Jude le llevaba a uno preso de sus horribles perversiones. Sin embargo, Perry Whitmore poseía gentileza, especialmente para con su engañada esposa, Marion Swerzvelder, o Switz, como solía llamarla en su cabeza.
Era una joven vampira de lo más carismática, si bien su moral como vampiro era equivalente a la de Jude. No le importaba matar a personas inocentes, fundamentando su comportamiento en el hecho de que todos los animales mataban para comer. Él pensaba del mismo modo, pero era su conciencia la que lo contenía de mancharse las manos. Prefería estar en buenas relaciones con su conciencia, y no tener la imagen de un hombre muriendo en sus recuerdos. Por lo demás, Marion era una persona inteligente y con el conocimiento justo y necesario sobre lo que la rodeaba, al contrario de Perry, quien parecía jactarse de su conocimiento artístico, si bien este en su opinión, no le servía de nada.
Marion pasaba los días de quietud tratando de no pensar. Tenía un pasado como cualquier otro y, si bien Elliott no había podido enterarse de los detalles, veía en ella un apego sincero por su esposo, que Perry creía no merecer, y viceversa. Se tenían muy alta estima, pero el único allí que tenía razones para valorar al otro era Perry, puesto que Marion desconocía la verdadera naturaleza de este. Pero entonces había ocasiones en que Perry daba por justificado el cariño que Marion le profesaba. Era atento con ella constantemente. Quizá era la culpa, quizá era el deber, pero el saber que había sido ella quien le había dado la mordida para dejarlo medio exangüe, para su posterior transformación, sólo ponía en recuperación el respeto de Elliott hacia él.
Elliott les analizaba demasiado, y estaba dejando que sentimientos de empatía dificultaran su compromiso de no ser jamás considerado con nadie, dado que tras pecar se le había castigado no en propoción al pecado, sino en demasía. La envidía no era un pecado tan grande, y los hombres mataban todos los días, sobre todo aquellos de su progenie.
No debieran culparlo ya ahora que había recibido un castigo tan desproporcionado.
Cogieron un coche al salir de la casa de Chris. Perry se colocó el sombrero y dio un chiflido para que un coche parase. Elliott le siguió la corriente.
-A pesar del malestar, esto valió la pena -comentó Perry, quitándose las gafas, a pesar de que el techo del coche estaba recogido. Hacía un sol suave- . Ten, o quedarás ciego -Le puso las gafas, a pesar de su rebeldía contra ellas.
-¿La señorita Swerzvelder se ha acostumbrado a su ceguera?
-Sí. Está trabajando en controlar su olfato. Dice captar demasiadas variedades de aromas de una sola vez, lo cual la tiene algo enferma.
A su lado, Perry apoyó el brazo en el respaldo. Le incomodó.
-No te he dado las gracias por no haberme atacado esa vez en el callejón -dijo Perry con voz gentil- . Estoy en deuda.
-Sólo retrasé la mordida. ¿Prefieres esta vida a haber muerto por desangramiento?
Perry dudó. Elliott le miró de reojo y recordó el cómo mientras corrían por las calles y techumbres de noche, él y Switz no se soltaban de las manos. Esta vida conllevaba un tanto de dependencia, dependencia que Jude había desarrollado con él, un apego insano a otra persona que incluía ese amor, ya fuera fraternal, amoroso o lascivo, anormal y obsesivo. Y lo peor de todo era que solía ser mutuo, como dos almas que son atadas una a la otra una vez que les llega la condena de la vida eterna en aquel infierno terrenal de carrozas haciendo ruido y chimeneas cegando su olfato y su vista. Era una dependencia, no obstante, que para él y Jude no había sido mutua.
-No sé qué prefiero -dijo Perry con su voz profunda.
-¿La habrías dejado a su suerte? ¿A la señorita Swerzwelder? No me extrañaría, estás lleno de mentiras.
Mentiras y manipulación. Era esa su carta de presentación.
Perry bajó el brazo del respaldo y le miró sin comprender. Su cinismo le pareció a Elliott nauseabundo.
-No eres fiel. Pude adivinar lo que habías hecho en el teatro. Eres un sodomita.
Perry miró al cochero, nervioso.
-¿Qué más pudiste adivinar?
-Que tu amor por ella está manchado por la perversión. Todos los hombres aprenden cómo manchar lo que es bueno y puro. De otro modo creen no estar viviendo lo suficiente. La pasión mata los buenos sentimientos.
-Estoy esperando poder ver al hombre que amo cuando lleguemos a Londres. Y despedirme apropiadamente -dijo Perry con una calma que no había esperado.
Esto lo enmudeció, y sintió su garganta anudarse. Un tonto reflejo humano, sin duda fruto de su imaginación. Pero sabiendo que había bebido sangre minutos atrás, temía que ese reflejo fuera real.
-Los hombres no amamos -replicó Elliott en un tono amargo- . Sólo las mujeres aman.
-Te equivocas. Se nos enseña a no hacerlo. Pero yo no aprendí a no hacerlo.
Elliott lo miró fijamente, queriendo permanecer incrédulo. Pero Perry estaba ejerciendo en él su manipulación de vampiro.
-Su nombre es Garrett. Marion le conoció una vez. La primera vez que me vio, él y yo nos besábamos bajo su balcón. La razón por la que siento amor por Marion es porque dice haber visto el beso más sincero de toda su vida en ese instante. Nunca me olvido de eso, y de lo feliz que fui con ella mientras tuvimos una vida normal, y de lo arrepentido que estoy de haber seguido con el plan de tener bebés. Manchamos nuestra relación una noche y no hemos podido arreglarla desde entonces.
Sus ojos se habían enrojecido. Si lloraba, desperdiciaría sangre, y le vio pestañear luchando contra sus emociones, con expresión firme.
Pero debía ser mentira. No había vampiros honestos, no había personas honestas. Sólo Switz era honesta, y quería creer eso ya que en valorarla no había peligro.
-Pero lo arreglaremos. Después de todo la necesito. La dependencia de la que habla Jude no es un cuento de hadas. Ella es lo único que tengo y lo será después de despedirme de Garrett.
En ese instante pareció calmarse. Su mirada quedó perdida en sus recuerdos, y Elliott, que había dejado de intentar manipular su respuesta hacia él hace muchos minutos, se encontró creyendo cada palabra que decía. El que Perry Whitmore le estuviera contando todas esas cosas no era obra suya. Era Perry por sí solo confiándole su vida, y ni siquiera era una potencial presa.
-Sabes escuchar -le dijo, volteándose a mirarle.
-No era mi intención -dijo él, con sarcasmo, aunque sin quitarle la mirada de encima.
Perry sonrió levemene.
-Pones tanto esfuerzo en ser desagradable que no creo en nada de lo que dices cuando eres desagradable.
-¿Cuántas veces debo decírtelo? No confío en mi progenie. Y eso significa que no confío en ti. ¿Quién sabe si has inventado toda esta historia? ¿”Enamorado de un hombre”? ¿Cómo podría un hombre amar a otro?
El rostro de Perry se quedó en quietud. Elliott vio en ello el éxito, pero la seriedad de aquel vampiro le puso nervioso.
-No podrías entenderlo -dijo en voz baja y profunda- . Te quedaste estancado en los dieciocho años. Nunca te convertirás en el hombre que pudiste convertirte.
Elliott sintió su garganta anudarse de nuevo. El semblante de Perry por fin había cambiado.
-Pero algo me dice que crees cada palabra que dije -dijo Perry- . Vi a demasiados chicos pasar por mi salón de clases fingiendo creer que lo sabían todo, para luego verlos interesados en lo que yo estaba diciendo. Nadie tiene la verdad sobre nada, nadie es tan seguro en sus convicciones a la hora de ser testeado, y tú creíste lo que dije a pesar de tu compromiso de no confiar en los hombres como yo y de hacer creer a todos que eres un desgraciado centrado en sí mismo.
-Dijiste amar a alguien y lo engañaste a la primera oportunidad -susurró Elliott.
Perry pareció detenerse en eso. Movió sus ojos por sobre toda su cara, como si Elliott quisiera decir una cosa por otra.
-Fue un error. Tienes razón -dijo.
Se acomodó en el asiento, apoyando las manos en las rodillas. Elliott separó levemente los labios, sorprendido en tan abrupto corte en la discusión. Fue extrañamente decepcionante.

No le agradaba discutir. Incluso con Garrett siempre prefirió no discutir, especialmente en aquellos momentos cuando su creencia en que eran unos pecadores les empujaba a discutir. Él simplemente lo resolvía con un beso, con la promesa a no cumplirse de hablarlo luego.
Pero Elliott era sólo un chiquillo, y no discutiría con un chiquillo sobre moralidad. Los jóvenes tenían una visión más inmadura y sentimental de las relaciones humanas. Y es que si bien había estado con otro hombre, con muchos hombres mientras estaba con Garrett, en un intento por no sentir su relación con él muy formalizada, eso no quitaba que le amara. De hecho, su amor por él no se había extinguido incluso siento lo que era ahora. Esos sentimientos tan dulces e intensos seguían allí. Pero un chico que no había pasado de los dieciocho, a pesar de tener siglos de vida más que él, nunca entendería la separación entre un sentimiento y algo que por sí solo era vano como lo era el sexo. Sí, era divertido, pero las veces que no lo practicó con Garrett simplemente no las disfrutó al máximo. Pero de nuevo, Elliott en su inmadurez no lo entendería.
Entonces recordaba a Garrett y el dolor que expresó ante su decisión de casarse con Marion. Su propio dolor al verle comprometerse con otra mujer. ¿Estaba siendo hipócrita, acaso, y Elliott tenía razón? ¿Era Elliott más honesto que él? Tal vez era sólo que se había conservado puro de pensamiento, incluso en medio de todo el pecado que le rodeaba, la muerte, el engaño, el abuso, la manipulación de sus víctimas, la manipulación de sus pensamientos para hacerlos olvidarlo, olvidar su cara... Para no matarlos.
Elliott era un buen chico. No había convertido a nadie en mil ochocientos años, a pesar de su deseo de tener una compañera, y sin embargo era sarcástico y cruel en las palabras. Era en realidad un buen chico, uno que no deseaba ser amado.
Le pareció que Marion podría ayudarlo a olvidar esa pretensión tan insana de verse despreciado por todos.

Se bajaron en medio de una niebla molesta en la calle donde la casona se encontraba. El cementerio al lado de ellos estaba emborronado a tres metros de su borde pastoso por el agua vaporizada que todo lo extinguía a sus ojos, y Perry le pareció que aquella agua, ahora arenosa, entraba en su sistema. A su lado, Elliott se tapó la nariz, dando un quejido.
-Qué clima más extraño -dijo Perry.
Entonces notó que aquella niebla tenía un aroma diferente. No era el aroma a humedad de siempre, sino que era el aroma del agua que ha estado encerrada por mucho tiempo, agua al contacto de piedra.
-Es... ahhh... -Elliott cayó de rodillas al piso.
Una campana resonó a lo lejos, y Perry no pudo escucharle. Le ayudó a levantarse, y entonces notó que su piel se quemaba, como si fuese un vampiro de noche y el sol le estuviera dañando. Le tocó la cara, desesperado, y se quitó el saco para cubrirlo con él. Algo en esa niebla le estaba haciendo daño.
Sin embargo, antes de que pudiera cubrirlo, vio sus dientes crecer. El mismo dolor estaba despertando sus instintos más bajos.
-Están en la casona -dijo, empujándolo lejos.
Le vio mirar enloquecido hacia la ventana alta, y Perry temió que algo en él se hubiera trizado.
-¿Elliott?
Saltó hacia la ventana. No se detuvo a mirar desde lo alto, y en su lugar bajó inmediatamente al interior. Perry escuchó el grito amenazador de un vampiro vuelto loco, como aquellos gritos que profería Marion al inicio de su estado como vampireza, aquellos gritos en el interior del carruaje camino al cementerio, que suplicaron por un poco de su sangre.
Entró a la casa dando un golpe a la puerta lateral. Corrió por el pasillo central tan rápido como sus piernas le permitieron, y en el salón central, lleno de porciones restantes del mobiliario, vio la escena más horrenda.
No había rastro de Jude o Marion, a pesar de que a través de la niebla exterior el sol aún brillaba. Tres hombres y una mujer estaban tirados en el suelo agonizando, y Elliott, con la boca y la camisa manchadas de sangre, estaba acurrucado contra la pared, temblando. Había dejado a aquellas personas a medio morir, en su deseo de no matar, pero estos se estaban ahogando en su propia sangre, y no tardarían mucho en perecer.
-Hazles morir... -gruñó Elliott, descontrolado y sin embargo, resistiendo su propia sed ardiente.
Sólo tuvo que decir esas palabras para que él, Perry, con el aroma exquisito de la sangre entrando en su sistema, fuese y los acabara.
Fue tal cantidad que sólo pudo drenar a dos de ellos. Cuando probó al tercero de ellos, notó cómo la muerte empezaba a entrar en él, tornando la sangre del sabor desagradable pero soportable de la sangre embotellada. No quiso tomar más, sintiendo el cuerpo hinchado y caliente, y la boca rebosante aún.
Sólo le quedaba una cosa que hacer, para no ahogarse en vidas ajenas.
Gateó hacia Elliott, empezando a sentirse mareado, como un hombre vivo que ha tomado demasiado whisky, y le tomó la nuca con torpeza. Le dio de beber en la boca la sangre restante que su cuerpo no estaba siendo capaz de absorber, y Elliott succionó con un quejido de alivio.
Por un momento creyó que continuaría, pero Elliott le soltó por sí solo, con la sed aún torturándolo. Perry miró hacia los muertos sobre el pueblo polvoriento, mientras Elliott respiraba jadeante contra su cuello, resistiendo el no morderle para proveerse de sangre de segunda mano. Había experimentado antes los dolores causados por esta en su organismo, y sin embargo, aún la veía como una posibilidad. Perry sintió su mano resbalar hasta el piso, ganando la batalla.
-Estoy cansado... -susurró Perry.
-Debiste detenerte antes -susurró Elliott.
Le vio suspirar, apoyándose contra la pared. Sus ropas habían quedado manchadas, sobre todo las de Perry.
-¿Dónde están Marion y Jude? -preguntó.
-Debieron escapar ante los cazadores.
-¿Son cazadores?
Elliott asintió. Se levantó mientras Perry permanecía sentado, afectado por aquel peso de vida en sus venas. ¿Así de pesada se sentirían sus arterias y venas llenas en vida? Lo dudaba.
Vio a Elliott caminar hacia uno de los cazadores, y registrar sus bolsillos. En el interior encontró dos discos gruesos de fierro que cabían en la palma de la mano del chico.
-Son bombas de vapor de agua -explicó, con la cabeza inclinada, como si le pesara- . No es algo que funcionaría en seres humanos, ya que el vapor debe ser de agua bendita. Debieron ahuyentar a Jude y a Switz con esto.
-¿Swi...?
-No pueden estar muy lejos si quedaron afectados.
Perry frunció el ceño. ¿Agua bendita? Entonces no era un mito, si bien a él no le había afectado, lo que convertía a esta en la debilidad de Elliott. Agua bendita, algo en lo que Marion no creía en lo absoluto.
Le vio sacar además cruces de plata, las cuales Perry no pudo mirar por mucho tiempo, una Colt sin duda con balas de plata y un libro de oración.
Cómo podría algo bendecido por un simple ser humano tener efectos en quien lo toque” habría dicho, sin duda.
-Debemos encontrarlos -dijo, levantándose.
Podían estar heridos. Si habían tenido que salir de la casona, habían sido dañados por el sol en lo alto, a pesar de la niebla que convertía a Northampton en una ciudad fantasma.

Luego de colocarse los trajes algo más limpios de los cazadores, salieron de la casona en silencio. La alimentación previa empezó a hacer efecto, y Perry se sintió tan bien como la noche anterior en el teatro, con la diferencia de que no había en quien entretener la vista esta vez. Él y Elliott abandonaron la parte poblada de la ciudad en solitario y a pie, y una vez se alejaron del camino delimitado en medio de los pastisales, lo único de hechura humana fueron las casas señoriales que recortaban el paisaje.
Sin que palabras salieran de sus labios y en medio de la preocupación que significaba el haber perdido a dos de su grupo, llegó la noche sin que una sola pista de ellos se entreviera. Las pisadas encontradas no correspondían a ellos, pero la parte sur de Northampton era el único lugar al que posiblemente habrían escapado, ya que las casas alrededor de la abandonada estaban todas habitadas u ocupadas por los menos privilegiados. Pronto se le vio a Perry a la cabeza la posibilidad de que se hubiese escondido en algún sotano.
Para cuando llegó la madrugada, la sangre aún corría viva por sus venas. Elliott se había escondido para dormir en el árbol contra el cual yacía apoyado. La luna había salido libre del asedio de los nubarrones nocturnos, y el cielo ya lucía como uno de verano. No pasaría mucho tiempo antes de que el pasto sobre el cual estaba sentado volviese a estar cubierto de nieve.
-¿Tú y Switz no tienen vida marital? -preguntó Elliott de la nada.
Perry, habiendo estado pensando en Marion y su estado de desaparecida, había adoptado la expresión sufriente de aquellos que no ven ninguna esperanza, mientras sentía la mirada vigilante de Elliott sobre él. El vampiro desconfiaba de él todavía y esa pregunta tan personal le sorprendió. Había pensado que habían quedado en mal puerto en lo que respectaba a contarse las cosas personales, actividad que había sido del todo unileral en su intento por establecer una conexión con su guía en la vida como vampiro. No confiaba en Jude, no le agradaba, pero la juventud de Elliott era ligeramente reconfortante.
-No tenemos vida marital.
-Oh. Mencionaste lo de la noche que pasaron juntos y que arruinó su relación actual. Lo había olvidado.
Habría respondido que no le sorprendía, pero sus ojos volvieron a perderse en el paisaje azulado que lo rodeaba, en las casas que cortaban en siluetas contra el cielo nocturno y azul de esa noche. Tenía la esperanza de de repente verla corriendo hacia ellos, a Marion, con sus ojos marrones brillando. Pero no había ojos marrones, ya no más.
Tragó, sintiendo el nudo en su garganta. Un reflejo humano. La sangre seguía igual de viva en su sistema porque no la había gastado excepto en esa caminata lenta por el prado. Habría pensado que eso sería suficiente para que volviese a tener sed, pero al parecer tener sexo como vampiro conllevaba más energía que diez horas seguidas de caminata pausada. Esa vez en el teatro la había gastado toda de una vez. Ahora que se detenía a pensarlo, sin sangre un vampiro no podría llevar a cabo el acto del sexo. Técnicamente no sería posible.
Ese pensamiento no logró sacarle una sonrisa, especialmente ante la perspectiva de querer satisfacerse ahora mismo para volver a la vaciedad de emociones usual, que expresaba la vaciedad de sus venas. Empezaba a extrañar el aspecto mortuorio de los días de insatisfacción, y comprendió la gran resistencia de Jude frente a no tener sangre en abundancia como él y Elliott habían tenido por dos días seguidos. Cuando estaba lleno, comenzaba a tener esos sentimientos humanos, esos sentires que no había llamado y que se presentaban sin aviso. No quería sentir nada, especialmente si Marion estaba perdida y su deseo de sexo no podía ser satisfecho.
-No vuelvas a compartir sangre conmigo de ese modo. Switz puede compartirla contigo con un beso porque llevan mucho tiempo conociéndose.
-No lo haré más. Me estaba ahogando y me pareció lo más sensato. No podemos desperdiciar una sola gota -se explicó.
Recordó a Marion dándole de beber en la boca, y el cómo la sed satisfecha a veces llegaba a hacerle creer que la deseaba. Era una sensación extrañamente reconfortante, pero ilusoria.
Miró hacia las ramas más bajas, donde Elliott yacía recostado. Tal vez la razón por la que no le había quitado la mirada de encima era porque había estado pensando en ello todo lo que llevaban de noche. Y posiblemente todo el día. Sintió haberle dado una razón para estar inquieto.
Y sin embargo, pensó en la palabra “beso”, dicha por Elliott. No había sido un beso en lo absoluto. Sus labios no se habían movido mientras Elliott bebía de ellos.
Sintió nauseas. Elliott era un chiquillo.
Cerró los ojos, tratando de no pensar. Sin embargo, la sensación de bienestar que comenzó a sentir al hacerse conciente del suave viento lo desconcentró, hasta que se hizo constante y le relajó haciéndolo uno con la noche.


El escape desde la casona en Northampton los llevó a un destino más sureño. Se dejó llevar por la guía de Jude, y se adentraron en los túneles que poblaban la ciudad bajo tierra, desde donde escucharon los ecos del mundo subterráneo desde las profundidades sin explorar.
Fueron tres semanas en las que se preocuparon de curar sus quemaduras. Jude consiguió más reservas un par de veces al subir a la superficie de noche, y nunca les faltó la bebida. Marion comenzó a sentirse segura con él y su precaución.
-Dicen que bajo nuestros mismos pies está el infierno -dijo Jude, mientras caminaban por un tunel. Marion podía sentir el calor de la llama de su antorcha en la cara, y quiso que la apagase- . Pero aquí en el limbo hay cosas que no imaginaríamos.
Pronto el fuego fue más intenso. Marion lo sintió en todas partes, así como el aroma de aceite quemándose. Se oyó un rumor que hizo eco, y Marion comprendió que habían entrado en una cueva más grande.
-Vaya escondrijo han hecho en las catacumbas de Oxford -dijo Jude con su voz atronadoramente susurrante.
-¡Jude! -exclamó una voz de varón.
Marion se hizo para atrás, al sentir la presencia repentina de decenas de personas allí. Oyó el sonido de pies desnudos contra el suelo, y entonces el sonido de alas y un gorjeo como de paloma que recordaba al ladrido de perro. Fue confuso, y luego esos sonidos desaparecieron por completo.
-Teófanes -dijo Jude- . Veo que has perfeccionado tus habilidades.
Oyó unas palmadas, sintiendo la espalda desnuda de protección. Si tan sólo Perry hubiese escapado con ellos.
-Mil doscientos años son suficientes para ello -dijo el hombre llamado Anthony- . Teo tiene grandes habilidades.
-¿Entonces qué hacían aquí durmiendo?
-Hey, no nos veas en menos -dijo otra voz- . No habíamos dormido los últimos veinte años, hasta que una noche, meses atrás, este hombre descubrió la más poderosa de las plantas. Es como el Bhang hindú, pero... es capaz de confundir hasta los sistemas nerviosos de los muertos.
-¿Han estado durmiendo por meses? Deben estar sedientos. ¿Qué tal una cacería mientras aún restan noches oscuras? Tenemos dos horas antes del amanecer.
-Tenemos suficiente aquí. Nos hemos traído nuestras propias presas hacia el inframundo.
-Creí que habían abolido esa práctica.
Marion los oyó reír. ¿Tenían a humanos vivos allí abajo? ¡¿Y Jude lo abalaba?!
-Veamos que tal están. Deben estar famélicos.
-Dejaré uno entero para ti, si lo deseas. Eres mi invitado -dijo Anthony. Tenía una voz suave y no obstante varonil- . También está invitada tu amiga. ¿Has encontrado una compañera?
-No. Ella ya tiene us propio compañero, pero me temo que le hemos perdido la pista.
No obstante, tomó a Marion del codo para que lo siguiese. Ella se soltó, desconfiada al notar que sólo había hombres entre esa multitud hambrienta. Ya había sabido de vampiros dispuestos a drenar a sus propios congéneres con tal de calmar su sed, por lo que se tapó el cuello y las muñecas, con temor de ser atacada.
-No temas. Estos vampiros llevan años de experiencia. Su poder de control es inquebrantable.
-Tienen a sus presas aquí abajo.
-Con el tiempo entenderás que es necesario tomar medidas drásticas, especialmente si eres un dormilón empedernido -dijo Jude, riendo al final.
Anthony rió junto a él. Marion volvió a oír la misma palmada, y a su lado, Marion se agitó ante el peso de esa mano.
-Este hombre duerme cada cien años -explicó Jude- . Es un período de intervalo corto para alguien de nuestra especie. Yo sólo duermo siestas cada una semana, aunque ha habido veces que me he pasado y me he encontrado despierto sin saber qué día del mes es. O qué día del año.
-Esos son los mejores días. Casi te sientes humano otra vez -dijo otro vampiro- . Yo soy Teófanes, señorita...
-Swerzvelder -dijo Jude- , aunque mi compañero la llama Switz.
-Creí que Eloy no era tu compañero -apuntó Marion.
-¿Eloy?
El grupo entero que los seguía, que iba tras la espalda asustads de Marion, pareció dejar de respirar. Y lo hicieron. No oyó una sola inspiración por los segundos que ese silencio, mientras caminaban a su destino por ese tunel, duró.
-¡Has hayado a Eloy!
-¿Cómo es que no está contigo?
-No sería muy conveniente. Casi agradezco el haberlo perdido, ya que sé cuantas amenazas de muerte ha recibido sólo de esta camada.
-Perry también está perdido -dijo Marion.
-Eloy sabrá cómo encontrarnos. Sabía que veníamos a Oxford, y posteriormente a New Forest.
-Pasaremos por Bristol primero, por supuesto -dijo Marion.
-No. ¿Quién te puso eso en la cabeza?
Marion tomó su codo, pero él se soltó de ella, dejándola a su suerte. Otro vampiro la tomó del codo y la guió, a pesar de ella resistirse.
-Le haríamos un juicio, dada la cantidad de nosotros que sabe que es una pequeña basura manipuladora que merece ser incinerada. Hizo que Joy se alejara de nosotros, y ella era la madre de todos nosotros.
-¿Cuántos son ustedes? -preguntó Marion al vampiro que la guiaba, que no obstante la sostenía gentilmente.
-Cuarenta y nueve. Hay otro resto durmiendo en otra cueva.
-Ese es un pequeño número.
-¿Ha estado rodeada de más vampiros?
-Sí, en la Ciudad Bajo Tierra, en Northampton. Había cientos de ellos allí. La mayoría de ellos estaban en prisión.
-Oh, la prisión de Northampton. Estuve allí una vez, hasta que Joy me rescató.
-¿Qué hizo Eloy para alejar a Joy de ustedes?
-La convenció de ser su compañera -dijo Anthony más adelante- . Joy le amaba y nunca quiso reconocer que había sido ella quien había convertido a la mayoría de nosotros. Eloy se cree mejor que cualquiera sólo por ser un vampiro de día.
-Lo es. No es un asesino -dijo Marion.
-De eso no discutiremos con una mujer.
-Joy era una mujer -dijo Marion, ofendida.
-No. Ella era la madre de todos. No la veíamos como tal.
-Sigue siendo...
-Eloy la llevó por túneles hasta una ciudad del mediterráneo, Pola, tras dejarnos a nosotros a nuestras suertes aquí, al norte del mundo. Cómo se las arregló Joy para convencer a Eloy de no salir a la luz del sol, no lo sabemos, ya que no tiene ningún interés en las mujeres y Joy no iba a ser la excepción. Eloy sólo desea a alguien que cuide de él.
-Cuando llegaron a Pola, se vio obligada a salir, ya que Eloy ya empezaba a sospechar -explicó Jude- . Joy se hizo llamas y cenizas en lo que dura un parpadeo. Tenía mil ochocientos años y ella y Eloy no habían bebido sangre en días bajo los túneles. Su cuerpo era una hoja reseca a esas alturas, y ya sabemos lo que le hace el fuego a la madera muerta y desidratada.
-Lo siento -dijo Marion- . Aún así, no veo la culpa de Eloy. Él no sabía que Joy no era una vampira de día.
-Pero se la llevó de nuestro lado. La hizo caer por él y se la llevó sin importarle lo que sucediera con nosotros.
Marion prefirió no levantar más argumentos en contra de eso. Sin embargo, empezó a ver un patrón en ello. Perry y Eloy habían estado perdidos por semanas, y había sido Eloy quien había arrastrado a Perry tras él al marcharse a por un poco de diversión, como explicó Jude cuando le dijo qué significaba el que fuera tras su proveedor allá en Northampton. Ella y Perry habían estado separados por tres semanas y comenzó a temer el no verlo nunca más.
-Nada le habría pasado si hubiera permanecido aquí -dijo Anthony.
-Era su decisión.
-No, estaba a cargo de toda una camada. Era nuestra guía.
-O su madre, querrás decir -dijo Marion.
Todos se detuvieron. La joven chocó con Anthony, quien se había volteado a mirarla indignado. Sintió la respiración de Jude cerca, expectante, y el olor a quemado en su pecho fue más elocuente. También le enojaba el odio de aquellos hombres hacia Eloy.
-¿Por qué vinimos aquí, Jude? -le preguntó.
-Necesitamos un mapa -dijo este a Anthony.
-Dime qué mapa deseas y Teófanes lo dibujará. Le tomará sólo unas horas.
Jude por fin la tomó del codo, y fue él quien la guió de allí en adelante. Marion cerró ojos tras la venda, y se relajó un poco, si bien la seguridad que sintió no era la misma que alrededor de Perry.
-Jude, ¿Cómo es eso de que no iremos a Bristol? Debo despedirme...
-No puedes despedirte de nadie. Podrías morder a alguien.
-No cometeré ningún error, lo prometo, pero necesito despedirme de mi familia. Deben saber que estoy bien.
-La noticia de que estás viva debe haber llegado hasta la puerta de tu madre, Marion Swerzvelder -dijo Jude con firmeza. Se detuvo cuando el eco de su voz reveló una cueva más grande y caldeada que las otras- . Margarett, la señorita que saludaste en el tren de salida de Londres debió haberse encargado de ello.
Marion dio un suspiro. Margarett.
-Me despediré sólo de ella. Prometo no ver a nadie más.
-Esta cueva lleva a todas las salidas, excepto la que ustedes dejaron atrás, por supuesto -dijo Anthony- . Pero mientras Teófanes confecciona el mapa, tengamos una charla para recordar los viejos tiempos. Algo me dice que tenemos cuatrocientos años de vida que contar.
-Naturalmente -dijo Jude.
Se sentó en el suelo, y Marion le imitó a su lado.
-¿De qué sector quieres el mapa? -preguntó Teófanes.
-El suroeste de Europa -dijo Jude, con un dejo de culpabilidad en la voz.
-¿Qué? ¿Todo el suroeste?
-Sí. Necesito todos los túneles y catacumbas.
-Son kilómetros de túneles, Jude -dijo Anthony, sorprendido. Marion le sintió sentarse frente a ellos. Su aliento olía a sangre. Acababa de beber, y sintió sed- .¿A quién buscas en tierras tan bajas? Tú sabes que a Francia y a España llega lo peor de nuestra especie.
-Me agrada ese lado de nuestra especie -dijo Jude.
-Por supuesto. O no habrías estado a la rastra de Eloy por tanto tiempo.
Jude calló ante esta referencia. Marion sintió su propio rostro deshacerse en una mueca de espasmo.
-¿Quién eres tú para hablar de inmoralidad en este sitio? La garganta que acabas de despedazar...
-Una vagabunda. Nadie la recordará.
-Era un ser humano. ¿Dónde está tu instinto de caza? ¡¿Así es cómo consigues gargantas, cobarde?! -masculló Marion.
-Oh, olvidaba que una aristócrata como tú tenía que esforzarse para tener su plato lleno en vida -Marion se habría sonrojado de no ser porque empezaba a sentir sus venas en falta de alimento- . ¿Qué edad tienes? Puedo verlo en tu energía: dos meses. ¿Estoy equivocado, Jude?
-No. En efecto es una neófita.
-¿Y te acompañará hasta Francia?
-No voy a Francia -dijo Jude.
-Pronto será el invierno. Entonces podrás estar fuera de los túneles. No creo que tengas otro destino más que ese, siento no creerte.
-Ni siquiera sé si Francia es el destino al que me llevará esta búsqueda. No he salido de Inglaterra en siglos y no sé dónde pueda estar.
-Sólo pregunto. Tú sabes que todo este tema es un mito para todos nosotros y es Francia a donde llevan todos los mitos. Tu misma existencia es un mito para nosotros, puesto que no tenemos doctrina de ningún tipo.
-Lo sé. Yo tampoco tengo doctrina. No estoy en busca de ninguna divinidad, sólo quiero destapar la verdad sobre cómo me convertí en un vampiro y descubrir la razón para todo esto.
-Tal vez sólo somos una especie evolucionada -dijo Anthony- . Eso nos gusta creer a nosotros.
Marion oyó el sonido de gritos en lo profundo, que la desconcentraron de esta charla. Más allá podía oír el trazo del carboncillo sobre el papel. Teófanes había comenzando con su trabajo. Por lo demás, no había escuchado nada más esperanzador en ese lugar encerrado, nisiquiera un aroma diferente. Todo olía a encierro, lo que la hacía dudar de las supuestas salidas que los guiaban desde esa cueva al exterior.
-¿Y qué tiene que ver Eloy en todo esto? ¿O sólo te agrada como compañero, cuya causa también me pregunto? Aquí en la camada nadie tiene compañeros.
-Eloy tiene un gran poder de manipulación, orientación y alcance territorial. Puede hacer lo mismo que Teófanes, pero a mayor escala.
-¿Sus pichoncitos son más pequeñitos? -preguntó Anthony- Es decir, no veo qué tanto pueda caber en un cuerpo como el suyo. Cuando fue convertido era un desnutrido.
-No son pichones -dijo Teófanes desde su mesa. Los demás rieron.
-Pero parecen eso y suenan como eso -dijo otro compañero de la camada- . Gritan como seres torturados mientras vuelan en bandada a la luz de las estrellas.
-¿A qué se refiere? -preguntó Marion.
-A los pequeños perritos voladores en los que se convierte nuestro Teófanes cuando necesita buscar algo. Por supuesto, sólo puede salir a la luz de la luna. Las leyes de transformación siguen aplicándose en este caso, lamentablemente.
-Murciégalos -dijo Marion- ¿Puede convertirse en murciégalos? ¿Toda una bandada? ¿Cómo lo hace?
-Teófanes es el mayor de nosotros, pero no sabe cómo lo hace.
-La primera vez que lo logré estaba a punto de morirme de sed. Creo que eso pudo haber contribuído. No podía moverse y mi último recurso fue convertirme en una bandada de murciégalos para conseguir alimento desde varias fuentes. Esa es... mi teoría.
-No quieras dar tus teorías, Teófanes. Eres buen cartógrafo pero tus fantasías son inauditas.
-Sólo digo que pudo no haber sido una coincidencia.
-El caso es que no sabemos cómo lo hace, porque ahora puede convertirse teniendo el estómago lleno. Teófanes no me escucha, sigue creyendo que la causa fue la que ha explicado.
-¿Por qué no te cortas esa barba de chivo y dejas a Jude hablar? -dijo el vampiro de voz juvenil.
-Está bien. ¿Dónde estábamos?
-Dije que Eloy tiene habilidades que pueden ayudarme a llegar a destino. Él también está interesado en saber cómo llegamos a ser vampiros.
-Cuando sepan el porqué, ¿Qué harán?
-Nos quitaremos una duda de encima. Ese es el propósito.
-¿Y si la causa de nuestra transformación no es agradable? ¿Y si la causa no es justa con nosotros, si se nos castigó injustamente, qué harás?
-Buscaré una forma de volver a la normalidad.
Marion volteó la cabeza en dirección a Jude, incrédula. Incluso ella, siendo una neófita, entendía el que tal cosa fuera imposible, a pesar de la carencia de pruebas. Estaban técnicamente muertos, y la sangre sólo los revivía por un tiempo artificialmente. Era imposible que volvieran a ser lo que eran al nacer.
-A la normalidad -dijo Anthony- . ¿Qué es... la normalidad? No entiendo.
-Sí lo entiendes.
-Esta es nuestra normalidad, Jude -dijo Anthony, levantándose del puso bruscamente.
Tomó a Marion de la muñeca, asiéndola con él bruscamente.
-Ah...
-Esta. Vampiros inválidos, ciegos... Es nuestro castigo. ¿Por qué? No lo sé, pero así son las cosas y... adoro esta vida, Jude. Tengo más libertad y...
Marion le dio un pisotón en el pie izquierdo, notando sus venas llenas, y luego un golpe en la nuca. Anthony yació en el piso inconciente.
-Y más fuerza. Sí, también adoro esta vida. Jude, me voy a buscar a Perry. No sé qué tanto te importa ya que Eloy está perdido junto con él, pero debo encontrarlo. No me sirve de nada quedarme aquí charlando. Ah, y no iré a Francia.
Jude dio un suspiro, en su estado de calma constante.
-Ya entiendo -dijo Anthony desde el suelo- . Quieres devolverle lo que le quitaste a Eloy Dattoli. Siempre ha sido ese tu cometido con todo esto.
-También deseo volver a la normalidad, Anthony, por mucho que digas que esta es mi normalidad ahora. No nací vampiro y nunca voy a abrazar esta vida como tú lo has hecho, porque mi castigo fue desproporcionado.
Jude se levantó del suelo. Marion esperó, impaciente, a que accediera a irse. No podía largarse a ciegas.
-Oh, no me vengas con el mito del Cristo -dijo Anthony- . Y no encontrarás nada en Languedoc que no hayas visto ya. Visitaste el mismo sitio un milenio atrás, Jude, y no encontraste nada. Sólo casas pobladas de humanos que desangraste en un intento por permanecer dentro de la colina de Rennes le Chateau hasta excavar cada rincón, en busca de una explicación que satisfaciera tu creencia de que eres un inocente.
-No estoy diciendo que sea... Soy culpable, he pensado en eso cada día de mi vida, Anthony. Pero han sido mil ochocientos años y no quiero asesinar a más vidas inocentes.
-Muere, entonces. Ríndete. Muchos de nosotros lo han hecho, aunque de esta camada nadie, porque esta camada ha abrazado esta vida como suya. Lo conocemos todo y no dejamos de conocer, y nunca permanecemos en el mismo lugar. Y esa insatisfacción de conocimientos es la que nos ha mantenido satisfechos. En cambio tú, Jude, estás estancado en la misma fecha desde hace casi dos siglos. Eres el vampiro más viejo de nosotros y no te enorgulleces de eso.
Marion tragó. Había pensado como Anthony hasta pocos segundos atrás, pero nadie debiera enorgullecerse de sus asesinatos, si bien no tenían más opciones que cometerlos. El orgullo no debiera ser parte de la matanza, sino la necesidad la madre de esta.
-Creí que ya comprendías -dijo Jude en un grave susurro.
-Te amo, mi hermano -dijo Anthony- , pero no quiero ver cómo te consumes. No te odio, pero desprecio lo que piensas de ti mismo. Sabes que mis puertas siempre han estado abiertas. No tienes que sentirte como un pecador por el resto de tu existencia. Aquí nadie es un pecador.
-Entre las cuatro paredes que conforman tu camada, no. Pero soy preso de mi conciencia, Anthony. Y no me dejará tranquilo.
Oyó su voz flaquear, y Marion tragó, sintiendo algo en el estómago que como vampira no había sentido.
-¿Te irás, entonces?
-Sí. Te daré algo a cambio del mapa.
-No tienes que. Por favor no cometas el error de insultar a Teófanes.
-Aunque Teófanes aceptaría a la señorita. Extrañamos el aroma de una vampireza en nuestras cuevas -dijo otro vampiro.
-Me temo que la señora está casada, Lemej -dijo Jude- . Esperaré a por el aviso de Teófanos en el lugar donde los encontramos. Nos veremos en otra ocasión.
Anthony asintió. Marion notó su respiración cortada.
-¿Por qué convertiste a dos humanos en los últimos dos meses, Jude?
Jude se detuvo, dándole la espalda al que ya parecía ser el líder de la camada.
-Buscaba un compañero para Eloy.
-Entonces no eres su compañero. Pensé que ese era el trato entre ustedes.
-¿Qué utilidad podría tener saber eso para ti? -preguntó Jude, acercándose de vuelta a aquel hombre.
-Las leyes todavía no te tocan, entonces -dijo no obstante Anthony, evitando la pregunta.
-No. Las cosas siguen tal como siempre.
-Diste aviso a los Jueces sobre esto.
-Sí. Pero en cuanto salga de Inglaterra, su jurisdicción ya no me tocará. Como dijiste, Francia podría ser la jurisdicción bajo la cual obedecer.
-Ellos no tienen jurisdicción ante las conversiones, Jude.
-Lo sé. Pero eso puede arreglarse -dijo Jude.
Anthony sonrió.
-Nunca me decepcionas. Siempre haciendo lo correcto.
-Siempre. Hermano.
Jude tomó el codo de Marion, y se fueron de vuelta por donde habían llegado, hacia la cueva-dormitorio.
-¡Te recibiré cuando quieras volver, mi hermano!
-Vámonos rápido o se volverá sentimental -dijo Jude por lo bajo.
-Creo que ya lo hizo -susurró Marion.





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Es esa tendencia del ser humano a desear que todos los que le rodean entren en una cajita con una etiqueta que ellos aprueben. Si uno no entra en ese cajita, uno es rechazado socialmente.
Tenemos que destruir esa cajita, porque el ser humano es complejo por naturaleza. Todos somos diferentes y aceptables, a menos que uno sea un sacoehuéa abusivo con tendencias dictatoriales.

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