Al
amanecer, Persefone y Marion regresaron de un exitoso recorrido por
el Palacio. Marion no olió las flores que había esperado encontrar,
pero su recorrido se calcó como un mapa en su cabeza. Su cabeza
aprendía todo fácilmente ahora, lo absorbía como dato de reserva.
No sabía si todo ese conocimiento que empezaba a acumularse sin
límite le serviría en el futuro, pero por fin se sentía capaz de
hacer algo.
El
recorrido habría sido perfecto si Persefone no hubiera salido con
aquella idea tan loca.
Perry
dormía en la cama que compartían cuando entró al cuarto. No
respiraba, y sólo se dio cuenta de que estaba acostado allí cuando
se lo topó al meterse bajo las sábanas desordenadas. Marion le
abrazó por detrás, pero él se había despertado con su llegada, y
se volteó a abrazarla de frente, apoyando la frente sobre su hombro.
Vio que había tomado más de la dosis al notar su piel cálida. El
rozar su frente contra ella no fue algo inintencionado. Le sintió
sensibilizarse por completo a su contacto, los cabellos de su piel
erizándose, sus piernas enredándose entre las suyas. Llegó a temer
que hiciera algo más, pero le sintió oler el perfume de Persefone
en ella, y se quedó repentinamente quieto.
-¿Ella
es suave contigo? -preguntó.
-No
quiero hablar contigo de eso -dijo ella, incómoda.
Le
sintió alejarse, y su mano se apoyó en su abdomen. Marion, tensa
por esa cercanía, quiso mover sus manos para bajarse el camisón, al
notar que se había subido hasta medio muslo al Perry enredar sus
piernas con las suyas. Él estaba en calzoncillos largos y camisa
ancha de dormir, pero...
-¿Por
qué?
-Es
privado -dijo Marion, riendo, tratando de quitarles la tensión.
Entonces
se inclinó para besarla superficialmente en los labios. Fue tan
ligero y cuidadoso que Marion apenas vio intención en ello.
-Pensé
que teníamos confianza. No seré malicioso contigo acerca de eso,
sólo quiero saber si Persefone es buena para ti.
-Yo
sabré si es buena para mí -dijo Marion, molesta.
-Ya
lo sé, pero...
Se
quedó en silencio. Sintió su pulgar acariciar su abdomen. Siempre
hacía eso ahora que el corsé se había ido para siempre. “Es
blando. Ningún hombre se siente así contra mis manos. Es
reconfortante sentir algo diferente”, le había dicho una vez.
-Es
cuidadosa conmigo -le susurró.
Era
mentira. Persefone era apasionada y brusca alguna veces, pero a
Marion le gustaba que fuera así.
-Creo
que tiene más experiencia que yo, así que sabe mis límites.
No
conocía límites, especialmente si ella le estaba pidiendo más cada
vez. Tal vez debiera empezar a fingir candidez, para que de ese modo
Persefone no volviese a sugerirle lo que le había sugerido mientras
volvían a casa.
-Pídele
a Perry que se nos una un día.
Sólo
recordarlo la enojaba. Persefone se había mostrado bastante confusa
tras su negativa, como si no hubiera algo seriamente equivocado en
ello.
-No
le pidas a Perry algo que no te dará -le dijo ella, indignada.
-Puede
dármelo. Tiene otros gustos pero sigue estando dotado de algo que yo
no.
-¡Perry
no es un juguete!
Le
acarició a su esposo la cabeza, y le sintió relajarse, con la
cabeza apoyada en su hombro de nuevo. Había vuelto a enredar sus
piernas en las de ella, tensándola. Estaban tan cerca de cruzar los
límites que la asustaba, y Persefone había dicho que la sangre
ajena podía hacer locuras contigo, locuras de las que podría
arrepentirse.
Jude
vigilaba como una araña su presa. Había visto ese comportamiento
antes, cuando eligió a su primer Compañero, el cual él mató
después, por supuesto. Y el objetivo empezaba a tornarse en Marion
además de Perry de repente, lo cual lo confundía. Podía fantasear
con ser Compañero de aquel vampiro que se arrepentía de haber
convertido, pero no Marion. Si Perry se iba a la rastra de Elliott
algún día, manipulado al fin, él recibiría a Marion con los
brazos abiertos.
Ver
a Persefone besar a Marion había evaporado el último mililitro de
sangre consumido antes de la obra. Persefone no solía tocarla tan
íntimamente delante de otros, especialmente delante de Perry, a
quien seguía deseando como al principio, pero había hecho una
excepción en esta ocasión, provocándole aquellos celos
irracionales.
Fantaseaba
con Marion. La había visto retorcerse en su cama en sueños, sumisa,
esperándole, para luego verse a sí mismo con el rostro de aquel
vampiro a quien todos en aquella casa parecían esperar, incluso
Philip. Todos allí tenían una debilidad por Perry que no entendía,
y lo enfermaba.
Su
deseo por Marion empezaba a nublar su deseo por tener a Elliott de
Compañero, lo cual era todavía más frustrante. Había estado
siglos con una meta fija e irreemplazable y, ahora Marion, con su
sonrisa suavizada por la ceguera lo estaba haciendo olvidarse de Eloy
Dattoli, y eso le era perturbador, ya que serían siglos de
existencia desperdiciados. Si pudiera tenerlos a los dos para él,
sería ideal.
Por
eso debía seguir con el plan. Seguía temiendo ver a Elliott
largarse de nuevo, convenciendo a Perry de abandonar a Marion.
Pensaba tan mal de aquel Perry que verlo perseguir a un vampiro más
joven era perfectamente posible.
Y
lo fue definitivamente después de la segunda representación de la
obra, esa medianoche.
Las
butacas estaban llenas esta vez. Se había corrido la voz sobre las
medidas tomadas por los actores en la primera representación, y
Perry no tuvo más que estar en júbilo. Iba a dejarlos marcados por
el resto de su vida.
Elliott
ya había establecido que no le importaba. Si se quejaba después,
que se olvidara. Era conciente de haber dicho que la obra era lo que
menos le importaba ahora mismo, pero las cosas habían cambiado ante
el público tan mojigato del día anterior. Si había algo que le
molestaba eran las fachadas.
Sabía
cual sería su movimiento. Él estaba en el escenario primero que
Puck. Cuando el fauno entrase, él se le aproximaría colgándose de
aquella cuerda que hacía de liana y que colgaba de un lado del
escenario desde un gancho en el techo, y que Persefone había mandado
instalar para esa escena en especial, y para una de Titania. Luego
cogería a Puck de la cintura como ayer, y le besaría en los labios
empujándole hacia atrás mientras él le sostenía a la perfección.
Ya quería oír los reclamos del público. Sería incluso mejor si
reclamaban en el instante mismo. Tantos años de esconderse le habían
inspirado un deseo por el rechazo. Era su alimento, su inspiración.
-Pareces
más animado hoy -le dijo Persefone.
Perry
se volteó hacia ella, mientras se maquillaba vello oscuro en el
abdomen. Lo había probado ayer, y le había maquillado algo de este
a Elliott también. Le daba más aspecto de fauno, a falta de las
pezuñas.
-Espero
seas más valiente hoy -dijo la vampireza.
-Hey,
no soy de dos decepciones seguidas.
-Así
me gusta -dijo ella, apretándole la mejilla.
La
vampireza salió del camarín más optimista. Marion, frente a un
espejo, era maquillada por un asistente. Sin pensarlo mucho, fue y la
besó en los labios.
-¡Pe...!
Perry -dijo ella, sorprendida- . Acabo de maquillarme.
-Hoy
haremos polvo al público -le dijo.
Se
revisó en el espejo y se quitó los rastros de color de los labios.
-Persefone,
de hecho, quiere que me beses hoy, ya que ayer no lo hiciste -dijo
Marion.
-¿Persefone
quiere te bese?
-Sí.
Es una obra, no significa nada.
-Supongo
que el público sí aprueba nuestros besos -comentó, un poco
molesto. Pero eso no pudo desanimarlo.
-Sí.
Ya sabes cómo es la gente -dijo la joven.
Le
habían puesto rosas en el cabello. Se veía preciosa. La venda en
sus ojos estaba allí, no obstante. Al principio de la obra sugerían
la ceguera de Titania, el personaje de su esposa, por lo que el
público no había hecho preguntas.
La
obra empezó a la hora esta vez. No quedaba ninguna butaca ocupada, e
incluso había gente parada, algunos niños, de hecho. Perry quedó
un poco helado ante eso, pero no se echó atrás con la idea.
Persefone, de hecho, también vio a los niños, y siguió aprobando
el cambio de planes de Perry.
Estaba
tenso de la cabeza a los pies. Había tratado de fingir estar bien, incluso
había bebido menos sangre en casa para prevenirse de sentir algo
real, pero al llegar al teatro, Persefone le había metido una copa
entera por la boca. La vampireza tomaba todas las precauciones
posibles, especialmente con un público lleno de vampiros bien
saciados. Serían sangre de segunda mano para Elliott, pero seguían
siendo una tentación. Por ello, ya antes de la obra, su piel estuvo
cálida como la de un bebé. Iba a sentir todo lo que temía sentir
cuando Perry se acercara y le besara. O tal vez comprobaría que
aquel no era más que amor de amigos, que veía a Perry como a un
hermano mayor. O uno menor, de hecho.
La
gente estuvo quieta mirando el primer acto. Este era bastante plano
en su opinión, pero aquella gente que fingía recato estaba feliz
con ello. Como Perry había dicho, se sentían rebeldes por venir
allí, vampiros de alta sociedad. Nadie les quitaba esa sensación de
superioridad, ni siquiera la pobre decoración del escenario.
Cuando
acabó la primera escena del Acto II, y Perry pasó por su lado, allí
a un lado del escenario, y Elliott sintió escalofríos. Vio su
espalda ancha alejándose, y le oyó empezar a decir sus líneas.
Elliott dio un suspiro, retorciéndose las manos, y visualizó sus
líneas en el libreto hecho jirones.
-”Quisiera
saber si ha despertado Titania; y en seguida, sobre qué objeto
recayó su primera mirada, como que ha de estar loca por él...”
-Ahora
vienes tú, Elliott -le dijo Persefone- . Lo harás bien.
Él
asintió, sin embargo, no pudo esconder su nerviosismo mientras
salía.
-”Aquí
llega mi mensajero -dijo Perry, irradiando entusiasmo y malicia por
su travesura hecha a Titania. Tomó la liana que en realidad era una
cuerda, y diciendo las siguientes líneas, se colgó de ella- ¡Y
bien, travieso espíritu!
Aterrizó
frente a él y lo tomó de la cintura. Elliott contuvo la respiración
y Perry le besó en los labios entreabiertos, empujándole hacia
atrás. Elliott se sostuvo de Perry con un brazo en su hombro
izquierdo, el que daba de frente al público, pero el otro brazo lo
levantó hacia atrás gracilmente, haciendo que quedase horizontal
cuando el empujón terminó del todo. Perry lo sostuvo de la nuca con
el antebrazo para que no cayera, y Elliott alzó una de sus piernas.
Le
sostuvo con seguridad, y su corazón siempre muerto no tardó en dar
la patada que tanto había temido. Una singular patada que hizo a su
cuerpo fingir algo de vida por un instante.
Perry
fue algo bruscó al aterrizar en sus labios, y el beso fue
superficial, si bien sus labios estaban entreabiertos. No obstante,
duró lo suficiente para aturdirlo. Sintió su brazo fuerte alrededor
de su cuerpo, no como ayer, en que apenas le sintió a causa de su
preocupación por decir sus líneas bien. También fue conciente de
su torso contra la mitad del suyo, rozando levemente, y su brazo tras
su nuca. Elliott descansó la cabeza por completo en ese brazo, a
diferencia de ayer, en que se tensó por completo para mantenerse en
vilo, cuando en realidad había sido absolutamente innecesario. Perry
era suficientemente fuerte para sostenerlo, y él lo suficientemente
ligero para no caer producto del impulso.
Los
labios de Perry se separaron de los suyos con suavidad, después de
dos eternos segundos. Le presionó el torso hacia adelante para
ayudarlo a enderezarse, y continuó su diálogo de inmediato.
-”¿Qué
nocturna nueva prevalece ahora en este misterioso bosquecillo?”
Le
miró con atención, mientras Elliott callaba.
Sólo
entonces el sonido que reinara a su alrededor volvió. La impresión
dada al público por ese beso aún prevalecía, pero no se armaba
ningún escándalo. Elliott, se había dejado ir inconciente de lo
que le rodeaba. Ahora, tras tres segundos de espera por parte de
Perry, Elliott aún no contestaba con su parte del diálogo.
-”Dime,
sirviente mío. ¿Qué noticias traes?” -improvisó al verlo en
silencio.
-”Ahm...
Mi ama está enamorada de un monstruo -dijo con tono afligido- .
Cerca de su recóndito y consagrado retrete, mientras ella pasaba la
lánguida hora del sueño, una partida de ganapanes, rudos artesanos
que...”
Lo
dijo sin mucha gracia, la verdad, pero Perry no reaccionó de ningún
modo, y Elliott trató de volver a sí mismo mientras decía su
parlamento. Los parlamentos de Puck siempre eran condenadamente
largos.
Cuando
Oberon volvió a hablar, ya estaba algo recuperado.
-”Mejor
ha salido esto que cuanto yo podía imaginar...”
Esto
no está nada bien. Porqué me siento de este modo a esta altura de
la vida. Perry no es nada extraordinario. Me he topado con hombres
más atractivos que él..., se
decía a sí mismo mientras Perry hablaba, dando una actuación
magistral.
El
resto de la obra fue bien, pero tuvo la sensación en todo momento de
que estaba haciendo el ridículo. Ayer lo había hecho bien, Perry
incluso lo había felicitado, pero Puck era más expresivo que él.
-Mañana
no vendrá nadie -dijo Persefone con una emoción que no concordaba
para nada con sus palabras.
-Claro
que vendrán. La curiosidad mueve montañas -dijo Perry, travieso- .
Dios, hace tiempo que no tenía esta sensación. Puedes cambiar las
opiniones de la gente con el teatro. Había olvidado eso.
-No
creo que cambiemos la opinión de nadie con esto -dijo Jude.
Elliott
miró al vampiro con algo miedo. Fulminaba a Perry con la mirada.
Aquel
beso había sido una mala idea. ¿Y si Jude volvía con su obsesión
por deshacerse de Perry?
-Estuviste
muy bien -felicitó Perry a Elliott- . Creo que mañana saldrá aún
mejor.
-Fui
un desastre -dijo.
-Te
quedaste algo en blanco después de aquella ocurrencia de Perry -dijo
Jude- . Cualquiera diría que sentiste algo, siendo esta una obra de
teatro. Me refiero a que no debemos creernos las emociones que
expresarnos en el transcurso de ella.
Elliott
bajó la cabeza, sin decir nada.
-Y
tú podrías mejorar tu actuación como Bottom. Se supone que la
gente debe sentir simpatía ti -dijo Perry.
-Bottom
es un perdedor -dijo Jude- . Y Oberon un sinvergüenza.
A
Perry esto le resbaló. Estaba demasiado animado para que algo lo
desanimara.
Perry
vio a Elliott ir hacia el biombo, cogiendo su ropa en el camino. Los
demás actores se estaban cambiando en otros biombos, y Marion estaba
frente al espejo quitándose el maquillaje con ayuda de Persefone.
-Creo
que hay alguien esperando en la puerta -dijo Marion.
Persefone
se volteó a ver. Perry, con las emociones hasta el cuello, vio a una
mujer mayor que había estado sentada en primera fila. Debía haber
visto el beso en todo su esplendor.
-Eso
fue maravilloso. La mejor versión que he visto.
-¿Escuchaste
eso, Elliott? -le dijo a al chico, volteándose a mirar el biombo.
Este
estaba lo suficientemente cerca de uno de los espejos, y cuando vio
lo que vio prefirió no haberse volteado hacia allí.
Elliott
estaba secando la sangre que estaba saliendo de sus ojos. Su
expresión estaba levemente quebrada.
Cuando
estuvieron de vuelta en casa, Elliott anunció que se iría de
cacería solo. Persefone no dijo nada al respecto, mientras se servía
un trago de sangre embotellada. Perry decidió seguirle.
Sin
embargo, el vampiro, después de alejarse unas calles más allá, se
subió a la techumbre de una casa desocupada. Perry le siguió,
esperando ser lo bastante ruidoso para anunciarse a sí mismo y una
vez arriba se sentó a su lado.
-Elliott...
-le dijo.
-Estaba
pensando estar aquí arriba solo un rato -dijo, con una falsa
sonrisa- . Además debo esperar a que oscurezca un poco más. A más
altas horas, la gente está más vulnerable.
Perry
asintió.
-¿Fui
muy brusco? Dime si es eso.
-No.
Estuvo bien -dijo.
-No
te trae malos recuerdos, ¿o sí?
Elliott
negó con la cabeza. Perry dio un suspiro, aliviado.
-No.
Sólo una persona más me ha besado de hecho -susurró el vampiro en
la noche- . Fue Joy, la mujer de la comunidad en los túneles de
Northampton.
-Vaya,
entonces sí pasó algo con ella -le dijo, riendo.
Elliott
rió también. Perry se había quitado un peso de encima, y le
revolvió el pelo, ya un poco confiado en esas demostraciones de
cariño. Y fue acertivo, pues Elliott no lo apartó como otras veces.
Perry
se recostó sobre las tejas, con una sonrisa de oreja a oreja.
-Tuve
que contenerme de mirarlos a la cara cuando fue el beso y todos
empezaron a murmurar como desquiciados. Hubo un par de insultos de
hecho. Marion estuvo muy feliz del resultado.
-No
lo creo. Después de casados, ya nadie besa casualmente.
-Debes
tener razón. A Marion le parece tan anti natural -mencionó. Elliott
se volteó a mirarlo- . No pasa nada entre ella y yo, pero
definitivamente nos besamos de vez en cuando. Sirve para reconfortar.
Todos necesitamos de cariño. Ahora entiendo porqué algunas mujeres
casadas se vuelven tan gruñonas de viejas. Sus maridos no las
reconfortan.
Elliott
rió por lo bajo.
-Tú
y Marion, ¿Lo hicieron alguna vez?
Perry
dudó. Quizá a Marion no le gustara que contase esas cosas, pero él
y Elliott ya tenían confianza entre ellos.
-Sí.
Una vez.
-¿Nunca
la has deseado de nuevo?
Perry
frunció el ceño. Elliott lo preguntaba seriamente.
-Nunca
la deseé de esa forma.
-Ah,
pensé que... Pero debiste sentir algo si lograste hacerlo con ella.
Perry
se enderezó, pensativo.
-En
cierto punto comenzó a funcionar, sí, pero no por ella. En un punto
me olvidé de ella por completa, y ella se olvidó de mí. Por eso
pudo funcionar.
-Y
ahora que comparten lecho, ¿No...?
-No.
Nunca.
-Lo
siento. Es sólo que...
-...
te parece incomprensible que no desee a una mujer. Sí, incluso Jude
me lo ha dicho. Es... perturbador.
-Es
porque Jude quiere a Marion.
Perry
dio un suspiro exasperado.
-No
la quiere, sólo la desea. No es lo mismo y eso me desagrada. Si la
toca le mataré.
-Yo
no te detendré.
Perry
rió por lo bajo.
-¿Qué
hay de Persefone?
-Oh,
ella puede hacerla feliz -dijo sonriendo que cierta picardía- …
mientras no la use como una muñeca.
Elliott
frunció el seño, sin entender. Perry renunció a hacerlo entender y
guardó silencio. Después de todo, era lo que él sentía, y al no
poder decírselo a Marion por miedo a lo que pudiera pensar de él,
se lo decía a aquel vampiro que lucía de dieciocho años, pero que
había visto mucha más vida que él. A Marion no podía decírselo,
no después de lo tensa que se había puesto ayer al acostarse con
ella. La había besado, y había sido total responsabilidad de la
sangre que había bebido. Recordaba haberse sentido algo sensible,
tanto que incluso tocar a Marion en el abdomen fue un tanto
estimulante. Sin embargo, la sensación no pasó más allá del
bienestar tactil. Tal vez, después de todo, sólo fuera lo que
sentía normalmente en vida al tocar a Marion, y no el deseo que
Elliott y Jude tanto creían que pudiera sentir por su esposa.
Las
representaciones de la obra siguieron viento en popa, pero también
las salidas de Persefone y Marion al Moulin Rouge. Parecía que había
una cara del mundo que Marion nunca había conocido, y estaba a sus
pies lista para ser explorada y unirse con ella. Moulin Rouge supuso
todo un mundo de nuevas sensaciones.
-Esta
es la novena noche que pasas lejos de tu esposo -le dijo Persefone.
-Técnicamente
no seríamos esposos ahora mismo.
-Esto
me dice otra cosa -le dijo, tocando su cabello, desparramado como una
cortina a un lado.
Nunca
se enredaba, nunca se cortaba. Era oro sempiterno en la forma de
lianas de árbol. Marion pudo sentir el toque de Persefone sobre él,
como si fuese piel, y le dio un escalofrío, pues eran miles de
uniones con su cuerpo que sentían esa caricia, como dedos.
Se
dio cuenta de ese cambio en su cuerpo apenas se convirtió en una
vampireza cuerda y dueña de sí misma. Llevaba el pelo atado todo el
tiempo al inicio de aquella aventura sin fin, y fue Perry quien
evidenció ese cambio sifnificativo, del cual Marion no hizo
cómplice. Tanta sensibilidad la hacía desconcentrarse, y cada vez
que lo rozaba era una erupción dentro de sí.
-Si
no fuera por él lo habrías cortado. ¿No quisieras hacerlo ahora?
Las
garras afiladas de Persefone, que parecían crecer en momentos de
profunda provocación, rozaron las puntas, cortándolas. Marion cerró
los ojos con fuerza.
-¿Duele?
-Sólo
un poco.
Persefone
apoyó las manos en su abdomen desnudo, allí sentada sobre sus
caderas, y pasó esas garras por allí, asustando a la joven de
cabellos dorados. Persefone se había vuelto algo controladora,
segura en el hecho de que ella y Perry se quedarían. “Eres mi
Compañera ahora. No te atrevas a ir a ningún lado”.
-Siento
haber sugerido aquello semanas atrás. Invitar a Perry.
-Él
no vería atractivo alguno en estar con nosotras. Con ninguna de las
dos -dijo Marion.
-Es
una pena. Pocos hombres saben tratar a una mujer.
-¿A
qué te refieres? Todos los hombres deben...
-No
todos. Me contaste lo que hizo contigo cuando yació contigo por
primera y única vez. Crees que los maridos dan placer a sus esposas
sólo porque nosotras sabemos cómo, algunas de nosotras...
-Todas
las mujeres debemos saber, es nuestro cuerpo.
Persefone
la miró casi con pena.
-No
todas. Vivimos en la ignorancia, Marion, y los hombres sólo están
al tanto de sus propios placeres. Pero Perry Whitmore, Marion...
¿Quién le enseñó? ¿No te gustaría saber?
-No.
Con que lo supiera me bastó.
-Sí
que te bastó -dijo Persefone, sonriendo, y acostándose sobre ella.
Marion dio un quejido, pero no necesitaba respirar, por lo que no
hizo reclamos- . Debes saber que él me agrada. Se los hice saber a
todos cuando nos conocimos en Amiens.
-¿Lo
hiciste?
Persefone
rió por lo bajo.
-No
me mientas. Temiste por mucho tiempo que quisiera quitártelo.
-No
temí. Ya te lo dije, confío en Perry, y si él cambiara de
Compañera, no se juntaría con una mujer.
-Los
hombres son un misterio y él no deja de ser uno. No estés tan
seguro de sus preferencias.
-Estoy
bastante segura de sus preferencias -dijo Marion.
Se
removió de nuevo en la cama, inquieto. Eran ya dos meses desde que
todos llegasen a París, y la decimonovena noche desde Marion no
durmiese o despertase en esa cama con él. Ella usualmente tomaba más
sangre que él, y siempre le brindaba un poco más de ese calor que
sólo cuando sentía cerca daba cuenta de su necesidad por él. Ahora
estaba en una cama imposible de entibiar con un cuerpo helado como el
suyo.
Se
volvió a bajar las mangas del camisón hasta las muñecas.
Recordó
que Garrett y él siempre tenían que dormir muy apretados en la
cama. Tenía una cama de una sola plaza, muy pequeña para un sólo
hombre incluso, pero tenía que arreglárselas con ella, un
escritorio, una silla y una tina. Nunca tuvo nada más, excepto una
repisa llena de libros, cuya tercera parte se componía de algunos
nunca devueltos a bibliotecas universitarias.
-Me
rebanarían el cuello si supieran -le dijo una vez mientras Perry
los revisaba.
Se
inventó en su cabeza la continuación, a Garrett quitándole el
libro de las manos e inclinándose al lado de su silla para robarle
un beso. Sin embargo, la falta de sangre en sus venas literalmente le
impidió sentir algo ante lo que vio en su mente relatarse, como un
rompecabezas de una fertil primavera con piezas de color gris.
Sin
embargo, continuó. Había botellas llenas en el comedor de
Persefone, esperando por él, pero continuó encerrado en esa
penumbra sólo iluminada por la vela de la mesa de luz. Miró la vela
fijamente, imaginando a Garrett besando su cuello mientras él
intentaba mantenerse dentro de esa silla. Comenzó a sentir un dejo
de cosquilleo en el estómago, y supo que su cuerpo empezaba a no
escuchar. Apretó los párpados con fuerza, con renovada esperanza
por esa sensación de vida, y siguió construyendo esas fantasías en
la cabez. Sólo el imaginar la caricia de la mano de Garrett en su
nuca le hizo sentir esa chispa de nuevo, esta vez cerca de su ingle.
Y de nuevo un beso trepando por su cuello, hasta su mentón, hasta
sus labios.
-Te
amo, Perry...
Sintió
las lágrimas de sangre acudiendo a sus ojos, y sintió la comezón
en la garganta avisándole que la sed empezaba a aquejarlo. Se abrazó
a sí mismo, resistiéndose. Sólo iba a tomar al atardecer
siguiente, para la obra. Así había sido cada día, y no iba a
aumentar la dieta. No quería sentir más que lo necesario sobre el
escenario.
Sin
embargo, no se dio cuenta y su mano se afirmó del velador para
apagar la vela botándola al piso. Se levantó de la cama sintiéndose
famélico, y caminó a zancadas por el cuarto con la intención de
visitar las estanterías del comedor.
No
pudo creer su falta de voluntad. Su cuerpo prácticamente se había
mandado solo en pos de la supervivencia, ese instinto traicionero.
Vació una copa en pocos minutos.
-No
creo que sea buena idea aumentar las cantidades -dijo Elliott- .
Volverás a sentir el mismo tipo de sed que sentiste después de esa
obra de teatro a la que fuimos, ¿recuerdas?
Perry
limpió la copa, avergonzado.
-Debes
limpiarte las mejillas también.
-Maldición...
Se
tapó el rostro, abrumado. Elliott había aparecido en mal momento.
Volvió
a su cuarto para sacar agua de la destinada para el baño del día
siguiente. Normalmente Marion iba a aquel cuarto a limpiarse, a pesar
de que en el último tiempo el cuarto de Persefone era el suyo.
-Sólo
hazlo. Tú eres el actor aquí -recordaba las palabras de
Persefone, las únicas que mantenían el respeto que pudiera perder a
causa de los celos- . Aquí viene público marginado a verse
reflejado en el escenario, ¿Lo entiendes?
Puso
agua en la fuente de metal sobre el mueble con espejo, y se limpió
las mejillas mientras Elliott observaba. Se había sentado en la
cama de Marion, e irradiaba calor. Aún duraba en él la energía de
la ración del atardecer. No había gastado todo en el escenario, ya
que sabía racionar mejor. Perry se preguntaba si podría alcanzar
tal habilidad de autocontrol. Sólo los aplausos al final eran
suficientes para llenarlo de una emociones apabullantes, las cuales
se llevaban toda la energía que debiera dejar para el día
siguiente.
Comenzó
a sentir los efectos secundarios de la ración extra de sangre en ese
momento. Dejó las manos dentro del agua, y pudo sentir el fluir
detallado sobre su piel, las partículas acariciándolo, aquietándose
lentamente, pero aún siempre en movimiento, como si todo se
estuviera expandiendo a su alrededor. También recordó el recuerdo
de Garrett dentro de la tina en su pequeño cuarto de soltero, y él
besándolo tan calurosamente que le hizo correrse mientras seguía
dentro. Alzó la mirada hacia el espejo, sintiéndose aturdido por
aquellas sensaciones que tenía desde hace mucho, y comprendió que
la ausencia de Marion era la que lo había hecho caer en la
nostalgia. La imposibilidad de poder hablar con alguien antes de
dormir, la incapacidad de llenar su mente de otras cosas...
A
su espalda, Elliott le miraba atentamente, con las manos unidas sobre
sus piernas. El dramatismo que le daba a su expresión el
desteñimiento del iris le fue repentinamente adorable.
Bajó
la mirada a la fuente con agua. Estaba sucia con manchas de sangre
que aún danzaban sin unirse con el agua. Seguían definidas, como
cabellos rojos estirándose y dánzando en perfecto espiral.
Aturdido
por lo que acababa de ser plantado en su cabeza, fue a sentarse
contra la cabecera de su cama, dispuesto a deshacerse de esos
pensamientos. Beber sangre cuando deseaba tanto dormir había sido
una mala idea.
-¿Jude
no te requiere a estas horas? -preguntó a Elliott, al tiempo que
sacaba un libro de debajo de la almohada, intentando distraerse.
¿Y
si iba afuera en busca de algún hombre con quien satisfacer esas
pulsiones? No. Con Garrett en la cabeza no iba a hacerse ningún bien
encontrándose con un hombre, muchos menos con uno vivo. No conocía
a muchos más vampiros y...
Philip.
Philip
le había dado pocas pero claras señales. A menos que exagerara. Qué
va, tal vez sólo era francés y educado. Debiera dejar de ver cosas
donde no las había.
¿Y
si sólo iba a comprobarlo? No perdía nada, quizá el respeto de un
hombre que sólo intentaba ser atento con él...
-Perry...
-lo llamó Elliott.
Miró
el libro, dándose cuenta de que su mente se había ido por la
tangente. Se suponía que debiera estar intentando distraerse. Pero
mientras pensaba en esto, leyó el nombre “Gareth” en una de las
páginas, como si el destino le estuviera dando una mala jugada.
Dio
un suspiro, y se pasó la mano por el rostro, tratando de despejarse.
-Estoy
bien -le dijo a Elliott.
-No.
Perry...
Elliott
se levantó de la cama de Marion, y caminó hacia la suya. Perry
intentó buscar otra página, en la esperanza de disimular su
malestar al menos ante Elliott, quien estaba preocupado.
Elliott
se subió a la cama, y ni siquiera esto le dio un aviso. Sólo lo
hizo el que se trepara sobre sus piernas, sentándose sobre ellas.
Perry quitó el libro de en medio, cogido por sorpresa.
-¿Qué
haces...?
Lo
empujó tomándolo de los brazos por reflejo, pero Elliott se inclinó
hacia él sin que su fuerza hiciera efecto en él.
-Sólo
uno...
Elliott
pasó el brazo por detrás de su cuello, y lo besó en los labios con
algunos titubeos, pero que no disimularon en nada su ansiedad. Vio la
ansiedad impresa en su rotro sólo segundos antes de que aquello
ocurriera, pero sospechaba que la había mostrado desde el momento en
que le había visto en el comedor. Sólo que Perry no había mirado
bien. No lo había mirado. Nunca miraba a Elliott, sólo lo hacía
durante la obra cuando era otra persona y no él mismo. Sólo
entonces estaba del todo permitido. En la obra no eran ellos en
realidad, de todos modos.
-¿No
te pareció extraño que te invitase a cenar así sin más? -le había
preguntado Garrett, en esa primera cita.
-La
verdad no. Me gusta la gente espontánea.
-¿Ah,
sí?
Sentía
el cosquilleo por todo el cuerpo. Lo recordaba bien. La atracción
había sido tan inmediata que Perry creyó que sólo duraría unos
días, que después de aquel encuentro en su departamento, donde sólo
hicieron, no sintieron, no habría más, pero ambos siguieron
buscándose con excusas baratas, hasta que finalmente, cuando
resolvieron encontrarse en un cementerio, porque según Perry le
gustaba ver los hombres de las lápidas a ver si se encontraba con
algún nombre extraño, Garrett le besó sin avisar, disparando
aquellas sensaciones que había estado sintiendo alrededor suyo por
días, sin que nada hiciera mella en ellas para que se desordenaran
como lo hicieran en ese momento. Garrett sólo lo había besado una
vez antes de eso, al principio de la primera vez que lo hicieron, un
día después de que se conocieran. Pero los besos eran para
enamorados, pensaba Perry, y se lo dejó claro. No obstante, ese beso
en el cementerio lo confirmó para ellos. Estaban ante algo
diferente.
-Elliott,
no... -le dijo al chico, alejándolo de sí.
Aquella
era la vida real, no un recuerdo, y no sintió nada más que
confusión.
Elliott
había agarrado los dobleces de su camisón, y no los soltó cuando
Perry logró alejarlo de sí.
-No
-repitió Perry- . Esto no puede pasar, ¿me entiendes?
-Acabas
de beber sangre -susurró el chico.
Perry
frunció el ceño.
-¿Y
qué?
Le
empujó todo lo amablemente que pudo, y Elliott se quitó de encima,
apoyándose contra la pared junto a la cama. Perry se puso los
zapatos, que no se había puesto para ir a la cocina, y se abrochó
los cordones notando el nerviosismo que lo abrumaba. Podía sentir la
presencia cálida de Elliott tras de sí, y estuvo a punto de
reconocerse a sí mismo que habría querido tenerlo abrazado contra
sí por detrás si Elliott no se hubiese parado de la cama yéndose
sin petición alguna del dormitorio. Perry dejó los zapatos a medio
atar, y se quedó mirando el suelo sin atreverse a levantar la vista.
Alguien se había asomado a mirar por la puerta dejada abierta:
Philip.
Se
levantó de la cama con el zapato a medio abrochar, y fue y posó la
mano en la puerta.
-Buenas
noches, Philip.
-¿Seguirá
el mismo horario que la señora Persefone? Yo no sigo el horario: no
duermo.
Perry
le miró atentamente. Sus señales eran claras, ya no había duda de
nada.
-Normalmente
voy a la biblioteca para entretenerme. La biblioteca puede ser un
lugar adecuado para casi todo, ya que los libros lo dicen todo.
Perry
se sintió levemente excitado. Sin embargo, apartó la vista de él,
conciente de sus buenos atributos, y le dijo:
-Por
la noche intento dormir. Buenas noches.
Philip
sonrió, dado por vencido.
-Buenas
noches, señor Whitmore.
Cerró
la puerta.