Matar
a un hermano es fácil. Tienen confianza en ti, especialmente cuando
has agachado la cabeza toda la vida mientras sus logros son
contemplados. Abel siempre fue el favorito y Elliott simplemente no
encajaba, allí en medio de un hombre, su padre, y un niño, su
hermano Abel, que se valían por sí mismos, mientras él prefería
sentarse a armar historias en su cabeza. El trabajo pesado
simplemente no era para él. Prefería cultivar la tierra, ver crecer
los víberes desde lo profundo, y no cazarlos y matarlos a sangre
fría. Y seguía sin ser capaz de matarlos.
Quizá
romper la maldición estaba en el caer en la virtud del asesinato,
que tan bien vio su padre en ese entonces. La carne te alimenta, el
ganado no son mascotas a las que pastorear. Deben degollarlas y
comerlas al ocaso y al amanecer, y dar gracias por la sangre
derramada. ¿Debió comportarse como vampiro en vida para no caer en
el vampirismo, aquella muerte interminable? Extrañaba ver el ocaso
con ojos saños, ir a descansar, extrañaba el abrigo de una almohada
mullida, la cual Perry le había brindado después de tantos años.
Probablemente
era lo correcto, alejar a Perry de sus pecados, o se mancharía con
los suyos al poseer su carne. Así funcionaban las cosas, ahora y en
el pasado. No desperdiciarás la semilla de la vida en los brazos
de otro hombre, o algo parecido, y él había vuelto a pecar
luego de haber asesinado a su hermano, el menor de la familia, y
había desperdiciado su semilla, la que era ahora la ponzoña de
vampiro, con un hombre.
Ni
siquiera había sido necesario el que Perry le tocase por completo.
No habían pecado del todo, sólo él había malusado el don que Dios
le había dado. Había bastado que sus manos recorrieran su torso y
brazos, y que sus besos plantasen ardores interminables y que
alcanzaban cada extremo de su poco aclimatado cuerpo, para que su
semilla manchase el lecho. Al despertar, supo que querría mucho más
de aquello, de esas sensaciones, de esas manos, de esa lengua
aterciopelada y el roce de aquel cabello sobre su abdomen. Supo que
le querría adentro, en lo profundo de esa carne pobremente
aprovechada, donde su tacto quedase como un recuerdo, para que cuando
quisiera sentir placer el sólo pensamiento le hiciese pecar de
nuevo. Pero ahora Perry le hizo saber que nunca se apropiaría de sus
pensamientos.
Pudiste
matarla, aún puede morir por tu culpa. Sabes cuánto la quiero...
Se
tapó el rostro cuando Jude se deshizo en mil piezas delante de su
presencia. No quería que nada de su esencia le impregnara, y cuando
abrió los ojos y el fuego quemaba a su derecha, no vio a ningún
vampiro a la vista, sólo la soledad a la que estaba tan acostumbrado
y que había experimentado por miles de años. Supo que estando Perry
fuera de su vida, sus ojos ya no servirían de nada, ni su piel.
Perdió
la vista tras contemplar el fuego ardiente dando contra su cara. La
oscuridad le fue deliciosa.
Sin
Jude como amenaza, Languedoc se convirtió en el destino más
conveniente en un momento crítico como aquel. Persefone resolvió
usar las catacumbas de ese lugar para preservar a Marion de la
muerte, y verla renacida en el número de décadas que fueran
necesarias para su sanación.
Volvieron
a internarse en las catacumbas. El mapa que Teófanes le había dado
a Jude se había perdido, pero Persefone y Philip conocían los
túneles de Francia de memoria y se dirigieron a la dirección
deseada sin retrasos.
Si
lo que Elliott había dicho era verdad, Jude ya no existía en ese
mundo, y él continuaría en él. Perry pensó en el chico vampiro
durante la mitad del viaje, viéndolo en soledad, y comprendiendo que
su dolor y resentimiento hacia este nunca se verían sanados, aunque
todo pareciese más fácil después de un largo sueño. Si aquel
sueño junto a Marion daba algún fruto y lo despojaba de todo odio
acumulado, no tendría excusas para no volver a recuperar lo que
estaba en ese ahora que en unos años sería pasado. Elliott
volvería, tal vez, a lucir su máscara amable, pero seguiría allí,
vivo en el mismo mundo que él.
Eloy
Dattoli tenía miles de años de existencia. Perry quería creer que
el nacimiento de Caín y Abel no había pasado hace tanto, pero al
mismo tiempo quería creer que el castigo a Caín había estado
justificado. La vida eterna era algo deseado por muchos, pero estar
tanto tiempo solo no era una bendición para nadie. Imaginar a
Elliott atravesar tantos siglos de soledad, ver el mundo cambiar, ver
plagas alternarse, muertes y masacres teñir de rojo la tierra, ver
religiones nacer y tiranos morir... era un pensamiento horrible.
Elliott estaba completamente solo y su desesperación por conservar a
quienes elegía como Compañeros era de pronto comprensible. De
pronto era para él sólo un chico tratando de encontrar su lugar, y
dos brazos que le sostuvieran en ese camino que empezaba a parcerle
demasiado cuesta arriba.
Sin
embargo, se preguntó si lo que había contado sobre su estadía como
el esclavo de aquel hombre había sido cierto. Se preguntó si alguna
de las cosas que le había dicho habían sido ciertas, si su
personalidad sería la real. Elliott empezaba a difuminarse en lo
incierto, y Perry sólo deseaba olvidarse del dolor por un tiempo,
para renacer limpio.
Con
suerte hasta Garrett sería menos doloroso de recordar, o sus padres,
o el hecho de tener esa vida eterna dependiente de asesinatos.
Rennes
Le Chateau era un pueblo erigido sobre una montaña llena de verdor.
Sin embargo, no arrivaron por arriba. No vieron el cielo azul o el
valle fertil que crecía a sus pies, o las casas color ocre, o la
Iglesia en lo alto. No vieron nada de eso. Fue como caminar a ciegas
por cientos de kilómetros, que convirtieron a Marion en parte física
de Perry. La joven había dejado de tener peso sobre su espalda y ya
no respondía de ningún modo a cada trago de sangre que le daba.
Philip
y Persefone no lucían todo lo glamorosos que habían hecho en sus
tiempo gloriosos, que parecían haber sido hace décadas y no hace
unas pocas semanas. La barba sempiterna que cubría el rostro de
Philip y que le daba un aspecto más viejo del que en realidad tenía,
estaba cubierta de polvo, haciéndola ver encanecida. Y Persefone,
con su cabello suelto, había dejado escapar unos pelos grises que
bailoteaban delante de su rostro, haciéndole cosquillas. No
obstante, con tal dieta de vagabundos, ni si quiera el poco tacto le
permitía a la mujer sentir esas cosquillas, convirtiéndolas en
sombras de un sentir pasado. Parecía difícil creer que una mujer
como esa, que antes de convertirse en esa sombra de sí misma vivía
y sentía todo apasionadamente, hubiera yacido con la mujer débil y
consumida que Perry cargaba a sus espaldas. Y sin embargo, de pronto
se parecían ambas, en el aspecto vencido que traían y que
ensombrecía sus ojos antes vivos.
Se
asomaron a los pies de la montaña por la noche. Ya no tenían luz
para guiarse en la oscuridad. Sus ojos, que con sangre ajena eran
agudos, no veían nada a esa luz, y sólo las estrellas pudieron
guiarlos en su ascenso por el sendero hasta la Iglesia de Santa María
Magdalena.
Posaron
a Marion en el altar de la Iglesia, sola como estaba a esas horas de
la madrugada. Philip guió a Perry hasta el altar, puesto que había
cerrado los ojos para no ver ninguna cruz. Pero no vieron ninguna.
-Este
lugar está abandonado, ¿no? -dijo Persefone.
-Sí.
Pero hay olor a humano. Quien haya estado aquí debe vivir en la
villa -dijo Philip.
Se
acercó a un nicho lateral, donde había agua bendita, o como ellos
la consideraban, agua común. Estaba lleno, y Philip revolvió el
agua ensimismado.
-¿Persefone,
dónde están las entradas? -preguntó Perry.
-Afuera,
al frente de la Iglesia. Debemos bajar rápido, antes de que el
cuidador despierte.
-¿De
verdad crees que haya un cuidador? Este lugar es un desastre
-dijo Perry.
-Trae
a Marion. Philip, saca maderos de los bancos viejos. Haremos dos
ataudes.
Philip
la miró elocuentemente, con su mano dentro del agua bendita. Perry
prefirió no sacar conclusiones de ese intercambio, puesto que la
insistencia de Persefone de buscar otra alternativa para sanar a
Marion todavía resonaba en su cabeza.
En
efecto había una entrada afuera, pero debieron agrandarla con sus
propias manos. Marion quedó bajo el cuidado de Philip, a quien Perry
vigiló celosamente, y una vez pudieron bajar a lo que era la
continuación del tunel del que habían salido a los pies de la
montaña, Philip bajó con Marion a su espalda. Entraron los maderos
de los bandos uno a uno, los cuales así como estaban, no lucían
suficientes para lo que tenían planeado hacer con ellos.
-Tienen
que desangrarme, ya lo sabes -les advirtió Perry, portando una vela.
-Primero
debemos decidir sobre los ataudes. Sólo hay suficiente para uno y
medio -dijo Persefone- . Aún puede arrepentirse, señor Whitmore.
-Podrá
esperar con nosotros a que ella renazca. No estará solo -dijo
Philip.
-No
puedo. No podría esperar por tanto tiempo, con la culpa. Me lo
merezco por no haberla cuidado mejor.
Iluminó
el cuerpo cubierto en aquel camisón de Marion. La joven era un
cadaver viviente, y al mismo tiempo muerto del todo. Perry, en su
desesperación, no veía esperanza en aquello: sentía que ya la
había perdido, y la idea de esperar en vano por años no era su idea
de una vida. Si Marion se había ido para siempre, entonces prefería
irse para siempre él también.
-Entiérrennos
en el mismo ataud -dijo. Cogió dos maderos, los cuales estaban
húmedos en los bordes, y les quitó los clavos doblados.
-No
-dijo Persefone, repentinamente alterada. Perry se quedó quieto, sin
entender su negativa- . ¿Qué sería de nosotras, yo y Marion? Ya no
habría nada.
-¿De
qué hablas? Maron seguirá siendo la misma...
-¿Tienes
idea de lo que enterrar a dos vampiros juntos significa?
-No.
No tengo tanta edad para saber muchas cosas, Persefone
-masculló Perry, levantándose- . Y las consecuencias, cualesquiera
sean, no me interesan. Quiero borrarme de todo esto, pronto -Fue
conciente del sentimiento, lleno de todas las emociones posibles, que
lo llenó en ese instante. Era resignación, frustración, amor,
odio- . No voy a esperar mucho más.
Comenzó
a juntar los maderos. Philip y Persefone le miraron desde donde
estaban, con aires de querer seguir discutiendo. Sin embargo, Philip
se acercó a ayudarle.
-Te
explicaré lo que significará.
-No
te detendré.
-Serán
Compañeros de por vida. La sola idea de la separación les dolerá
como la sed misma, Perry -le dijo, sin mirarle a los ojos- . Ya no
mirarán a nadie más, ya no considerarán a nadie más y se harán
amantes por muy diferente que haya sido su situación anterior. Lo vi
suceder una vez y no es agradable de ver. Perry... -El vampiro alzó
la vista, mientras ubicada los maderos horizontalmente- Señor
Whitmore, lo que esto significará para ustedes es una
dependencia enfermiza, mental, sexual...
-No
será así con nosotros -dijo Perry con seguridad- . Nosotros tenemos
muy claro lo que somos, donde están nuestras pasiones.
-Con
el otro. Es allí donde están, o no estarías haciendo esto. Cuando
despiertes, incluso olvidarás lo que sientes por Eloy Dattoli.
Perry
negó con la cabeza, parando de trabajar. Eso no era posible.
-Haría
esto por cualquiera de mis amigos, ¿o no harías esto por Philip?
-No.
Esto está más allá de cualquier cosa. Es sólo que... tú no lo
entiendes.
-Lo
entenderé cuando ella y yo despertemos. Ahora lo importante es
salvarla.
Sin
embargo, sacó la libreta que siempre portaba en su bolsillo trasero,
y escribió en tinta mientras ellos seguían en la tarea de hacer el
ataud. Guardó el papel en su camisa. Entonces se arremangó la
camisa, y ante el espasmo de Philip, se desgarró la piel de la
muñeca él mismo.
-¡Perry!
-exclamó Persefone.
La
sangre comenzó a fluir lenta, y Perry apoyó las manos en el suelo y
parte de los maderos. En pocos segundos, volvió a trabajar en el
ataud, ante el espasmo de ambos vampiros.
-Rápido,
antes de que el sol salga.
Philip
le ayudó, arrastrando a Persefone consigo. La mujer se hincó sobre
la tierra, y comenzó a poner los clavos con unos pocos golpes de sus
manos. Después de un tiempo, no obstante, Perry ya no pudo seguir.
-Necesito
que sea más rápido -murmuró Perry, apoyándose contra la roca del
tunel.
-¡Qué
más rápido quieres! -dijo Persefone, mirando su herida.
Puso
la mano sobre el desgarro en su muñeca, respirando profundamente. El
aroma de la cueva lo desconcentraba un poco del dolor.
-En
dos horas es el alba. Necesitan enterrarme con ella en un lugar
adecuado, y eso demorará. Argh... maldición.
La
herida se estaba curando.
Sin
embargo, ninguno de los dos hizo nada, excepto seguir armando el
ataud, del cual sólo quedaba la tapa por hacer y uno de los lados.
Perry cerró los ojos, con la vista borrosa yendo de estos a Marion.
-Por
favor... -susurró, con la voz débil.
-Ve
-dijo Persefone a Philip, con la voz quebrada.
Este
se alejó del ataud y fue hacia Perry.
-Será
más rápido de lo que en realidad deseas -le dijo, tomándolo de la
mandíbula con suavidad.
-No
lo creo...
Pero
sí lo fue. Philip le apretó la mandíbula y se la levantó, y lo
siguiente que sintió Perry fueron sus colmillos mordiendo
profundamente en su garganta. Philip comenzó a beber su sangre de
segunda mano, hambrienta y abundantemente. Esta se escurrió por su
garganta, y Perry pudo sentirla contraerse debajo del mentón del
vampiro, bebiendo como si fuera el maná de los dioses. Sintió
incluso parte de la ponzoña escaparse hacia los labios de Philip, la
cual dejó aquel cuerpo inerte con la personalidad de un halo
escapándose a las profundidades de una vasija ajena, un halo que lo
hacía el No Muerto capaz de andar.
Su
vista y sus oídos se enmudecieron, y comprendió que Marion sí
seguía sintiendo, cuando percibió el tacto de Philip resbalando de
él, dejándolo solo. Pero era otro tipo de sentir, un entumecimiento
placentero.
Pudo
sentir al detalle, pero a una velocidad que dudaba percibiera con
fidelidad, cómo fue puesto dentro del ataud con Marion. Las manos
femeninas de Persefone arreglaron sus brazos de manera que se
abrazaran el uno al otro, para que el espacio fuera mejor aprovechado
en tan reducida cama de madera. Sintió el roce de las ondulaciones
de los cabellos de su esposa siento acomodados, haciéndole
cosquillas en su nariz y en su mejilla, y pudo sentir el asomo leve
de su busto contra su torso y su mano izquierda. La sensación de
sentirla tan cerca suyo, de pronto cálida, no se comparó a las
desgracias compartidas desde el momento de ser convertidos ambos en
vampiros, en la misma noche. Ella y el hombre de cabello rubio ceniza
se quedaron durmiendo a su lado en ese cajón, y el ser puesto a
dormir nunca fue tan dulce.
Nadie
viene a un cementerio para una cita, pero a Perry se le había
ocurrido el día de ayer, al notar que él y Garrett siempre se
juntaban en el mismo lugar. Debían variar para no levantar
sospechas. En el cementerio tenían muchos lugares donde besarse y
quizá hacer un poco más, como las catacumbas o los mausoleos
abiertos.
Pero
no hicieron nada, sólo pasearon. Miraron las tumbas, y en ese
silencio protector, Perry se sintió a gusto. Garrett era un hombre
tranquilo, un tanto taciturno, como un gato viejo, y ese lugar le
venía como anillo al dedo. Se rió con ese pensamiento, mientras le
veía detenerse a mirar la tumba de un hombre llamado Cecil Mason,
muerto hace dos años atrás. La tumba estaba nueva y el ángel
tallado sobre ella estaba menos polvoriento que los otros.
-Dijiste
que eres profesor de Historia del Arte -le dijo Garrett, mirando el
ángel.
-Sí.
-¿Algún
doctorado?
-Sí.
Garrett
se volteó a mirarlo, extrañado ante lo escueto. Perry sonrió.
-Adivina
qué Doctorado.
-Ahm...
¿Historia del Arte? -dijo riendo.
Perry
le imitó. Garrett se mordió el labio inferior, esperando. Sin
embargo, él siguió callado.
-No
es Arte Americano... u Oriental.
-Ciertamente.
-¿Quizá
algo con... Arte Español? Tienes grabados de Goya en tu oficina.
Estaban en... el escritorio.
Perry
rió por lo bajo. Lo vio sonrojarse, y no pudo evitar suspirar lenta
y pausadamente, recordando su salvaje encuentro en su oficina. Cuando
salieron de allí había tenido el cursi deseo de irse a su
departamento con él y despertar en la misma cama al otro día. Nunca
había sólo dormido con alguien en la misma cama. Siempre conllevaba
algo más, pero Garrett empezaba a convertirse en una excepción y
eso lo asustaba. No se suponía que los hombres debiean sentir de ese
modo.
-Ven
-le dijo.
Garrett
miró alrededor, y se dejó guiar por Perry hacia las profundidades
del parque del cementerio, donde habían mausoleos solitariamente
repartidos.
-Tengo
la sensación de que... esperas a que haya una próxima vez. Y una
próxima... -le dijo a Garrett sin dudarlo.
No
quería suplicar, así que decidió hacerlo indirectamente.
-Y
yo tengo la sensación de que te gustan los hombres mayores que tú,
pero no te lo ando diciendo cada vez que nos vemos.
Perry
rió por lo bajo, mirándolo fijamente. Era tan ingenioso, gracioso.
Cada cosa que decía era inteligente, e incluso sabia a veces.
Siempre iba dos pasos por delante, y de ningún modo quería
alcanzarlo. Le agradaba la seguridad que le brindaba.
-Me
gustan los hombres mayores -afirmó.
Eloy.
Quién
es este Eloy.
Garrett
sonrió socarronamente y miró a otro lado, como quien no quiere la
cosa. Entonces de la nada, lo cogió de la nuca y lo besó,
haciéndolo inclinarse hacia él.
Le
empujó hacia el mausoleo más cercano, bajo un cedro.
Ojalá
Elliott dejara de mirarlo desde ese árbol. Nunca le había gustado
sentirse observado.
Perry
rió por lo bajo, sorprendido por la pasión repentina de Garrett,
pero poco a poco empezó a calmarse, a la vez que su respiración se
iba volviendo más profunda y ruidosa. Garrett besaba bastante bien,
pero no sólo eso, era medido y su lengua era algo tímida.
Su
lengua se había asomado levemente entre sus labios cuando le besó
en esa última presentación. Era tan insolente, y le hacía sentirse
sucio. Se veía demasiado joven, demasiado niño, demasiado frágil.
Garrett
solía gemir bastante cuando Perry le besaba dentro de su
departamento de soltero. Se dejaba ir un poco más porque no había
nadie y esas cuatro paredes los cuidaban bien y dejaba nadar sus
dedos más pequeños que los suyos entre sus cabellos,
desordenándolos. Le costaría mucho controlar los rizos después,
pero a Garrett le encantaba tocarle el cabello, hasta que de Perry se
apoderaba este deseo de darle placer sólo él, de tocarlo sólo él,
y cogía esa mano escurridiza y lo hacía apoyarla sobre su cabeza,
palma contra palma, haciendo ver que Perry tenía las manos más
grandes.
“Me
gustan tus manos grandes... y tus pantorrillas de atleta...ahm...”
Garrett
gemía más que él en la cama. Algunas veces se tapó él mismo la
boca, pero eso sólo encendió a Perry más de la cuenta, haciéndole
llegar más rápido. Le gustaba verle apretar los párpados, mientras
su cuerpo se sacudía de atrás hacia adelante, y el colchón crujía
a cada movimiento, y las sábanas eran arrastradas por su cuerpo tan
perlado en sudor... Esa visión le encantaba, la de Garrett
entregado, pereciendo de placer.
Y
lo hacía sentir como un enfermo.
“Soy
un enfermo.”
Elliott
debiera dejar de besarle. No le gustaba de esa manera, no le veía de
esa manera, pero poco a poco había empezado a verlo como un igual,
excepto que era un igual con la piel más tersa y acariciable que la
suya y un cuerpo casi femenino que le recordaba al de Marion. Y
además tenía buena memoria, y había mejorado mucho en actuación,
y tenía mil ochocientos años de historia humana grabada en su
cabeza. ¿Qué tan fascinante sería entrar en su cabeza?
En
realidad es la historia de la humanidad, ¿no?
Quiero
entrar en tu vida...
Si
tan sólo pudiera sentir deseo sexual por Marion, todo sería
perfecto. Marion era su alma gemela. Su corazón. Pero Elliott estaba
allí en el centro de su cuerpo, haciéndole sentir tantas cosas, con
esa fragilidad, ese sarcasmo... su voz hecha un lío, tratando de
hablar mientras le besaba, diciendo incoherencias mientras lamía su
torso suave... Nunca... había sentido esto... Siento que me voy a
desmayar. Nunca antes nadie... me había tocado... así...
“Nadie
te ha tocado con amor, Elliott. ¿Eso es lo que dices? No es justo, a
alguien tan dulce como tú...” A alguien tan dulce, Elliott...
le había balbuceado mientras besaba su cuerpo que sensible se
estremecía ante el menor de los toques. Eso le había vuelto loco.
Quería probarle, pero se había controlado, dejándose retroceder
cuando se derramó contra sábanas y piel. Luego se había dormido
instantáneamente, dejándole con deseos de más.
Elliott
era su tipo. Se parecía a Garrett. No sabía cómo se parecía, pero
lo hacía, sólo que Elliott necesitaba que le cuidasen, que le
enseñasen. Necesitaba que le acariciasen primero, que le abrazaran y
le dijeran palabras amorosas y le demostrasen lealtad y sobre todo...
Perdón. Debía de tener todo eso antes llegar al final del camino.
Pero
Elliott casi mató a Marion. Elliott es un ladrón. Quiso robármela
y hacerla pedazos...
“Marion
se olvidaba por completo de ti, mientras yo... yo estaba siempre
cerca pidiendo que por un segundo me miraras...”
“Esa
mujer está enamorada de ti”, había dicho Garrett, casi
recriminándoselo.
“Hiciste algo para se enamorase de ti. Siempre enamoras a
todo el mundo, Perry.”
“Prometo
mirarte, Elliott. Tan sólo no vuelvas a dañarla. Dios, no le hagas
nada, no quiero odiarte, Elliott. Quiero amarte. Pero si la odias a
ella, yo...”
Estaba
tan dividido, tan dividido entre tantas personas. Pero Garrett no
estaba allí, y Perry sentía que tenía que escuchar lo que tuviera
que decir aún. Garrett siempre tenía buena consejos bajo el brazo,
listos para dárselos a quien estuviera falto de ellos.
“¿Con
un estudiante, Perry? ¿Alguien más joven que tú?”
“Sí,
me peleé con un estudiante. Ambroise, el primo de Marion. Es un
canalla.”
Nunca
se metió con un estudiante. Nunca le gustó
un estudiante, por amor de Dios. Aunque hubo siempre este chico que
le miraba sugerentemente. Nunca hizo ningún avance, y prefirió
pensar que eran ideas suyas. Pero lo cierto es que nunca le gustó
nadie más joven que él mismo. Le gustaban los hombres con
experiencia, que le dirigiesen.
“¿Entonces
por qué Eloy Dattoli te volvió tan apasionado y tan condenadamente
cuidadoso esa noche? Te hizo olvidar por completo tu nostalgia por
Marion -decía Garrett en su cabeza, dándo consejos-
. No cualquiera hace eso. La amas a ella más que a ninguna otra
persona, pero no de ese modo. ¿Está ocupando Eloy el mismo nivel de
importancia que ella?
“Tú
eres a quien amo más.”
“Es
diferente. Yo estoy muerto. Me estoy alejando, estás superándome.”
“Pero
siempre te querré.”
“Lo
sé, pero sigues derritiéndote por ese chico y tienes que hacer algo
al respecto.”
“Chico.
Luce como un chico de dieciocho.
¿No es esa perversión peor que la de nosotros?”
“Discutes
con él como lo haces con un igual. Y le consideras más inteligente
que tú. Admítelo.”
“Me
saca de quicio. Y sí le consideró más inteligente, pero has visto
como se deja llevar por las emociones negativas. Pero me gusta que
sea apasionado, y me gustan sus hombros. Y me gusta su rostro. Dios,
cómo puede gustarme alguien tan poco varonil.”
“No
es afeminado.”
“No.
No lo es. Sólo es...”
“...
como Marion.”
Elliott
me gustó porque es como Marion.
No
sé si es injusto. Sabré si lo es cuando le vuelva a ver.
Deberias pensar en enviarlo a una editorial (si no lo has hecho ya) a ver si lo publican porque eres buena escribiendo
ResponderEliminarPor cierto, te he nominado a los Liebster Award ;)
Un saludo
nunca he pensaod seriamente en enviarlo a una editorial. Me rendí acerca de publicar algo desde que empecé a escrigr ajajajasoy una pesmista... probablemente debería enviarlo anyways ajaajajaja me halagas, muchas gracias * - *
Eliminarque es Liebster Award?
Solo es responder a unas preguntas que están en mi blog (no es que me los haya inventado yo) y después nominar a otros blogs con menos de 200 seguidores y preguntarles algo
Eliminar