Llegó
hasta Languedoc tarde. Ya alguien se estaba encargando de la Iglesia
donde Jude siempre insistió estarían los restos de personas de su
pasado.
Consiguió
convencer al cura que estaba cuidando el lugar para que le permitiese
ser quien limpiara y lustrara el interior de la Iglesia. Sospechaba
que había aceptado a causa de su ceguera. Supo que había
reconstruido todo y cuando Elliott tocó la mesa del altar, las
sillas, supo que el resultado era atractivo. Podía recordar cómo
estaba antes, y ahora que había sido arreglada, la gente venía
mucho más. Venían a todas horas desde la villa e incluso llegaba
gente de otros pueblos. Tan sólo le gustaría que se fijasen en la
imagen del diablo que había sido puesta como soporte para el agua
bendita. Se preguntaba qué pensarían de la presencia de una imagen
como esa.
Había
venido hasta allí desde París porque tenía la certeza de que Perry
y Marion habían sido enterrados allí, pero la ausencia de Persefone
y Philip en los alrededores dificultaron su tarea de encontrar la
ubicación de sus ataudes. Pasó meses haciendo de limpiador, y
pronto comprendió que su ceguera había sido una de las razones por
la cual el cura Sauniere le había permitido llevar a cabo esa tarea
a cambio de dos raciones de comida al día que Elliott no comía.
Aquel hombre guardaba muchos secretos y a Elliott, en la
vulnerabilidad que le suponía su nuevo estado como ciego, le daba
algo de temor. Luchó por quedarse en el anonimato biográfico
mientras el cura recibía visitas de dudosa procedencia.
-¿Naciste
aquí, chico? -le preguntó un día- No eres muy hablador.
-¿Hay
que abrillantar los cálices y el acetre, señor?
-Has
aprendido bien los nombres de los objetos litúrgicos. No eres tan
tonto como pensada. Esto, ¿cómo se llama? -le preguntó,
alcanzándole el hisopo.
-¿In...
censario?
-No,
es el hisopo. El incensario es una fuente. Lo dice su nombre,
contiene algo. Tal vez sí eres un ignorante. Pero la ignorancia hace
a la gente buena y tú eres un buen chico. ¿Dónde están tus
padres?
-Muertos.
-Lástima.
-No
lo lamento tanto como lo merecen, señor.
A
partir de entonces, el sacerdote se alejó, como si fuese una especie
de demonio.
Dormía
en una pieza por la que se bajaba desde la mitad de la nave central,
por lo que técnicamente dormía dentro de la Iglesia, inmune a las
cruces que tanto aterrorizaron a Jude en vida y que aterrorizaban a
Perry. Comprendió que, si Perry y Marion habían sido enterrados en
lo alto de esa villa, debían estar fuera de los límites de la
construcción, fuera de la planta que, si bien su forma no era
estrictamente la de una cruz, como Perry le había dicho sobre la
Iglesia que habían visitado en Amiens, contenía cruces por todas
partes.
Encontró
la entrada a los túneles inferiores desde los pies de la montaña
meses después de llegar allí. Los accesos desde lo alto habían
sido recientemente tapiados, y comprendió que Persefone y Philip
habían tomado precauciones. También comprendió que si los accesos
desde los pies de la villa edificada sobre la montaña estaban
abiertos para quienes los encontraran, que de todos modos no solían
ser seres humanos, el acceso a donde estuvieran las tumbas en los
túneles estaría también cuidadosamente camuflado. No pudo
encontrar nada cuando entró a ciegas, sólo las paredes irregulares
de los túneles y las huellas de capas y capas de años acumulados de
vida en esa Tierra tan desolada.
Se
vería insistiendo en buscar huellas de remoción de tierra a través
de los años, sin encontrar nada.
El
cuartito en el que dormía comenzó a ser ocupado por cachivaches
acumulados por el sacerdote. Habían cajitas, espejos, pinturas y
pergaminos que fueron ordenados en estantes instalados junto a su
cama. Elliott era creído por el sacerdote alguien demasiado tonto
para averiguar lo que estos objetos significaban, pero la acumulación
de tanta porquería sin razón aparente le avisó que sería echado
de ese lugar en breve. No obstante, el día de mudarse de allí era
de esperarse, ya que después de diez años de servicio su rostro no
había cambiado, y los comentarios del cura Sauniere eran cada vez
más desagradables al respecto.
-¿Hiciste
algún tipo de pacto? Sabía que tenías algo de brujo, chico. Tu
voluntariado debiera acabar aquí, pero sólo escucharé la renuncia
de tu boca. Nadie rechaza los voluntariados, y sólo es indigno quien
deja de ayudar a quien lo necesita, y esta Iglesia lo necesita.
-Renuncio,
señor.
-Lo
sospechaba. Espero cambies en el futuro. El jardín del señor sólo
está reservados para los dignos, pequeño.
Vio
la llegada del nuevo siglo desde una casita en la villa de Rennes le
Chateau. Compró la casa con dinero robado al viejo sacerdote, quien
de todas manera tenía riquezas que crecían cada día más. Desde
entonces, con su independencia conseguida a través de la
deshonestidad, volvió a su vida más metódica, bebiendo sangre más
regularmente. Salía a menudo, de noche y de día, y esa exposición
frente a los habitantes del pueblo le obligó a una vida de
discreción, vistiendo ropas que cubrieran su rostro más al
completo.
La
guerra no llegó a ese rincón del país mientras se llevaba a cabo.
El sacerdote Sauniere murió y Elliott vio llegar el siglo veinte en
un rincón del mundo donde el tiempo no parecía pasar, y la espera a
por Perry se hizo más insoportable. Los heridos de la guerra
llegaban allí, a pesar de la buena fortuna llevada por el pueblo, y
ver la invalidez de jóvenes le hizo a Elliott recordar su propia
invalidez frente al mundo: su soledad.
Había
estado siglos esperando en soledad a por algo que no sabía qué era,
y el no saber qué era le había dado algo de ventajas para que su
alma no se resquebrajara. Pero ahora conocía aquello que estaba
esperando. Lo había tocado, lo había besado, lo había amado, y
había sido tocado y besado de vuelta. Rememorar una y otra vez las
mismas experiencias con aquel por quien esperaba, sólo hizo la
espera algo insoportable, volviendo esos treinta años los treinta
que eran, y no una abstracción de tiempo como había experimentado
en el pasado, donde cien años podían sentirse igual que diez.
El
sacerdote de la Iglesia de Sainte-Madeleine fue reemplazado varias
veces, y eso le dio a Elliott la posibilidad de presentarse como
voluntario para su limpieza en numerosas ocasiones, sin embargo, en
cada ocasión su atuendo fue diferente. Seguía siendo ciego, pálido
y de cabello extrañamente despierto, pero los años pasaban y las
modas cambiaban, e incluso el atuendo de los pastores se volvían más
sofisticados. Vio su quinta década de espera llegar y unos
pantalones anchos en el traje que llevaba, sencillo pero aceptable.
Cuando se presentó así en la Iglesia y con su bastón de ciego, el
pastor dudó por un momento, puesto que esos puestos de trabajo eran
generalmente reclamados por hombres más pobres, y él era joven y de
buena presencia. Sólo comprendió el porqué al ver su ceguera. Se
quedó como barrendero y supervisor de los objetos sagrados al inicio
y al final de las misas. Volvió a estar más rodeado de gente,
después de años sin hablar con nadie allí en la villa.
Sin
embargo, un año después el sacerdote comentó la llegada de hombres
tratando de averiguar sobre los túneles que había bajo las regiones
cercanas.
Elliott
decidió refugiarse en la entrada a los pies de la montaña.
Llegaron
preguntando por las cuevas bajo la Iglesia y horas después
encontraron la entrada a los pies de la montaña. Lo confundieron con
un vagabundo.
-Sal
del camino. Esto no es lugar para malolientes -dijeron en un muy mal
francés.
Eran
alemanes. Elliott sonrió levemente y decidió actuar de tonto de
nuevo, recurriendo al idioma que más había hablado en su vida.
-El
paso está cerrado. Este es un lugar horrible, señores -dijo en
hebreo.
-¿Qué
dice? -preguntó uno de ellos.
-Algún
idioma del Medio Oriente. Sigamos.
-En
ese caso le valdría escapar de aquí pronto -dijo el otro,
juguetonamente amenazante.
Comenzaron
a caminar en su dirección. Elliott retrocedió, sintiendo el fuego
flameante en las antorchas de aquellos hombres irradiando calor en su
cara.
-No
pueden pasar -dijo Elliott, insistente, en alemán.
-Ah,
nuestro curioso amiguito puede hablar de verdad, ¿eh? Y no veo nada
reflejado en esos ojos muertos.
-No
pueden pasar. El camino está cerrado.
-Qué
pueden esos ojitos muertos hacer contra nosotros si no puedes vernos.
-Puedo
olerlos -dijo Elliott.
Ambos
hombres se echaron a reír. Oyó el sonido de una pala chocar contra
la tierra dura, y el olor de la pólvora.
Sacó
sus dientes afilados afuera.
Lo
siguiente fueron solo gritos, y lo que para ellos era la experiencia
más aterradora de sus vidas, era para Elliott una mera rutina. Había
hecho eso múltiples veces, aunque no lo hacía en cada ocasión.
Reservaba el show para tipejos arrogantes como esos, tipejos
incapaces de oler el peligro cuando lo tenían a un metro de
distancia.
Ese
tipo de personas era la que más detestaba.
Los
arrastró hacia el interior de la cueva, a pesar de ellos intentar
escaparse, y decidió jugar con ellos un rato, hasta que se cansaran
y se largaran. Sólo haría falta algo de manipulación de su parte y
saldrían de esa cueva gritando de miedo sin saber de lo que
escapaban. Le encantaba ese tipo de sustos, porque dejaba a las
víctimas totalmente confundidas.
-¡Corre!
-¡Es
un maldito demonio!
El
camino iba en subida, por su puesto, pero en los últimos metros el
camino se puso especialmente abrupto, y Elliott comenzó a arañar
sus botines de militar para alcanzarlos. Desgarró sus pantalones,
que hayó, para su disgusto, húmedos, y los hizo botar las
antorchas. Estas rodaron tunel abajo y los iluminaron desde allí
hasta lo alto del tunel, que tomó un camino más aplanado en los
últimos dos metros. Era el camino al que se accedería desde lo alto
de la montaña, justo al frente de Sainte-Madeleine, pero cuya
entrada había sido cuidadosamente tapiada. Había llegado hasta allí
a ciegas muchas veces, escalando el camino hasta allí a oscuras,
pero nunca había tenido a dos presas a las que de hecho quisiera
meter frente a sus dos narices y su garganta hambrienta. Se preguntó
si su padre estaría orgulloso.
-Tengo
una granada. ¿Sabes lo que es una granada? Te lo advierto -dijo uno
de los hombres, militares. No se había topado con muchos de ellos.
Rió
por lo bajo, acorralándolos ahí al final del tunel.
-Me
será de utilidad. Hay algo aquí que estoy buscando hace años.
-Las
granadas matan, amigo.
-¡No
soy tu amigo! -gruñó Elliott.
El
polvo se desprendió de lo alto de la cueva. Los notó temblequear.
Comprendió que se estaban iluminando de otra forma, quizá con las
linternas sobre las cuales había comentado el cura una vez. Suerte
que él no las necesitaba. Oler sus gargantas llenas le era
suficiente.
-Les
advierto que lo mejor es que seas sumisos conmigo -les dijo con voz
susurrante. Uno de ellos gimió de miedo- . No he bebido en tres días
y empiezo a necesitarlo.
-¡La
lanzaré! -dijo el otro con voz temblorosa- ¡Lo haré!
Elliott
comenzó a reír por lo bajo, hasta hacerlo a carcajadas.
-Sólo
hazlo -dijo el que había gemido.
-Podría
volarnos a nosotros.
-Estamos
lejos de él.
-No
lo suficiente.
Elliott
rió un poco más. Dio dos pasos atrás, arrogante, y esperó a por
esa granada. Les daría tiempo para correr, pero no era sangre lo que
más deseaba en ese momento.
Entonces
la lanzó.
La
explosión fue más fuerte de lo que previó. Removió algo de tierra
sobre sus cabezas y esta comenzó a caer sobre ellos luego de
temblequear titubeante por unos segundos. Oyó los gritos
amortiguados de los militares, y pronto ya no los oyó más. Y él...
no pudo sentir sus piernas, por lo que se quedó quieto, esperando a
por la reconstitución, que lamentablemente era siempre lenta.
Sus
miembros se empezaron a unir el uno con el otro, buscándose entre la
tierra removida. Su nariz comenzó a oler la presencia de otros dos
vampiros, y mientras su mano aún buscaba su muñeca derecha, supo a
ciencia cierta que los había encontrado. La granada le había
facilitado el trabajo, aunque no el escape de esos pobres diablos. Se
levantó luego de agitarse levemente para comprobar que todo
estuviera en su lugar.
Removió
la tierra desde donde el aroma procedía, ignorante del hecho de que
estaba amaneciendo. Sólo pudo oler la sangre que detalaba la
reconstitución de los miembros, sin duda ayudada por la sangre
desperdigada por los dos hombres que habían intentado llegar hasta
allí inmunes, sin lograrlo.
Cuando
la reconstitución dejó de olerse en el aire, supo que estaba todo
en calma ahora. No hubo movimientos, sólo el llamado de la sed de
sangre, que había estado inmovilizada por cuarenta años. Perry y
Marion tenían que beber para empezar a moverse de nuevo.
Elliott
lo lamentó por el primero de los feligreses que se asomó primero
con la intención de tocar el agua bendita contenida por el diablo
Asmodeus.
La
oscuridad nunca fue tan brillante. Sospechó que era así como se
sentían los gatos en la oscuridad, capaces de verlo todo. Sin
embargo, el verlo todo de nuevo con sus propios ojos no se comparó a
la sensación de sentirse llena.
Alguien
la había proveído de sangre hasta el cansancio, y ese alguien había
dejado marcas en sus labios. Quien la estuviera cuidando, había...
Sus
pensamientos se pararon en seco al ser conciente de la presencia a su
lado, que como una extensión de su propio cuerpo, estaba pegada al
suyo, pero dormida. Perry la abrazaba sin respirar, y sus ojos
estaban cerrados, sin rastros de vejestud. Alguien había lavado su
cara con bálsamos, al igual que la suya. Podía oler el bálsamo por
todas partes, como también el aroma de la ropa nueva. Sin embargo,
tenía la sensación de que la mano de Perry había estado sobre su
cintura por siglos, y de que su rostro lucía más hermoso e
imperecedero que antes.
Su
rostro. Podía verlo de nuevo.
Se
levantó bruscamente, quedando medio acostada sobre las mantas, y
palpó la camisa de algodón que Perry llevaba encima, y vio el
rastro de sangre fresca en sus labios. A él también lo habían
alimentado recientemente.
El
conocimiento de cosas como esa le hizo ver que sus ojos funcionaban
bien de nuevo, pero con una mejoría notable desde su vida como
humana. Podía ver cada detalle, cada imperfección, y todo se veía
más hermoso
-Perry...
-le susurró- Despierta. Puedo...
Dio
un suspiro, maravillada, y le zamarreó el hombro.
-Él
necesitará un poco más de tiempo -dijo una voz desde la izquierda.
Cuando
oyó esa voz, recién se fijó en lo que la rodeaba, en la cama, las
paredes, las imágenes religiosas colgando de los clavos, y las
imágenes paganas. Y luego a un chico en la entrada, y la noche
estrellada por las ventanas de aquella pequeña cabaña.
-¿Quién
eres? -le preguntó, soltando a Perry- ¿Por qué puedo ver de nuevo?
Sintió
un vacío en el estómago al momento de hacerlo, por lo que volvió a
sentarse, esta vez a los pies de la cama, tocando los pies de aquel
vampiro.
-Puedo
curar ciertas dolencias cuando tengo suficiente sangre en mi cuerpo
-dijo el desconocido, cuya voz le parecía extrañamente conocida.
Marion sacudió la cabeza una vez, tratando de recordar- , pero no
habría funcionado de no ser por el período de descanso que han
tenido. En efecto, la quietud puede dar grandes dones.
Marion
se miró a sí misma, la camisa, los pantalones hasta la cintura, la
corbata. Aquel chico, que era un vampiro como ellos, la había
vestido con aquellas ropas de hombres. A Perry le había puesto el
mismo tipo de ropa, pero la tela, tan lisa y tiesa, le pareció
extraña.
-Es
algodón sintético -dijo el vampiro- . Es más barato que...
-¿Quién
eres? -preguntó Marion de nuevo, levantándose.
Se
aproximó a él, experimentado el movimiento de nuevo. Fue como
torcer un pedazo de fierro con la facilidad con qu se tuerce un
alambre, y casi pudo oír sus extremidades estirándose bajo su piel.
-Elliott
-respondió.
Aquello
pareció encajar, pero para verlo mejor, Marion se movió para
ponerse de espaldas a la luz de las estrellas, que entraban por la
ventana con la potencia de unas antorchas.
Frente
a ella vio a un chico menudo, con cara de bebé y con los ojos en
exceso abiertos y... blancos. Algo le había pasado a sus ojos, y no
acertaban a mirar en la dirección correcta, como si estuviera...
-Estás...
ciego. ¿Qué te ha ocurrido?
El
Elliott del que había escuchado no estaba ciego, sólo... “Sus
ojos me asustan, es como si me penetraran y me maldijeran”, había
dicho Perry cuando recién le venían conociendo. Recordaba la
frustración de Perry respecto de él. Quizá ya en ese entonces le
deseara.
Pero
ese vampiro... ese vampiro la había arruinado, ella había hecho que
se desangrara, para luego... devolverle la vista.
Elliott
Dattoli le había devuelto la vista, y la visión era maravillosa.
Le
abrazó de improviso, asustándolo de sobremanera. Sin embargo, a
pesar de su intento de hacerse para atrás, Elliott no pudo escapar
de sus brazos. Marion rió por lo bajo, emocionada y agradecida como
nunca.
-Gracias
-le dijo, tomándolo de la cara y estrujándole las mejillas. Era
como un bebé, muy mono, pensó Marion. Volvió a abrazarlo, esta vez
más estrechamente, y entonces fue hacia Perry.
-¿Cuándo
despertará? -le preguntó desde el lado de la cama, hincada en el
suelo polvoriento. Podía ver las motas de polvo levantándose en el
aire como pelusas, si bien eran de un porte diminuto.
-No
lo sé -susurró el chico, alcanzando con una mano la silla que había
junto a la ventana. El aire del verano entraba por esta
agradablemente y Marion lo sentía en cada vello de la cara- . Creí
que despertarían al mismo tiempo, pero... Perry fue dormido después
de ti, así que...
-¿Fue
dormido?
-No
vi cuando pasó. Creo que fueron Philip y Persefone quienes
supervisaron su desangramiento. Él quería... -el chico tragó, y
Marion lo vio retorcerse las manos. Dio una inspiración- quería
estar contigo, no quería esperar en solitario a que mejoraras.
-Ya
veo -dijo Marion, mirando a Perry.
La
joven acarició a Perry en la cabeza, mientras la mirada ciega de
Elliott se fijaba en el vacío. El vampiro sólo reaccionó cuando
Marion se inclinó a besar a Perry en la frente. Marin le vio
encogerse levemente, bajando el mentón como si no quisiera ver,
aunque no veía nada de lo le rodeaba.
-¿Dónde
estamos, a propósito? El aire es más caliente de lo que he sentido
-indicó, levantando las rodillas del piso polvoriento.
-En
Languedoc, en Rennes le Chateau. Me pareció el escondite indicado,
aunque cuando llegué no los encontré de inmediato. Me tomó años
comprobar de verdad la ubicación de su ataud y el haberlos
encontrado fue pura suerte.
Marion
fue a asomarse a la puerta entreabierta, y la abrió hasta atrás.
Afuera
los árboles y las otras casas estaban teñidas del azul del cielo, y
a la izquierda podía verse el camino que bajaba por la montaña en
la que se encontraban. Sin embargo, el espectáculo de luces que vio
a los pies de la montaña fue lo que la sobrecogió más. No eran
luces escasas y titilantes, eran luces amarillas y blancas, y eran
como luciérnagas sobre el valle del cual no veía más que negrura y
las siluetas perdidas de las cabañas. Era un paisaje nocturno
maravilloso.
-¿Es
luz... de carbón?
-Luz
eléctrica -dijo Elliott, acompañándola afuera.
-¿Luz
eléctrica? ¿Qué es? Creo que he estado dormida por mucho, pero me
siento como nueva.
-Ambos
están como nuevos. Los lavé y los perfumé. Espero les agrade, ya
que han cambiado ligeramente. Tal vez ahora puedan probar la vida
agil que sólo algunos vampiros toman para sí, y a la que muchos
renuncian o nunca prueban por miedo a sentir sed más menudo. La sed
puede hacernos hacer cosas horribles.
-Perry
es más hogareño -dijo Marion- . Creo que permaneceremos muy
tradicionales. Este parece un lindo lugar para vivir, además.
Elliott
sonrió.
-Yo
me iré. Pueden vivir en la cabaña y...
-¿No
te quedarás con nosotros?
Elliott
pareció contrariado.
-No
sé si Perry lo aprobará.
-Yo
lo apruebo. Yo soy quien debía perdonarte y ya lo he hecho -le dijo
Marion, posando la mano en su hombro y palmeándole brevemente- .
Perry tendrá que atenerse a mis decisiones.
-Lo
siento -dijo Elliott- , pero prefiero irme sin recibir su
resentimiento. No quiero estar en un lugar donde no soy deseado.
Elliott
se devolvió a la casa, ante la confusión de Marion, quien dio un
suspiro aproblemada.
-¡Al
menos quédate hasta que él despierte!
-Gracias,
pero no -dijo él, amablemente, y mirando al suelo a falta de un
objetivo visualizable.
Marion
se tomó los suspensores, algo preocupada. Perry no iba a estar
contento si Elliott se largaba sin haberlo visto. Tendría que hacer
algo al respecto.
Caminó
hacia la casa. Había notado, en su ansiedad por registrarlo todo con
sus ojos nuevos, el armario con cerradura, y el tintineante sonido de
unas llaves en el bolsillo del pantalón de Elliott. Fue hacia la
casa a paso ligero y metió la mano en el bolsillo en cuestión, ante
lo cual el chico dio un saltito.
-¡¿Qué
haces?!
Con
la fuerza que tenía, la cual era bastante gracias a la gran cantidad
de sangre que corría por cada recodo de su cuerpo de No Muerto,
cogió a Elliott del abdomen y lo cargó sobre su espada.
-¡No!
¡¿Q-qué haces?! Switz...
-Dejarás
que Perry te vea. No permitiré que arruines la felicidad de mi
esposo. Él merece verte y juzgarte por sí mismo.
-No,
estará furioso conmigo...
Lo
metió en el armario, entre los pocos colgadores con ropa.
-No
le viste cuando supo lo que te había hecho. No me perdonará. Me
matará, Switz...
-No
lo hará -le dijo Marion, tapándole la boca.
-Por
favor... -suplicó el chico, desesperado- No quiero darle el disgusto
de verme de nuevo.
Pero
Marion no lo escuchó, a pesar de que su expresión lastímera le
partía el alma. Décadas antes habría pensado que era actuación,
pero las cosas eran diferentes ahora.
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