martes, 11 de agosto de 2015

LOVE IS BLINDNESS - Capítulo 11

Capítulo 11:
"El muchacho cursi que pone flores en tu ventana"

John

Estábamos resolviendo un caso. Un caso del que la libertad de Sherlock dependía, pero en las siguientes horas fuimos incapaces de volver a ello. Y siento que en parte Sherlock se encargó de ello. De mantenerme lejos de esos pensamientos, porque tampoco recordé mucho las pruebas reunidas. Sólo lo recordé por la noche, en pesadillas. El resto antes de eso fue paz, y un Sherlock lleno de risa que sólo había visto en los primeros días de vida de Hamish.
Era tan encantador. Diez o cien veces más encantador de lo que creía. Se movía hacia todos lados, fue incapaz de dirigir al camello en línea recta, o más bien no le dio la real gana. Siguió en el humor de quien tiene a alguien haciéndole cosquillas en el abdomen, y yo le seguí el juego con gusto. La sonrisa no se borró de mi cara, y las mariposas terminaron por arañar mi estómago, hartas de estar revoloteando por tantas horas.
Y deseaba besarle de nuevo. Me sentía satisfecho y feliz con la vida, pero quería besarle de nuevo, incluso después de tanta intensidad. Incluso después de tal seducción. El arma de Sherlock era la lentitud. Venía lentamente hacia ti y después de cinco segundos ya le querías para ti, no obstante él se mantenía en la actitud de aproximamiento, cuando tú ya lo querías todo. Era como una tortura previa, mostraba lo que quería, pero no te dejaba dárselo, porque aún no era el momento. No obstante, en el instante en que le vi entrar al agua, me tensé entero, sabiendo a lo que venía, y lo que yo quería.
Las camellos volvieron a donde pertenecían, y nosotros tomamos una locomoción que nos llevaba a la ciudad. No pudimos tomarnos de las manos como en Londres habríamos hecho, y mantuve las manos en mis bolsillos. Sherlock se mantuvo inquieto, mirando por la ventana todo el rato, y no nos miramos en todo el rato, aunque a ratos le cogía sonriendo, al igual que él lo hacía conmigo. Estábamos como adolescentes, jugando a no cruzarnos la vista. Y era una suerte, porque si llegásemos a mirarnos, no podríamos dejar de hacerlo, y yo y Sherlock nunca nos habíamos mirado con la inocencia y afecto de dos amigos. Lo supe desde el principio, al menos de parte mía. Siempre estaba atento a todo de él, a la forma en que movía sus labios, a su inconsciente galantería, al brillo de sus ojos cuando deducía, a sus manos varoniles y delicadas, sus mejillas, su cuello cuando de milagro no llevaba la bufanda puesta, su delgadez allí expuesto al frío, la blancura, la hermosura... Sherlock era guapo. De una manera inusual e inusitada, que no advertía a los demás de su obviedad. Pero yo lo había notado de inmediato, de la sensualidad que desbordaba sin proponérselo. O quizá era que todo de él me seducía porque había caído por él de antemano. Por su brillantez, su elocuencia, su poder observador, su unicidad... Sherlock era todo eso, y había esperado seis años a conseguir algo de ello.
Bajamos del microbus algo tambaleantes. Estábamos como borrachos. Tan borrachos de ansia y satisfacción al mismo tiempo. No quería que esa sensación se acabara. No quería estar satisfecho nunca, y sin embargo estarlo siempre.
-Allí están ustedes dos, extraviados -dijo Lestrade- . Empezaba a preocuparme.
Estábamos en el hotel. Lestrade al parecer había estado en la recepción por mucho tiempo. Quise alardear y decirle lo que habíamos hecho. Sonreía demasiado, eso era un hecho. Estaba radiante de alegría, y Lestrade me echó una mirada rara ante eso.
-¿Qué ocurre? -preguntó. Miró a Sherlock, quien sonreía también, aunque más sutilmente- No me digan, están drogados...
Sherlock rió por lo bajo. Lestrade se quedó paralizado viéndole. Supongo que Sherlock no reía muy a menudo. Lo había visto reír una vez a carcajadas, y había sido a costa mía.
-No lo estamos. No creo que... necesite droga nunca más -dijo.
Sonreí radiante al escuchar eso.
-Miren -dijo Lestrade- . No tengo tiempo para sus niñerías. Díganme qué hicieron...
-Encontramos más pruebas -dijo Sherlock- . Necesito que... -dio un suspiro, recuperándose de tantas sonrisas- necesito que envíes un equipo de registro. Ya sabes, cámaras y eso y registren toda la costa Sureste del Mar Muerto. Hay unas pruebas en el suelo que deben ver. La sal fue removida intencionalmente, y si se fijan bien... bueno, creo que es bastante obvio a la vista... si se fijan, verán que hay una discontinuidad en las líneas de las ondas dejadas por la marea por cientos de años.
-¿Ondas?
-Sí, sí, ondas de tierra, dejadas por la marea.
-¿Marea?
-Sí. El Mar Muerto se está secando, y naturalmente ha dejado marcas de la marea que se diferencian por ondas y el color de la tierra. Van a notar la discontinuidad. Necesito que fotografíen esa discontinuidad. Y si quieren, pueden entrar a excavar ese sector. Quizá encuentren más pruebas a uno o dos metros bajo tierra.
Sherlock empezó a irse hacia el ascensor. Me lanzó una mirada para que le siguiera.
-¿Por qué allí, Sherlock?
-Porque los cuerpos estuvieron enterrados allí -le dije, impaciente.
Lestrade nos miró incrédulo.
-Pero Sherlock, ¿esto demuestra totalmente tu inocencia?
Miré a Sherlock, de pronto dándome cuenta.
-Completamente. La ropa de los cadáveres sigue en la morgue. Busquen similitudes entre la arena que aún las recubría y la arena de la costa. Nos vemos mañana, Greg.
L estrade dio un suspiro de impaciencia. Obviammente no le quedaba todo totalmente claro. Seguí a Sherlock preocupado.
-¿En verdad esto probará tu inocencia? -le pregunté en el ascensor- Siento que queda algo por aclarar.
-No hablemos de eso ahora -dijo, sonriendo.
-Pero...
-No, no, no... Quiero distraerme. Por favor. Hazlo por mí, John -me dijo- . He estado tan estresado todo estos días con el tema de los asesinatos, que quiero olvidarme de ellos por una noche.
Di un suspiro, angustiado.
-Pero necesito saber...
-Por favor -insistió.
Cerré los ojos por un momento. Me tomó la mano.
-Aquí no.
-No hay nadie en el segundo piso.
Salimos al pasillo. Era verdad. No había nadie allí. Salimos al pasillo, y Sherlock entrelazó los dedos con los míos. Le miré de reojo, y vi de nuevo esa satisfacción en sus ojos. Cuando llegamos hasta la puerta de nuestro cuarto compartido, me susurró, mirándome de esa manera estudiada:
-Quiero acurrucarme -dijo- . Eso es algo que las... parejas hacen, ¿no?
Sentí mi corazón tamborilear.
-Entonces somos pareja.
-No lo sé. No me importa el nombre que le pongamos. Sólo quiero... acurrucarme.
-Nunca lo has hecho, ¿no? ¿Ni siquiera con tu madre?
-Dios, no -dijo, poniendo los ojos en blanco.
Abrió la puerta con la llave. Yo le seguí. Era tan inexperto. Era enternecedor.
-¿Y con Janine? ¿Tampoco? -le pregunté, extrañado.
-No. Le dije que me molestaban esas cursilerías. Aún me molestan la verdad -dijo, dejando el paño para la cabeza en el mueble.
-¿Y por qué quieres acurrucarte conmigo?
Se encogió de hombros. Rehuyó mis ojos, y no pude evitar sonreír incluso más enternecido.
-OK.
-Sólo acurrucarse -me advirtió.
-Por supuesto -le dije- . No tenía... pensado nada más.
Él asintió, visiblemente nervioso. Quería ir lento. Me gustaba más de esa manera. Usualmente iba rápido con las personas que no me importaban tanto, así que con Sherlock, quería ir a la velocidad del caracol. Quería conservarlo por un largo tiempo. Inifinitamente si era posible.
OK, eso era otro nivel de la cuestión. Para siempre era otro nivel. Pero era eso. Sí. Eso era lo que deseaba, y nunca lo pensé hasta ahora. Siempre ha sido así, al menos desde el segundo año que viví con él. O quizá cuando le perdí, cuando le vi saltar frente a mis ojos. Ese fue el momento, sí. El momento en que supe que siempre di por sentado que le tendría para siempre. Pero con Sherlock nada es seguro. Todo es tan inseguro, y eso siempre me tuvo en la cuerda floja, creyendo que una relación con él no era plausible.
Pero ahí estaba yo, queriéndole tener conmigo para siempre. ¡Y desearía tanto decírselo! ¿Y si se lo decía mientras dormía? ¿Mientras le abrazaba por la espalda?
No obstante, tras ponerse la camisa para dormir, Sherlock se fue a acostar primero en el lado izquierdo de mi cama. Su cama quedó por completo olvidada, y yo, confuso, le vi volver su cuerpo hacia la derecha, hacia el lugar que quedaba libre para mí.
No iba a ser yo quien le abrazara por detrás, iba a ser él quien lo hiciera, y eso me hizo estremecer. Me di cuenta de que nunca nadie me había abrazado por la espalda, ni siquiera una mujer. Siempre había sido yo. Con Sherlock era como cambiar los roles, y sin embargo era yo quien había tenido que decidir esto y aquello. Sherlock me había seducido en el agua, y yo le había besado en respuesta. Y ahora yo había decidido que sí nos acurrucaríamos para dormir. Y en verdad no importaba. No me importaba en lo absoluto si era yo o él. Era sólo que... estaba quebrando con el acostumbramiento de ser siempre yo quien daba el primer paso, o quien actuaba como el protector. Ambos nos protegíamos el uno al otro. Ambos decidíamos, y la dinámica me pareció extrañamente reconfortante. Me sentí liviano, sin peso, como en el mar, por poder darme a alguien.
Me acosté en el lado derecho de la cama, la cual era estrecha, y apoyé la cabeza en el brazo derecho. Nos quedamos en silencio, ninguno de los dos hizo un movimiento, y yo miré el techo nervioso. Finalmente me decidí y me recosté sobre mi lado derecho.
Inmediatamente después sentí a Sherlock moverse sobre la cama y su mano navegó desde mi espalda hasta mi abdomen. Aparté mi brazo izquierdo para darle entrada, y sintiendo mi piel en su punto más alto de sensibilidad, sentí a Sherlock apegarse a mi espalda. Su aliento rozó mi nuca, y me sentí cálidamente estremecer. Me apegó contra sí, y oí su respiración elocuente en ese silencio profundo. Cerré los ojos, sintiendo el choque de su aliento contra mi piel, y entreabrí los labios pidiendo un poco más de aire. Entonces, casi imperceptiblemente orienté un poco mi cuerpo hacia arriba, dejando el mentón de Sherlock se apoyara junto a mi hombro. Su aliento llegó hasta mi mandíbula, y mi respiración se profundizó, en aquel silencio voluntario.
Todo esto sucedió muy lentamente, sin decir una palabra. Fue como un acuerdo de no hablar hasta que estuviésemos reconfortablemente acostados.
-Es verdad. Es agradable -susurró.
Su voz fue profunda junto a mi oído. Le escucharía hablar toda la noche.
-Habla -le pedí en voz baja.
-¿Qué? -preguntó, genuinamente extrañado.
Me habría sentido cohibido en otra situación, pero se lo seguí pidiendo, porque sabía que lo haría.
-Me gusta tu voz... Háblame hasta que me duerma.


Sherlock

Creo haber contado hasta ochenta. Luego de eso yo mismo me dormí, y nunca supe si John lo había hecho a su vez. Las consecuencias de dormir juntos se vislumbraron en la mañana.
-Greg, ¿Qué haces aquí tan temprano? -dijo la voz de John desde la puerta.
Abrí los ojos de golpe. Miré hacia allí, y vi a Lestrade asomado. El inspector miraba mi cama extrañado.
-Envié un equipo a revisar por la mañana.
-¿Por qué? ¿Qué hora es?
-Deberías saberlo. Fuiste un soldado.
-¿Eso que tiene que ver?
Lestrade irrumpió en la pieza. Traía una carpeta. Me restregué el rostro, sintiéndolo rojo, y bajé los pies por el lado opuesto de la cama, para darle la espalda. No obstante, Lestrade siguió mirándole, pude percibirlo. Entonces me percaté de que la cama de John estaba desarmada. Las sábanas estaban hasta un poco arrugadas, aunque el colchón no delataba un uso seguido de varias horas. Esperaba que la ineptitud del inspector fuera suficiente para no notar esto.
-OK, antes... Mycroft me advirtió que algo así podría pasar tarde o temprano -dijo entonces.
Me volteé a mirarlo. Me levanté en mi camisa y pantalón de pijama, fingiendo no dar importancia a lo que estaba diciendo.
-¿Qué es? -preguntó John.
Pasé junto a él. Tenía el pelo desordenado y estaba tratando de arreglárselo un poco. Así mismo, la sábana se había marcado en su mejilla derecha. La almohada de mi cama no tenía señales de uso, por lo que un poco más animado, pude saber que John había estado durmiendo conmigo hasta pocos segundos antes de que Lestrade irrumpiera en el cuarto.
-Esto -dijo, señalando la cama de John.
En el baño me lavé la cara y me refresqué el cuello.
-¿De qué hablas?
-Están juntos. A mí no me va ni me viene, pero Mycroft está presionando...
-Sabes, siempre creí que le gustaba la idea de que yo y John tuviésemos algo -dije, molesto.
Le enfrenté, acercándome a él, mientras me abrochaba todos los botones restantes del pijama. Había dormido con la mitad de ellos abrochados.
-Pues estás equivocado.
-Lo sé. Me lo dejó bastante claro la última vez que hablamos. Otra vez.
-Pensé que no te lo había mencionado -dijo John.
Ah, no, es que esto no podía creerlo.
-¿También habló contigo?
-Sí. Fue bastante desagradable.
-¿A ti, Lestrade, qué te dijo? La misma versión, supongo, que si John y yo no funcionamos así, quedaré desequilibrado o algo por el estilo. No soy tan débil -mascullé, verdaderamente molesto.
A mi lado, John bajó un poco la cabeza.
-¿Qué? -le pregunté, sin entender su molestia.
-Nada -dijo, negando con la cabeza.
Le escudriñé la cara, en busca de una respuesta.
-Bueno, sólo les advierto. Yo que ustedes lo mantendría en secreto para Mycroft. Puede ser un dolor en el trasero. Ahora, los investigadores me han llamado y encontrado la inconsistencia en las hondas que tú dijiste de la costa del Mar Muerto. Cavaron un poco y encontraron restos de tela e hilo, y... una corbata.
-Una corbata. Que la traigan. Veré donde fue comprada.
-¿Cómo es posible que puedas...? OK, claro que puedes averiguarlo, qué estoy diciendo.
Pasó la mirada de mí a John. Parecía un tanto curioso, al borde de la fascinación, como también veces había expresado desde el matrimonio. Durante toda la extensión del discurso estuvo así, casi enternecido por lo que estaba diciendo, sorprendido, fascinado y enternecido, como si no pudiera creer que pudiera tener afecto por un ser humano. La verdad es que yo también estuve realmente sorprendido, sólo que estuve tan inconsciente de lo que estaba diciendo en algunos puntos, a causa del nerviosismo, que olvidé que las palabras que estaba pronunciando de memoria eran palabras de amor.
Lestrade me había ayudado mucho a escribirlas, y mientras lo hacía la curiosidad estuvo dibujada en su rostro. Suerte que sólo me di cuenta al final, después de que todo el nerviosismo y estrés se me pasara... en parte. Luego de eso quedaron muchos arreglos que hacer. John era un inútil organizando matrimonios.
-Un consejo: no se apresuren demasiado -dijo Lestrade, entonces, acercándose a mí- . Y tampoco tardes tanto.
-¿A qué te refieres?
John carraspeó.
-Porque no lo han hecho.
-¿Cómo podrías saberlo? Eres un desastre viendo señales.
-Cualquiera puede deducir cuando otro hombre ha tenido sexo.
-No -dijo John, casi en tono de pregunta- . Yo no noté que Sherlock era virgen hasta que Mycr...
Me volteé a mirarlo, fulminándolo. Lo peor fue que Lestrade sonrió como si le divirtiera el hecho. ¿Había alguien que conociera que no supiera que era... eso?
-Así que no juegues con la paciencia de John -dijo Lestrade, dándome una palmada en el brazo- . Es un hombre sumamente afectuoso. De las veces que sus novias vinieron a hablar conmigo.
-Espera, ¿mis novias iban a hablar contigo?
-Sí. Siempre tenía la ocasión de conocerlas y las mujeres confían en mí.
Miré a John con atención mientras hablaban. Era verdad, John era un hombre de afectos, de apetito... sexual. Dios, ¿Por qué me ponía tan nervioso pensar en eso? John siempre había tenido alguna novia de turno y casi todas terminaban sufriendo de la poca atención que él les brindaba una vez John conseguía tener sexo con ellas.
Una vez que John tenía sexo con ellas, las dejaba. ¿Iba a pasarme a mí lo mismo? Quizá sería bueno retrasarlo.
Me miré las manos, pensando en esto. Recordé a John en Londres diciendo que no le importaba si no teníamos sexo nunca. Eso en el momento me pareció una medida desesperada para mantenerme con él, pero... ¿Y si en verdad no me preocupaba? Pero no. John siempre querría tener sexo. Era un ser humano normal y corriente, claro que siempre querría tener de vez en cuando. Estaba en su naturaleza. Pero yo... nunca le había dado mucha importancia. Aunque a veces se me venía a la cabeza la sospecha de que esto era a causa de que nunca lo había experimentado. Tal vez una vez que lo experimentara, no podría dejar de querer hacerlo.
Me provocaba horror pensar en mí deseando experimentarlo una y otra vez. Era perturbador. No me veía en la situación. Me veía besando a John, acariciándole, pero no en el acto en sí, hasta el final. ¿Qué pasaba si nunca deseaba hacerlo? ¿John se aburriría y me dejaría? Sería ideal que ninguno de los dos le diera mucha importancia. Adoraba cómo la relación estaba ahora, si es que ya era oficial que estábamos en una relación. Pero qué importaba, era una formalidad estúpida decirlo en voz alta. Pero el hecho era ese: desearía, en verdad, que no le diéramos importancia, aunque ayer...
Ayer lo había sentido, ese deseo, ese calor en la entrepierna, leve y medido, llamándome. Lo había sentido cuando John enredó sus piernas en torno a las mías, a pesar de que no sentí en ningún momento que empujara sus caderas hacia mí. Se mantuvo sereno.
-Siempre me he preguntado cómo es que no has tenido la oportunidad -dijo Lestrade.
-Creí que tú y mi hermano habían tenido una larga charla sobre eso. Mycroft adora hablar sobre mí con otra gente. Incluso con psicópatas.
John me vio con reprobación. Pensé que le gustaría escuchar eso puesto que aún demostraba rencor hacia Mycroft por soltar tantas cosas sobre mí a Moriarty. No obstante, nunca habíamos sabido qué exactamente le había contado sobre mí. Me pregunté si serían las mismas cosas que Magnussen.
Miré el vacío. Las mismas cosas. Magnussen sabía cosas de mí, sabía mis puntos débiles, mis temores, mis recuerdos, mi pasado, mi niñez... y Moriarty también debía saber esas cosas. No había duda en ello. Los dos. Conectados. Aliados. O quizá sólo colaboradores, pues no veía a Moriarty teniendo aliados. No. Él era demasiado astuto para eso. Él sólo poseía herramientas. Herramientas de carne y hueso y con cerebros sumisos. Herramientas que iba repartiendo en todas partes para vigilar a sus treboles de la suerte, esos que le permitían avanzar, como yo.
Pero Moriarty tendía a no recoger esos tréboles. Esos tréboles permanecían allí como un mal sueño que se repite desde la niñez, pues Moriarty había hecho mal en no tomarme en serio, y como consecuencia de ello las pesadillas seguirían repitiendo. La pesadilla de no ser efectivo en sus empresas.
Charless Augustus Magnussen sólo había tenido una muy buena memoria, y Moriarty, sin duda creyendo que no podría recordar todo lo que había compartido con él sobre mí, sobre John, sobre todo aquel a quien tuviera en su radar, le reveló mucho sin asegurarse de que no recordara nada. Magnussen recordaba todo, y lo había usado en consecuencia, para llevar a cabo sus planes.
Y esas herramientas que Moriarty poseía, no podían más que estar al servicio de la vigilancia sobre mí. Haneen era una de esas herramientas. Y es que no podía haber respuesta más lógica al que una mujer de su personalidad y seguridad terminara amistándose con un hombre que era incapaz de deducir y sentir afecto a la vez. Me había pasado en el discurso, o de otra forma habría llorado en frente de todos. Me emocioné escribiendo el discurso con ayuda de Lestrade, y si bien no llegué a las emociones, las emociones sí me embargaron cuando me fui del matrimonio. Aún lo recordaba como si fuera ayer. Qué lamentable episodio. Desearía haber sido más fuerte y permanecer allí como había planeado. Pero la señora Hudson había plantado la idea como un virus. Una idea que es imposible de matar, como la que plantó Moriarty en la cabeza de todos para provocar mi muerte.
Lestrade finalmente interrumpió mi momento de deslumbramiento mental.
-Bueno, el equipo debiera regresar en una o dos horas. Deben apurarse y prepararse. Quizá puedan resolver el caso hoy, muchachos.
-Podríamos ir al lugar del crimen -me dijo John- . Podría ir allí y resolverlo de una vez. ¿Por qué esperar fotos? Sabes que deduces a base de los olores, el viento, además de la imagen, Sherlock.
-En efecto -le dije, sonriéndole- . Pero no. Esperaremos aquí.
Miré el reloj de la mesita de luz. John, por supuesto empezó a sospechar algo. Lo leí en su postura por el rabillo del ojo.
-Has deducido algo.
-A base de qué, no le he mostrado las fotos que... me han enviado hasta ahora -dijo Lestrade, revisando su celular- . Oh, mira nada más, enviaron cinco más. Son muchachos disciplinados.
-¿De dónde los conseguiste? -pregunté, ignorando a John.
-Sherl...
-No he deducido nada nuevo -le dije con firmeza. Casi con frialdad.
-Los conseguí en el bar al que asiste Haneen a menudo, el de Saladi.
-Saladin -le corrigió John.
-Sí. Él. ¿Sabían que es un ex conscripto? Ya me daba mala espina su tatuaje de...
-Tal vez allí alguien además del tabernero es un conscripto.
-¿Giselle, la moza? No lo creo. Ella es perfecta. No hay posibilidad de que haya salido de una cárcel. Las mujeres hermosas no van a la cárcel.
-No debieras estereotipar a la gente, Lestrade. Aunque supongo que no tuviste suficiente de Irene Adler, ¿no?
-Mycroft me puso al tanto.
-¿Cuán a menudo hablan? Empieza a asustarme -dije, hablándole con más frialdad que a John. Las deducciones seguían corriendo en mi cabeza, y cada pregunta que estaba realizando podía guiarme hacia la conclusión.
-No muy a menudo -dijo Lestrade.
-Mientes. Lo llamas cada noche luego de un día de trabajo conmigo. Por eso Mycroft siempre aparece en los lugares correctos. ¿Qué hay de Janine?
-¿Janine qué?
-Janine una vez apareció donde Ángelo sabiendo de antemano que estaba allí. ¿También tienes su número?
-Sherlock, yo sólo informo a la gente cuando está preocupada por ti. No eres muy accesible que... digamos.
-¿Qué hay de John?
Lestrade frunció el ceño.
-John no. Él siempre sabe antes. Y nunca me ha pedido información sobre ti.
Sonreí. No miré a John. La llama del orgullo se había encendido en mi pecho. Era una calidez sumamente agradable, que me recordaba una y otra vez sobre la lealtad de él para conmigo. Si tan sólo yo pudiera responder a esa lealtad tanto como él merecía.
-Entiendo tu preocupación, Greg, pero no lo sigas haciendo. Mycroft pretende conocerme muy bien, y en base a ello le dio información sobre mí a un criminal. Pagaré el error de Mycroft por el resto de mi vida si no nos deshacemos de Moriarty.
-Hiciste una nueva deducción, ¿no? -dijo John- ¿Es acerca de Haneen?
-En parte. ¿Recuerdas que dije que creía que Magnussen no tenía aliados?
-Sí.
-Moriarty tampoco los tiene. Consigue todo mediante favores.
-¿Y? -preguntó, sin entender.
-Tienen herramientas que manejan. Quizá Haneen tiene que ver con eso. Pero debemos asegurarnos. Aún tengo la esperanza de que no esté relacionada con Moriarty.
-Pero si es una herramienta -dijo John- , entonces tiene sentido que haga tantas preguntas.
-Sí. Me hizo preguntas a mí sobre ti -dije, asintiendo con la cabeza- . Y a ti sobre mí. No tenía idea de cómo éramos a pesar de haberle sigo encargada nuestra vigilancia.
-¿Creen que Haneen tiene algo que ver con Moriarty? -dijo Lestrade, horrorizado- ¿Una chica tan dulce?
-No es una chica dulce. Cancela la cita.
Lestrade enrojeció.
-No era una cita...
-¿Entonces su interés por mí no era real? -preguntó John.
-Oh, sí. Ha estado interesada en ti desde hace mucho.
John me miró como si esperara que dijera algo más. Tenía la expresión de un hombre que espera algo mucho más maléfico tras toda esa cortina de humo que James Moriarty había creado. No obstante, las cosas nunca habían estado tan claras.
La mente podía jugarnos malas pasadas, como había aprendido en Baskerville. O hacernos creer en trucos de magia, como yo había hecho con John en el momento de mi suicidio falseado. Aprovecharse de la debilidad de la mente humana para ver la lógica con menos filtros de la obviedad, que nos impedían mirar más de cerca, era algo que yo y Moriarty habíamos hecho. Y el otro hecho era que... quizá nunca llegase a conocer su verdadera cara. Quizá siempre habría más y más capas que quitar hasta llegar al nucleo lleno de magma.
Pero de algo sí estaba seguro: Moriarty nunca se arriesgaba a sí mismo, siempre usaba a mediums.


<-- Capítulo 10

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¿Qué es la Unanimidad?

Es esa tendencia del ser humano a desear que todos los que le rodean entren en una cajita con una etiqueta que ellos aprueben. Si uno no entra en ese cajita, uno es rechazado socialmente.
Tenemos que destruir esa cajita, porque el ser humano es complejo por naturaleza. Todos somos diferentes y aceptables, a menos que uno sea un sacoehuéa abusivo con tendencias dictatoriales.

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