Había
perdido la confianza. Persefone tenía buenos argumentos al decir
esas cosas sobre el comportamiento de los vampiros. Las preferencias
se deshacían en generalidades y ya nadie tenía preferencias, sólo
pulsiones. Perry se lo confirmó por si solo. Tal vez mis gustos
han cambiado.
Porqué,
Perry. Las cosas estaban bien antes de que se volviesen vampiros.
¿O... no lo estaban en realidad? Ya no recordaba con exactitud su
vida anterior, su verdadera vida.
Ahora
cada tomada de mano, cada beso en la mejilla había perdido la
inocencia. Perry quería algo más, y todos en esa casa respondían a
su amabilidad excepto ella. Ella y Jude, de hecho. Los demás estaban
alucinados, y no sabía bien a quienes señalar como engañados,
manipulados, si bien no creía que Perry les manipulase a propósito.
Perry era un buen hombre. Ellos solamente habían reaccionado a ello.
Especialmente
Elliott. De él nada podía percibir, pero escuchaba las maldiciones
que Jude echaba por lo bajo acerca de él. Parecía un loco,
especialmente en la biblioteca cuando estaba solo. Estaba lleno de
odios, aquel vampiro. Hablaba de Elliott y su deseo irracional hacia
Perry.
Pero
Perry no sentía nada por Elliott. Por la noche, vio la foto de
Garrett Parrish en su portadocumentos, mientras Perry ya dormía a su
lado. Decidió trasladarla al relicario que Persefone le había
regalado para poner la foto de quien desease. Dejó el relicario en
la mesa de luz por la noche, con una nota que decía “Para ti”.
Esperaba que con ello quedase claro su rechazo de los sentimientos
que pudiera estar teniendo por ella, para que su amistad quedase
intacta. No quería perderlo.
Por
la mañana se despertó primero, a pesar de sus sospechas. Vio el
resquicio de luz entrando por la ventana, y debió agacharse junto a
la cama para esquivarlo. Perry había olvidado cerrar bien la
ventana. Fue en dirección al comedor, sintiéndose famélica.
Allí
encontró a Elliott. Le veía ahí en momentos diferentes del día,
tomando dosis más pequeñas que los demás, pero manteniendo la
cantidad diaria igual. Las había medido. Sacaba de una botella que
había en lo alto del mueble de licores y que contenía sangre más
pura que las demás, usualmente de infantes y bebés. A ella le era
destinada sangre con restos de segunda mano que Persefone solía
conseguir de vampiros que iban asaltando hospitales. Ella decía que
eso los convertía en héroes, ya que tomaban venganza. Pero ellos
sacaban sangre de infantes, generalmente niños a los que se les
podía oler la tuberculosis encima, y que ellos decían estar
salvando del dolor, antes de que la enfermedad llegase del todo. Pero
tenían algo de razón. La tuberculosis, más que ninguna otra
enfermedad, podía olerse. La había olido en las venas de muchos
transeuntes nocturnos en la calle. La sangre de estos niños sólo
estaba más pura porque estaba libre de vicios.
Elliott
debía tomar sangre de ese tipo porque de otro modo se intoxicaba. Él
y Perry no podían tomar de segunda mano porque no habían convertido
en vampiro a nadie. Tal vez la pureza que yacía en sus venas era lo
que los atraía. No se sentían sucios al tocarse.
Normalmente
se daba cuenta de la presencia de Elliott en el comedor por el olor a
ese tipo de sangre, y porque luego la saludaba educadamente. Pero
esta vez no hubo más indicio que el primero.
-¿Elliott?
-Sí
-dijo con voz ronca.
Sonaba
desanimado. Ella caminó hacia la estantería.
-¿Me
das un poco de tu dosis?
-De
acuerdo.
Oyó
el arrastre de una botella sobre la mesa de madera, tras un empuje
flojo de parte de Elliott.
Vertió
un poco en su vaso.
-Dile
a Perry que lo siento -dijo con voz queda.
-Tú
debes hablar con él -dijo Marion.
Oyó
el sonido de una silla al correrse, y el sonido de unas uñas
arrastrándose por encima de la mesa. De esa manera Elliott le iba
indicando su ubicación. Se puso alerta casi por instinto.
-No
puedo hablar con Perry -susurró- . Jude podría estar vigilándome
ahora mismo. ¿Puedes sentirle alrededor?
-No
-dijo Marion, frunciendo el ceño.
Tomó
un sorbo. Fue tan sabrosa como la imaginaba.
-Vaya,
es buena -dijo.
-Lo
es -dijo Elliott.
Se
sentó en una silla junto a la mesa, tratando de concentrarse en la
sensación. Cerró los ojos, mientras Elliott cerraba la botella.
Sintió sus venas contraerse, pero supuso que sería une efecto de la
nueva sangre. Satisfacía mucho más que la otra, pero... con el paso
de los segundos comenzó a percibir una quemazón en su garganta que
no debiera estar allí.
-Se
siente extraño, como si... -dijo a Elliott- dame otro vaso, creo que
así funcionará.
-Tomaste
un vaso entero.
-Pero
siento ardor en la garganta, como cuando estoy sedienta -dijo Marion,
alargando la mano hacia la botella.
Sin
embargo, Elliott la apartó, y la sensación de ardor en su garganta
empeoró. Marion empezó a desesperarse, y notó que la contracción
en sus venas aumentaba, y que algo empezaba a subir por su esófago.
Siguió alargando la mano hacia Elliott, mientras el desagrado hacia
la sangre que tenía en vida volvía a ella, inexplicablemente.
-Me
siento mal, ¿Qué me está...?
-Lo
siento.
Se
levantó de la mano, notando su garganta llenarse. Lo próximo que
supo fue que estaba vomitando la dosis que había tomado, y
probablemente las de los días anteriores. Sus venas se estaban
vaciando.
-¡Ahhh...!
¿Qué ocurre? Elliott, pide ayuda...
Pero
Elliott se quedó callado. De hecho, le oyó caminar en dirección a
la estantería de licores, y dejar la botella donde solía quedar.
Oyó los vidrios vibrar con el suave golpe de la puerta al cerrarse.
Marion vomitó un poco más, y ya no pudo mantenerse de pie. Sentía
todo su cuerpo contraerse, empequeñeciéndose.
-¡Ahh...!
-¿Qué
ocurre? -dijo la voz de Persefone.
El
dolor que estaba sintiendo en todo el cuerpo, sumado a esa sed
intensa imposible de satisfacer, no dieron espacio al alivio.
Persefone corrió hacia ella, dándose cuenta de lo que estaba
pasando, y Marion pudo sentir su mano en su espalda. El suelo a su
alrededor estaba cubierto de sangre, podía olerla, pero Persefone
aún así se hincó junto a ella.
-Llama
a Perry...
-Perry
está durmiendo -dijo Elliott desde las estanterias- . Deja de
acapararlo.
-No
sé qué hacer -dijo Persefone, mientras la joven de cabellos dorados
jadeaba.
Ya
no tenía nada más que eliminar. Se había quedado seca. Se sintió
caer sobre el piso resbaladizo, sintiendo el olor a sangre junto a su
nariz. Persefone le tocó el rostro mientras ella mantenía la mirada
ciega y fija. No le quedaba energía, estaba totalmente vacía.
-¡Llama
a Perry! ¡Elliott! Oh, Marion... -dijo Persefone sollozando, con su
voz sonando muy a la distancia.
No
podía mover siquiera los dedos. No podía hacer nada. Estaba fija en
el tiempo, pero seguía viva.
Sólo
podía sentir el tacto en su piel. Despertó de aquella somnolencia
provocada por la pérdida de sangre, y notó que estaba desnuda. No
podía ver, no podía oír. Estaba totalmente enceguecida ante el
mundo, y no podía hablar porque no podía escuchar su voz. Sin
embargo, reconoció el tacto de las manos de Perry. Su tacto al
tomarla en brazos, y al depositarla en agua. Probablemente en la
tina.
Y
luego la sangre en sus labios. En los labios de Perry pasándose a
los suyos, alimentándola. Estaba viva, y Perry la estaba cuidando.
Cómo
pudo pensar que Perry pudiera quererla de otra forma que no fuera
como amigo. Confiaría a él su vida.
Persefone
estaba temblando, viendo a Marion inerte allí en la tina. La joven
no se movía, no hablaba, no hacía absolutamente nada. Estaba fija.
Lo único a lo que había reaccionado era a la sangre, y la había
tragado, sedienta, pero no había reaccionado de ninguna otra forma.
Cuando
Persefone llegó a su cuarto deshecha en lágrimas, y vio que Marion
no estaba en el cuarto, fue en su busca con Persefone guiándola
hasta el comedor. Allí encontraron a la joven, y a Elliott sentado
mirándola, como si se tratase de una obra de teatro. Sin embargo,
estaba Jude ahí, y la botella de sangre más pura que Elliott tomaba
estaba en sus manos.
-¿Le
echaste algo más, Elliott? -le preguntaba Jude al chico, quien
estaba paralizado.
Entonces
tiró la botella al suelo, y esta se quebró, desparramando su
contenido por todas partes. Perry tomó a Marion en brazos, sin
preocuparse de nada más. La joven tenía un aspecto terrible, sus
mejillas se habían chupado y su piel era color papel. Era un cadaver
sin carne bajo la piel. Estaba exangüe.
-Los
vampiros no pueden morir. Está viva aún -le dijo Persefone mientras
se dirigían al cuarto de la joven.
-Trae
la botella que ella siempre toma -le dijo Perry- . No hay tiempo.
-Debió
ser Elliott, él...
-Persefone,
por favor, ve.
Sin
embargo, Elliott había sido. Pudo oír al chico escuchando
calladamente las acusaciones de Jude, y cuando Jude apareció en el
cuarto a ver cómo estaba Marion, dijo algo que lo confirmó a
medias.
-Yo
había echado un veneno para Elliott -dijo, con cara de loco,
mientras intentaba pasar al baño. Perry no se lo permitió- . Quería
adormecerlo, meterlo en un ataud y viajar con él a Languedoc. Era la
única manera de llevarlo allí. Tengo que encontrar una solución,
volverlo humano otra vez.
-¿Echaste
veneno en la botella que Elliott estaba tomando?
-Sí.
Marion tomó de ella.
-Pero
Elliott está bien, ¿Cómo es que afectó a Marion?
-Porque
él echó un veneno diferente, uno más drástico, no uno lento como
él que yo vertí para él. Ese veneno no afectaría a Marion, te
juro que no le afectaría. Ella ya convirtió a alguien en vampiro,
no le afectaría.
-Pero
el de Elliott sí.
-El
de Elliott sí -dijo Jude, mirando hacia la puerta del baño, con
añoranza.
-Déjame...
déjame verla.
-No.
-Pero
te he confesado lo que... ¡Elliott estaba celoso de ella! Te dije
que no era un buen vampiro al principio, cuando fuimos a buscarlo. Te
lo dije y tú no me creíste. No, tú lo creíste un inocente, una
víctima, ¿lo recuerdas?
-Sí,
pero estaba equivocado. Ahora vete.
-¿No
le darás su merecido? Metámosle en un ataud, Perry.
-Vete,
Jude.
Jude
se quedó callado ante esto. Retrocedió hacia la puerta del cuarto,
rendido.
-Estás
siendo injusto.
-¡Vete!
Perry
lo empujó fuera, y tras cerrar la puerta volvió al baño. Debía
quitarle a Marion el olor a sangre. Estaba por todo su cuerpo.
Pero
apenas podía mirarla. Estaba irreconocible, como una niña rota por
los malos tratos. Había quedado exangüe, y a pesar de haberle dado
varias dosis, seguía de la misma forma.
-La
llevaremos a la Ciudad Bajo Tierra -le dijo Persefone, cuando estuvo
de vuelta con más sangre para Marion- . Ellos nos dirán qué hacer.
Hay una cura para todo.
Perry
aceptó. Se sintió culpable por haber desconfiado de ella, y
llevaron a Marion hacia la entrada de las catacumbas cercanas al
cementerio de Montmartre una vez hubo caído la noche. Philip se
encargó de vigilar que nadie les siguiera, entre ellos a Jude y
Elliott, quienes habían quedado solos en casa.
Los
túneles bajo las calles de París habían sido puestos allí una vez
que se comenzaran a construir cementerios para los muertos. Por años
los vampiros se habían refugiado en las catacumbas de París, pero
una vez que la gente se alejó de ellas temiéndole a la muerte que
yacía bajo tierra, ellos se las tomaron como hogar para ellos
mismos, convirtiéndolas en lugares de estadía permanente. Allí
tenían espacios para apresar a sus propias víctimas, las cuales
mantenían vivas por años para chuparles la sangre. Perry y
Persefone pudieron oír los gritos, sin duda pertenecientes a
gargantas vivas, viniendo de lo profundo.
Tras
recorrer los túneles bajos, donde la roca estaba más definida y
mejor tallada, se encontraron con una entrada enrejada de fierro
semioxidado. Al otro lado de ella, una luz lejana parpadeaba, y la
roca lucía más tosca que la que habían dejado atrás.
-Se
ha inundado un par de veces -explicó Persefone.
La
hicieron sonar topándola con una piedra varias veces. Pasos por
detrás de ellos, Philip avisó que no había moros en la costa.
-Sin
embargo, no puedo asegurarles que lleguen después -añadió.
-No
creo que puedan hacernos más daño. Ven con nosotros, Philip, no nos
perdamos de vista. Después de esto tendremos que cambiar de
residencia. Lo siento por el Giotto que tienes en nuestra casa.
-Es
una réplica. Tengo el verdadero en un banco de seguridad.
Persefone
sonrió levemente ante eso.
Perry
acarreaba a Marion en la espalda. Apenas tenía peso, y su
impaciencia al ver que nadie venía empezó a pasarle la cuenta. Tomó
la piedra de manos de Persefone y golpeó la reja de nuevo.
-¡Hey!
-Calla.
Los ecos podrían causar un derrumbe -dijo Persefone.
Perry
dio un suspiro, desesperado.
-Tranquilo.
Tenemos todo el tiempo del mundo. Marion estará bien.
-¿Conoces
sus métodos de curación?
-No
son médicos, pero sí conozco sus métodos, y el mejor de todos
es...
-Buenas
noches, caballeros -dijo un hombre saliendo de entre las sombras como
un fantasma. Sólo sus ojos advirtieron su presencia segundos antes
de que todo su cuerpo fuera avistado.
Parecía
no haber visto la luz del sol en mucho tiempo, lo cual se reflejaba
por supuesto no en su piel, ya que ellos no cambiaban, sino en sus
ojos llenos de color. Eran verdes, y el color de un valle podría
verse a través de ellos. Aquel vampiro, sin duda, no había vuelto a
salir de esos túneles desde su conversión.
-Hola
-lo saludó Perry, inquieto- . Necesitamos su ayuda. Mi Compañera ha
sufrido un envenenamiento. Está exangüe. Bueno, lo estaba, pero...
-Ha
sufrido un episodio de desangramiento muy grave -explicó Persefone,
al ver lo nervioso que estaba Perry.
Philip
posó la mano en el hombro del vampiro, tratando de tranquilizarlo.
-Pasen.
Creo que podemos ayudarlos. Mi nombre es Manfred. Por favor,
siéntanse como en casa.
Pasaron
a los túneles detrás de esa puerta de metal, y pronto pasaron
frente a las cuevas llenas de sus congéneres, llenas de arte, de
mobiliario, y que imitaban un hogar mucho mejor que los túneles en
Northampton. Aquel si parecía un buen lugar donde vivir, aunque para
Perry el sol siempre sería su hogar.
Pasaron
a lo que parecía las ruinas de una Iglesia románica de menor
escala. Sólo la carencia de cruces le indicó que no lo era. Le
habían dado la forma de una Iglesia por razones que no le interesaba
saber, añadiendo incluso esculturas monumentales en las ábsides de
semicírculo de los lados y del fondo.
Habían
otros vampiros que parecían moribundos allí, y Perry vio un manojo
de ataudes amontonados en una esquina del salón, cuyo cielo casi
topaba sus cabezas. No tenía la imponencia del salón de Juzgado de
Northampton, pero se veía más adornado y más cuidado que ese.
-Pónganla
aquí -le indicó el vampiro indicando un altarsillo no mucho más
largo que Marion. Al ponerla allí, con mantas debajo, Perry temió
que su cabeza quedase sin buen soporte, y se quedó en la cabecera a
cuidar que no se moviera.
-¿Qué
puede hacer por ella?
-Lo
que hacemos todos aquí -dijo el hombre, inclinándose hacia a
Marion.
Persefone
negó con la cabeza.
-Tienen
otros métodos. Sé que los tienen. Ponerla en un ataud es radical.
-¿Qué?
Perry
miró al hombre horrorizado. Miró la ruma de ataudes en el rincón,
su horripilancia y sequedad. No podía poner a Marion dentro de una
caja.
-Es
el mejor método. El tiempo se encargará de curarla. ¿Le han dado
sangre ya?
Hubo
un silencio. Persefone y Perry estaban en estado de parálisis.
Philio respondió por ellos:
-Sí.
Ha tomado la de siempre.
-¿De
qué clase?
-De
segunda mano, de adulto.
-Ya
veo. Entonces ya ha convertido a alguien en vampiro. ¿Quién la
convirtió a ella?
-Jude
de Betania -intervino Persefone, con un dejo de rencor en la
expresión- . El primer vampiro.
-No,
fue otro -dijo Perry- . No recuerdo su nombre. Marion es de cuarta o
quinta generación.
Manfred
le miró aturdido, como si hubiera dicho una blasfemia
-Asumo
que no tienes mucho contacto con otros vampiros -dijo, indignado.
-Debe
haber otro método. ¿Qué hacen en otro casos? -dijo Perry,
sosteniendo la cabeza de Marion por cada lado- ¿Es posible que se
mejore en los próximos días? Debemos irnos de aquí, un loco nos...
-No
lo creo.
El
hombre chasqueó los dedos a un lado de una oreja de Marion.
-Está
sorda. Todos sus sentidos se han apagado -dijo- . La única solución
es el entierro. La mantendremos en las catacumbas superiores, sin
riesgo de derrumbe. Puedo asegurarles que nunca nos ha fallado este
método. Yo mismo fui enterrado hace quinientos años. Ningún daño
colateral.
-¿Está
seguro de eso? -preguntó Perry- ¿No provoca nada más que curación?
-No
-dijo.
Perry
miró sus ojos verdosos. Se veían tan vivos que por momentos parecía
que un vivo le miraba a través de ellos.
-¿Entonces
por qué tus ojos lucen como los de un humano? Es el efecto del
entierro, ¿no?
-Más
o menos, pero no, mis ojos están iguales que cuando fui convertido.
No he salido de aquí en siglos, ese es el porqué. ¿Por qué lo
pregunta?
-Marion
está ciega -explicó Persefone- . No alcanzó a esconderse del sol.
-Ya
veo.
Perry
dio un suspiro, aproblemado.
-Tenemos
otros visitantes, señor -dijo otro hombre desde la entrada.
-Estoy
ocupado en otro caso.
Pero
a Perry le bastó poner atención al vampiro que había dado el aviso
para saber de quienes se trataban.
-Póngangla
en un ataud -dijo.
-No,
Perry. Buscaremos otra solución -dijo Persefone.
-¿Una
conclusión que nos convenga a nosotros? -dijo él, mirándola con
incredulidad- Esto es por ella, no por nosotros. Si tenemos que
esperar...
-¿Cincuenta
años? -dijo Persefone.
Perry
miró al vampiro que había revisado a Marion, sin poder creerlo.
-¿Es
tanto tiempo?
-Sí.
Yo me tardé setenta años en macerar, si entienden la expresión
-dijo, riendo como si estuvieran hablando de viejos tiempos- . Sin el
entierro podría haber muerto.
-Creí
que eso no era posible -dijo Persefone.
-Los
vampiros podemos morir. Sólo necesitamos más empujones de los
usuales.
-¡Perry,
no la entierres! -gritó la voz de Jude.
Corrió
dentro del salón y tomó a Perry de un brazo.
-¡Si
nos pasa algo nadie sabrá que está aquí, y se quedará enterrada
por la eternidad!
Perry
se soltó de él, sabiendo qué vendría luego. O quien.
Elliott
se asomó tras él. Perry vio su rostro lleno de tan falsa bondad y
el cómo su vista se dirigió a Marion. Como si su instinto se
hubiese apoderado de él, Pery tomó la mano de Marion, dándose
cuenta de que debía decidir rápido.
-¿Qué
harán? -preguntó Manfred- Tengo que atender otros asuntos, lo
siento en verdad. Necesito sus respuestas ahora.
-Entiérreme
a mí con ella -le dijo Perry- . Entiérreme en las catacumbas con
ella. Despiértenos al mismo tiempo, cuando sea adecuado para ella
hacerlo.
Manfred
le miró como si se hubiera vuelto loco.
-Sólo
es posible si está exangüe, señor. De otro modo la inanición
empezaría a adormecerlo de a poco. Y ese es un proceso muy doloroso.
-Desángreme.
Hágalo.
-Si
lo deseas entiérrate solo -masculló Jude- . Puedes colgarte del
pescuezo si quieres, pero no enterrarás a Marion.
-Perry,
no... -dijo la voz débil de Elliott.
Perry
vio sus ojos rojos, y él mismo se sintió quebrar por completo,
haciendo que los suyos ardieran en sangre.
-Debe
dejar estipulado antes que esta fue su decisión -dijo Manfred,
mientras Perry miraba al chico a quien odiaba- . No tenemos juicios
aquí, pero los contratos son claros. Y este más que ninguno, ya que
nunca se ha hecho antes.
-Perry
-le dijo Persefone, mirándole incrédula- . Buscaremos otra
solución.
-La
amo -dijo Perry, mirándola fijamente. Los ojos le ardían- . No la
dejaré sola.
-No
puedes hacer esto -dijo Elliott, acercándose a él, en contra de su
usual quietud e indiferencia. Lo tomó del cuello de la camisa- . No
lo hagas. Es mi culpa, estoy arrepentido. Hazme pagar por lo que
hice, pero no hagas esto...
-Los
dejaré solos por un momento -dijo Manfred.
-Entonces
tú la envenenaste -le dijo Perry, evitando tocarlo.
Sentía
unos deseos horribles de despedazarlo, de matarlo, de... besarlo, y
estaba allí cerca torturándole. Era un engendro del mal, eso era lo
que Elliott era, un engendro, y si tuvieras las agallas, lo mataría
en ese instante...
-No
puedes hacer esto -insistió el chico vampiro- . Ningún vampiro se
ha enterrado a sí mismo.
-¿Por
qué hiciste esto? -masculló Perry, dolido- ¿Qué te hizo Marion?
Marion nunca le ha hecho nada a nadie.
-Perry,
Perry -dijo el chico vampiro, tomando la tela de sus hombros con
desesperación- , diles que no lo harás. Yo esperaré contigo a que
ella mejore.
-¡Dímelo
ya! ¡¿Por qué lo hiciste?!
Alrededor,
otros vampiros moribundos y sus cuidadores se quedaron quietos ante
la potencia de la voz de Perry, quien cogió a Elliott de sus ropas.
Un polvillo salió del cielo de aquella cueva, cayendo sobre el
cabello dorado de Elliott.
-Perry...
-susurró Elliott, suplicante.
-¿Por
qué lo hiciste, Elliott?
Elliott
pareció dar una inspiración repentina al oírle decir su nombre, y
Perry sintió su aroma llenándolo. Persefone dejó la habitación.
-Porque...
-dijo Elliott. Perry intentó deshacerse de su agarre, pero Elliott
era más fuerte- Tú sabes porqué...
-Quiero
escucharlo de ti -dijo Perry, zamarreándolo.
Elliott
dio un sollozo, con miedo en los ojos. La excusa no sería
suficiente, ninguna excusa sería suficiente para tal abominación.
Elliott lo había arruinado todo...
-Lo
siento -dijo, con lágrimas de sangre- . Es que no... no le ponías
atención a nadie más, sólo a ella. Sólo pensabas en estar con
ella mientras Persefone se la llevaba cada noche. Marion se olvidaba
por completo de ti, mientras yo... yo estaba siempre cerca pidiendo
que por un segundo me miraras...
Perry
le empujó lejos de si. Jude le recibió, y Elliott rehuyó su toque,
allí en el suelo, sin dejar de mirar a Perry con los ojos rojos de
lágrimas de sangre.
-Pudiste
matarla -dijo Perry, fulminándole- , aún puede morir por tu culpa.
Sabes cuánto la quiero...
-La
cuidaré contigo, Perry. No morirá como Abel. Déjame cuidarla y no
morirá como mi hermano. No lo haré nunca más, lo prometo, Perry,
pero no me dejes solo...
Perry
se quedó callado, escuchándolo. ¿Abel?
-¿De
qué hablas?
-Maté
a mi hermano hace miles de años. Por eso me convirtieron en esto. Es
una maldición y nunca podré deshacerme de ella, porque nadie nunca
podrá dañarme sin caer en el riesgo de morir -dijo, casi de
memoria- . Todo quien intenta matarme, muere...
Elliott
temblaba de miedo. Perry puso su mano sobre la de Marion, en ese
altar, mirando a Elliott con el mismo miedo que se reflejaba en los
ojos de él.
El
chico había enloquecido...
-Yo...
-continuó, con la voz hecha un hilo- yo convertí a Jude. No Jude a
mí.
-¿De
qué estás hablando? -masculló el aludido.
Elliott
se tapó la cabeza, encogiéndose.
-Yo
soy el primero, no tú... Pensé que si te manipulaba para que
creyeses lo contrario, dejarías de seguirme, pero no funcionó...
Jude
le miraba como un loco.
-Tú
me convertiste...
-Era
esto o el infierno, Jude. Y tú lo sabes. Condenaste a un inocente.
-No.
No lo hice, no lo hice. Sólo era un juicio. No merecía esto,
Eloy... Tú...
Respiraba
entrecortadamente, con un odio en los ojos cuya única virtud era la
de haber borrado de su mente a Marion.
Entonces
tomó a Elliott del cuello de la ropa, medio levantándolo del suelo.
Perry creyó que sólo sería eso, pero dio un saltito al verle
golpear al chico en plena cara. Pudo oír el sonido de huesos
quebrándose.
-Ellio...
-susurró, por reflejo.
-¡Manipulaste
mi mente! ¡Debí saberlo! -gritó Jude, como un loco- ¡Tú me
condenaste a esta vida! ¡Eres un bastardo! ¡Y un asesino, asesino!
A
cada sílaba, Elliott temblaba entero, allí aovillado contra el
suelo polvoriento, sin defenderse de aquellas manos que parecían
estar esperando para despedazarlo.
-¡¿Qué
hiciste conmigo, Elliott?! ¡Aahh! -Jude fue en busca de la lámpara
de acéite de la pared, y que iluminaba apenas todo ese salón, y la
lanzó al piso, ante los vampiros horrorizados.
-¡No!
-¡¿Qué
has hecho?!
El
fuego empezó a propagarse rápidamente. Perry tomó a Marion,
aterrorizado. Sin embargo, tenía la mirada fija en Elliott, quien no
se había movido del suelo a pesar de que el acéite se desperdigaba
por el suelo.
Pronto
Jude rompió otra lámpara, y el fuego aumentó en proporciones
mortales. Perry corrió hacia la entrada con Marion a cuestas, donde
Persefone esperaba. Sin embargo, siguió dudando, y miró a atrás
para ver cómo Jude zamarreaba a Elliott contra el piso.
-Debo...
-dice.
Pero
entonces pasó algo que no esperaba. La figura se Elliott desapareció
de entre las manos de Jude, y una bandada de murciélagos voló de
allí en su lugar. Estos salieron de allí más rápido que ellos,
pero vio detenerse a algunos en frente de ellos, y Perry comprendió
que los guiarían.
-Vamos.
Debemos salir.
-¡ELLIOTT!
-gritaba Jude detrás de ellos.
Con
Marion sobre su espalda, y Persefone delante suyo, salieron de los
túneles siguiendo a los murciélagos. A su alrededor, los vampiros
eran alertados e iban saliendo de allí en estampida.
Cuando
finalmente llegaron hasta la entrada de metal oxidado, Perry vio que
los murciélagos se habían detenido allí.
-¡Elliott!
Persefone
abrió las puertas, mirando atrás, hacia Jude, con miedo. Delante de
ellos los vampiros siguieron corriendo, pero Perry se quedó junto a
las puertas viendo el fuego venir tras de Jude. Había roto más
lámparas de acéite, y el fuego estaba corroyendo el hogar de
cientos de vampiros. Y Elliott había vuelto a ser el mismo,
apareciendo en ovillo en el suelo. Jude finalmente logró alcanzarlo.
-¡No
te escaparás tan fácilmente! ¡Te mataré, Elliott!
-Perry,
vámonos -le dijo Persefone.
Pero
no podía. Estaba allí en medio, y no podía dejar a Elliott a su
suerte, quien parecía haberse dejado a sí mismo a su suerte,
rendido.
Vio
a Jude enderezarlo contra la pared, mientras atrás el fuego carcomía
las paredes viejas. Le bastó verle enterrar la uña en el cuello de
Elliott para saber que Jude por fin se iría para siempre.
La
maldición de Elliott, o Caín, invirtió los papeles.
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