martes, 18 de agosto de 2015

"Libertar la Oscuridad": Capítulo 27

(Aaniki: para leer los capítulos anteriores, entra a este LINK)

Vio a Elliott beber una copa sangre entera al desayuno. Lo había visto caminar famélico y pálido por el pasillo de los cuartos de huéspedes hacia la solitaria sala de estar, vacía a esas horas tan tempranas, cuando el sol apenas había salido.
Marion regresó a casa por la noche con el parlamento de Titania calcado en su cerebro. Persefone había lograba darle toda la entretención que necesitaba, esto con una aparición sólo introductoria del Moulin Rouge. Marion le relató, soñadora, tras lanzarse en sus brazos en la cama en la madrugada, cómo Persefone la había besado “como se debe besar a alguien”.
-¿Cómo es eso? -preguntó.
-Como si fueras de cristal. Como si tus labios fueran plumas que pudieran desperdigarse por el mundo hasta desaparecer si los presionas mucho.
Perry sintió otra punzada de dolor en la garganta.
-¿Besa mejor que yo? -preguntó.
-¡Oh, Perry! -dijo ella.
Y lo besó en la mejilla con la fuerza y descuido de quien no desea. Perry, algo celoso, se volteó y la puso boca arriba en la cama, para luego atacarla con cosquillas. Estaba agotado y melancólico, pero le dio algo de gozo, dada la sonrisa tan ancha y descomunal que traía en la cara. Su rostro estaba rosado de vida, y Perry, aprovechando esos deseos por acariciar, descansó sobre su pecho, dejándose acariciar en el cabello. Sin embargo, pronto fue Garrett quien acarició su pelo. Se preguntó cuándo le diría a Marion lo que había encontrado en su visita al cementerio en Londres.
No supo porqué lo había recordado en medio del ataque de motivación por decir todo el texto de Oberon de un santiamén allí encima del techo de la casa. Empezaba a sentir afición por verse escuchado por Elliott, un vampiro con tantas experiencias de vida. Elliott había adquirido la actitud propia de un ermitaño que ha visto tanto y hablado tanto consigo mismo, que ahora prefiere escuchar, olvidado de que los demás también quieren escucharlo a él, ya que uno mismo nunca es suficiente. Él quería escuchar a Elliott. Hacer un voto de silencio y no pensar en Garrett y en el vacío en su estómago.

El tercer día de la semana fueron al teatro clandestino a ensayar sus líneas. Los vistieron con los trajes, encontrándose Perry con que no usaría nada arriba, ni siquiera vello artificial como solían hacer en la Compañía en Bristol. Vio a Elliott intervenir ante uno de los jóvenes que le estaban vistiendo sobre su propia vestimenta.
-Quizá podríamos pintar algo de vello para dotarlo de ferocidad. Puck es un fauno, una criatura del bosque. Los faunos secuestraban a las doncellas y se aprovechaban de ellas como viles demonios...
Perry rió por lo bajo. Elliott alzó la vista.
-Estás pálido. Tendrás que pedir sombras -le dijo, indicando su torso.
-¿Sombras? -dijo el muchacho que vestía a Elliott.
-Sí, sombras -dijo Elliott cortante- . ¿No me oíste? Ese cajón está lleno de ellas, las vi.
-Nunca hemos maquillado a nadie. Es otro quien se encarga de eso.
De pronto veía al Elliott desagradable de nuevo. No pudo más que provocarle risa.
-Déjalo. Yo sé maquillar. ¿Dónde están las sombras? Y recuerda que este es un ensayo.
-Debemos hacerlo lo más realista posible.
-Lo más cercano posible del resultado final. Pero sólo el viernes tendremos el ensayo general.
-Tenemos muy poco tiempo. No lo lograremos -dijo Elliott, pasándole el maquillaje.
Se sentó en una silla frente a un espejo, mientras Perry se ponía frente a otro.
-¿Cómo es que sabes cómo pintar?
-Soy un artista frustrado.
-¿Frustrado?
-No me gusta el color. Prefiero el dibujo en seco, retratos pulcros, a veces de mí mismo, y eso no gustó a mis profesores.
Elliott rió por lo bajo, mientras Perry se pintaba el torso. Se veía extraño de ese modo, frente a un espejo mirándose a sí mismo.
-Dirían que sufres de vanidad compulsiva.
-Que cojan su concepto de vanidad y se vayan lejos. Y si es así, corrompí a Marion. La hice vanidosa y desde entonces no hay mujer que le guste más que sí misma.
Elliott se tornó serio. Quería despejar una duda.
-Entonces ella de verdad... gusta de otras mujeres.
-Sí. Y no puede haber nada más hermoso que eso. Nunca lo creí posible, pero según Marion es posible para ellas llegar hasta el final del camino. Debieran escribirse poesías sobre eso.
-Si pueden llegar hasta el final del camino, las damas, entonces no es poético en lo absoluto. Es carnal.
Perry se volteó a mirarlo reprobatoriamente.
-¿Crees que es sucio?
-Dije que es carnal, no sucio.
El vampiro se lo quedó mirando pensativo, no habiendo esperado una respuesta de esa naturaleza. Había creído que Elliott era una persona más intolerante respecto de las prácticas en la cama. Después de todo reprobaba a los hombres. No tenía ningún sentido.

Ese sábado el teatro no se llenó tanto como hubiesen querido. Esperaron por veinte minutos a que los últimos llegaran, mientras algunos de los actores perdían compostura a causa de aquel alargue. Elliott de por sí estaba nervioso por la reacción de la gente ante sus ojos, a pesar de que serían todos vampiros. Ninguno de sus congéneres tenía un descoloramiento tan radical de sus iris.
-Supongo que esta obra es menos popular aquí -dijo Persefone.
-Quienes vienen a ver el teatro clandestino, ¿tienen conocimiento de lo que ocurre diferentemente de las reproducciones usuales? -preguntó Marion.
Perry estaba junto a ella, viéndola nerviosa con un báculo de lianas y madera en la mano. Lo usaría de guía por el escenario.
-Sí. El Mercader mismo fue presentado de esa manera la temporada anterior.
Perry miró hacia atrás, a la puerta del camarín.
-¿No será tiempo ya?
-Hay ochenta y cuatro personas en los asientos -dijo Marion- . ¿Qué más podríamos esperar?
-Normalmente no están por debajo de las ciento cincuenta.
-Sólo hagámoslo -dijo Perry.
-De acuerdo. Ve a avisar a los actores.
Perry fue hacia el camarín. Comenzó a considerar como realmente correcta la decisión de no besar a Elliott. Es decir, a Puck. Tal vez la gente no venía porque se sentía incómoda ante los cambios hechos. Tal vez los parisinos eran menos liberales de lo que creían.
Minutos después, no obstante, pudo ver la expresión de consternación de Persefone desde la primera fila, cuando la Escena II del Acto II dio su introducción. Sólo estaba iluminado el escenario, pero parte de la luz de las lámparas de aceite camufladas detrás de biombos transparentes y paños de seda, y que daban al escenario un aire misterioso y verdoso, iluminaban la primera fila cuando soltó a Elliott sin haber tocado sus labios.
En cuanto a Elliott, este era significativamente más liviano de lo que había esperado. Le rodeó con un brazo, como habían coreografiado en el ensayo general, y él se dejó caer hacia atrás como las doncellas de los cuentos. En el mismo Romeo y Julieta que hicieron en la pequeña compañía de Bristol, Romeo presionaba a Julieta hacia atrás mientras la besaba. Elliott, en este caso se dejaba ir porque era de mentira, y porque prefería controlar sus movimientos para no caer. No confiaba en Perry lo suficiente. Sin embargo, Perry sí confiaba en sus propios movimientos, más ahora que era un vampiro. Era más ágil y coordinado que cuando era humano, la rapidez de movimientos ya no era tan trabajosa, y se sentía más ligero, aunque no lo fuera. Pero Elliott sí que era ligero, casi tan ligero como Marion, y aunque era delgado, su cuerpo era todo fibra y músculo, huella de la vida como humano, como Jude le había explicado una vez. El tipo era un monstrio, pero tenía una larga vida detrás de él. “Nunca envejecerás, nunca morirás, como tampoco nunca encanecerás. Tu cabello nunca crecerá, tu barba nunca reaparecerá, y nunca engordarás. Lo único que te queda es tonificarlo todo, aprovechar la vida que te da la sangre para fortalecerte. Pero sólo durará mientras te alimentes regularmente, o volverás a lucir del modo en que naciste, del modo en que eras antes de ser convertido. Nunca te embellecerás, será una ilusión que la sangre te brindará por pocos momentos, porque siempre lucirás como un muerto: pálido, una página en blanco que adquiere más color de vez en cuando, pero sobre la cual la tinta resbala.”
Pero Jude había olvidado una cosa. Si bien no embellecían, se volvían más suaves y más medidos, como gatos. Y eso atraía a los seres humanos, eso los convertía en presas. O el vampiro que hubiese tenido pocos privilegios estéticos en vida moriría de sed.
Elliott había tenido muchos privilegios, y quedarse en los dieciocho sólo había permitido que su belleza permaneciera intacta. Todos empeoraban con la edad. Él a sus diecisiete no tenía nada que ver con lo que era ahora. Perry había visto el cambio abrupto después de los veintiuno. Había perdido la finura, la ligereza y la elegancia. La elegancia posterior era un gesto reforzado por la pérdida de la naturalidad de ella. Su espalda y su cuello se habían engrosado, sus brazos se habían vuelto los de un hombre. Había perdido esa androginia que tanto le gustaba de esos tiempos, y que lo volvían atractivo a la primera mirada. Antes de convertirse había estado a medio camino de volverse un viejo de cuarenta. De allí en adelante todo era cuesta abajo. Su estómago se pondría aún más fláccido, sus brazos gruesos y pesados y su cabeza gris. Se habría vuelto lo que su padres, de piel caída y suelta, imposible de devolver a su sitio.
Su padre y su madre. Se preguntaba si Margarett les habría comunicado la mentira. Si lo creían, pensarían que él y Marion se habían ido de viaje para siempre. Esperaba que no intentaran buscarlos, ni ellos ni la madre de ella.
Cuando estuvieron de vuelta en el camarín y él empezó a sacarse el poco maquillaje de la cara, vio la diferencia suya con Elliott, quien extrañamente comenzó a cambiarse de ropa allí mismo, a pesar de sus “vicios”. Sin embargo, estuvo más preocupado de las imperfecciones que su edad había alcanzado a darle. Estuvo por minutos mirándose la tez, de pronto alisada por esa existencia, por la sangre ajena. Cuando estaba sediento, su piel lucía como la de un muerto, y era entonces que se volvía problemático. Siempre había sido vanidoso, y ahora era peor, especialmente con un vampiro joven cuya imagen preferiría fuera la suya.
Envidiaba tanto la juventud de Elliott.
-Lo hiciste bien -le dijo, volteándose a mirarlo.
Ya estaba listo. Se estaba lustrando los zapatos. El chico sonrió en agradecimiento. Sus mejillas se adelantaron, resaltando.
-Persefone no está muy feliz -dijo, alzando las cejas.
-Sí, me di cuenta.
-Pero está enojada sobre todo por el público: la felicitaron al final porque el teatro estuviera regresando a las “buenas costumbres” -dijo con un tinte de sarcasmo.
Perry sintió una punzada de molestia.
-¿Eso dijeron?
-Sí. Son contradictorios: muchos de ellos habían visto El Mercader en la temporada anterior y aunque no les agradó la inclusión de un beso entre Bassanio y Antonio, seguieron viniendo.
-Probablemente por morbo.
Sí. Son bastante hipócritas.
Se colocó el zapato que había estado abrillantando. Su comentario dejó pensando a Perry un tanto descolocado.
-Pensé que estarías feliz de la aprobación del público por estos cambios.
-Sólo me molestó lo de las buenas costumbres. Como dije, son muy contradictorios.
-Tú también eres contradictorio.
Elliott alzó la vista hacia él. Se puso a la defensiva al instante.
-¿Qué?
Perry se encogió de hombros.
-Es lo que has dado a entender. No te agradan los hombres como yo.
-Pero me agradas.
Aquello le molestó aún más, si bien Elliott parecía esperar una reacción marcadamente diferente.
Y es que Perry se había vuelto lo que Garrett en vida: le molestaba la hipocresía. Había estado con Garrett por años mientras seguía creyendo que lo de ellos era un pecado, mientras Garrett ennoblecía sus actividades a escondidas, sus encuentros. Perry era Garrett ahora, y odiaba lo que había sido él en vida.
Cogió su ropa de la silla, malhumorado, y se fue detrás del biombo a desvestirse.
-Hey, dije que no me molestaba ya -dijo Elliott.
-No mientras no hayan dos tipos en frente tuyo haciendo sabe Dios qué.
Se puso la camisa rápidamente, y los pantalones con suspensores. Vio la sombra de Elliott paseándose por delante.
-Todos opinan lo mismo. Hasta Marion...
-No, Marion es muy diferente de todos ustedes -dijo Perry, saliendo de detrás del biombo- . No tiene dos caras. Cuando ve algo, le desagrada o no, y punto. Pero se da el tiempo para entender porqué le desagrada y si es justo seguir opinando lo mismo. Se da el tiempo para cuestionarse, pero tú y Jude están fijos en el tiempo. No cambian nada sobre sí mismos, sobre lo que piensan -Elliott bajó la mirada, visiblemente atribulado. Pensó en detenerse allí, pero el chico parecía dispuesto a escuchar y no iba a perder la oportunidad, no luego de saber que se iría con Jude a Languedoc- ¿Sabes? Yo solía ser como ustedes dos. Garrett y yo nos encontrábamos tres, a veces cuatro veces a la semana, y aunque me creía cometiendo un pecado, pero seguía haciéndolo. No es así como debieran funcionar las cosas, Elliott, y las personas que nos verán todos los días creen que están haciendo algo rebelde, algo prohibido, sólo porque están viniendo a un teatro clandestino. Pero su rebeldía llega hasta una línea y no la cruzan. Nunca. Nunca la cruzan. Marion puede no cruzar una línea un día, pero lo reflexiona después, y piensa “¿Debiera ir más allá? Tal vez estoy siendo una aguafiestas. La cruzaré y luego veré si quiero seguir cruzándola.”
Elliott alzó la vista hacia él.
-Ustedes dos se merecen, ¿sabes? -añadió Perry, mirándolo frustrado- Están fijos en el tiempo. Es una suerte que te vayas a Languedoc con él. No te gustaría quedarte conmigo y Marion. Demasiado liberales para ti.
-¿Si eres tan liberal por qué decidiste no hacer caso del libreto?
-Es diferente.
-No lo es. Estamos actuando, no es real. ¿Entonces por qué no hacer caso del libreto?
-Porque eres muy joven.
Elliott hizo una mueca de indignación.
-Tú te besabas con un hombre quince años mayor en el escenario. Él no hizo consideraciones.
-Oscar nunca hacía consideraciones -dijo Perry. Entonces se dio cuenta- . ¿Quién te dijo que Oscar era mayor que yo?
-Marion.
-Ah -dijo Perry, molesto.
Pasó a su lado.
-La tienes en muy alta estima -dijo Elliott entonces- . No es conveniente: podría decepcionarte.

Perry había olvidado su buen oído. Marion estaba en el escenario repasando líneas cuando se quedó escuchando, mientras Persefone decía el diálogo de Bottom.
La discusión de Perry y Elliott era demasiado intensa para ser casual. Se sintió desanimar, mientras la sangre que había bebido antes de la obra empezaba a largarse. Qué fácil era desperdiciar energía en emociones inútiles. Estaba viendo cosas donde no las había, pero el temor de ver a Perry deshacerse de ella como Compañera seguía abrumándola. Además, estaba lo de Garrett...
Persefone se agachó frente a ella y tomándola de la cintura, le dio un largo y sorpresivo beso en los labios. El actor que había hecho de Bottom ese día las vio desde las butacas delanteras, removiéndose incómodo. Jude se había quedado en espera de Elliott, excusándose con que debía cuidar que tomara una dosis de sangre pronto, puesto que en los últimos días se había descuidado.
-Estabas un poco ida -dijo Persefone.
Marion sonrió levemente. Indicó a Jude con la cabeza, avergonzada.
-Oh, no te preocupes, para un hombre que ha vivido tanto esto es una nimiedad.
-Por supuesto. ¿Por que qué podrían hacer dos señoritas en la cama?
Persefone rió, y su risa se volvió más elocuente, asustando a Marion.
-Mucho más que un hombre y una mujer. Al menos hay una carrera terminada cuando dos mujeres están juntas, Jude. Con un hombre nunca se sabe si llegarás a destino.
Marion se guió con el báculo. Pudo oír los pasos de Elliott acercándose. Se puso tensa, y pronto le escuchó dirigirse hacia Jude.
-Nos vamos -dijo.
-Espera, estoy teniendo un argumento -dijo Jude.
Marion tragó, escuchando a Elliott sentarse. La butaca chirrió, indicando que se había dejado caer con brusquedad. Si estuviera vivo se habría hecho un moretón en la muñeca derecha.
Persefone le había dicho que Elliott y Perry no se habían besado en el escenario como el libreto había indicado. Y si bien habían fingido acercándose lo suficiente para crear la ilusión, al menos cinco filas de espectadores se dieron cuenta de la mentira. “Habrá más público en la próxima representación después de esto”, comentó la vampireza, con tono de quien cree que no es algo bueno. “Nos convertiremos en un teatro 'legal' en poco tiempo.”
Perry llegó poco después. Tomó a Marion de la mano con cierta brusquedad y se fue sin despedirse de los que se supone eran sus compañeros de casa.
-¿Olvidan que tengo la llave? -dijo Persefone, mientras caminaban entre las butacas.
-¡Oh, por favor! -dijo Perry con arrogancia.
Se fueron en carruaje. Seguían pagando ese medio de transporte para ahorrarse copas de sangre, sin embargo, al llegar a casa, sólo ella se tomó la dosis correspondiente a la cena.
-Quiero salir de casa. ¿Quieres? -le preguntó Perry de la nada, mientras yacía sentado en la larga mesa. Había hecho el sonido de la botella para hacerla creer que se estaba tomando su dosis, pero Marion no se engañaba. Sólo fingió hacerlo, un tanto preocupada por él.
-¿A dónde?
Perry rió por lo bajo.
-Quizá... Versailles -dijo Perry con un pobre acento francés.
-EsVersailles -dijo Philip, corrigiéndole en su acento. Había salido de la nada.
-Oh, gracias -dijo Perry, con cierto tono apesadumbrado.
-En lo que necesites.
Philip había venido a servirse una copa.
-Y no creo que nos permitan entrar -dijo Marion.
Le sintió pararse de la silla, conteniendo una encantadora risa. Deseó poder verla en su rostro y un nudo en su garganta se formó. Supuso que era a causa de ese vino vampírico. Le hacía sentir esas extrañas y humanas emociones.
Perry la tomó sorpresivamente de la cintura, mientras ella mantenía el mentón bajo por costumbre de no tener que alzar la vista para mirar a nadie. La besó en la frente dulce y extendidamente, de modo diferente de lo acostumbrado. Le daba un beso de buenas noches en la mejilla a veces, o ella lo hacía, si bien le costaba ubicarlo. Perry era imperceptible como vampiro, mientras que con Persefone, Marion sabía siempre en qué lugar de aquella enorme cada estaba. Empezaba a querer saber las razones para esa diferencia.
Perry la abrazó estrechamente, apoyando los labios a un costado de su cabeza, y ella esperó paciente, aguantándose los deseos de preguntarle acerca de Elliott, de advertirle que algo no andaba bien.
-Creo que seguiré el libreto mañana -le oyó decir entonces.
Marion pestañeó varias veces.
-Ya... ya veo.
-Después de ir al Palacio de Versailles -dijo, pronunciándolo mal de nuevo- , podríamos...
-¿Qué ocurrió con Garrett Parrish?
Perry apartó las manos de ella, tensándose. Marion puso la mano en su codo, para seguir al tanto de donde estaba.
-Fui a despedirme de él a Londres, con Elliott.
-Mentiras. Si te hubieras encontrado con él, no habrías vuelto con nosotros. Habrías sido incapaz de irte.
-Creo que soy más fuerte de lo que creí -dijo, alejándose- . Además nunca te dejaría...
-Perry, espera... -Alcanzó a tomarlo de la mano. Había prácticamente desaparecido frente a sus sentidos por unos segundos. Se sintió en el vacío de repente, como si estuviera rodeada del mar sobre una roca larga y alta donde sus pies apenas cupieran- Cuéntame, ¿qué ocurrió?
Perry se dejó asir hacia ella, y Marion lo rodeó con los brazos.
-Estuve tres días junto a su tumba -susurró.
Se quedó callado, pero comenzó a temblar.
-Debiste contarme -le susurró.
Perry negó con la cabeza.
Marion asintió, un poco nerviosa por escucharle llorar. No sabía cómo exactamente aliviar emociones como esa, menos ahora.
La puerta de la casa sonó a la distancia. Perry se alejó de ella, y desapareció de su alcance en un instante, para sentir la presencia instantánea de Persefone al entrar en la habitación.
-¿Qué ocurrió? Manchaste tus mangas, Perry -dijo la vampireza.
Marion se limpió las manos en el pantalón, confundida. Perry no quería poner celosa a Persefone, al parecer, a pesar de que ella sabía que nada pasaba entre los dos. No pudo sentirse menos que frustrada.
-Perry y yo vamos al Versailles.
-No pueden entrar allí -dijo Persefone.
-Podemos entrar donde queramos -dijo Marion- . ¿Lo olvidas?
-En ese caso ve conmigo. Me lo sé de memoria.
-Perry también. Es historiador de Arte...
-Yo debo... hacer algunas cosas. Ve con Persefone -dijo Perry.
-Pero...
Pero el vampiro ya no la escuchó. Se fue del comedor y sólo sus zancadas indicaron su apuro.


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Es esa tendencia del ser humano a desear que todos los que le rodean entren en una cajita con una etiqueta que ellos aprueben. Si uno no entra en ese cajita, uno es rechazado socialmente.
Tenemos que destruir esa cajita, porque el ser humano es complejo por naturaleza. Todos somos diferentes y aceptables, a menos que uno sea un sacoehuéa abusivo con tendencias dictatoriales.

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